Esperamos tu historia corta o larga... Enviar a Latetafeliz@gmail.com Por falta de tiempo, no corrijo las historias, solo las público. NO ME HAGO CARGO DE LOS HORRORES DE ORTOGRAFÍA... JJ

Ana - Sara

Hola soy Sara y mi vida comenzó el día que me separé de mi marido. Se llamaba Jorge y era un hombre maravilloso y atento conmigo, mis padres lo adoraban y mi hermana estaba completamente enamorada de él. Era el hijo de unos amigos de mis padres y comenzamos a salir desde que teníamos dieciocho años. 


Cuando los dos terminamos la universidad y comenzamos a trabajar, yo de profesora de educación física en un instituto y él de comercial en la empresa de su padre, decidimos casarnos. Su padre como regalo de bodas “nos regaló” el ascenso de Jorge, que pasaría a ser el director de una delegación de la empresa en una nueva ciudad. Cuando digo “nos regaló” me refiero a que era un regalo para Jorge, que estaba encantado, pero para mí eran malas noticias, tener que dejar mi ciudad significaba dejar a mi familia, a mi mejor amiga, Marta, y mi trabajo, que era mi gran pasión.

El peor momento para mí, fue decirle a Marta que tenía que marcharme lejos. Mi amistad con ella era difícil de explicar, o por lo menos de entender por los demás, sobre todo porque ella era abiertamente gay y la gente no entendía como yo podía estar tan unida a ella. Cuando me despedí prometimos que no perderíamos el contacto.

Así, que me mudé a mi nueva ciudad. Como Jorge ganaba suficiente dinero para los dos, me dijo que me tomara con calma lo de buscar un empleo y disfrutara un poco de mi tiempo libre. La verdad es que eso no funcionó, porque sentía que yo no pegaba en este nuevo lugar y me aburría sin tener nada que hacer. 

Tenía tanto tiempo para pensar que me volvía loca. Me empecé a preguntar si había tomado la elección correcta al casarme con él. Si nuestro matrimonio no había sido un error. Y después de pensar y pensar me di cuenta que nuestro matrimonio había acabado mucho antes de la boda. 

Con Marta cumplí mi promesa y todas las semanas hablábamos por teléfono, yo le contaba cómo me sentía y ella hacía lo que podía para consolarme. Pero claro, desde la distancia y por teléfono no era lo mismo.

El hecho de dejar a Jorge me llenaba de tristeza, llevábamos tantos tiempos juntos y le tenía tanto cariño que no sabía cómo afrontar el decirle que no quería seguir con él. Así que lo fui retrasando y retrasando intentando agarrarme a cualquier cosa para no tener que dejarle. 

Pasaron tres años. Fueron difíciles de soportar porque yo no era feliz pero tampoco lo suficiente fuerte como para decidirme a dejarlo. Finalmente, cuando ya no podía más, hablé con él y pusimos fin a nuestro matrimonio. 

Volví a casa de mis padres, lo que supuso tener que aguantar sus miradas de decepción por mi separación. 
Ellos no lo entendían y tampoco querían hacerlo. Me resultaba imposible vivir en esa casa pero no tenía otro sitio a donde ir y tampoco un trabajo para poder marcharme.

Por fin, una semana más tarde de mi vuelta conseguí quedar con Marta para tomar un café. Ella era enfermera y esa semana había tenido que estar de guardia en el hospital donde trabajaba, por lo que había sido imposible quedar antes.

Marta: ¿Cómo llevas tu separación?

Sara: La separación la llevo bien, hace mucho tiempo que debía haberlo hecho. Lo que no llevo bien es tener que vivir con mis padres de nuevo y aguantar sus caras y miradas de desaprobación.

Marta: Bueno ¿qué planes tienes a partir de ahora?

Sara: Lo primero encontrar un trabajo para largarme de allí.

Marta: ¡Oye! Porque no te vienes a vivir conmigo.

Sara: Ja ja ja. Si claro.

Marta: ¿Te parece divertido?

Sara: ¿Tú y yo viviendo juntas? Seguro que a los dos días dejábamos de ser amigas.

Marta: ¡Venga ya! Ya sé que no podemos ser más diferentes. Yo soy la divertida, simpática, graciosa…

Sara: Desordenada, loca, viva la vida…

Marta: Y tú eres la maniática de la limpieza, la compulsivamente ordenada, la cuadriculada…

Sara: Bueno, vale ya ¿no? ¿No tengo ninguna virtud?

Marta: Si, me tienes a mí como mejor amiga.

Las dos nos empezamos a reír y dos días más tarde ya estaba viviendo con ella. La verdad es que pensé que sería un infierno compartir piso con una persona tan diferente a mí, pero lo cierto es que me sentía bien marchándome de la casa de mis padres y poder pasar más tiempo con mi mejor amiga.

Unos días más tarde Marta llegó con una gran noticia.

Marta: No te lo vas a creer, te he conseguido una entrevista de trabajo.

Sara: ¿En serio?
Marta: Si, mañana tienes que estar a las 9 en el instituto que está al lado del hospital. La directora ha estado haciéndose una analítica y le he hablado de ti, así que quiere conocerte.

Era una noticia genial, no sólo era una entrevista de trabajo, si todo iba bien me permitiría retomar mi gran pasión, la docencia. Al día siguiente fui a la entrevista, estuve hablando con la directora del colegio y finalmente decidió contratarme. Al volver a casa le di la buena noticia a Marta.

Sara: Me han cogido. Empiezo mañana.

Marta: Genial. Tendremos que celebrarlo ¿no? Este viernes tengo guardia en el hospital pero el viernes de la semana que viene salimos a tomar algo a un bar nuevo del que me han hablado.

Sara: Perfecto.

Los siguientes días me centré en mi nuevo trabajo. Volver a enseñar era genial. Daba clase de educación física a tres clases de alumnos de entre 15 y 17 años. La verdad es que era un reto para mí porque hasta ese momento mis alumnos anteriores no habían tenido más de 13 años. Y los que me tocaban ahora estaba en plena pubertad con las hormonas alborotadas. 

Tenía alumnos de todo tipo, los que se implicaban en la asignatura, los que eran un poco más rebeldes y alguno algo más tímido y que pasaba más desapercibido. Pero en general estaba satisfecha con ellos, ninguno me generaba demasiados problemas. No es por ponerme medallas, pero para ellos el cambio de profesor les había motivado. Antes tenían a un hombre cincuentón entradito en carnes y ahora a una joven profesora de 30 años.

