Esperamos tu historia corta o larga... Enviar a Latetafeliz@gmail.com Por falta de tiempo, no corrijo las historias, solo las público. NO ME HAGO CARGO DE LOS HORRORES DE ORTOGRAFÍA... JJ

Amor en Peligro - Adaptaciones (Parte3)



CAPÍTULO 05


Caroline entró en el asfixiante club y frunció la nariz asqueada. El ambiente estaba muy cargado y apestaba a una mezcla de sudor, miedo y desesperación.
¿Por qué habría frecuentado Julie aquel antro en las últimas semanas? Eso era lo que esperaba averiguar con su visita. Aunque un simple vistazo a aquel repulsivo hervidero de humanidad y el pensamiento de que tendría que interrogar a los parroquianos hizo que empezara a sudar.
Intentó controlar los nervios y concentrarse en su tarea. Lo había hecho infinidad de veces sin dudarlo. Era una parte importante en cualquier investigación, así que tendría que olvidarse de sus sentimientos y pensar en la seguridad de Julie. Que ella supiera, podía estar allí en aquellos momentos.


Suspiró y se obligó a mezclarse con la gente. Aunque Westfield estuviera allí, no le preocupaba que ni ella ni nadie pudieran reconocerla. Había completado su disfraz dentro del carruaje, igual que tantas otras veces. Esa noche se había puesto un vestido viejo, desgastado a causa de los numerosos lavados, y lleno de remiendos. No se parecía en nada al brillante atuendo que había llevado en el baile de unas horas antes.
Se había hecho un recogido muy tirante y después se había colocado encima una peluca de rizos pelirrojos. Era tan llamativa que la gente se fijaría más en su pelo que en su rostro.
Y quienes tuvieran deseos de mirarle la cara, con toda probabilidad antes se sentirían atraídos por el escote del vestido. Se había levantado el busto lo máximo posible bajo el corpiño. Estaba segura de que nadie la reconocería. Parecía cualquiera de las cientos de mujeres maquilladas que recorrían los salones en busca de hombres con mala facha. Esos hombres buscaban la suerte en forma de mujer o bien la posibilidad de ahogar la mala suerte en su carne. Ella no aceptaría ninguna oferta, por supuesto, pero el disfraz cumpliría su función.
La ayudaría a mezclarse entre la masa de borrachos, lo que le daría la oportunidad de buscar a Julie y preguntar por ella a los presentes al mismo tiempo.
Y, si no, el cuchillo que llevaba ceñido al muslo cumpliría su función.
Con un estremecimiento, recorrió los pálidos y desesperados semblantes que la rodeaban, las muecas de engreimiento de los que ganaban y el terror desquiciado de los que iban perdiendo. No era capaz de encajar a Westfield en ninguna de esas dos categorías.
No quería hacerlo.
Se puso de puntillas sobre las desgastadas zapatillas que calzaba y escudriñó la estancia. Dio un respingo al oír un áspero grito y miró hacia el rincón del que procedía. Dos hombres estaban enzarzados en una agria discusión hasta el punto de que habían llegado a las manos mientras sus amigos trataban de separarlos.
Concentrada en hacer apaciguar su corazón, continuó examinando los alrededores y vio a una mujer con más maquillaje aún que ella. Estaba junto a un caballero de tez pálida que temblaba con tanta virulencia que casi no podía sujetar las cartas, y, cuando no miraba, ella le robaba el dinero.
Caroline se volvió hacia la izquierda, de vuelta hacia la entrada principal, y trastabilló al chocar con unos cuantos hombres que probablemente la hubieran empujado adrede para robarle cualquier cosa de valor que llevara en los bolsillos. Los rodeó y se quedó inmóvil. Todos sus miedos se esfumaron en un segundo. Allí estaba Julie Ashbury, de pie en la puerta de entrada, como el sol en medio de una noche oscura y peligrosa. Al igual que ella también se había disfrazado de hombre. Julie nunca la hubiera reconocido, de no haber sido por el electrizante color azul de sus ojos. Podría haber miles de ojos azules, pero ninguno como el de la alta morena y no importaba como fuera vestida para Caroline su numero de identificación eran esos increíbles iris azules que siempre la dejaban fuera de lugar. Le sacaba una cabeza a la mayoría de los hombres presentes y el abrigo se le ciñó al cuerpo cuando echó los anchos hombros hacia atrás. Sus fríos ojos azules escudriñaban la estancia con precisión y parecían memorizar todos los detalles. Había algo en su expresión, indescifrable y peligrosa.
Caroline sintió que se le caía el alma a los pies. Se acababa de dar cuenta de que confiaba en que la información que le habían dado fuera falsa. Alguna parte de sí misma no deseaba que Julie desperdiciara su tiempo en aquel agujero de ruina y perdición.
Negó con la cabeza. No permitiría que sus absurdas emociones gobernaran sus actos ni su investigación. Westfield estaba allí. Así que en vez de lamentarlo, debía alegrarse. Su presencia le daría oportunidad de observar su comportamiento y protegerla.
Se quedó mirando cómo escudriñaba detenidamente todo lo que lo rodeaba. Estaba buscando a alguien. Pero ¿a quién? ¿A un compañero de juego? ¿A un delincuente?
A una mujer tal vez, aunque sintió un nudo en la garganta ante la sola idea.
De pronto, su fría mirada reparó en ella. Caroline tragó con dificultad mientras trataba de componer un gesto sensual que no traicionara su verdadera identidad y respaldara su tapadera de mujer de la calle en busca de un cliente.
Los ojos de Westfield se demoraron en ella un poco más que en el resto. Pero cuando parecía que el corazón de Caroline fuera a explotarle en el pecho, ella apartó la mirada sin dar señales de que la hubiera reconocido, y continuó con su escrutinio. Ella soltó el aire que había estado conteniendo sin darse cuenta y sus músculos se relajaron. No la había reconocido.
Eso estaba bien, pero por alguna razón se sintió... decepcionada.
—Ridículo —masculló mientras tiraba del dobladillo de su vestido, que un borracho le estaba pisando.
¿Por qué iba a reconocerla? No había una relación especial entre ellas, pese a las veces que se habían visto últimamente. Y ella era una maestra del disfraz. Ésa era una parte de su entrenamiento de la que no dudaba. Nadie, ni siquiera Ana o Meredith, la había reconocido si Caroline se había propuesto que no lo hicieran. ¿Por qué iba Westfield, que no era más que una condesa mimada que se había encaprichado de forma pasajera de ella, a descubrir la verdad cuando ni siquiera dos agentes de la Corona especialmente entrenados lo había logrado?
Levantó la vista de su vestido manchado, esperando ver a Julie moviéndose entre la gente o buscando una mesa a la que sentarse para jugar unas manos, pero para su sorpresa, se había desvanecido.
Echó a correr, atónita, mirando a un lado y a otro. ¿Cómo podía haber desaparecido? Estaba en la puerta y de pronto... ¡nada! El pánico se apoderó de ella mientras se iba abriendo paso entre la gente para tener una mejor perspectiva del lugar, para buscar un sitio desde donde pudiera ver mejor.
¿Qué clase de espía perdía a su objetivo así de rápido? Y más aún cuando el objetivo era Julie Ashbury, que destacaba por encima de todos. Le daban ganas de darse de cabezazos contra la pared por haber sido tan estúpida y no haberla vigilada con más cuidado.
Estiró el cuello y escrutó la estancia de nuevo. Estaba a punto de darse por vencida cuando la vio. Se estaba yendo en dirección a una galería que conducía a las habitaciones traseras del local. El corazón le dio un vuelco. Todo el mundo sabía que los negocios más turbios tenían lugar en aquellos corredores. Muchos ataques se habían producido asimismo en ellos. Muchos hombres habían perdido en ellos sus fortunas, y otros la vida.
El terror compulsivo que se había apoderado de ella al entrar en el salón se desvaneció del todo cuando empezó a abrirse paso a codazos entre la gente, empujando a los jugadores e ignorando las airadas protestas de una fulana cuando pasó entre ella y el hombre al que trataba de seducir para esa noche. Apenas oía los comentarios lascivos de los caballeros que buscaban su propia noche de placer. Lo único que le importaba era alcanzar a Julie y evitar que sufriera cualquier daño con que pudiera tropezarse en el camino sin darse cuenta.
Al final, llegó a la galería donde la había perdido de vista y se metió en el oscuro y vacío corredor.
Tuvo que contener un grito de frustración. Había desaparecido por segunda vez. El lugar estaba formado por un laberinto de pasillos mal iluminados con unos pocos faroles de luz mortecina colgados de rudimentarias abrazaderas en las paredes. Mientras ella avanzaba con dificultad entre el gentío, Julie se había esfumado de nuevo. Podía haberse metido en cualquiera de aquellos pasillos. O bien haber subido a la siguiente planta. Podía haberse dado de bruces con un millar de peligros, o estar muerta en aquel mismo instante.
Caroline sintió náuseas. Estaba fracasando en su labor de protegerla.
No. ¡No! No se rendiría. Tenía que encontrarla, eso significaba registrar las habitaciones. Avanzó en la oscuridad, comprobando que cada rincón y entrada a los muchos cuartos que se alineaban a lo largo del corredor estuvieran despejados. Pegó la oreja a la primera puerta, confiando en oír su seductora voz, aunque fuera susurrándole algo a una de aquellas fulanas, porque eso significaría que estaba viva. Que quienquiera que la estuviera amenazando no habría dado con Julie esa noche y no le había arrebatado la vida antes de que ella pudiera averiguar la naturaleza de lo que la acechaba.
