Esperamos tu historia corta o larga... Enviar a Latetafeliz@gmail.com Por falta de tiempo, no corrijo las historias, solo las público. NO ME HAGO CARGO DE LOS HORRORES DE ORTOGRAFÍA... JJ

Amor en Peligro - Adaptaciones (Parte4)


CAPÍTULO 08

—¿Y dices que te dejó encerrada en su habitación? —preguntó Ben, soltando una ruidosa carcajada.
Julie podía sentir su mirada divertida clavada en su espalda. Apretó los dientes, pues ella no le veía la gracia a la situación. No era algo que quisiera ir contando por ahí, ni siquiera a su propio hermano, pero el tema llevaba atormentándola desde que se despertara en la habitación donde había vivido el que probablemente fuera el mejor encuentro sexual de sus treinta y un años de vida. Tenía que contárselo a alguien. Y en nadie confiaba más que en Ben.




—Sí —respondió, al tiempo que abría y cerraba los puños, observando las llamas vacilantes del lugar.
—Lo siento —Benjamin ni siquiera trataba de contener las carcajadas, algo más quedas ahora—, pero creo que es lo más gracioso que he oído nunca. ¿Y tú, mi controlada y segura hermana mayor, una de los mejores espías del reino, pudiste dejarte seducir hasta ese punto por una mujer de la calle que ni siquiera te dijo cómo se llamaba? ¿Y cómo caíste después en un sueño tan profundo que no la oíste cuando salió?
Julie se volvió lentamente y su rostro debía de delatar su humor, porque Ben dejó de reírse. Se levantó del sofá en el que estaba despatarrado y la miró a la cara.
—Por todos los santos, esto te está afectando de verdad, ¿no es cierto? ¿Qué pasa, Julie?
Ella frunció el cejo. Se detestaba por lo que estaba a punto de confesar, y también por la necesidad de confesarlo y obtener el consejo de su hermano. Nunca antes había sido así, aunque Ben estaba más que dispuesto a darle consejos aunque ella no se los pidiera.
Sin embargo, ahora todo era distinto. Estaba empezando a aceptar que las cosas habían cambiado en el último año. Y la noche pasada con aquella mujer había cogido esa realidad y le había dado una bofetada con ella.
—Me preguntas por qué me quedé dormida. —Carraspeó—. La chica no me drogó, ni tampoco me dejó inconsciente. Ojalá lo hubiera hecho. Preferiría eso a la verdad.
Ben se inclinó hacia adelante.
—¿Y esa verdad es...?
—Nunca antes había sentido nada semejante a lo que experimenté anoche en su cama. Y por primera vez desde... —dejó la frase en suspenso.
—Desde la muerte de Davina —terminó Ben con voz queda.
Julie hizo una mueca de dolor.
—Sí. Por primera vez desde la muerte de Davina, me sentí... en paz. Tranquila. Y me dormí. Creo que no había descansado tan bien desde hacía años. Y todo gracias a las caricias de una fulana. —Negó con la cabeza—. No me extraña que el ministerio me esté castigando, Ben. Soy patética.
—¡No! —exclamó su hermano, desechado ya cualquier resto de diversión—. ¡No vuelvas a decir eso nunca más! Eres la mejor espía que tiene este país. Que la muerte de alguien que era importante para ti te haya cambiado era de esperar. Nadie te culpa por ello.
—Me culpo yo. No podría volver a pasar por algo así. El amor no vale el dolor de la pérdida. —Negó varias veces con la cabeza, intentando zafarse de los recuerdos—. La muchacha me robó el reloj.
Ben se quedó de piedra.
—¿Tu reloj del Ministerio de Guerra?
—Estoy segura de que creyó que no era más que una baratija que podría vender por ahí.
Pero se crispó al pensar en ello. Por alguna razón no le gustaba la idea de que aquella joven fuera una ladronzuela. Ni que su encuentro hubiese significado tan poco para ella que había sido capaz de robarle. Aunque era muy probable que ambas cosas fueran ciertas. Era una ramera, y se había comportado como tal. Tenía que buscarse la vida.
—¿Y qué vas a hacer? —preguntó su hermano en voz baja.
Un incómodo calor ascendió por su cuello y rostro.
—Ya he pedido que la investiguen.
Ben enarcó las cejas, sorprendido.
—Esa mujer te ha afectado de verdad.