Los días fueron pasando y llegó el viernes, así que Marta y yo salimos a celebrar mi nuevo trabajo. Me llevo a un bar que una compañera de trabajo le había comentado. Al entrar y mirar a mi alrededor no pude por más que sonreír.

Sara: Me lo tenía que haber imaginado.

Marta: ¿Cómo?

Sara: A ver, ¿no íbamos a celebrar hoy mi nuevo trabajo?

Marta: A eso hemos venido ¿no?

Sara: Claro y un bar gay es la mejor opción.

Marta: Pero si este bar está muy bien, tiene buena música y sirven copas. Además, tú acabas de salir de un matrimonio y no tienes ningún interés por tener un rollo. Y yo, pues…, aquí me alegro la vista. No sé porque tanto problema no es la primera vez que vamos a un bar gay y hasta ahora nunca te habías quejado.

Sara: Si claro, pero te conozco muy bien y sé que terminaré la noche sola.

Marta: ¿Pero qué dices?

Sara: Siempre que vamos a un bar de este tipo terminas marchándote con una nueva conquista.

Marta: Yo no tengo la culpa de estar buenísima.

Empezamos a reírnos. Eso era lo que más me gustaba de mi amiga, que siempre me hacía reír. Pedimos unas copas y ella comenzó a observar el terreno, en menos de cinco minutos ya tenía su mirada clavada en una de las chicas del bar. Decidí no enfadarme y disfrutar de mi copa y del tiempo que Marta quisiera regalarme antes de probar suerte con la rubia a la que no paraba de mirar. Estuvimos un rato hablando y riendo cuando Marta me dijo:

Marta: Se que estamos celebrando tu trabajo y probablemente querrás matarme, pero hay una chica rubia que no deja de mirarme y me preguntaba…

Sara: ¿Qué no deja de mirarte? ¿Querrás decir que tú no dejas de mirarla a ella?

Marta: Bueno…

Sara: Anda ves a hablar con ella.

Marta: Muchas gracias, te lo compensaré, lo prometo.

Así que me quedé sola con mi copa. Me la terminaría tranquilamente y después volvería a casa. De repente alguien llamó mi atención.

Ana: Hola, ¿estás tan concentrada en tus cosas que ni siquiera saludas?
Levanté mi mirada, a mí lado apoyada en la barra estaba una niña muy bonita, morena con una melena larga y lisa, unos preciosos ojos azules y una sonrisa perfecta. Yo no sabía quién era.

Ana: No tienes ni idea de quién soy ¿verdad?

Sara: No, lo siento ¿debería? –Seguía mirándola y comencé a pensar que quizá era una estrategia para ligar conmigo.

Ana: Yo pensaba que después de llevar dando clase en el instituto casi dos semanas, controlarías un poco más a la gente que estamos por allí.

No dejaba de mirarla mientras repasaba a todas las chicas que trabajan en el instituto profesoras, administrativas… Nada, no tenía ni idea de quién era.

Ana: A ver si esto te ayuda más. Ana Abad. –Y mientras decía su nombre ladeo un poco la cabeza para que su pelo tapara un poco su cara, borró su sonrisa y levanto la mano, repitiendo el mismo gesto que hacía cuando yo pasaba lista al comienzo de cada clase. Entonces comprendí. Era una de mis alumnas. La niña que siempre se sentaba al fondo de clase y que nunca se relacionaba con sus compañeros. Digo niña pero en aquel momento no parecía para nada una niña.

Sara: Ah! Lo siento Ana, no te había reconocido, perdona.

Ana: Por fin.

Sara: Lo siento, es que no me imaginaba encontrar a nadie del instituto por aquí.

Ana: Si, yo tampoco esperaba encontrarte a ti en este lugar.

Sara: He venido con una amiga.

Ana: Entiendo…

Sara: No, no… Ella es mi sólo mi amiga.

Ana: Si aquí todas somos muy buenas amigas. -Dijo con tono irónico.

Sara: No en serio, sólo es mi amiga. De hecho es esa de ahí. –Dije señalando a Marta que coqueteaba descaradamente con su chica rubia.

Ana: Bueno y entonces ¿qué trae por aquí?

Sara: Pues lo cierto es que hemos venido a celebrar mi nuevo trabajo pero ya ves… -Moví mi cabeza señalando a 
Marta y poniendo cara de circunstancias.

Ana: Ya veo. Bueno, pues entonces celébralo conmigo.

Me quedé parada. No sabía que decir, era una de mis alumnas y había algo en sus ojos que hacía que no pudiera dejar de mirarlos.

Sara: No, bueno… Lo cierto es que estoy un poco cansada y me voy a marchar ya.

Ana: No, ¿cómo que te vas ya? ¿Si todavía es temprano?

Sara: Ya, bueno, es que tengo que irme.

Salí del bar. Cuando llegué a casa me tumbé en la cama. No podía dejar de pensar en lo que había pasado. No podía dejar de pensar en los ojos de aquella niña. ¿Pero por qué? ¿Qué tenía aquella mirada que no podía dejar de pensar en ella? 

Al día siguiente cuando me desperté, trate de olvidar todas mis dudas. Marta siempre me decía que le daba demasiada importancia a las cosas, así que esta vez no iba a hacer lo mismo y para no darle importancia ni siquiera se lo mencioné.

Pasó el fin de semana y volví a mis clases. A mitad de mañana me tocaba con la clase de Ana. Aunque intentaba no sentirme así, no podía evitar ponerme nerviosa, tenía miedo de volver sentir lo mismo que había ocurrido en el bar. Sin embargo, Ana seguía pasando desapercibida en el instituto. Se sentaba atrás, no hablaba con nadie, ni siquiera conmigo. Esto me tranquilizó, porque así podía concentrarme en impartir mi clase y no en las dudas que, aunque no quería aceptar, seguían allí. 

La semana pasó como cualquier otra. Pero aunque por todos los medios intentaba no pensar en aquella niña, no lo conseguía. Y me preocupaba el hecho de que no se relacionase con sus compañeros. Así, que decidí que si volvía a tener la oportunidad de hablar con ella, indagaría para ver cómo podía ayudarle.

Al llegar el viernes Marta me preguntó si quería que saliéramos a tomar algo. Le dije que sí y nos acercamos al bar del viernes anterior. Cuando entré eche un vistazo buscando a Ana pero no di con ella.

Tras una hora hablando, Marta se fue al baño. Y yo volví a echar una ojeada por si Ana había llegado. Y allí estaba ella, tomando algo con unas amigas. Cruzamos nuestras miradas, nos sonreímos, se levantó y caminó hacia mí.