Pero Westfield no estaba allí. Ni tras la puerta siguiente, ni la otra. Caroline continuó pasillo adelante, aguzando el oído para captar algún sonido de ella, algún signo de pelea. Cada vez que se paraba delante de una puerta, la preocupación por su propia seguridad pasaba a un segundo plano. Se sentía casi como la antigua Caroline, como si hubiera acallado temporalmente el pánico con el que había convivido los últimos seis meses.
Al final del corredor se encontró con una bifurcación. Podía ir hacia la derecha y entrar en otro pasillo con múltiples puertas, o bien hacia la izquierda, que conducía a una única puerta.
—Lo fácil primero —susurró, a medida que avanzaba en silencio por el desierto pasillo hasta aquella puerta solitaria. Conforme se iba acercando, se dio cuenta de que una línea de luz procedente del interior se colaba por debajo y oyó murmullo de voces, aunque no logró entender qué decían.
Se acercó un poco más sin hacer ruido. La ansiedad la estaba volviendo loca. Se agachó y espió a través de una pequeña rendija.
Dentro había tres hombres. Uno estaba sentado, de espaldas a la puerta. El segundo permanecía de pie junto a éste, haciendo muchos aspavientos, pero Caroline no podría decir de qué se trataba, debido a la restringida área de visión de que disponía. Parecía como si estuviera... dándole de comer, aunque tal vez no era una hipótesis demasiado lógica.
El tercer hombre estaba de pie junto a la chimenea, y Caroline lo reconoció al instante. Cullen Leary, un irlandés que empezó boxeando por dinero, pero hacía tiempo que se había convertido en un mercenario. Trabajaba para el mejor postor y era conocido por el placer que le producía provocar la crueldad y la muerte. En esos momentos, bien se lo podía considerar el criminal más peligroso de Londres.
Se quedó paralizada al verlo y el pánico se apoderó de ella de inmediato. Hasta el momento, sólo había visto toscos dibujos a carboncillo del boxeador, pero era más aterrador en persona.
Era tan alto como Julie, pero aún más corpulento. Mientras que Julie era esbelta y atlética, Leary era un tipo fornido, con músculos por todas partes. Y la cicatriz que le atravesaba el rostro, desde debajo del ojo derecho hasta terminar en la comisura izquierda de la boca, hablaba por sí misma de la violencia en medio de la cual vivía aquel hombre. Nadie estaba muy seguro de cómo se la habían hecho, pero las versiones que corrían eran a cada cual peor.
Caroline sintió la perentoria necesidad de salir huyendo. De olvidar su entrenamiento, ignorar lo que le decía su instinto y marcharse de allí. Pero apretó los puños a lo largo de los costados y se esforzó por contrarrestar el miedo. Algo se estaba cociendo allí dentro, y era su obligación averiguar de qué se trataba.
Se inclinó de nuevo hacia la puerta, no sin esfuerzo. ¿Qué demonios estaba haciendo Leary allí? Los delitos que se le atribuían y los contactos que se le conocían era viles e infames y las autoridades querían su cabeza, por lo que no solía dejarse ver en público. Sin embargo, allí estaba, en El Poni Azul, apoyado contra la repisa de una gastada chimenea como si fuera el rey de los bajos fondos.
Contuvo el aliento mientras dejaba a un lado los sentimientos y empujaba la puerta con mano temblorosa un poco más. Tenía que ver quiénes eran los otros dos hombres para hacerse una idea mejor de lo que podía estar tramando Leary, porque su instinto le decía que se había topado con algo mucho más grave que las amenazas que pesaban sobre Julie. Un caso de verdad, no un pretexto para mantenerla ocupada porque sus amigos la consideraban incapaz de hacer su trabajo.
Tras un último vistazo a Leary, miró a los otros dos. El que estaba de pie no estaba dando de comer al tercero, como le había parecido en un primer momento, sino aplicándole algún tipo de maquillaje. Sus músculos se tensaron mientras observaba. No lograba entender qué significaba lo que estaba viendo.
Al final, el que estaba sentado se levantó y se dio la vuelta muy despacio. Caroline dio un brinco hacia atrás y se cubrió la boca para ahogar el grito de sorpresa que escapó de sus labios. Su rostro era idéntico al del príncipe regente. De no ser porque aquel hombre era más delgado, habría creído que era él.
El asistente del falso príncipe le colocó una voluminosa prenda de algún tipo por encima de los hombros y comenzó a atársela a la espalda. Con ella, el impostor parecía más grande y blando, más parecido a Jorge VI. Era un disfraz perfecto. Y, de repente, todas las piezas encajaron dentro de la cabeza de Caroline.
Sin querer, acababa de descubrir una conspiración para atentar contra el regente.
—¡Eh!
Leary se apartó de la chimenea y lanzó el vaso que tenía en la mano contra la puerta, contra ella. Caroline lo esquivó por los pelos y éste se hizo añicos contra la pared que tenía detrás, inundándola con una lluvia de cristalitos.
No pudo reprimir un grito. Se había quedado helada. Todo lo que le habían enseñado se le olvidó al recordar con asombrosa viveza la noche en que le dispararon.
Hasta que la áspera voz de Leary resonó en la neblina de sus recuerdos.
—¡La puta lo ha visto! ¡Cogedla!
Caroline tuvo que luchar contra el deseo de acurrucarse en un rincón. Tenía que correr. Rodó sobre sí misma, se puso en pie y echó a correr pasillo abajo a toda la velocidad que le permitían las piernas.

 Julie bebió un sorbo del whisky barato que le habían servido y soltó una imprecación. El sabor era pésimo, pero lo peor era la frustración.
Sabía que el carruaje que había visto dar la vuelta delante de El Poni Azul era el de Caroline. ¡Estaba segura! Pero había registrado todo el establecimiento, desde las bodegas hasta el último piso, sin encontrar rastro de ella. Había preguntado incluso a alguno de sus contactos de confianza, pero ninguno había visto a ninguna mujer que encajara con su descripción.
¿Dónde se habría metido? ¿Habría enviado el carruaje vacío hasta allí cuando su cochero y ella la perdieron momentáneamente en su persecución? ¿Y si no había llegado a entrar en El Poni Azul, sino que se encontraba en alguno de los otros desvencijados edificios de la zona?
No había manera de saberlo. Lo único que podía hacer era sentarse como una idiota en el club de juego y beber un whisky horrible. Se levantó, dejó unas cuantas monedas en la barra, se dio la vuelta y se dirigió a la salida. No tenía sentido seguir allí. Caroline no estaba. Tendría que regresar a su casa y comprobar si había vuelto. Después, ya se le ocurriría alguna forma de enterarse de adónde demonios había ido.
Había dado dos pasos en dirección a la puerta cuando llegó una mujer corriendo a toda velocidad. Venía de la galería de atrás y sorteó a la clientela, menos densa a esa hora, con una asombrosa demostración de agilidad y destreza. Julie dio un paso hacia ella, impulsada por el instinto, observándola mientras ella miraba hacia atrás por encima del hombro. Siguió la dirección de su mirada y vio a dos hombres que salían de la misma galería, persiguiéndola, lanzando imprecaciones y agitando los brazos.
Las peleas y los tiroteos eran algo común en El Poni Azul. La mayoría de los parroquianos ni siquiera levantaron la vista de su vaso mientras la mujer atravesaba el salón como alma que lleva el diablo.
Cuando Julie vio quién era el hombre que la perseguía, se dio cuenta de que lo del diablo era casi literal: Cullen Leary.
Sintió que la sangre se le helaba en las venas al ver aquella inmensa mole que avanzaba destrozándolo todo a su paso. Parecía un monstruo salido de una pesadilla.
Hacía casi un año que habían coincidido por última vez, en aquella horrible y lúgubre noche que se esforzaba por olvidar. El rostro de Leary y otras imágenes que le revolvían el estómago invadían sus sueños desde entonces.
Y ahora allí estaba, persiguiendo a una mujer con el propósito de asesinarla tan claro en su cara como la cicatriz que se la atravesaba. Julie no se lo pensó dos veces. Sencillamente, se interpuso en el camino de la mujer y ésta chocó contra su torso. La miró con unos ojos verdes como el mar... y un algo que le resultaba familiar, aunque estaba segura de no haber visto a aquella pelirroja en toda su vida.
Ella agachó la cabeza, evitando su mirada.
—¡Milady, por favor, tiene que ayudarme! ¿Me librará de esos brutos?
Julie tuvo la seguridad de que no la conocía de nada. Sin duda se acordaría de alguien con aquella voz ronca de acento tan marcado que parecía penetrar en su pecho y clavársele en ella. Pero lo que la sorprendió increíblemente fue que a pesar del disfraz utilizado para entrar al Poni Azul sin problemas, no había servido de nada por que la mujer la había reconocido, y ahora sabía que no era un hombre, sino una mujer en traje de hombre. Estaba segura que debido a su “profesión” trataba con todo tipo de clientes. Julie iba a preguntar algo, cuando la mujer más pequeña la interrumpió…
—Por favor, sáqueme de aquí.
En cualquier otro momento, Julie habría sospechado que se trataba de un truco para robarle la cartera. Había visto a alguna que otra mujer ponerlo en práctica en plena calle. Fingían estar en peligro para aprovecharse de sus rescatadores. Pero dado que era Leary quien la perseguía, con aviesas intenciones, optó por creer por una vez que aquella chica corría peligro de verdad. Y además por supuesto que ya había descubierto que escondía bajo el traje de hombre.