—Ya te he dicho que fue un encuentro inesperadamente... conmovedor —contestó Julie con un tono más duro de lo que pretendía. Inspiró profundamente para calmar sus turbulentas emociones—. Pero quiero recuperar el maldito reloj.
—¿Y qué pasa con lady Allington? —continuó su hermano, volviendo a su asiento.
—¿Qué pasa con ella? —dijo Julie volviéndose para eludir su perspicaz mirada.
A Ben le contaría muchas cosas que no le confiaría a nadie más, pero no iba a contarle que cuando estaba haciendo el amor con aquella joven misteriosa, no había dejado de imaginar que era Caroline. Que todavía se la imaginaba cuando recordaba la boca de la desconocida sobre la suya. Su cuerpo meciéndose sobre el de ella y su rendición mutua al potente deseo que había surgido de la nada.
—¿Seguirás protegiendo a lady Allington mientras buscas a esa otra mujer?
Julie se acercó a la ventana y contempló desde allí el frío jardín soleado.
—Por supuesto. He jurado hacerlo. Sé que Caroline fue a ese garito ilegal anoche. Sé que era su carruaje el que se detuvo delante de El Poni Azul. Pero no pude dar con ella. Y mis fuentes me dicen que la dama en cuestión estaba perfectamente esta mañana cuando ha salido a hacer sus visitas, de modo que sé que no resultó herida durante sus andanzas, fueran las que fuesen. —Había recibido la información con gran alivio, después de los fallos cometidos por ella—. Redoblaré esfuerzos para descubrir sus secretos y dedicaré mi tiempo libre a averiguar quién es esa maldita mujer que me ha robado el reloj.
—Si lady Allington se te pudo escapar de entre los dedos en el salón de juegos, donde sin duda debía de destacar —comenzó Ben, con un tono serio y ecuánime que obligó a Julie a volver la vista hacia él—, ¿cómo piensas descubrir sus secretos? Tengo la impresión de que a su señoría se le da bien ocultar cosas.
Julie apretó la mandíbula. Eso era lo que también se temía ella. Ya había deducido que Caroline era capaz de ocultar sus emociones y secretos. Nadie podía penetrar en su interior a menos que ella le permitiera el acceso.
¿Cuánto le costaría ganársela?
—No aceptaré más negativas ni quiebros. Me limitaré a presionar más —contestó con voz queda mientras intentaba ignorar las placenteras imágenes que sus palabras evocaban.
Su hermano esbozó una mueca de preocupación.
—Julie, me preocupas. No creo que esto sea buena idea. Lo presiento. Tienes esa mirada en los ojos.
—¿Qué mirada? —preguntó.
—La misma que tenías después de la muerte de Davina.
Julie se puso tensa. Imágenes de los ojos sin vida de la joven cruzaron por su mente. Pero esta vez no eran los ojos de ella, sino verdes como los de Caroline. Dio un respingo mientras intentaba borrar la figuración.
—No es lo mismo —respondió con un gruñido.
Ben se levantó del sofá.
—Julie... —empezó.
Pero ésta pasó a su lado con brusquedad y abandonó la estancia.
—No es lo mismo, maldita sea —repitió mientras lo hacía.
Pero si no lo era, ¿por qué las sensaciones eran tan parecidas?

Caroline miró hacia la puerta por enésima vez desde que llegara a la velada organizada por lady Ingramshire hacía diez minutos. Julie estaba en la lista de invitados, se había asegurado de ello, pero aún no había llegado.
Se había dado cuenta de que no estaba en cuanto entró por la puerta. No le había faltado el aire y su corazón no había dado un vuelco para hacerle saber que ella estaba allí.
Un rápido vistazo a la sala le confirmó lo que su cuerpo ya le había advertido. De modo que lo que sentía ahora era tan sólo ansiedad.
Esa noche la vería por primera vez desde que escapara de sus cálidos brazos. Tendría oportunidad de contemplarla sabiendo que era una espía. Lo que más temía era no poder controlarse. Que ni toda su preparación y su experiencia pudieran evitar que se lo confesara todo con una única mirada de deseo. Julie vería las abrumadoras ganas que tenía de volver a tocarla, la rabia por el engaño de que habían sido víctima las dos, el miedo a fracasar en su trabajo y no recuperarse nunca...