Ana: ¿Buscas a alguien?

Sara: Hola, eh…no. Sólo miraba.

Ana: Yo tendría cuidado.

Sara: ¿Por qué?

Ana: Porque en este sitio si miras a alguien… - Dijo esto mientras me miraba profundamente a los ojos y se acercaba cada vez más. Empecé a ponerme nerviosa.

Sara: Eh, no… esto… 

Ana: Tranquila, si te ven hablando conmigo seguro que no se acercan. -Me guiño un ojo.- Bueno, tenemos pendiente una celebración ¿no? El otro día te fuiste muy rápido.
Pensé que esta era mi oportunidad para saber porque en clase siempre estaba tan callada y sola y porque ahora conmigo era tan diferente. 

Sara: Ok. ¿Qué quieres tomar?

Ana: Un ron con coca cola.

Sara: Quieres decir una coca cola ¿no?

Ana: No, quiero decir lo que he dicho un ron con coca cola.

Sara: Tienes 17 años y no deberías beber alcohol.

Ana: Si tú no sé lo dices a la camarera, yo tampoco. 

Y mientras decía esto me sonrió. Yo no sabía qué hacer. Si quería que hablase conmigo, tenía que ganarme su confianza. Soy consciente que la idea que tenía en la cabeza era una mala decisión, pero creo que de algún modo estaba justificada. Así, que llamé a la camarera y le pedí una coca cola y un ron con coca cola.

Ana: ¡Venga ya! Pero cómo me haces esto. Es verdad que tengo 17 años pero todos con esta edad bebemos ya.

Sara: Lo sé. ¿Pero qué harías tú en mi situación? Te recuerdo que soy tu profesora y estoy a cargo de tu educación.

Ana: Bueno, ahora mismo no eres mi profesora. Por lo menos, yo no te veo así.

Sara: Pues, deberías verme como tal. Yo a ti si te veo como mi alumna.

Ana: A lo mejor deberías abrir un poco más la mente y dejar el trabajo en el instituto ¿no?

La camarera nos sirvió las bebidas. Yo alargue mi mano y tomé el vaso de la coca cola. Ana me miró sorprendida, no sabía si tomar su copa o no. Yo sonreí y ella me devolvió la sonrisa. No sé que me estaba pasando. No era propio de mí hacer estas cosas. Si Marta pudiera verme, estaría alucinando y tomándome el pelo. Por cierto, ¿dónde estaba Marta? Hacía mucho rato que se había ido al baño y no había vuelto. Miré a mí alrededor y no me sorprendió verla hablando con una chica. Volví a retomar mi conversación con Ana.

Ana: Bueno ¿Cómo has acabado dando clase en el instituto?

Sara: Es una larga historia.

Ana: A ver, comprobaré mi agenda. –Se quedó unos segundos pensando y dijo. –Sí, ahora mismo tengo tiempo.
Sonreí. Empezaba a recordarme un poco a Marta, siempre me hacía reír. La diferencia es que con Marta nunca me había sentido como ahora me sentía con ella. Lo cierto, es que nunca me había sentido así con nadie, ni siquiera con Jorge. Retomando la pregunta de Ana, no me apetecía hablar de mi vida personal, pero si quería que ella me hablase de su vida, tendría que darle algo a cambio.

Sara: Bueno… ¿Por dónde empiezo? Pues, he estado 11 años con una persona, pero hace unos meses la cosa no iba bien, así que decidí dejarlo. Y vine aquí esperando comenzar una nueva vida.

Ana: Pues, no ha sido tan larga la historia, sólo me ha dado tiempo a dar un trago a mi copa.

Sara: La he resumido bastante para no aburrirte.

Ana: No me aburres, tranquila. Puedes recrearte con los detalles.
Sonreí de nuevo.

Sara: Pues, mi ex marido se llama Jorge. Era un chico fantástico pero la cosa no funcionó. 

Ana: ¿Marido?

Sara: Si, estaba casada.

Ana: Ya, con Jorge ¿no? -Dijo algo sorprendida.

Sara: Si, es un hombre. ¿Te sorprende?

Ana: Bueno, es que yo pensaba que viniendo a este bar…

Sara: ¿Qué era gay?

Ana: Si.

Nos quedamos un minuto en silencio. Yo no pensaba en Jorge desde hacía mucho. ¿Qué estaría haciendo ahora? ¿Habría conocido a alguien? Lo cierto, es que  deseaba que fuera feliz. La sonrisa que había tenido en mi cara mientras hablaba con Ana se tornó en melancolía. Ana se dio cuenta.

Ana: Perdona, no quería que te sintieras mal.

Sara: No, tranquila, son sólo recuerdos. Bueno, creo que ya que te he contado algo de mí, me merezco que tú me cuentes algo de ti ¿no?

Ella me miró y sonrió de nuevo. No me gustaba que me sonriera así. Ya no sólo eran sus ojos los que me ponían nerviosa, su sonrisa empezaba a tener el mismo efecto sobre mí.

Ana: Soy Ana, voy al instituto y me gusta divertirme con mis amigos.
¡Qué graciosa! pensé, y mirándola con cara de circunstancias le dije.

Sara: Creo que eso, ya lo sabía. ¿Qué tal si me cuentas algo nuevo?

Ana: Soy gay.- Y sonrió todavía más.

Sara: Eso también, lo había supuesto.

Ana: Así ¿Por qué?

Sara: Bueno, estás en este bar…

Ana: Tú también y no eres gay.

¡Ouch! Esta niña era muy lista y conseguía dejarme sin palabras. En ese mismo momento Marta volvió.

Marta: Hola, ¿me presentas a tu amiga? - Lo dijo con cierto con su característico tono sarcástico.

Sara: Marta ésta es Ana.

Marta: Encantada. ¿Os acabáis de conocer aquí en el bar?

Sara: No, nos conocemos del instituto.

Marta: ¿En serio? Los alumnos estarán encantados con unas profesoras tan jóvenes y guapas.

No era la primera vez que veía a Marta hacer eso. Sin duda, la chica con la que había estado hablando no había entrado en su juego. Y, por supuesto, ahora lo intentaba con Ana. No era de extrañar, Ana era su tipo, morena, ojos claros, y muy bonita. Cuando veía a Marta intentarlo con alguna chica siempre me hacía reír. Sus miradas, su expresión corporal y sus palabras siempre buscando un doble sentido, me hacían reír. Pero en este momento, con Ana, no me gustaba nada. ¿Pero por qué? ¿Por qué me sentía así? No tenía sentido, a mi no me gustaban las chicas, yo no era gay… ¿o sí? La respuesta de Ana mirándome y con una sonrisa encantadora me devolvió a la realidad.