—Te ayudaré, muchacha —contestó, escudándola con su cuerpo.
Ella se sujetó a su codo con una fuerza sorprendente y tiró de ella.
—Entonces ¡vamos! ¡Podemos escapar si salimos de aquí ahora mismo!
Julie sonrió mientras agarraba el taburete más cercano y lo blandía ante sí. No tenía la menor intención de huir. Esa noche no. Su mirada se encontró con la de Leary y una mueca de desprecio levantó un poco el labio desfigurado de éste.
—¿Te gusta perseguir a las mujeres, cobarde? —gruñó Julie, cargando con el taburete sobre ella—. ¿Por qué no te metes con alguien de tu tamaño?

CAPÍTULO 06

Caroline observaba horrorizada mientras Westfield levantaba el pesado taburete por encima de la cabeza y lo aplastaba en los hombros de Cullen Leary, cubriéndolo de astillas, pero aquella mole se limitó a soltar un gruñido. Su rostro apenas evidenciaba que le hubiera hecho daño.
Eso no pareció desalentar a Julie, que lanzó el brazo hacia atrás para coger impulso y le soltó un poderoso gancho de derecha. Para sorpresa de Caroline, el puñetazo hizo que Leary retrocediera dando tumbos, lo cual arrancó vítores a la clientela, desentendida al fin de sus cartas para observar al “tipo” pelear con el famoso luchador que lo debleteaba en cuerpo y a simple vista ya se sabía el ganador.
¿En qué demonios estaba pensando Westfield? Leary era una bestia, un monstruo que había matado a dos hombres en el ring y sabría Dios a cuántos fuera de él. Ella debía de saberlo si frecuentaba locales como El Poni Azul, aunque no supiera el tipo de criminal que era. ¿Es que le gustaba jugar con la muerte?
Eso parecía, porque en ese momento le lanzó otro puñetazo. Esta vez, Leary estaba preparado, con las rodillas flexionadas, agachándose y meciéndose. Esquivó el golpe y respondió con otro. Julie lo esquivó con la pericia de un luchador bien entrenado, pero no logró evitar que el boxeador le rozara las costillas con los nudillos, lo que bastó para mandarla dando tumbos hacia atrás, sobre ella.
Aquélla era su oportunidad. Tenía que sacar a Westfield de allí antes de que la mataran. Antes de que Leary se acordara de que a quien perseguía era a ella. Si la cogía, desvelaría su identidad... y ése sería el menor de sus problemas.
—¡Por favor, señorita, por favor! ¡Antes de que sea demasiado tarde! —exclamó, ayudándola a levantarse y tirando de ella hacia la puerta.
Se produjo un momento de vacilación, como si Julie quisiera seguir peleando, por mucho que llevara las de perder. Pero entonces la cogió de la mano y, tras un último vistazo por encima de su hombro, echó a correr. En cuestión de segundos, la gente, borracha, empezó a silbar y a lanzar botellas cuando las dos iniciaron la huida.
Caroline sintió la bofetada del aire frío en la cara y cómo se cortaba los pulmones al respirar. El costado donde tenía la herida le empezó a doler. Pensó con amargura en cómo antes se había dejado llevar por el pánico. Hizo una mueca al recordar lo abrumada por el terror que se había sentido en el corredor a oscuras.
—Por aquí —dijo Julie, tirando de su mano mientras ella la seguía a la carrera por la acera resquebrajada.
Caroline se aferró a ella, dejó que su presencia la reconfortara mientras se frotaba disimuladamente la herida.
¿Cómo que dejar que su presencia la reconfortara? La que estaba allí para proteger era ella. Se sacudió esos inútiles pensamientos y la miró. No se le veía nada preocupada mientras la conducía hacia el callejón lateral, donde aguardaba su carruaje.
Que Julie la hubiera rescatado le daba la oportunidad perfecta para descubrir, oculta en su disfraz, más cosas sobre las amenazas que pesaban sobre ella. Además, una ramera estaría impresionada con lo que tenía delante.
—¡Milady! —dijo con un silbido—. ¿Ha robado este coche?

Westfield apretó los labios convirtiéndolos en una delgada línea mientras abría la portezuela y la sorprendía empujándola al interior. ¿Por qué habría de llevarla consigo?
—No —contestó—. No es robado.
—Entonces, ¿ese símbolo de la puerta es suyo? —le preguntó cuando Julie cerraba la portezuela por dentro y daba unos golpes para indicarle al cochero que se pusiera en marcha.
Rodeados por la oscuridad, Caroline suspiró aliviada. Con tan poca luz, ella no podría identificarla. Tenía unos pocos momentos para idear la forma de escapar.
—Sí.
—¿Qué demonios hace una mujer con un títulos, tan cerca de Newgate? ¿Es que no sabe que El Poni Azul no es lugar seguro?
Así que realmente, si había descubierto quien era ella. Pensó Julie.
Se inclinó hacia adelante, confiando en recibir una respuesta. A veces, los hombres se confesaban con mujeres como la que ella representaba. Sin embargo en esta ocasión Caroline no trataba con un hombre, sino con una mujer y una mujer con grandes títulos, y quería pensar que Julie no iba al Poni Azul a buscar ese tipo de compañía. Si pudiera averiguar algo de lo que se traía entre manos, por poco que fuera, casi compensaría haberla visto en un garito semejante. Casi.
—Haces muchas preguntas —murmuró y Caroline oyó que buscaba algo en su gabán.
De pronto, sonó el chasquido de la piedra de un mechero y la vio encender un cigarrillo. Durante el breve segundo en que la llama brilló, ella pudo ver su rostro demacrado. Y sintió que se le encogía el corazón. Deseaba comprender a qué se debía aquella expresión de dolor y poder borrarla, aunque sabía perfectamente que aquello no tenía nada que ver con el caso.
—Yo tengo una para usted, señorita —continuó Julie tras dar una calada.
Ella se puso tensa.
—No me gustan las preguntas.
—Ni a mí. ¿Cómo te llamas?
El pánico se apoderó de Caroline, pero lo reprimió como pudo. Se había visto en situaciones peores que aquélla, y mantener la calma era la mejor forma de defenderse.
—A las mujeres como yo nos va mejor no tener nombre. ¿Qué me dice de usted, milady?
—Puedes llamarme Julie —contestó con voz queda—. ¿Adónde quieres que te lleve?
Ella vaciló un momento. Así pues, no la había metido en su carruaje con la intención de comprar sus servicios para esa noche, sino que hacerlo seguía formando parte de su intento de salvarla. Frunció el cejo. No podía decirle que la llevara de vuelta a su casa en St. James Street, y no le parecía sensato pedirle que la dejara donde se encontraban, yendo como iba vestida como una ramera y sin ningún modo de llamar a su cochero.
Pero había un sitio. La casa que sus amigas y ella habían comprado para poder utilizar como refugio en caso de necesidad durante alguna misión. Una casa de clase media sin nada de particular, de la que nadie estaba al tanto excepto ellas. No existía ningún vínculo entre aquel domicilio y Caroline, de modo que si Julie hacía averiguaciones no encontraría conexión alguna.
Le dio las señas y Julie hizo parar al cochero para darle instrucciones.
Cuando se pusieron de nuevo en marcha, Caroline pudo sentir sus ojos sobre ella, a pesar de que apenas había luz en el interior del carruaje.
—¿Por qué te perseguían esos hombres? —preguntó con voz queda.
A Caroline el corazón le dio un vuelco, mezcla de miedo y excitación. Ahora que había pasado la amenaza, podía detenerse a meditar sobre lo que había visto. Estaban creando un falso príncipe ante la atenta mirada de Cullen Leary. ¡Dios santo, se trataba de algo muy grave, con múltiples ramificaciones! ¡El caso que llevaba semanas suplicando!
Y sería ella quien lo resolvería. Por aterradoras que fueran las perspectivas. Sobre todo después de haber presenciado la violencia de la que Leary era capaz, su determinación de desvelar la verdad era todavía más fuerte.
—¿Señorita? —dijo Julie con tono brusco.
Caroline volvió al presente. Julie no podía saber lo que había visto y, hasta que no la dejara, seguiría estando bajo su protección.
—Si es usted una habitual de El Poni Azul ya sabrá cómo son las cosas allí —respondió encogiéndose de hombros.
—Sería una estupidez intentar robarle a Cullen Leary —dijo ella, dándole un golpecito a la ceniza acumulada—. Y te perseguía por algo.
—Yo no le he robado —insistió Caroline, lamentándolo nada más decirlo. Si hubiera admitido que era así, Julie probablemente se lo habría creído. Pero no quería que pensara que era una ladrona, aunque diera igual lo que pensara de ella, porque sólo estaba representando un papel.
—Llevas una vida muy peligrosa. —El carruaje empezó a aminorar la marcha—. Deberías pensar en cambiar o acabarán matándote.
Ella frunció el cejo. Cómo tenía el descaro de hablarle precisamente ella de seguridad y prudencia.
—Pues yo creo que atacar a un hombre como Leary con un taburete también es peligroso, milady. Sobre todo cuando podía escapar sin pelear con él.
—Tal vez —reconoció Julie, alargando la mano para abrir la portezuela.
Ella hizo ademán de salir, pero Julie fue más rápida y saltó del carruaje para ayudarla a bajar.