No estaba preparada para que la alta mujer supiera todas esas cosas. Algunas pensaban confesárselas en algún momento, pero pretendía guardarse para sí lo del pánico. Nadie podía enterarse de eso.
«Calma», se dijo. Inspiró y soltó el aire lentamente.
Debía mantener la calma. Tras coger aire varias veces más, dejó que su mirada vagara nuevamente por la estancia. Esta vez, sin embargo, sí se topó con algo, mejor dicho, con alguien, interesante: Meredith y Tristan. Esbozó una mueca. Cómo no iban a asistir al baile. Se marchaban al norte al día siguiente y se habían pasado toda la jornada intentando que Caroline los recibiera para despedirse. Ella, sin embargo, los había evitado. No quería otra confrontación como la que había tenido con Ana.
Con Meredith sería peor. Ésta era más incisiva, más directa. Cualquier conversación que tuvieran podía terminar en una pelea, y no tenía ganas de algo así en ese momento. Seguía teniendo las emociones a flor de piel y no podía arriesgarse a que Merry descubriera lo que había hecho.
La vio ponerse de puntillas y recorrer el salón de baile metódicamente con sus ojos oscuros. Caroline esbozó una mueca de fastidio. La estaba buscando.
Se desplazó con presteza hacia la izquierda y se ocultó tras un nutrido grupo de hombres, de donde sólo se atrevió a asomar la cabeza para ver si la había localizado. Meredith seguía escrutando la estancia.
—Maldición —exclamó, y al darse la vuelta descubrió un lugar mejor donde seguro que no la encontrarían.
Al volverse de nuevo, se dio de bruces con algo sólido y cálido. Unas fuertes manos la sostuvieron por los brazos para que no se cayera. Caroline se quedó mirando el torso femenino a escasos milímetros de su rostro, y el corazón empezó a martillearle en el pecho y a sentir un revoloteo en el estómago. No le hacía falta levantar la vista para saber de quién eran aquellos brazos, pero aun así lo hizo.
Más arriba del amplio torso, de los fuertes hombros, del poderoso mentón y los carnosos labios que sabía que tenían gusto a brandy y a deliciosa tentación, se topó con los ojos de Julie, de un azul tan intenso que parecían hielo.
No había podido vérselos la otra noche. ¿Se le habrían oscurecido tanto mientras le hacía el amor? ¿Se le habrían dilatado las pupilas de placer? ¿Los habría entornado con satisfacción?
Cómo deseaba saberlo.
Entreabrió los labios, súbitamente resecos, e intentó hablar, pero lo único que salió de su garganta fue un quedo balbuceo. Desde luego, no la refinada expresión que había preparado para el momento.
Tras asegurarse de que no iba a perder el equilibrio, Julie la soltó como si le quemara las palmas. En sus ojos azules, tan inescrutables hasta entonces, relampagueó una llama ardiente y algo más. Caroline casi diría que arrepentimiento.
¿Sabría la verdad después de todo? ¿Le habría mentido Anastasia al decirle que no estaba al corriente del engaño?
No. Echó la cabeza hacia atrás y la miró con más detenimiento. No, no era eso, sino otra cosa. Su mirada parecía distante. Muy lejana.
Caroline quería hacerle volver. Tenerla tan cerca como la había tenido la noche anterior. La deseaba con tanta fuerza que, en comparación, hacía palidecer su determinación de demostrar su valía resolviendo el caso que había descubierto en El Poni Azul. Deseaba a aquella mujer. Más exactamente, anhelaba volver a sentir lo que había experimentado en sus brazos la noche anterior.
Paz. Fuerza. Se había sentido viva tal vez por primera vez desde que la atacaran. Y, para ser sincera, tal vez por primera vez en mucho tiempo.
Deseaba todo eso, aunque sólo fuera temporalmente. Y en ese momento supo que lo tendría... que tendría a Julie.
 
La mirada de los resplandecientes ojos verdes de Caroline Redgrave podría haber derretido el hielo que cubría las aceras de la calle. Julie no recordaba que ninguna otra mujer la hubiera mirado jamás con tanto descaro, y su cuerpo reaccionó como era de esperar. Tuvo que pensar cosas horribles para mantener bajo control una dolorosa humedad que empezaba a crecer en su centro.