Ana: Si, estoy convencida de ello. Sobre todo con la nueva profesora. 

Marta: ¿Así? Mira que bien, Sara. A lo mejor, le interesas a alguno de ellos.

Marta estaba muy divertida con la conversación y se hacía la graciosa.

Ana: Estoy segura que ya le interesa a alguien. 

Ana seguía mirándome sin quitarme los ojos de encima. Y yo cada vez estaba más nerviosa. Así, que decidí poner fin a aquella conversación.

Sara: Bueno, creo que por hoy ya está bien de fiesta. ¿Qué tal si nos vamos a casa?

Marta se dio cuenta que yo no estaba cómoda. Asintió a mi pregunta, nos despedimos de Ana y nos fuimos a casa.

Caminando hacía casa. Marta no dejaba de mirarme, yo rehuía sus ojos. Ella siempre sabía lo que pensaba sólo con mirarme. Y en ese momento no quería que descubriera lo que Ana me hacía sentir. Por lo menos no todavía, no cuando ni siquiera yo entendía mis sentimientos.

Marta: ¿Qué ha pasado en el bar?

Sara: ¿Cómo dices?

Marta: Digo que ¿qué te traes con esa chica?

Sara: No te entiendo.

Marta: A ver, Sara ¿cuánto hace que nos conocemos?

Sara: Desde que teníamos 14 años.

Marta: Vale, entonces sabes que te conozco perfectamente. Así, que dime ¿qué está pasando con esa chica? 

Sara: ¿Qué se supone que tiene que pasar?

Marta: Sabes que ella te estaba metiendo fichas ¿no?

Sara: No digas bobadas. Ella es una de mis alumnas. Sólo era amable.

Marta: ¿Tu alumna? ¿En serio? ¿Cuántas veces ha repetido curso?

Sara: Ninguna. Tiene 17 años. Además, es buena estudiante, aunque podría esforzase mucho más.

Marta: ¿17? ¿De verdad? Te aseguro que aparenta ser más mayor. Volviendo a lo de antes. Si que te mete fichas. Te recuerdo que soy la experta. Quizá, señora “recién divorciada”, estás un poco oxidada en el “arte de la seducción”. Pero te aseguro que a esa niña le gustas.
Marta hablaba bromeando pero yo la conocía demasiado para saber que en el fondo hablaba en serio. 

Sara: Y, entonces… ¿Qué puedo hacer?

Marta: ¿De verdad me preguntas eso? ¿De verdad me preguntas a mí qué puedes hacer? Está claro ¿no? Si te lo está poniendo en bandeja. Déjate llevar.

Sara: ¡Pero qué dices! Es mi alumna. No puedo hacer eso. Es menor de edad y va contra las normas.

Marta me miro algo sorprendida y con una sonrisa que casi dejo escapar una risilla. Entonces empezó a hablar pausadamente y dándole un tonillo a sus palabras que yo no conseguía descifrar.

Marta: Vale, vale, vale. Entiendo. ¿O sea qué el problema es que es tu alumna y es menor de edad?

Sara: Sí, sí, claro.

Marta: Es decir, que el que sea mujer no tiene ninguna importancia para ti ¿no?

Me helaron sus palabras. Eso quería decir… ¿qué me sentía atraída por una mujer? No podía entender que pasaba. Estaba totalmente confundida. Pero tenía que ser sincera con Marta y sobre todo conmigo misma.

Sara: Creo que me gusta. –Dije dudando.

Marta: ¿Crees que te gusta?... No, claro que no. Claramente te gusta. ¿Qué te crees que no he visto como la miras? Te conozco demasiado para saber que algo te pasa con ella. De hecho nunca te había visto así con nadie.

Sara: Y ¿qué tengo que hacer?

Marta: Creo que está claro. A ti te gusta, a ella le gustas.

Sara: Estás loca.

Marta: Si, pero quien sabe, a lo mejor es lo que has estado buscando toda la vida. 

En ese mismo momento llegamos a casa. Me metí en la cama y las palabras de Marta retumbaban en mi mente una y otra vez. “A lo mejor es lo que has estado buscando toda la vida”. Puede que tuviera razón. Hasta ahora nunca me había sentido así. Pero no sabía qué hacer, yo estaba muy confundida y el hecho de que ella fuera mi alumna y tuviera sólo 17 años no ayudaba nada.

Llegó el lunes y comenzó mi semana laboral. Estaba llena de dudas pero me moría por verla. Las horas pasaban lentas. Y por fin, llegó el momento de su clase. Cuando baje al patio, todos los alumnos de la clase ya estaban esperando. 

Y allí estaba ella. Como siempre detrás del resto. Pero esta vez me pareció que me miraba. Yo debía estar alucinando. 
Mi mente no pensaba con claridad. Ella en clase siempre estaba en su mundo y apenas prestaba atención. Pero hoy parecía diferente. Me miraba y sonreía. Así pase toda la clase, dudando si de verdad me miraba o si era producto de mi imaginación.

La semana se me hizo muy larga, mucho, tanto que pensé que no acabaría. Sólo las horas que tenía clase con Ana parecían pasar increíblemente rápido. Y por supuesto, ella me miraba o ¿no? Ya no sabía que pensar. Ya no sabía que era real y que no.

El viernes tardó en llegar pero llegó por fin. La última clase coincidía con el grupo de Ana. La clase transcurrió como el resto de la semana, con los alumnos trabajando y yo observándoles distraída con mis dudas. Cuando acabó la sesión, como ocurría cada viernes, los alumnos al oír el timbre que marca el final de las clases se marcharon sin recoger el material. Así, que me puse manos a la obra para dejar todo recogido.

Cuando entré en el almacén para ordenar el material que los alumnos habían dejado por cualquier lado, Ana me sorprendió.

Ana: ¿Haciendo horas extra? - Me asustó. Un grito se ahogó en mi garganta.

Sara: ¡Pero qué susto me has dado! Pensaba que ya nadie quedaba por aquí.

Ana: Pues te equivocas.

Sara: Entonces podías ayudarme a recoger, que en parte tú tienes la culpa de este desorden.

Ana: Si lo que quieres es que te haga compañía sólo tienes que pedirlo.

Sara: Me gusta que me hagas compañía, pero ¿qué tal si me ayudas a recoger un poco?