Caroline se puso tensa, y agachó la cabeza para que la peluca rojiza le cubriera bien las mejillas y le ocultara el rostro. Estaban muy cerca, y no quería correr el riesgo de que la reconociera.
—Gracias por traerme a casa —dijo mientras le soltaba las manos. Tocarla sólo serviría para embrollar una situación de por sí bastante liada.
Julie observó la casa con cara de sorpresa y Caroline reprimió una imprecación. Era un vecindario de clase algo superior a la del personaje que estaba interpretando, pero era su única alternativa.
—Buenas noches, milady —se despidió y, dándose la vuelta, echó a andar a toda prisa por el sendero de la casa.
Oyó los pasos de Julie a su espalda mientras forcejeaba a tientas para abrir la puerta. Entró por fin, pero Julie se coló dentro antes de que le diera tiempo a cerrar, y se quedó observando el interior de la casa, sin ostentaciones, pero limpio.
—¿Vives aquí sola? —preguntó mientras echaba un vistazo.
Ella se puso tensa, pero encendió una de las lámparas que colgaban de la pared, a un lado de la puerta. Lo único que podía hacer era confiar en que la luz no le sirviera para descubrirla.
—Sí. —Tal vez si se mostraba un poco vulgar conseguiría echarla antes de que le diera tiempo a encender demasiadas luces y pudiera verla en detalle—. Una dama puede vivir muy bien a cuenta de su cuerpo, ¿sabe? E, invirtiendo bien, incluso puede permitirse algún lujo. Ahora, si me disculpa...
—No hay fuego encendido —continuó Julie, entrando en el salón principal—. ¿Es que no tenías pensado volver a casa esta noche?
Caroline se puso una mano en la cadera y ladeó la cabeza.
—No, señora, la verdad es que no. Encuentro compañía casi todas las noches.
—Hum. —Westfield se acercó a ella, envolviéndola con su aroma, con el calor que emanaba de su cuerpo en contraposición al frío que hacía fuera y también en aquel vestíbulo vacío—. Hay algo en ti que no me cuadra. Algo... ¿Quién eres?
Caroline se dirigió a la escalera. El dormitorio tenía pestillo. Si Julie no se marchaba, podía esconderse allí.
—Ya se lo he dicho, para una mujer como yo, es mejor no tener nombre. —Puso el pie sobre el primer escalón, pero luego retrocedió—. No la he invitado a pasar.
—Cierto, pero bien que has acudido a mí para que te ayudara —contestó Julie. A pesar de la escasa luz, ella vio cómo la miraba de arriba abajo con sus ojos azules llenos de suspicacia, y de... interés. El corazón le dio un vuelco.
¿Se habría equivocado y al final sí que iba a reclamarle un pago por su ayuda? ¿Westfield la deseaba?
¿Y por qué estaba celosa? Celosa de sí misma además, lo cual era absurdo. Pese a la confusión que aquella mujer provocaba en ella, no quería que la deseara, ni como Caroline, ni mucho menos como su personaje de mujer de la calle. Esos sentimientos, los que le despertaba cuando estaban las dos a solas, sólo servían para distraerla de su obligación.
—Has venido corriendo hacia mí, aunque no nos conocíamos de nada, y me has pedido ayuda para escapar de Leary y sus compinches —continuó Julie—. En tu profesión, una mujer debería saber que eso es peligroso. Y aun así has dejado no sólo que te sacara del salón, sino que te metiera en mi carruaje y te escoltara hasta aquí, hasta una casa en la que, normalmente, no viviría una ramera. Lo que veo no me encaja con lo que me has contado. Por eso me pregunto cuál es la verdad.
Caroline continuó subiendo los escalones mientras escuchaba cada una de sus certeras afirmaciones y Julie subió corriendo tras ella, escudriñando su rostro a la escasa luz. La rapidez con que estaba deduciéndolo todo la había dejado atónita. Su interrogatorio era eficaz, frío y directo, pese al atisbo de acusación de su tono.
Era el tipo de análisis que ella misma había realizado infinidad de veces en los últimos años, el que había sido capaz de llevar a cabo tras muchos meses de entrenamiento.
—Milady, me está usted asustando. ¡Váyase, por favor!
Echó a correr por el pasillo hasta llegar a su dormitorio, cogió el pomo, entró y se volvió para cerrar, pero Westfield fue más rápida. Sujetó la puerta con una mano y se metió dentro, cerrando después y echando el pestillo antes de que Caroline tuviera tiempo de reaccionar. Se guardó la llave en la chaqueta, para que ella no pudiera cogerla, al menos por el momento.
Caroline sintió que se le caía el alma a los pies. No tenía escapatoria, a menos que usara la ventana. Estaba dispuesta a hacerlo, pero dudaba mucho de que le diera tiempo a sacar una pierna antes de que ella la sujetase y la arrastrara de nuevo al interior.
Julie se acercó a la repisa de la chimenea y encendió las velas sin decir una palabra, después echó unos troncos al hogar y encendió un fuego para caldear la habitación, y, lo que era peor, para iluminarla.
—Tienes miedo, te lo noto en la voz, pero no de mí —comentó con toda la calma, sin volverse hacia ella en ningún momento, mientras se ocupaba de la lumbre.
Caroline ahogó un gemido de frustración. ¿De verdad podía percibir eso? Y aún peor, ¿cómo podía acertar? No era Julie quien le daba miedo. No experimentaba nunca ese sentimiento cuando estaban a solas, a pesar de que sabía que Julie era más fuerte que ella y si quería podía hacerle daño.
Era cierto que sabía defenderse, pero en un espacio tan reducido y con la puerta cerrada con llave, sabía que no podría controlarla si Julie decidía aprovecharse de su fuerza.
Y aun así, no se ponía nerviosa cuando la miraba. Aunque sentirse atrapada normalmente hacía emerger sus miedos más íntimos, estar atrapada con Julie no tenía ese efecto.
—Usted... No tengo ni idea de qué es lo que quiere —siseó, intentando mantener el acento fingido a pesar de que se encontraba sin aliento—. Claro que le tengo miedo.
Julie levantó la vista del fuego enarcando una ceja con gesto de incredulidad.
—Si me tuvieras miedo, a estas alturas ya me habrías atacado. En el carruaje me he dado cuenta de que llevas un cuchillo en una funda ceñida al muslo. He visto su silueta bajo el vestido. Si tanto miedo me tienes, ¿por qué no lo has utilizado?
Caroline abrió los ojos como platos al tiempo que se llevaba la mano al muslo instintivamente. ¿Había visto que iba armada? Pero ¡si el coche estaba casi a oscuras! Sólo se iluminó cuando encendió el puro, y habría tenido que ser muy observadora para captar la silueta del cuchillo durante lo poco que dura el destello del encendedor.
—Tiene suerte de que no lo haya hecho —consiguió decir con voz trémula—. Y como no me dé la llave y se vaya de aquí, lo sacaré ahora mismo.
Julie se incorporó despacio. Caroline pudo ver la expresión de desafío burlona que chispeaba en sus ojos. O eso fue al menos lo que vislumbró fugazmente antes de darse la vuelta para que no la reconociera. ¡Maldición! ¿Cómo se le había podido ir la situación de las manos de ese modo?
—Hazlo —la retó, levantando los brazos—. Adelante, atácame.
Ella retrocedió dando un traspié. Por supuesto que no pensaba hacerlo. Estaba protegiéndola, aunque en ese momento la idea de echarla a los lobos no le pareciera tan mala. Pero Westfield la estaba acorralando en un rincón y tarde o temprano tendría que hacer algo para distraerla, evitar que la viese con claridad y recuperar la llave.
—Por favor, váyase —le suplicó.
Rodeándola, se acercó a la repisa de la chimenea y empezó a apagar las velas que Julie había encendido.
Julie la cogió por el codo y la obligó a volverse.
—¿Por qué no quieres que haya luz?
Ella negó con la cabeza. Sólo le quedaba una alternativa. Le tendió los brazos, la atrajo hacia ella y la besó.
  Julie dio un respingo al notar la inesperada presión de los labios de aquella misteriosa mujer sobre los suyos. Pero aún más inesperada fue la reacción de su propio cuerpo. Una oleada de deseo la recorrió de repente, excitándola como nunca desde hacía más de un año. Era un beso sin duda estimulante y al mismo tiempo... familiar. Aquella mujer en general le resultaba familiar.
Quiso retirarse para mirarla, pero ella se aferró con fuerza a su cuello y entreabrió los labios, resiguiendo el perfil de su boca con la lengua. Julie no se resistió y el beso se hizo más apasionado.
Sabía a... fresas, no como sabría una mujer de la calle, que pasara el tiempo en antros de la peor calaña. Mientras su lengua se enredaba con la suya en una seductora danza llena de promesas, no tuvo en ningún momento la sensación de estar con una ramera.
Y, además, no estaba seduciéndola como lo haría una prostituta, sino que había algo genuino en el acto. No se estaba limitando a levantarse las faldas y ofrecerle un revolcón gratuito en un intento por echarla de su casa. La forma en que la besaba hablaba de sincera pasión, de una noche de placer que no podía comprarse con dinero.
¿Desde cuándo no lograba una mujer hacerle olvidar los recuerdos que la atormentaban? Sin embargo, aquélla lo estaba haciendo. Había conseguido que relegara el dolor y los recuerdos a un rincón para dejar sitio exclusivamente al deseo.