Dio un paso atrás. ¿Cómo podía reaccionar su cuerpo ante ella con tanto ímpetu apenas un día después de haber estado con otra mujer? ¿Cómo podía desearla con el mismo ardor? ¿Estaría perdiendo la cabeza? ¿O acaso se había negado el placer carnal durante tanto tiempo que ahora que había vuelto a paladearlo, su cuerpo le exigía más?
—Discúlpeme, milady —dijo Caroline.
El fuego se había esfumado de sus ojos. ¿Habrían sido imaginaciones suyas? ¿Habría visto su propio deseo reflejado en su mirada?
—¿Qué? —balbuceó la morena, esforzándose por recuperar la compostura.
Caroline sonrió.
—Me he dado de bruces con usted, Westfield.
Ella asintió. Ah, sí, así era como había terminado en sus brazos.
—No ha sido nada. A pesar de la fecha en que estamos, la fiesta está siendo un éxito. Es fácil perder el equilibrio ante tal aglomeración.
Aunque la había oído maldecir antes de que se tropezara con ella, pero no tenía intención de mencionárselo... por el momento. Recuperó la compostura y se concentró en el caso. Tenía que protegerla.
Ella asintió.
—Admito que me alegra verla.
Un súbito arrebato triunfal pilló a Julie desprevenida.
—Gracias. Yo también me alegro de verla. Me decepcionó que se fuera tan temprano anoche del baile de los Greenville, sin haber tenido oportunidad de hablar con usted. De hecho, no he vuelto a disfrutar del placer de su conversación desde aquella tarde en la galería de los retratos de lady Laneford.
Ella enarcó una ceja.
—No sabía que seguía con tanto detalle mis movimientos, milady
Julie ladeó la cabeza. Caroline la miraba desafiante. Y le resultó sorprendentemente provocadora, aunque no sabía muy bien por qué. Al parecer, las dos estaban jugando, y ella no parecía dispuesta a dejarla ganar.
—Estoy segura de que una dama tan encantadora como usted sabrá que no puede evitar que la... —Se detuvo un momento. Iba a decir que la deseen, pero al final dijo—: Miren.
—Hum.
Caroline sonrió, pero miró por encima del hombro, como temiendo que alguien la estuviera observando en ese mismo instante, y no alguien con quien precisamente quisiera conversar.
—¿Le apetece bailar, milady? —la invitó la alta morena—. A menos que ya le haya reservado el primer baile a alguien más.
Caroline negó con la cabeza.
—No. Y sí, me gustaría bailar.
La morena le ofreció el brazo y ella vaciló un segundo antes de posar delicadamente los dedos en ella. El calor de su contacto se filtró a través del paño de la chaqueta y la camisa de lino, caldeándole la piel como si no hubiera barreras físicas entre ellas. La vio contener el aliento, como si también lo hubiera sentido, pero cuando la miró de reojo, su rostro no reflejaba emoción alguna.
Se aproximaron a la pista de baile y Julie dejó escapar un suspiro. Precisamente un vals. Lo que significaba que tendrían que acercarse mucho. Una imagen de la noche anterior atravesó fugazmente su mente como un molesto insecto. El tacto de una piel tersa. El acogedor calor del cuerpo de la joven, sólo que en su memoria las imágenes se mezclaban con la mujer que tenía delante en ese momento. En vez de la ramera anónima, vio a Caroline arqueándose debajo de ella, rodando hasta colocársele encima, aferrándose a sus hombros mientras se mecía contra su cuerpo.
—¿Milady?
Caroline la miraba con los ojos entornados.
Julie alejó de su mente las eróticas imágenes.
—¿Sí?
—La música.
Julie dio un respingo. El vals estaba empezando, efectivamente. Empezó a bailar mientras maldecía para sí.
—¿Adónde fue? —le preguntó, apretando los dientes en su intento por controlar los devaneos de su mente. Pero por lo visto sin demasiado éxito.
Ella lo miró alerta.
—¿Cuándo?
Julie arqueó una ceja al captar la dureza de su voz.
—Anoche, Caroline.
Ésta contuvo el aliento al ver que la había llamado por su nombre de pila, pero Julie hizo caso omiso. Le gustaba llamarla así, y al infierno con el decoro.
—Se escabulló del baile sin siquiera saludarme.
Ella abrió unos ojos como platos.
—No me había dado cuenta que tuviera tanto interés en hablar conmigo, Julie.
Hizo énfasis en su nombre y, durante una fracción de segundo, ella estuvo a punto de perder el compás.