Ella me sonrió y se puso a echarme una mano. Yo no podía creer que le estuviese haciendo caso a Marta. Pero, en fin… Llevaba toda la semana pensando en Ana, así que no tenía nada que perder.

Ana: ¿Qué vas a hacer esta noche?

Sara: No lo sé. Todavía no he hablado con Marta.

Ana: ¿Sólo haces lo que ella dice? –Me dijo intentando picarme.

Sara: Por supuesto que no. Soy capaz de tomar mis propias decisiones

Eso tendría que hacer sonado como si estuviera muy segura de mi misma, pero soy consciente que no lo logré.

Ana: Entonces ¿Si te invito a hacer algo esta noche, me responderás o tenemos que esperar a que lo consultes con Marta?

No me gustó lo que me dijo. Yo era suficientemente capaz de tomar mis propias decisiones. Pero ella consiguió lo que pretendía al decirme aquello.

Sara: Y ¿a qué me vas a invitar?

Ana: Es una sorpresa. - Su mirada casi no me dejaba respirar. Yo me había olvidado que estábamos en el almacén del colegio. Y seguí con la conversación.

Sara: No me gustan mucho las sorpresas.

Ana: Bueno, a lo mejor te hago cambiar de opinión. Pero para eso tienes que decir que sí.

En ese momento, el conserje apareció en la puerta del almacén.

Conserje: ¿Quién anda ahí?

Sara: Soy yo. Manuel.

Conserje: Pero todavía no te has ido. Y ¿tú qué haces ahí? –Dijo esto último mirando a Ana.

Ana: Es que…

Sara: Me estaba ayudando a recoger el material. Los chicos lo han dejado todo desordenado y ella se ha ofrecido a echarme una mano.

Conserje: Bueno, pues entonces te ayudo y así acabas antes.

Sara: No hace falta, Manuel. Vete a casa, ya cierro yo.

Conserje: Bueno, como quieras. - Manuel salió por la puerta. Y Ana me miró muy divertida.

Ana: Creo que la explicación que le has dado no es la correcta.

Sara: ¿Cómo?

Ana: Yo no me ofrecido. Tú me lo has pedido. Y ¿echarte una mano? Créeme, sólo te estoy ayudando a recoger el material. Pero no me importaría echarte una mano a ti. –Esto último lo dijo muy bajito.

Sara:¿Qué has dicho?

Ana: Que sólo te estoy ayudando a recoger el material.

Sara: No, no, lo último que has dicho.

Ana: Nada, que todavía no has contestado a mi pregunta.

Sara: Esta bien iré contigo.

Ana: Perfecto. ¿Quedamos a las ocho en la puerta del bar? ¡Ah! Se me olvidaba, trae tu coche.

Definitivamente me había vuelto loca. Había quedado con ella.

Cuando llegué a casa Marta me esperaba y por lo visto había hecho planes para esa noche.

Marta: Sara, ¿salimos esta noche?

Sara: No sé. No creo, estoy un poco cansada y será mejor que me quedé en casa. Pero, oye tu puedes salir igualmente.

Marta: Pero ¿cómo es eso que estás cansada? De eso nada, esta noche te vienes conmigo.

Sara: Marta, no insistas. No puedo.

Ella se quedó mirándome. Sabía que algo pasaba. No era normal que yo no quisiera salir. 

Marta: Y ¿por qué no puedes?

Sara: Pues porque no puedo.

Marta: Eso no es una respuesta. 

Sara: ¡Está bien! Ana me ha invitado a salir.

Marta: ¡Eso es genial! Y ¿a dónde vais?

Sara: No sé, es una sorpresa, me quiere enseñar algo.

Marta: Apuesto a que sí que tiene algo que enseñarte. –Y empezó reírse mientras ponía los labios cómo si estuviera besando a alguien.

Sara: Tu siempre con lo mismo. No sé porque no te gustan los tíos, si a veces eres como ellos.

Marta me sonrió guiñándome un ojo.

La tarde fue pasando. Y cuando quedaba una hora para las ocho empecé a prepararme. Estaba muy nerviosa, no sabía que ponerme. Parada delante del armario, no sabía que sería mejor opción, un vestido en tonos claros, un pantalón de vestir con una blusa. Finalmente me decidí por unos vaqueros grises y una camisa granate. Cuando fui a salir de casa Marta me deseo suerte y me dijo que me relajara que se me notaba a leguas que estaba muy nerviosa.

Llegué a la puerta del bar a las ocho y cinco, Ana ya estaba esperándome. Se subió al coche y me besó en la mejilla. Eso no me lo esperaba y en vez de relajarme, todavía me puso más nerviosa. Era una tontería que estuviera atacada ¿qué se supone que iba a pasar?

Ana: Me has sorprendido pensaba que cambiarías de opinión y no vendrías.

Sara: Pues ya ves que estoy aquí. ¿A dónde vamos?

Arranqué y ella me fue indicando el camino. Comenzamos a hablar y decidí preguntarle algo:

Sara: ¿Por qué en clase estás tan callada y siempre tan sola? ¿No te llevas bien con tus compañeros?

Ana: ¿Puedo poner la radio?

Intentó cambiar de tema, pero yo no lo iba a permitir. Tenía esa duda desde que entre a trabajar en el instituto y no pasaría de esa noche sin que me respondiese.

Sara: No, no puedes ponerla. He aceptado tu invitación y sigo tus indicaciones sin rechistar. Creo que merezco una respuesta.

Ana: Está bien. Conozco a mis compañeros desde que éramos pequeños y antes me llevaba bien con ellos. Pero, desde el verano pasado todo cambió.

Sara: ¿Qué pasó?

Ana: Salí del armario. 

Pero como podía no haber pensado que esa era la razón.

Sara: ¿No lo aceptaron?

Ana: No, de hecho se burlaban y me insultaban. Fue muy duro el año pasado. Este año pasan un poco más de mí, pero aun así todavía a veces tengo que aguantar algún insulto.

Sara: Lo siento. Por eso eres tan diferente cuando no estás en el instituto.

Ana: Si. Creo que si no son capaces de respetarme, no merecen que los tenga en cuenta. Yo no soy como en el instituto. Si pudiera me marcharía.

Sara: Piensa que te queda menos de año y medio. Y el tiempo se pasa volando.

Ana: Si tu lo dices.

Sara: No pretendía que te sintieras mal, sólo intentaba entender porque eres tan diferente allí. 

Su expresión había cambiado a lo largo de la conversación. Se notaba que estaba muy herida con lo que había pasado. No quise profundizar más en el tema. Así, que intenté animarla.