A pesar de los interrogantes que seguía suscitándole, deseaba disfrutar de la pasión, del placer que le ofrecía.
Los pensamientos y la razón se acallaron cuando Coroline se apretó más contra ella. Sus generosos senos se aplastaron contra los suyos cuando la estrechaba entre sus brazos. Hacía mucho tiempo. Demasiado. Y la tentación que suponía aquella joven anónima cuyo rostro apenas había visto era demasiado fuerte.
Julie finalmente se rindió, y dejó que sus manos descendieran por la suave curva de la espalda femenina hasta aferrarle las nalgas. Ella dejó escapar un grito ahogado que se fundió en un gemido cuando la apretó contra su cuerpo y se meció con ella. La fue empujando hacia atrás sin dejar de besarla, conduciéndola hacia la cama, situada contra la pared de enfrente de la chimenea. Cuando sus muslos chocaron contra el borde, la muchacha interrumpió el beso.
En la oscuridad casi absoluta de la habitación, Julie no podía verle bien la cara, únicamente planos y líneas en sombras a la luz vacilante del fuego. Pero sí pudo ver que tenía los labios apretados en una línea, casi como si estuviera reflexionando sobre lo que estaba a punto de hacer. Como si quisiera echar a correr. Pero ¿por qué? Ésa era su profesión, ¿no? ¿A qué se debían sus dudas?
La desesperación se apoderó de ella ante la idea de que pudiera rechazarla. Necesitaba hacerlo. Lo necesitaba para poder olvidarse de todo. La aferró con fuerza por la cintura y la atrajo hacia sí. Caroline dejó escapar un gemido cuando estampó los labios contra los suyos y la tumbó en la cama.
Caroline se arqueó al notar el peso de Julie encima. Aquello no podía estar ocurriendo. Pero era una delicia. El beso... Ella sólo lo había hecho para evitar que siguiera haciéndole preguntas, pero había terminado siendo mucho más. Algo muy poderoso.
Y ahora realmente deseaba aquella mujer.
Con toda el alma. Nunca había sentido un deseo como aquél. En sus relaciones con su difunto esposo, había más vergüenza y rabia que placer. Con él se mostraba más recelosa que apasionada. Así que aquello era para Caroline casi como una primera vez.
Tan aturdidor como el láudano que se había negado a tomar durante su recuperación. Pero al contrario que con éste, no podía escapar de la sensación que experimentaba cuando Julie la tocaba. No era capaz de apretar los dientes y negarse a tomarla. Su cuerpo reaccionaba por su cuenta, ignorando por completo las protestas de su cerebro, por otra parte cada vez más débiles.
Juliel asaltó su boca con la lengua. Y en vez de apartarla, como sabía que debería hacer, Caroline tiró de ella y respondió a la invasión con anhelo, notando cómo el deseo iba aumentando a medida que la acariciaba hasta el último rincón de su boca.
Ahora que estaban en la cama, la cosa no iba a acabar en un beso. La mano que la sujetaba por la cintura fue a posarse sobre su vientre y ella sintió que se incendiaba. Experimentó la imperiosa necesidad de arrancarse la ropa, de desnudarse para ella e invitarla a penetrar hasta lo más profundo de su ser. Olvidar su obligación, olvidar que iba disfrazada.
Olvidar que Julie creía que era una desconocida.
Este último pensamiento llegó a su mente nublada de deseo durante un instante, devolviéndola a la realidad. Pero entonces Julie subió la mano y la ahuecó contra uno de sus senos, acallando sus protestas internas.
Cuando empezó a frotarle el pezón con el pulgar, elevó las caderas con brusquedad y se aferró de su brazo. Su pezón se irguió al momento a través de la gastada tela del vestido, excitado después de tanto tiempo sin recibir las atenciones de un hombre y que ahora las recibía de una mujer a la que deseaba más que a cualquier hombre. De pronto, sus dedos dejaron de estimularla por encima y Julie metió la mano bajo el escandaloso escote del vestido, liberándole el pecho.
Caroline se puso tensa, a pesar de la deliciosa sensación. Julie estaba a punto de comprobar la manera artificiosa en que se había apretado el busto para levantarlo. ¿Se preguntaría qué más había de ilusorio en su aspecto?
En caso de que así fuera, no dijo nada. Bajó la boca y sus labios se cerraron alrededor de su pezón. Caroline no pudo controlar el gemido quedo que escapó de sus labios, mientras por instinto se aferraba a los brazos de Julie, envueltos en el suave tejido de su chaqueta.
A medida que el calor descendía desde su pecho y se extendía por el resto de su cuerpo, a las sensaciones que hacía tiempo que tenía olvidadas se unieron otras nuevas y mucho más placenteras. Cada vez que la alta mujer la acariciaba con la lengua, el deseo la hacía estremecer. Las piernas le temblaban y sus muslos se habían puesto tensos de tanto soportar el creciente anhelo que se concentraba en su húmedo centro, preparado para lo que estaba a punto de llegar.
No podía dejar de mover las manos. Cogió la chaqueta de Julie y se la echó hacia atrás, para desabrocharle a continuación la blusa. Ella la ayudó, quitándosela por encima de la cabeza sin esperar a que la hubiera desabrochado del todo.
Caroline se quedó mirándola. Su cuerpo, que ya era impresionante cuando estaba vestida, desnuda era sencillamente magnífica. A la vacilante y tenue luz del fuego alcanzó a vislumbrar cómo sus potentes músculos se flexionaban y ondulaban con el movimiento, un tipo de musculatura trabajada y en forma. Fascinada, levantó las manos y se las pasó sobre la piel, sobre sus senos redondos y apetitosos, sus dedos tomaron un pezón ya erecto. —Dios mío —gimió la mujer mayor al notar sus caricias.
Estaba muy excitada, y Caroline quería más. Lo quería todo. Lo cual era un error.
¿O no lo era?
Julie no sabía quién era. Si tenía cuidado, no se enteraría nunca. Podía disfrutar de aquella noche de lujuria y abandono, y que eso no afectara a su caso. De hecho, hasta podría ser beneficioso. La tensión y el deseo que flotaba entre ellas cada vez que se encontraban en los bailes y las fiestas de la ciudad se apagaría en cuanto Caroline le diera a su cuerpo lo que éste, tan inexplicablemente para ella, anhelaba. Una vez satisfechos los deseos de su carne, que se empeñaban en interferir en su trabajo, podría avanzar con el caso.
Una vocecita le advirtió que eso no tenía sentido, pero se apresuró a acallarla. Disfrutaría de esa noche sin lamentarlo.
Desechada toda vacilación, rodeó el cuello de Julie y tiró de ella, amoldando su boca a la suya, grabando a fuego en su memoria cada instante. Permitiéndose disfrutar el placer que experimentaba en vez de luchar contra él.
Como si la morena hubiera percibido su rendición, puso más pasión en el beso. Le desabrochó a continuación los botones del vestido con una urgencia rayana en la desesperación mientras ella le acariciaba la ancha espalda. Al fin, la parte superior del vestido se abrió en dos y sus senos quedaron libres, desnudos. Julie le bajó la prenda por las caderas y a continuación tiró de la rubia hacia ella, piel contra piel.
Reprimió la imperiosa necesidad de proferir un gruñido de placer cuando la joven empezó a frotar sus senos contra los de ella. Su cuerpo estaba más que preparado, y sabía que sólo era cuestión de tiempo que se rindiera por completo al tremendo anhelo y que tomara lo que ansiaba.
Cerró los ojos, cubriéndole los labios y devorándoselos con sus besos, como una mujer hambrienta, mientras la levantaba ligeramente para quitarle el vestido. Con un tirón final, lo sacó de debajo de las dos y lo lanzó al suelo.
Como la mayoría de las mujeres de su profesión, aquélla no llevaba nada debajo. Su cuerpo era suave y mullido y estaba más que dispuesto, tal como demostró rodeandola con una pierna y sintiendo su humedad. Julie subió la mano por aquella pierna larga y sedosa hasta dar con lo único que ella llevaba encima: la funda con el cuchillo. Un giro de muñeca bastó para hacer que la hoja cayera al suelo con un tintineo. A continuación, le apretó el muslo y acarició la parte interior del mismo mientras los gemidos la empujaban a continuar. La muchacha le clavaba las uñas en la espalda mientras ella la tocaba.
Los besos de la mujer más pequeña fueron tornándose más apasionados. Julie no había sentido nunca algo parecido al besar a alguien. Era estimulante y embriagador. Y entonces, una imagen cruzó por su mente: Caroline Redgrave.
Julie retrocedió bruscamente, apartándose de sus labios. Con la respiración entrecortada, apretó los ojos con fuerza. ¿Por qué tenía que pensar en ella precisamente en aquel momento? No. No iba a imaginársela. No lo haría mientras tomaba a aquella otra mujer. Bajó la cara y le resiguió la garganta con los labios, descendiendo hasta meterse un pezón en la boca.
Caroline gimió. Hacía tanto tiempo que nadie la tocaba... Cerró los ojos, deleitándose con el contacto de sus dedos ásperos a lo largo de sus costados, sobre su estómago. Pero entonces la morena vaciló un instante, y ella abrió los ojos de golpe. ¡La cicatriz!
A la tenue luz, vio que la miraba y buscaba sus ojos, pero estaba segura de que no podía ver nada. Contuvo el aliento. ¿Qué le iba a decir acerca de la evidente señal que recorría gran parte de su costado izquierdo? Recuerdo de la herida de hacía seis meses.