Oír su nombre en labios de ella le resultaba familiar. Igual que su tacto. Le recordaba a la mujer de la noche anterior. Pero eso era imposible. Aquélla era una ramera. Tenía el pelo rojo como el fuego, llevaba ropa raída e iba muy maquillada, por no mencionar su marcado acento. Además, la casa a la que la llevó no era la de Caroline. No creía que ésta conociera el barrio siquiera.
Era imposible que fueran la misma mujer, pero no conseguía sacudirse de encima la sospecha.
—¿Milady?
Juli ahuyentó como pudo esos pensamientos.
—Seguro que sabe que me gusta mucho hablar con usted —dijo Julie.
Caroline abrió mucho los ojos, sorprendida, y su rostro reflejó un breve atisbo de felicidad que resultó inesperadamente intenso. Nunca había visto que se le iluminara el semblante de aquella forma.
—Gra... gracias, yo también disfruto hablando con usted —contestó con una voz suave y algo tímida, muy poco característica de ella.
—Pero no ha respondido a mi pregunta —continuó presionándola—. ¿Adónde fue anoche tan temprano?
Caroline le sostuvo la mirada, firme e inescrutable. Cada mirada, cada movimiento de la joven, espoleaba su deseo. Y a pesar de encontrarse en una abarrotada pista de baile, era como si no hubiera nadie más a su alrededor. Y eso era peligroso.
—Ésa es una pregunta muy impertinente e inapropiada para una dama como usted, Westfield —la reconvino ella, aunque su tono indulgente revelaba que su indiscreta curiosidad no la había ofendido verdaderamente.
La estaba poniendo a prueba. Bien, pues ella haría lo mismo.
—Hay algo en usted que me hace olvidar que soy una dama, milady.
Caroline se ruborizó violentamente, y Julie pensó otra vez en la noche pasada con la mujer anónima que tanto placer le había proporcionado y de nuevo le puso el rostro de Caroline. Seguro que ese rubor arrebatador oscurecería también sus mejillas cuando alcanzaba el clímax.
—Pues debería esforzarse por recordarlo, milady —contestó con voz queda cuando cesó la música—. Especialmente en una pista de baile. —A continuación, retrocedió un paso y dijo con una deslumbrante sonrisa—: Y, ahora, le he prometido el próximo baile al señor Hingly. Buenas noches.
La dejó en medio de la pista de baile, observándola mientras se alejaba, con el corazón desbocado y la cabeza llena de pensamientos caóticos. No se sentía como una espía en una misión, sino como una mujer atrapada en las redes de otra mujer. Y estaba más que dispuesta a dejarse capturar.
La siguió mientras ella se abría paso entre la multitud. Se movía con gracia natural. Con una resuelta serenidad que muy pocas damas que la alta morena hubiera conocido poseían. Caroline Redgrave sabía exactamente quién era y lo que era, y no tenía miedo. Ni intentaba que los demás la vieran de otra forma.
Simplemente, era como era y eso la hacía querer perseguirla como haría un perro desesperado tras un astuto zorro.
La vio aminorar el paso al llegar a las puertas que daban a la terraza y echar un vistazo alrededor. Por un momento, Julie pensó que estaba buscando al caballero a quien le había prometido el siguiente baile, pero en ese momento se volvió. Sus miradas se encontraron y ella le sonrió con picardía. Lo que hizo a continuación fue aún más sorprendente: le guiñó un ojo con audacia y salió a la terraza.

CAPÍTULO 09

Caroline se agachó detrás de unos arbustos, junto al cenador, situado en el rincón más apartado de los extensos jardines de lady Ingramshire. Los faroles repartidos a lo largo del sendero no llegaban a iluminar aquella zona, de modo que estaba segura de que nadie podría verla.
Acuclillada, se recogió el vestido y se dispuso a esperar. Julie no tardaría en llegar. Al menos, eso esperaba. Sólo le había faltado agitar un trapo rojo delante de sus ojos. Un buen espía la seguiría, y ella quería observar su reacción cuando se diera cuenta de que había desaparecido. Quería verla ir en su busca.
Mientras esperaba en medio de la fría noche, reflexionó. No estaba segura de qué era lo que esperaba de la mujer mayor en realidad. Justo cuando le parecía que empezaba a entenderla, la sorprendía con algo. Algo que la hacía revisar la imagen que ella se había hecho.