Sara: ¿Sabes qué? Me gusta la Ana del bar. Segura de sí misma, divertida, descarada.

Ana: ¿Descarada?

Sara: Si. ¿No me importaría echarte una mano a ti? –Dije intentando imitar su voz.
Ana: Así, ¿qué no me habías oído?

Sara: Si, es que a veces me falla el oído.

Ana: Será la edad.

Sara: ¡Oye! Un respeto a tus mayores ¿no?

Ana: De todas maneras, eso no ha sido en el bar. Ha sido en el instituto.

Sara: Ya lo sé, es que esta mañana la Ana del bar ha venido a visitarme al colegio.

Las dos empezamos a reírnos. Me gustaba verla así, feliz, riéndose.

Después de una hora de viaje. Ana me dijo que ya habíamos llegado. Aparqué el coche y nos bajamos. 
Estábamos al borde de un acantilado en frente al mar con vistas a una pequeña calita. Era precioso.

Ana: ¿Bajamos?

Sara: Si, claro. Es muy bonito.

Ana: Lo sé. Es mi lugar favorito. Lo descubrí el año pasado. Me encanta venir aquí.

Sara: Pero esto está bastante lejos y no tienes coche.

Ana: Por no tener, no tengo edad ni para el carné de conducir. Así que aunque tuviera coche tampoco podría conducirlo.

Sara: Es cierto. Entonces como vienes aquí.

Ana: Normalmente, viajo en tren hasta el pueblo y de allí a esta calita, sólo hay quince minutos andando…

En ese momento llegamos a la cala  y nos sentamos en la arena. Yo miraba el mar. Estaba en calma. La luna se reflejaba en el agua. Ana continuó con lo que estaba diciendo.

Ana: Otras veces, me acerco a alguna “victima” en el bar y la seduzco para que me traiga gratis en coche.
Mientras lo decía no dejaba de mirarme y sonreír.

Sara: O sea, que soy una de tus muchas víctimas. Y a la que, además, has seducido ¿no?

Ana: ¿Ha funcionado?

Sara: Estamos aquí ¿no?

Estuvimos un rato sin hablar sólo mirando el paisaje. De repente su mano tomó la mía. No puedo explicar cómo me sentía en ese momento. Sólo sé  que nunca antes me había sentido así. De lo que sí que estaba segura es que quería estar allí con ella. Me tumbé sobre la arena y ella se recostó a mi lado.

Sara: Así, que aquí traes a tus “víctimas”, como tú dices.

Ana: Eres la primera persona que traigo aquí. Este es mi lugar, mi sitio, donde me encuentro más cómoda. Y quería compartirlo conmigo.

Sara: ¿Por qué conmigo?

Ana: Me gustas mucho.

Clavé mi mirada en sus ojos, en sus maravillosos ojos azules que no dejaban de mirarme. Acaricié su cara con mi mano. Y ella se acercó un poco más a mí. Me moría por besar esos labios. Apartó un mechón de pelo de mi cara. Y se inclinó un poco más hacia mi boca. Acercó sus labios a los míos y me besó tiernamente. Le correspondí sin separar mi boca de la suya. Y me fundí con ella en el mejor beso de mi vida.

Volvimos al coche y tras otra hora de viaje regresamos a la ciudad. Acerqué a Ana hasta su casa. Se despidió con un beso en los labios. Cuando regresé a casa Marta estaba esperándome ansiosa para que le contara lo que había pasado.

Sara: ¿Qué es lo que quieres que te diga? Si no hay nada que contar.

Marta: ¡Jo! Cuanto misterio. Antes me contabas lo que hacías con Jorge y no es que me interesase mucho. Esto me interesa más.

Sara: Está bien. Nos besamos.

Marta: Esa es mi chica. - Tuve que aguantar a Marta los siguientes días haciendo bromas de todo tipo sobre lo que había pasado.

Marta: Sara, si llego a saber que tenía alguna oportunidad lo hubiera intentado contigo hace algunos años.

Sara: Lo siento, Marta. Pero nunca has tenido una oportunidad conmigo.

Marta: ¿Cómo que no? Yo pensaba que sólo te gustaban los chicos y mira ahora, las chicas también tenemos opción.

Sara: De eso nada. Sólo Ana tiene opción.

Marta: Vaya, esto es más serio de lo que yo me pensaba. ¡Estás enamorada de ella!

Sara: Pero que dices, yo no estoy enamorada. -Pero Marta tenía razón. Estaba enamorada de Ana.

Entresemana mi vida era un infierno. Me moría por quedar con Ana y sólo podía verla en clase. Donde, por supuesto, era una alumna más. Con la diferencia que ahora ella no dejaba de mirarme y me sonreía furtivamente, lo que hacía que no pudiera concentrarme en mi trabajo. Los fines de semana quedábamos en el bar y al final siempre nos íbamos para poder estar a solas. Era mi alumna y yo su profesora, nadie podía saber que nos estábamos viendo, y mucho menos besarnos. Si eso ocurría acabaría mi carrera como maestra.

Pasaron un par de semanas. Marta tenía guardia en el hospital todo el fin de semana. Así que tenía la casa para mí sola. Decidí invitar a Ana a cenar. Me gustaba mucho cocinar y en palabras de Marta “Eres una gran cocinera, mi dieta a mejorado bastante desde que vives conmigo”. Preparé unos tagliatelle a la carbonara, mi plato estrella y esperé a que llegará. Sonó el timbre de la puerta.

Sara: Pasa.

Ana: Hola. He traído un poco de vino.

Sara: ¿Pero de dónde lo has sacado? No me puedo creer que te lo hayan vendido en una tienda. Lo de la mayoría de edad no lo cumplen en ningún sitio ¿no?

Ana: Se la he “robado” a mi padre.

Sara: ¡Ah! Entonces mucho mejor. –Dije sarcásticamente. 

Ana: Es vino blanco que a mi padre no le gusta y tiene un montón de botellas. Seguro que no se da ni cuenta. 
Además, es la única opción que tengo para emborracharte.

Sara: No creo que te haga falta emborracharme.

Me miro sonriendo. Mi afirmación había sido todo una declaración de intenciones y a ella no le había pasado desapercibida. Empezamos a cenar los tagliatelle carbonara acompañado por el vino blanco de Ana. 
Cuando acabamos nos sentamos en el sofá con las copas de vino, con la clara intención de terminar la botella. 
Pusimos una película que Ana había traído. No puedo decir que película era ni de que iba, porque yo no dejaba de mirarla.

Ana: Sabes que la peli está ahí delante, en la tele ¿no?