—Has sufrido mucho en la vida —dijo Julie con ternura mientras le besaba suavemente la cicatriz.
Caroline se mordió el labio inferior mientras las lágrimas acudían a sus ojos. Era ridículo dejar que un comentario semejante la conmoviera. Julie no tenía ni idea de quién era ella, y mucho menos del dolor que había experimentado. Dolor físico cuando recibió el disparo y luego de otro tipo que no dejaba marcas visibles. Julie nunca lo sabría.
—Esta noche sólo habrá lugar para el placer —murmuró Julie antes de apartar la mano de la herida para deslizarla entre sus piernas.
Se aferró al cobertor mientras la mano de la alta mujer cubría la suave curva de su pubis. Rozó levemente la entrada, abriéndola mientras seguía chupándole el pecho. Caroline no era capaz de introducir bastante aire en sus pulmones. Abría la boca desesperadamente, pero el placer era tan intenso que se le hacía imposible. Hasta pensar le resultaba difícil.
Julie presionó con el pulgar, acariciando el botón oculto entre sus pliegues, al tiempo que introducía un par de dedos en su cálido interior. Caroline emitió un grito entrecortado a medida que la otra mujer ensanchaba su cavidad íntima. Era delicioso. Quería exigirle más, suplicarle más, pero no lo hizo. Se lo pidió sin necesidad de palabras, elevando las caderas, arqueándose al compás del movimiento de sus dedos mientras ascendía hacia el clímax.
De pronto, los dedos de Julie desaparecieron, dejando su sexo palpitante y ansioso. Suspiró insatisfecha, pero lo único que obtuvo fue una suave carcajada por parte de Julie. Abrió entonces los ojos y la vio quitándose el resto de la vestimenta . Se incorporó para poder mirarla mejor, pero la escasa luz se lo impedía. Sólo se adivinaban sus movimientos entre las sombras.
Sin embargo, cuando regresó con ella ya no quedaba nada que las separase, nada que la ayudara a mantener la cordura. A pesar de la poca luz, Caroline pudo admirar el cuerpo esbelto y atlético de la mujer delante de ella. Jamás había conocido alguien como ella. Y su deseo se incrementó aún más. Lo único que quería era tener a aquella mujer sobre ella. La deseaba como no había deseado nada en mucho tiempo. Quería que fuera suya, aunque sólo fuera por una noche, aunque nunca llegara a saber quién era ella en realidad.
Julie se acercó a la cama y la joven separó las piernas, ofreciéndosele con una confianza que hizo que sus ojos brillaran de deseo en la oscuridad y tragó saliva ante la idea de probarla. ¡Por todos los santos, cuánto la deseaba! A pesar de que el rostro de Caroline Redgrave se las arreglara para invadir su mente nublada por la lujuria.
Se acercó a ella, gimió al sentir como las manos de Julie separaba más sus piernas. Abrió y cerró los ojos varías veces al sentir el aliento de Julie cosquillando sus rizos claros, y su boca acariciando sus muslos. Caroline intentó acariciarse sus senos, pero la morena mujer fue más rápida he hizo a un lado las pequeñas manos, acariciando los pequeños y jugosos pechos de Caroline que se amoldaban muy bien en las largas manos.
Cuando la lengua de Julie acarició su centro. Su cuerpo se arqueó de placer. Y el gemido de Julie la excitó aún más cuando la alta mujer probó su escencia. Caroline la tiró ligeramente del pelo para mantenerla en el sitio. Y eso a Julie la excitaba aún más, se alegraba que la mujer bajo ella, pidiera más. Solo quería darle placer y dio un pequeño mordisco. Ella se tensó y la clavó las uñas en la espalda, soltando bruscamente el aliento entre los dientes.
—¿Te he hecho daño? —le preguntó, confusa ante la resistencia que notó en el otro cuerpo. Sintió tanta ternura cuando ella acarició su mejilla y negó con la cabeza. Estar saboreando a Caroline era como estar en la gloria. Tan calida y salvaje a la vez. Unas cuantas succiones más le bastarían para alcanzar el clímax. Pero de alguna manera, a pesar de lo que era aquella mujer, no deseaba alcanzarlo de forma apresurada. Quería hacer que se arqueara debajo de ella. Quería oírla gritar al alcanzar su propio placer. Tras haber tocado la prueba de su dolor físico por medio de aquella impresionante cicatriz que afeaba su tersa piel, quería proporcionarle deleite. Disminuyó sus caricias en la humedad de Caroline deslizando las manos por debajo de la joven para saborearla más, la notó estremecerse mientras ella le daba placer. Como una señal, Julie succionó más fuerte e introdujo su lengua aún más logrando que la mujer mas joven gimiera y se moviera de placer, tomando con fuerza la cabeza de la alta morena para que fuera más rápido. Finalmente, ella comenzó a temblar. Su cuerpo se estremeció y la muchacha gimió, jadeante. La culminación era inminente. Julie separo su boca y en un movimiento rápido sin que la mujer bajo ella lo notara pego su cuerpo al de ella uniendo su centro deslizó los dedos entre los cuerpos de ambas y presionó en su abertura con suavidad y cuando estuvo dentro de ella, los movimientos de sus dedos fueron aumentando y la penetró aún más.
El cuerpo de la jove mujer se puso tenso y se convulsionó, lubricándola con sus fluidos al tiempo que gritaba:
—¡Julie!
Oírla pronunciar su nombre acabó con el poco control que le quedaba. La penetró con más fuerza y ella también llegó al climax, Julie se derrumbó sobre ella, jadeando, depositando una ristra de besos en su clavícula.
—Quiero verte —susurró con un gemido ronco.
La luz vacilante de las llamas no le permitía más que el ocasional vislumbre de sus carnosos labios, un atisbo fugaz de sus rasgos.
Sintió que Caroline se ponía tensa y entonces la sorprendió empujándola de repente, y se encontró tumbada boca arriba y con la rubia a horcajadas sobre ella. El fuego le quedaba detrás, por lo que no podía verle la cara, sólo la silueta de aquella extraordinaria mata de pelo que le caía sobre los hombros y el perfil de su esbelta figura.
Ella se irguió, sujetándose con los muslos a sus costados y comenzó a mover las caderas. Cada embestida la excitaba y estaba segura que volvería a llegar al climax en pocos minutos . La sujetó por las caderas para guiar sus movimientos, mientras su húmedo centro humedecía el de ella. Caroline, inclino su cabeza hacía abajo y rozo los labios de una excitada morena. Como era posible, que se sintiera indefensa ante esta mujer. El vaivén de su cuerpo sobre su pelvis la estaba volviendo loca. Ahora podía asegurar que la mujer sobre ella realmente hacía bien su trabajo, poco a poco fue aminorando los movimientos y acariciaba tiernamente su cuerpo, este respondía a sus manos, como nunca antes lo había hecho a ninguna otra. La mujer más pequeña, besos los carnosos pechos de Julie y esta gimió de placer, el beso siguió la trayectoria directo a su centro, y Julie creyó morir de placer. Las caricias de la lengua de Caroline hicieron que llegara a otro orgasmo más pronto de lo que ella había pensado. Y lo más sorprendente de todo fue que Caroline llegó junto con ella. Suspiró de placer y jaló a la mujer más pequeña a sus labios probando su propia escencia. La acunó en sus brazos y beso su cabeza.
Una profunda sensación de paz como no sentía desde hacía meses se apoderó de Julie, junto con una relajación que no se había permitido desde hacía tanto que ya no recordaba la última noche que había dormido bien. A medida que la fatiga se adueñaba de ella, lo último que pensó fue que aquella misteriosa mujer había pronunciado su nombre.
Pero lo había hecho sin acento.

CAPÍTULO 07

Bastante rato después, cuando Caroline se aseguró de que Julie estaba profundamente dormida, se tumbó sobre su pecho. Era muy agradable sentir su cuerpo desnudo y sudoroso debajo del suyo. Escuchar sus latidos lentos y regulares, y dejar que éstos aplacaran sus nervios.
Era una ilusión, claro, pero no quería abandonarla. No estaba preparada para levantarse y desaparecer. Irse de allí y fingir que aquella inesperada noche de pasión no había tenido lugar. Al día siguiente, o al otro, se la encontraría en un baile o en alguna reunión y tendría que fingir que nunca se habían besado. Que Julie no la había reclamado de la forma más elemental que existía. Que no le había proporcionado el orgasmo más intenso que había experimentado en toda su vida.
Y se vería obligada a fingir que no quería repetirlo, pero sin la barrera de un disfraz y con toda la luz posible para poder verla bien, no sólo distinguir las sombras de su cuerpo. Para poder contemplar su expresión mientras le daba placer.
Pero ése era un deseo que nunca se vería cumplido. Era imposible.
Con un suspiro, se apartó de Ella. Julie gruñó y estiró un brazo para retenerla, y Caroline torció el gesto en una mueca de frustración, poniéndole una almohada entre los brazos para que no se despertara. Aparentemente conforme, rodó hacia un lado abrazada a la almohada.
La rubia también deseaba poder seguir en aquella cama.
Conteniendo su frustración, se dirigió hacia la repisa repleta de velas que ella misma se había encargado de apagar antes. Encendió una mientras echaba un vistazo a Julie. Necesitaba un poco de luz para vestirse y registrar su ropa en busca de la llave de la puerta... y de algo que pudiera darle una pista sobre quién podía querer atentar contra su vida. Bastante abandonado tenía el caso. Debía centrarse.