Como aquella misma noche. Julie la había estrechado muy fuerte mientras bailaban, y le había rozado la cadera con la mano, marcando levemente su posesión. Le había dicho que le gustaba estar con ella, y le había parecido que lo decía de verdad, no para sonsacarle información para el caso.
Su propia reacción había sido totalmente sincera. Oírla la había complacido enormemente, pese a saber que lo único que podrían tener, como mucho, sería una aventura. Tenía que vivir con su pasado. Además, sabía, porque lo había visto en sus amigas, lo que toda relación sólida requería: confianza, franqueza. Y a ella le costaba mostrar esos sentimientos.
Pero Julie no había dicho que fuera eso siquiera, así que no importaba. Lo que le había dicho era que la hacía olvidar que era una dama. Se estremeció y su reacción no tenía nada que ver con el frío nocturno. Había sentido esas palabras como una seductora caricia. Sin embargo, la noche antes, la había visto disfrutar hundiéndose en el cuerpo de la que Julie creía que era otra mujer.
Entonces ¿cuál era la verdad? ¿La pasión que mostraba con la que tomaba por una ramera o el juego de seducción que se traía con ella entre salones de baile y jardines de la buena sociedad?
¿Era posible que estuviera celosa de sí misma?
Sacudió la cabeza al verla acercarse por el sendero. No había tiempo para reflexiones absurdas. Se había topado con un caso importante al ver al hombre caracterizado como el príncipe regente, y ahora tenía que determinar si Julie Ashbury era la persona adecuada para ayudarla a resolverlo.
Se movía con despreocupada elegancia por el frío jardín, escrutando a un lado y a otro, sin que aparentemente le molestase el frío nocturno después del asfixiante interior del salón. Se maldijo porque vio que la alta mujer había tenido la precaución de coger su abrigo mientras que a ella no le había dado tiempo a hacer lo propio con su chal antes de salir, y estaba congelada.
Uno de los faroles iluminó el rostro de Westfield cuando ésta se volvió hacia donde estaba ella, y pudo ver el brillo de concentración de sus ojos azules. Estaba claro que la estaba buscando, pero mantenía la calma. Nadie adivinaría su propósito. Eso le gustó. No pocos espías se olvidaban de las apariencias cuando creían que estaban a solas.
Julie viró hacia el cenador y Caroline se puso tensa, pero se adentró lo máximo que pudo entre las sombras sin hacer ruido.
Bruscamente, dirigió el rostro hacia su escondite y Caroline reprimió una imprecación. ¡Era imposible que hubiera visto su tenue movimiento en la oscuridad y, desde luego, que la hubiese oído! Era silenciosa como una tumba, y se vanagloriaba de ello.
Así y todo, Julie continuó escudriñando la zona, avanzando lenta pero segura hacia ella. Se movía con cautela, preparada para atacar sin perder de vista el escondite, lo que a ella le impedía escabullirse por los alrededores del cenador. Lo único que podía hacer era esperar y confiar en que al final decidiera que no había nada allí que mereciera su atención.
Lo que, como era de esperar, no ocurrió. No había manera de evitar lo inevitable. Su intención había sido observar su reacción ante lo inesperado y su deseo estaba a punto de cumplirse.
Así que tomó aire profundamente, se levantó y salió al sendero.
 A Julie le costó recuperar el control y no tropezarse ante la sorpresa al verla emerger de las sombras, como si el hecho de que una dama de alcurnia se ocultara tras un cenador en una gélida noche de invierno fuera lo más normal del mundo. Tenía los hombros erguidos y la cabeza alta, y la miraba con una expresión que sólo podría describirse como arrogante.
—Lady Westfield —saludó con un altivo gesto de cabeza, propio de la realeza.
—Lady Allington —contestó Julie, mientras la recorría de arriba abajo con la vista. Vio la piel de gallina de sus brazos desnudos y cómo se le marcaban los pezones a través de la seda del vestido. Reprimió un gemido al percibirlo.
—¿Qué hace usted merodeando por los jardines? —preguntó Caroline, con la desfachatez de mostrarse irritada ante su presencia.