Sara: Ya, pero es que no me interesa mucho.
Me miró, me quitó la copa de vino de la mano y se acercó un poco más a mí. Su boca se fue acercando poco a poco a la mía. Intenté besarla pero se apartó. Me sonrió. Me besó en la mejilla y fue bajando poco a poco hasta la comisura de mi boca. Sus manos sujetaban las mías, que intentaban zafarse para poder tomar su cabeza y poder besarla. Se sentó a horcajadas sobre mis piernas y continuó besándome dulcemente por toda la cara llegando a la comisura de mis labios pero sin besarlos. Mi deseo porque me besará crecía y crecía cada vez más. Conseguí soltar mis manos de las suyas y por fin pude besar sus labios. La agarré por la cintura y la tumbé en el sofá. Intercambiamos los papeles, en esta ocasión era yo la que besaba. Besé cada centímetro de su cuello. Su respiración se iba acelerando poco a poco. Buscó con su boca mi boca que se encontraron en un apasionado beso que parecía no acabar nunca.

Con sus mano en mi cintura, empezó a quitarme la camiseta hasta que está salió por mi cabeza. Sus manos recorrían mi espalda subiendo hacia el sujetador. Cuando llegó a él lo desabrochó sin dejar de besarme. Se desprendió de él dejando mi torso al descubierto. Se incorporó y sin dejar de besarme me tumbó sobre el sofá. 
Comenzó a besar cada centímetro de mi piel. Bajaba despacio por mi cuello, cubriéndolo de besos húmedos que aceleraban mi pulso y mi respiración. Llegó a mis pechos y se recreo en ellos besándolos y acariciándolos con sus manos. Me estremecí de placer. Siguió con su descenso plagado de besos hasta llegar al pantalón que me quitó lentamente. No sé cómo, pero sabía donde tocar y como hacerlo hasta que me llevó al mejor placer que nunca antes había sentido. Besó de nuevo mis labios. Seguimos amándonos toda la noche.

Durante la semana se me hacía muy difícil ver a Ana en clase y no poder hablar con ella. Pero teníamos que guardar las apariencias. Los fines de semana, al principio quedábamos en mi casa o nos íbamos a algún sitio donde nadie nos pudiera ver. Pero según fueron pasando los meses, los encuentros en mi casa y a escondidas se nos hacían cada vez más difíciles.

Un viernes cuando se acabaron las clases y yo estaba en el almacén del colegio terminando de recoger el material, 
Ana se asomó al almacén. Me miró y se fue acercando poco a poco hasta que me abrazó por la espalda.

Ana: Hola. Te echo de menos.

Sara: Aquí, no. Sabes que si alguien nos ve, estoy perdida.

Ana: Y ¿Quien nos va a ver aquí dentro?

Empezó a besarme. Yo intenté apartarla, pero mis ganas de besarla podían con mi miedo a ser descubiertas. Siguió besándome y besándome. Empezó a subir la temperatura. Sus manos empezaron a subir por debajo de la camiseta hacia mis pechos mientras me besaba el cuello. Me empujó contra una jaula de material. El contacto de mi espalda con el frío metal me devolvió a la realidad. 

Sara: Para, para, para. Sabes que aquí no.

Ana: Venga, pero si no hay nadie.

Sara: Sabes que no puede ser y no insistas. 

Mis palabras sonaron muy duras. Pero era la única manera de que ella lo dejara. Ana se marchó enfadada del almacén y salió al patio del instituto. Yo me arreglé un poco la ropa y salí corriendo detrás de ella. Le agarré del brazo mientras la llamaba. 

Sara: ¡Ana! Espera un momento por favor. ¿Quieres que nos pillen o qué?

Ana: Claro que no.

Sara: Pues no lo parece. Si nos pillan se acabará lo nuestro.

Se marchó sin decir nada. Hasta ahora siempre había tenido un comportamiento mucho más maduro que las chicas de su edad, pero en este momento se comportaba como una niña. Pensé en dejarle un tiempo para estar sola y que se le pasase el enfado. La llamé por teléfono por la noche. Parecía algo más dispuesta a hablar conmigo. Intente explicarle de nuevo que en el instituto las cosas tenían que ser diferentes. Seguía sin entenderlo, pero como no quería que se volviera a enfadar cambie de tema. 
Quede con ella para tomar algo y olvidarnos de lo que había pasado.
El lunes volvimos a la rutina, yo a mi trabajo y ella a sus estudios, dos ocupaciones totalmente diferentes pero bajo el mismo techo. Al llegar al instituto la directora se acercó a mí.

Directora: Buenos días, en la hora del recreo me gustaría que vinieras a mi despacho tengo que hablar contigo.

Sara: De acuerdo. - Me pillo por sorpresa no sabía porque requería mi presencia. Así que empecé a ponerme nerviosa. A la hora acordada acudí a su despacho.

Sara: ¿Puedo pasar?

Directora: Adelante y cierra la puerta.

La cosa se ponía fea. Tenía que ser algo malo si la puerta tenía que estar cerrada.

Directora: Te he llamado para informarte del reglamento del centro. Las relaciones entre profesores y alumnos están limitadas a sus respectivos roles de docente y estudiante. Espero que esto lo tengas muy claro.

Sara:Si, claro.

Directora: Me alegro, porque estás haciendo un gran trabajo con los alumnos y no me gustaría tener que despedirte por motivos ajenos a tu desempeño laboral.

Sara: No entiendo. –Lo entendía perfectamente, lo que no sabía es cómo se había enterado.

Directora: Prefiero que te limites a escuchar y no digas nada, porque no quiero que me mientas.

Sara: No, si yo…

Directora: Hazme caso, limítate a escuchar. Esto sólo es una advertencia. El viernes observe una escena curiosa en el patio al finalizar las clases. Fue algo que me llamó la atención.
¡Maldita sea! Pensé. Nos vio el viernes. La directora prosiguió:

Directora: Me pareció ver que una alumna del centro menor de edad, por cierto, salió bastante… ¿Cómo podría decirlo? ¿Enfada? ¿Acalorada? Y me pareció ver que tras ella una profesora salía a buscarla. La verdad es que no sé, porque claro desde aquí arriba, desde mi ventana a lo mejor pareció algo que no era. Pero yo juraría que entre ellas había algo más que la relación profesor-alumno. Parecía que discutían sobre algo ajeno al centro. No sé ¿tú qué piensas?

Me limite a mirarla si decir nada. Estaba jodida. La directora no había visto nada, pero sabía lo que ocurría y si quería podía despedirme inmediatamente.