Se puso el vestido y las zapatillas y se agachó. Posó la vela junto a la ropa de la alta morena y empezó a registrarla. En uno de los bolsillos de la chaqueta llevaba unas cuantas monedas y un trozo de papel con un recordatorio de que había quedado con su hermano al día siguiente, nada de verdadero interés.
Metió entonces la mano en el otro bolsillo y palpó la llave, junto con algo redondo, de metal liso. Sacó ambas cosas. Se guardó la llave en el vestido y acercó el otro objeto a la llama. Era un reloj de bolsillo. Le dio la vuelta para ver si había alguna inscripción.
El cierre se abrió con un leve clic. Dentro leyó un mensaje: «Para lady Westfield, por su encomiable servicio».
Parpadeó sorprendida. ¿Por qué le resultaban tan familiares aquellas palabras? ¿Por qué le resultaba familiar el reloj en sí mismo? Había visto uno igual en otro sitio, pero ¿dónde?
Se acercó más a la luz y pasó los dedos por encima de la inscripción. Entonces notó algo. Había una pequeña irregularidad en la superficie de metal. Pasó los dedos por encima nuevamente y de pronto la tapa interna se levantó, dejando a la vista un compartimento secreto.
Caroline estuvo a punto de dejar caer el reloj mientras el corazón empezaba a latirle desaforadamente. Ya sabía dónde lo había visto antes. Anastasia había recibido el encargo de diseñar una docena de ellos para los mejores espías del Ministerio de Guerra unos años atrás. Sólo los condecorados por grandes méritos habían recibido uno. Fueron concebidos como una recompensa a su labor y también como un artefacto secreto para usar en su trabajo. En el compartimento oculto había espacio para una pequeña llave, un mensaje secreto, o cualquier otra cosa que quisieran ocultar en caso de que los sometieran a un registro.
¿Lo habría robado?
No podía ser, porque la inscripción estaba dedicada a ella. El reloj era suyo.
Echó un vistazo a Julie, que dormía plácidamente, con su amplia espalda hacia ella. Tenía una pequeña cicatriz en el hombro derecho. Su musculatura era fruto del esfuerzo, se movía con la agilidad de una pantera, y, enfrentada a la disyuntiva de huir o luchar, había optado por lo segundo, y con un hombre conocido por su brutalidad. Además, su habilidad para interrogar y deducir la habían impresionado.
Se puso de pie a duras penas, con manos temblorosas. Todas las piezas encajaban. Julie Ashbury era una espía. Una agente del Ministerio de Guerra tan entrenada como ella misma.
¿Cómo no se había dado cuenta antes? Por eso había estado frecuentando El Poni Azul, no porque tuviera problemas con el juego. Esos garitos ilegales eran el lugar perfecto para descubrir conspiraciones y obtener información, igual que Caroline misma había estado haciendo esa misma noche.
Por eso había visto ese atisbo de discernimiento en sus ojos al ver a Cullen Leary en el salón, no se debía a su reputación como boxeador.
Pero de ser cierto, ¿para qué demonios le habían encargado a ella que la vigilara? Aquella mujer sabía perfectamente cómo defenderse. Igual que sabía que, debido a su profesión, su vida estaba en constante peligro. Si de verdad estaba recibiendo amenazas, tal hecho no se le podría haber ocultado.
Lo que significaba que lo que le habían contado era mentira. No le extrañaba que Ana y Meredith se hubieran mostrado tan reticentes a darle información.
El estómago le dio un vuelco y las náuseas hicieron que se atragantara mientras retrocedía.
Julie se le había acercado en la fiesta de su madre y le había ofrecido protección. En su momento, eso se le había antojado una ironía, pero ahora el asunto adquiría tintes oscuros. Si a ella le habían encargado la misión de «protegerla»... ¿era posible que a Julie le hubieran asignado lo mismo? ¿Sabía Julie que ella era una espía en quien ya no confiaban?
¿Se habría estado riendo de ella todo el tiempo?
Lo mismo había sabido toda la noche quién era. Mientras Caroline creía que su disfraz la protegía, Julie bien podría haber sabido a quién le estaba haciendo el amor.
Sacudió la cabeza. Tenía que descubrir la verdad. Y sólo había un lugar donde la encontraría a ciencia cierta.
Abrió la puerta con manos temblorosas, salió al pasillo y cerró tras de sí. Su estupefacción empezaba a desvanecerse para ser reemplazada por la humillación y la rabia. Rabia hacia sus amigas, por haberla engañado. Rabia hacia Julie, en caso de que conociera su identidad. Y rabia hacia sí misma, por haber estado tan ciega.
Dio una vuelta a la llave. Dejaría que se despertara sola y con la puerta cerrada, y que buscara la manera de salir de allí. Le estaría bien merecido si es que sabía la verdad sobre ella desde el principio.
Lanzando imprecaciones entre dientes, Caroline se metió la llave y el reloj de Julie en el bolsillo y echó a correr.
Aquello tenía que quedar resuelto esa misma noche.


—¡He dicho que quiero ver a la señora Tyler ahora mismo!
Caroline empujó la puerta con el hombro para entrar en la casa y apartó al mayordomo de un empellón. El hombre se alisó la librea y se colocó bien la peluca torcida mientras la fulminaba con la vista.
No podía culparlo. No sólo lo había despertado en plena noche, sino que llevaba puesto aún su disfraz. El vestido estaba arrugado, con los botones mal abrochados, por haber tenido que hacerlo a oscuras y sin espejo. Se había quitado la peluca antes de llamar a un carruaje al salir de la casa, pero iba totalmente despeinada, dado que sólo había podido arreglarse el pelo con los dedos. No quería ni pensar en el aspecto que debía de tener, después de todo lo que había hecho llevando puesto aquel exagerado maquillaje.
Debía de parecer un espantajo. Y una perdida.
—Lady Allington, es muy tarde. El señor y la señora Tyler se retiraron a descansar hace rato y no puede esperar que vaya a...
—¿Qué ocurre, Miles?
Caroline se volvió al oír la voz masculina que interrumpió su conversación con el mayordomo. Lucas Tyler bajaba por la escalera atándose la bata a la cintura. El escote en «V» dejaba a la vista una amplia zona de piel desnuda y tenía los labios sospechosamente enrojecidos.
—Lady Allington quiere ver a la señora Tyler, milord —explicó el hombre con sufrida actitud.
—Puedes volver a la cama, Miles —dijo Lucas llegando al vestíbulo.
Caroline lo recibió con una mirada furibunda. Él la miró de arriba abajo, y finalmente enarcó una ceja en señal interrogativa.
—Ya me ocupo yo —añadió.
—Quiero ver a Ana —dijo, cerrando de un portazo la puerta principal y cruzándose de brazos—. Ahora mismo.
Lucas giró la cabeza y su atractivo rostro se crispó en una mueca de sincera preocupación.
—Caroline, ¿qué pasa? ¿Es...?
Pero antes de que pudiera terminar la frase, la voz de su esposa resonó en el rellano de la escalera.
—¿Qué ocurre, Lucas?
Caroline se ruborizó al oír su tono. Nunca había oído hablar así a su recatada amiga. Cuando miró de nuevo a Lucas y se fijó en su aspecto desarreglado, cayó en la cuenta de lo que acababa de interrumpir.
Su mente traicionera regresó a Julie y sus manos acariciándola. A sus labios deslizándose por sus pechos, y la forma en que había colmado su cuerpo y le había proporcionado un placer que ya tenía olvidado.
Regresó a la realidad al recordar el reloj que llevaba en el bolsillo.
—Sé toda la verdad, Ana —le gritó—. Sé que me han mentido.
Hubo un momento de silencio hasta que Anastasia bajó corriendo los escalones. Iba en camisón y también se la veía desarreglada. Con el pelo tan alborotado como el de Lucas, la piel arrebolada, los labios hinchados y los ojos desmesuradamente abiertos y llenos de dolida emoción.
Caroline sonrió, aunque era una sonrisa más de amargura que de diversión.
Pese a haberse convertido en una excelente espía de campo desde que se casara con Lucas, había cosas que Ana aún no dominaba. No era capaz de ocultar sus reacciones y emociones a sus amigas, motivo por el cual había decidido ir a verla a ella en vez de a Meredith. Merry sí era capaz de mantenerse inexpresiva y hacer afirmaciones difíciles de descifrar.
—Caroline —comenzó Ana lanzando una fugaz mirada a Lucas.
Éste se cruzó de brazos y, de repente, de su semblante desapareció todo rastro de afecto y preocupación hacia Caroline. Una expresión protectora hacia su esposa lo reemplazó en la cara del hombre que se había convertido en su amigo en los últimos seis meses.
—Caroline, esto puede esperar a mañana —dijo con un tono que no admitía réplica—. Y te agradecería que no utilizaras ese tono con Anastasia.
Ésta llegó al vestíbulo y puso una mano en el brazo de su marido. Sus ojos se encontraron y se produjo una asombrosa comunicación sin palabras. Con una mirada, se resolvieron las preguntas. En una mirada de amor.
Caroline sintió que se le encogía el estómago. Ella nunca había experimentado algo así, debido al doloroso pasado que la seguía allá donde fuera. Jamás tendría ese tipo de entendimiento mutuo, ni sentiría esa preocupación por ella, la calidez del amor y la confianza que fluía entre sus amigas y sus esposos. Hasta hacía poco, sólo las envidiaba. Pero en ese momento sintió como si le desgarraran la piel con un látigo.