—Yo podría preguntar lo mismo, milady —respondió la morena, cruzándose de brazos—. ¿Cómo se le ocurre salir con el frío que hace sin un chal? Sobre todo, después de haberme dicho que ya tenía pareja para el siguiente baile. Estoy segura de que el caballero estará buscándola ahora mismo. —Volvió la cabeza—. A menos que se esté ocultando en el cenador por otro motivo.
La idea hizo que se le revolviera el estómago.
Caroline abrió mucho los ojos.
—¿Está insinuando que...?
Julie avanzó un paso y ella adoptó de forma instintiva una actitud de combate. Fue un movimiento sutil, pero la cogió por sorpresa. ¿Cuántas mujeres sabían equilibrar así su peso? ¿Cuántas sabían prepararse para dar un puñetazo? Excepto ella claro. Sin embargo, Caroline había hecho ambas cosas.
¿Quién demonios era aquella mujer en realidad? ¿Y qué ocultaba?
Se quitó el abrigo y se lo echó por los hombros.
—Morirá de una pulmonía si no se abriga un poco, especialmente después de su convalecencia.
Caroline relajó los puños y se quedó mirándola con los ojos brillantes por la sorpresa a la luz de los faroles.
—Usted... —se interrumpió mientras se arrebujaba en el abrigo—. Gracias.
—Deje que la acompañe de vuelta —dijo, ofreciéndole el brazo.
Ella se recogió el bajo del abrigo como si se tratara de la cola de un vestido y aceptó el ofrecimiento.
Caminaron en silencio durante un rato. Caroline con la mirada fija al frente, sujetando con cuidado el abrigo para no arrastrarlo por el suelo.
Al final, Julie carraspeó y dijo:
—¿Quiere decirme por qué me observaba, escondida entre las sombras y sin un chal sobre los hombros?
Caroline giró la cabeza y la observó detenidamente. Julie notó su escrutinio, la valoración que estaba haciendo. Pensó que iba a decir algo, y se sorprendió inclinándose un poco hacia ella, expectante. Pero la joven se encogió de hombros y dijo:
—No.
Julie reprimió una carcajada de sorpresa. «No.» Así, sin más. Sin dar explicaciones ni intentar justificar la absurda postura en que la había pillado. Sencillamente, contestó que no. Nunca había conocido a una mujer como ella. Estaba segura de que nunca había sentido aquel grado de provocación, frustración y confusión con ninguna otra.
Y se dio cuenta de que le gustaba, pese a los muchos y buenos motivos para desconfiar.
—Entiendo. —Se detuvo al pie de la escalinata que conducía al porche. Caroline se quitó el abrigo sin que ella se lo pidiera y se lo entregó sin decir nada—. ¿Y quiere explicarme por qué me ha mentido acerca de ese baile que le había prometido a alguien más?
Ella volvió la cabeza y la miró. Julie se quedó anonadada por su belleza. Pero no era sólo eso lo que la tenía atrapada, había conocido a muchas mujeres hermosas, era la luz que había en sus ojos. Inteligencia, picardía y sensualidad todo ello en un hermoso envoltorio.
—No, Julie —respondió la rubia—. Esta noche, no.
La morena retrocedió, sorprendida una vez más por su respuesta.
—¿Quiere eso decir que me lo explicará en otro momento? Porque he de admitir que me mata la curiosidad.
Caroline sonrió y ella sintió como si le acabaran de dar un puñetazo en el estómago. ¿Cómo podía afectarle tanto algo tan nimio?
—Mañana —dijo, alargando la mano como si fuera a tocarle el brazo, pero en el último momento la apartó, para gran decepción suya—. Venga a tomar el té conmigo mañana. Le prometo que se lo explicaré todo.
Y con esas palabras se dio media vuelta y subió la escalinata, excitándola con el balanceo de sus caderas. Julie permaneció al pie de la escalinata hasta mucho después de que Caroline hubiera entrado en la casa, pensando en ella.
Cuando se puso el abrigo sobre los hombros, tuvo que enfrentarse a otro recordatorio. Su suave y fresco aroma flotaba a su alrededor. No había tenido puesta la prenda más de tres minutos y, sin embargo, había dejado su fragancia impregnada para atormentarla.
Aspiró profundamente. Un aroma seductor, provocativo... y muy familiar. ¿Dónde lo había olido antes?
Una gélida brisa agitó las copas de los árboles, arrastrando consigo la duda y helándole los huesos. Subió la escalera con un suspiro.