Directora: Ya, bueno, no sé. Yo creo que me pareció eso, pero que en realidad a lo mejor, las dos estaban en una tutoría para resolver alguna duda que la alumna tenía sobre un contenido de la asignatura. ¿Verdad?

Sara: Si, yo creo que tuvo que ser algo así.

Directora: Muy bien. Pues ahora que ha quedado todo claro, espero que esas tutorías se acaben inmediatamente y las dudas se resuelvan en el horario asignado para ellas y en la sala de profesores.

Sara: Si, claro. Seguro que no se vuelve a repetir.

Salí del despacho de la directora visiblemente afectada por la noticia. Me encontraba entre la espada y la pared. Me moría por seguir con Ana, pero ya había renunciado una vez a mi trabajo y no volvería a hacerlo.

El resto de la semana estuve evitando a Ana constantemente. Cuando la veía por los pasillos del instituto, me daba la vuelta y me iba por otro pasillo. Cuando me llamaba por teléfono no se lo cogía. Ella se dio cuenta de que algo no iba bien y se presentó en mi casa una noche.

Sara: ¿Pero qué haces aquí a estas horas? Si tus padres se enteran te matarán.

Ana: No me coges el teléfono, no respondes a mis mensajes, llevas toda la semana evitándome. Tenía que verte. ¿Qué está pasando?

Sara: La directora nos vio el viernes pasado discutir en el patio después de lo del almacén.

Ana: ¿Y qué? ¿Sólo nos vio discutir? Eso no quiere decir nada.

Sara: Me llamó el lunes a su despacho y sabe que hay algo entre nosotras.

Ana: Pero ¿puede demostrarlo?

Sara: ¿Qué más da si puede demostrarlo o no? Lo importante es que me ha dado un ultimátum, o se acaba mi relación contigo o me echa del instituto.

Ana: Pues que te eche, lo importante es que estemos juntas ¿no?

Sara: No es tan fácil, si me echa tiene que justificar mi despido y mantener una relación con un menor de edad es delito. No puedo dejar que eso pase, no podría dar clase nunca más y nosotras tampoco podríamos estar juntas.

Ana: ¡Pues mándala a la mierda!

Sara: No hables así. Llevo toda la semana pensando cómo puedo solucionar esto y no veo la salida. He estado evitándote porque esto me supera y no sé cómo manejarlo.
Las dos nos quedamos calladas. No sabría cómo definir su mirada, estaba entre enfada y decepcionada. Ella sabía perfectamente lo que yo le iba a decir a continuación.

Sara: Lo he estado pensado y creo que lo mejor es que lo dejemos.

Ana: No.

Sara: Ana necesito que seas lo suficiente adulta para entenderlo.

Ana: No, no y no. ¿Ahora me pides que sea adulta? ¿Me dejas y me pides que sea adulta? ¿Por qué?
Sus palabras entre sollozos sonaban demoledoras para mí.

Sara: Necesito este trabajo y te necesito a ti. Pero entiendo que no puedo tener las dos cosas. Tengo que elegir.

Ana: Y eliges el trabajo… Te odio.

Tras estas palabras se marchó. Me sentía destrozada. No quería que esto pasase, por eso había estado evitándola. Sé que mi decisión no fue justa para ella. Sé que fui muy egoísta anteponiendo mi trabajo a ella, ¿pero qué otra cosa podía hacer? 

Marta salió de su habitación y me dijo:

Marta: Es lo que tenías que hacer. Ahora ella necesita tiempo. El dolor siempre se calma con el tiempo.

Me eché a llorar. No podía creer que ella estuviera sufriendo por mí. Yo, que no había querido dejar a Jorge por miedo a hacerle daño, ahora estaba aquí destrozando el corazón de la primera persona que había amado de verdad.

Las semanas fueron pasando. Ana intentó hablar conmigo. Las únicas palabras que consiguió arrancar de mi boca fueron que era mejor que no habláramos, era mejor que cada una se fuera por su lado. 

Las clases siguieron su curso y unos meses más tarde. Encontré un sobre en mi casillero del instituto. Era una carta de Ana. Me decía que lo que sentía por mí no iba a cambiar porque yo antepusiera mi trabajo. Y que quería, necesitaba hablar conmigo. Me decía que esperaría a la puerta de mi casa cada viernes hasta que yo me dignase a salir y hablar con ella. Que a ella, los demás le daban igual. Sólo quería estar conmigo.

Ella cumplió lo escrito en la carta y cada viernes aquí está, sentada enfrente de mi casa, esperando para hablar conmigo. Yo me asomo a mi ventana. Y nos miramos. Y seguimos mirándonos. Pero yo nunca bajo. Me muero por bajar y decirle que la quiero. Pero no puedo, de verdad que no puedo. Me quedo quieta en mi ventana. Sin poder apartar mi mirada de la suya. Pero no bajo. Algún día bajaré. Si, algún día lo haré. Cuando ella deje el instituto y sea mayor de edad. Aunque, quizás, entonces sea tarde.


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9 comentarios:

  1. me encantó Marta! la mejor

    Josefa
    Arg

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  2. por el amor de jesucristoo debes continuarloo:O:O si alguna vez lees esto escribeme a ff...deje aqui mi perfil...espero salga sino soy romii agron...
    esta muy buena la historia de verdad deberias continuarla...o si lo hiciste me cuentas donde para buscar el link:) saludos.

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    Respuestas
    1. Concuerdo contigo Romii, ésta historia tiene que aportar aún más todavía; si se diera una continuación o una lista de capítulos extra, no vendrían nada mal, aclarando, con final feliz...jejeje

      Saludos desde México.
      Lidia Z. :)

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  3. que fuerte....espero que esa maravillosa relación que tuviste hasta ahora todavía continúe...si es real....baaa....de lo unic qu eme he dado cuenta en todas las historias que he leído en este maravilloso blog, es que no nada mas bello y delicioso que un beso de una mujer...muero por uno de esos....

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  4. Pooooor favor que continue la historia me encanto!!

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  5. Siiiiii que continue por faaaa esta muy buena y me dejó con la intriga que es lo peor y si ana lo tiene que entender eso le afecta en lo laboral a sara por fa continuaaa si ???RO ARGENTINA

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  6. Sara, debo decirte que me encanto la forma en la que narras esta historia, los personajes realmente tienen personalidad, y lfluye muy bien, ojala dejes por aqui un poco mas de este talento tuyo y veamos el desenlace de esta fantastica historia, muchos saludos.

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