—No pasa nada, cariño. —Ana se puso de puntillas para depositar un beso breve pero sensual en la áspera mejilla de su esposo—. Caroline está molesta, y no me importa hablar con ella sobre lo que quiera que crea que he hecho.
Lucas giró la cabeza.
—Ana...
Ella lo interrumpió:
—Lo sé, lo sé. Vuelve a la cama. Yo subiré en cuanto termine.
Lucas le lanzó a Caroline otra mirada fulminante, que la hizo ponerse tensa. Por una parte, le resultaba irritante que dirigiera su furia contra ella cuando era a quien precisamente habían mentido y traicionado. Pero por otra envidiaba su actitud. Ana tenía a alguien que la protegería a muerte de cualquier daño, por pequeño que fuera.
Caroline no tenía a nadie.
Aunque no pudo evitar pensar en Julie partiendo un taburete en la cabeza de Cullen Leary.
—Vamos al salón. Aquí hace frío.
Ana señaló hacia una de las habitaciones y Caroline la siguió. Mientras su amiga echaba un tronco al fuego casi extinguido, ella se dirigió a la ventana y miró hacia afuera.
—Te pediría disculpas por haber interrumpido lo que parece evidente que he interrumpido —comenzó, volviéndose hacia Ana a tiempo de ver cómo ésta se sonrojaba violentamente—, pero me cuesta disculparme cuando me siento tan engañada y humillada. Y lo peor es que han sido ustedes y Charlie quienes han hecho que me sienta así. Eso es lo que más furiosa me pone y lo que más me duele.
Ana se sentó y le dirigió una mirada inocente que era evidente que no era auténtica.
—Sinceramente, no te comprendo, Caroline. ¿Qué es eso que crees que hemos hecho?
Ella sacó el reloj de Julie del bolsillo, atravesó el salón y lo dejó caer en el regazo de su amiga. Ésta bajó la vista, y sus ojos se abrieron como platos al ver el objeto que había diseñado. Dio un respingo como si la hubiera quemado al contacto.
Caroline sabía exactamente cómo se sentía.
—Ya lo veo, es un reloj.
Caroline echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada muy poco apropiada para una dama.
—Sí, ya, es un reloj. Uno que tú diseñaste, y que sólo se entregó a los miembros más distinguidos del grupo de espías de su majestad. Creo que tu esposo tiene uno.
—¿Y éste es el reloj de Lucas? —preguntó Ana con tono inexpresivo y gesto amable, tras unos segundos para recuperar la compostura.
—No. —Caroline quería gritar, pero consiguió reprimir sus emociones—. Lo he encontrado en el bolsillo de Julie Ashbury esta noche.
Anastasia cogió el reloj y se puso en pie.
—¿Se lo has robado a Julie Ashbury?
Caroline se quedó de piedra. No había decidido cómo iba a explicar el modo en que lo había obtenido. Desde luego, no pensaba contarle a Ana que lo había encontrado rebuscando entre sus ropas después de que hicieran el amor.
—No cambies de tema. No importa cómo lo he conseguido. —Se cruzó de brazos—. Este reloj demuestra algo que ya sabes: Westfield es una espía.
Ana tragó con dificultad el nudo que se le había formado en la garganta.
—Caroline...
Su tono suplicante le dio la respuesta que buscaba. Sintió como si desapareciera todo lo que conocía. Se encontraba perdida, ya no podía confiar ni en sus mejores amigas. Y todo lo que sabía de Julie tampoco era cierto.
—¿Cómo pudisteis hacer algo así? —susurró, furiosa por cómo se le quebró la voz y le escocían los ojos—. ¿Cómo has podido mentirme sabiendo lo mucho que me cuesta confiar en nadie?
Ana le entregó el reloj, el odioso reloj, y cuando trató de tocar a Caroline, ésta se apartó.
—Oh, Caroline. Estabas tan desesperada por volver al trabajo —admitió Anastasia con suavidad—. No estábamos seguras de que estuvieras preparada. Has cambiado mucho desde que sufriste el ataque, aunque no lo quieras admitir. Nos daba miedo que tu determinación te hiciera ponerte en peligro, que pudieras cometer algún error en tu obstinado intento por demostrar que estabas lista para volver.
Ella cerró los ojos. Aunque no quisiera admitirlo, sus amigas tenían razón en parte. Esa misma noche lo había dejado bien claro. El pánico que sintió cuando estuvo a punto de ser alcanzada por Leary podría haberle costado el secreto que había descubierto y hasta la vida.
—Y supongo que Ashbury también sabe la verdad. Y que debe de estar riéndose de mi ineptitud —añadió con un hilo de voz.
¿Por qué le importaba lo que Julie pensara?
Pero le importaba.
—¡No! —Ana dio un paso al frente y esta vez Caroline dejó que le tocara el brazo—. Te prometo que no sabe nada. Al parecer, le ocurrió algo hace un año. Merry y yo no sabemos qué es y Charlie no ha querido decírnoslo. Pero está en una situación parecida a la tuya. Últimamente, corre riesgos innecesarios, se pone en peligro. Sus superiores pensaron que si le encargaban que te siguiera un tiempo, tal vez eso fuera para ella una oportunidad de recuperarse, de calmarse.
Caroline notó que se relajaba. Así pues, no lo sabía. No era más que otro peón en aquel estúpido plan. Igual que ella. Julie no estaba tomando parte en su humillación.
Y no había utilizado el sexo como pretexto.
Al contrario que ella. La voz de su conciencia insistía en ser escuchada, pero ella la silenció.
—Lo lamento —continuó Ana apretándole el brazo—. No lo hemos hecho por crueldad o malicia, ni pretendíamos que fuera un juego. Ha sido para protegerte.
Caroline se soltó.
—¡Yo no quiero protección! Hace seis meses no te habrías atrevido a hacer esto. Hace meses era yo quien te protegía ¡de ti misma!
Anastasia se cruzó de brazos y un súbito brillo de rabia relampagueó en sus ojos, normalmente apacibles.
—Sí, es cierto. Pero eso era hace seis meses. Antes de que te disparasen. Yo entonces no había trabajado nunca fuera de mi laboratorio. Dudaba de mis capacidades, pero ya no es así. Sin embargo, tú sí deberías dudar de las tuyas. Deberías ser consciente de tus defectos o sólo será cuestión de tiempo que sufras un accidente. —Su tono se suavizó y las lágrimas asomaron a sus ojos—. Caroline, no quiero ver tu nombre en el muro de agentes caídos en acto de servicio que hay en el Ministerio de Guerra.
Ella vaciló un momento. Ahora que había vaciado parte de su rabia y frustración, se sentía más serena y podía considerar las súplicas de su amiga con más ecuanimidad. La entendía, aunque detestara que pudiera estar en lo cierto. Tenía que demostrar que no era así.
Y tal vez pudiese hacerlo aprovechando que había descubierto a aquel falso príncipe. Miró a Ana. Durante muchos años, había contado con la ayuda de sus compañeras como apoyo en las misiones, o cuando tenía que reunir información, y había acudido a Charlie cuando necesitaba algo que no era capaz de encontrar por sí sola.
Pero esta vez eso no iba a ser posible. Si les decía lo que había visto, la retirarían del caso, sermoneándola con lo preocupados que estaban por ella. Y de ese modo ella no llegaría a superar nunca sus miedos, ni recuperaría la confianza en sí misma. Si quería lograr todo eso, tendría que hacerlo sola... a menos que pudiera encontrar a otra compañera adecuada que la ayudara. Alguien que también tuviese algo que demostrar.
—¿Qué vas a hacer, Caroline? —Preguntó Ana—. Ahora ya estás al tanto del engaño.
Ella tragó con dificultad. Sólo podía hacer una cosa.
—Para empezar, pondré a prueba a lady Westfield —contestó cruzándose de brazos con una sonrisa de picardía—. Si quiere protegerse, tendrá que ganárselo.
Ana negó con la cabeza.
—Caroline...
Ésta la interrumpió, atajando sus protestas.
—Lamento haberlos interrumpido, Ana. Ahora que me has contado la verdad, me voy.
—No. —Anastasia salió del salón detrás de ella, que ya se dirigía hacia el vestíbulo—. ¡Esta conversación aún no ha terminado, Caroline!
Pero ella salió de la casa haciendo caso omiso de las protestas de su amiga, y se dirigió a su carruaje. Había pagado generosamente al conductor del coche de punto en el que había llegado para que fuera a buscar su propio carruaje, que la esperaba oculto en las inmediaciones de El Poni Azul.
—Disfruta de tu noche —le dijo por encima del hombro mientras se subía al vehículo. Ya estaba cerrando la portezuela cuando murmuró—: Yo tengo mis propios planes.
Julie Ashbury tendría que demostrar el tipo de espía que era. Y sólo si pasaba su prueba le contaría toda la verdad y le ofrecería la posibilidad de redimirse ante los ojos de sus superiores ayudándola a resolver el caso del falso príncipe.
Porque ése bien podía ser el caso más importante que hubiera tenido que investigar en toda su vida. Pero no estaba segura de poder hacerlo sola.
Cuando el carruaje doblaba la esquina, una insidiosa vocecilla le recordó que, después de esa noche, lo cierto era que no estaba dispuesta a dejar escapar a Julie. Aunque lo suyo no tuviera futuro.




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