Caroline había prometido darle una explicación al día siguiente. Tal vez entonces pudiera descubrir toda la verdad y protegerla.
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 —Tiene visita, milady —anunció el mayordomo.
Caroline levantó la vista de las notas que estaba tomando y miró la hora en el reloj de pared. Julie llegaba pronto. No pudo evitar el nerviosismo que se alojó en su vientre al pensar que estaba tan ansiosa por verla como ella.
Sólo le restaba confiar en que se tomara bien sus confesiones. Sin duda, se pondría furiosa al saber que sus superiores la habían engañado, y se quedaría estupefacta al descubrir que ella también era una espía. Pero ¿y una vez hubieran pasado las reacciones iniciales? ¿Aceptaría que trabajaran juntas para descubrir la verdad acerca del hombre disfrazado de príncipe regente que había visto en el club de juego?
—¿La ha llevado al salón rosa, como le pedí? —preguntó, guardando sus papeles en un cajón del escritorio que luego cerró con llave. Después llevaría a Julie a su despacho y le enseñaría sus notas, pero por el momento era más conveniente guardarlas.
—No es lady Westfield, milady —contestó Benson con un suspiro—. Son lady Carmichael y la señora Tyler.
Caroline no había terminado de cerrar el cajón con llave cuando levantó la cabeza con brusquedad.
—Creía que le había dicho que les dijera que no estaba en casa si venían.
El hombre asintió.
—Así lo he hecho, milady, pero han sido muy insistentes. Le pido disculpas, pero ya conoce a lady Carmichael. Puede ser muy astuta.
Caroline intentó no reírse ante el juicio de su mayordomo. No quería ni imaginar los trucos que Merry habría empleado para entrar en la casa. Pero lo cierto era que no estaba contenta después de lo que sus amigas le habían hecho, y no pensaba perdonarlas, al menos por el momento. Por muy encantadoras y maravillosas que fueran.
Y, desde luego, no tenía intención de explicarles ningún aspecto del caso que aún no había resuelto. No, hasta que junto con Julie tuvieran algo más sólido. Sólo entonces podría estar segura de que Charlie no la sacaría de la investigación en un intento de «protegerla».
Apretó los dientes antes de responder:
—¿Y dónde están exactamente?
—En el salón rosa, milady. Me ha costado un triunfo evitar que se metieran en tromba en su despacho. Pero tengo la impresión de que si no sale a recibirlas en un tiempo prudencial, tal vez lo hagan.
Benson le dirigió una mirada cargada de paciencia y ella le sonrió. Para el pobre hombre era un verdadero infierno trabajar para un hatajo de presuntuosas espías. Sin embargo, a pesar de su naturaleza quisquillosa y la flagrante desaprobación que mostraba hacia su profesión, Caroline sabía que siempre le sería fiel.
Deseó que le resultara igual de sencillo confiar en todo el mundo.
—Le pido disculpas por su comportamiento. Sé que le habrá resultado muy desagradable tratar con ellas en estas circunstancias.
Terminó de dar la vuelta a la llave y se la guardó en el bolsillo. Después se alisó la falda e hizo acopio de toda su fortaleza para enfrentarse a Ana y a Meredith.
—No hace falta que preparen té —le dijo al mayordomo mientras se dirigían hacia el salón—. No se quedarán mucho rato. No quiero ninguna interrupción a menos que sea absolutamente necesario.
Benson asintió y se separó de ella cuando llegaron a la puerta del salón rosa. Caroline inspiró profundamente y entró.
Meredith estaba de pie junto al fuego, ataviada con un sencillo traje de viaje. Caroline enarcó una ceja ante su aspecto. Entonces se acordó de que ella y Tristan iban a ir al norte para ocuparse del primer caso de éste. Su amiga debía de estar muy enfadada para ir a visitarla pocas horas antes de partir.
Ana estaba sentada en el borde del sofá, mirando la puerta con gesto ansioso. Se puso inmediatamente en pie al verla entrar.
—El espectáculo era del todo innecesario —las reconvino Caroline mientras cerraba la puerta tras de sí—. Estas cosas alteran mucho a Benson. Ahora tendré que aguantar sus quejas durante una semana por lo menos.
Meredith se cruzó de brazos, lanzando chispas por sus ojos azul oscuro.
—Si no te hubieras empeñado en evitarnos y hacer pucheros, no nos habríamos visto obligadas a venir a tu casa.
—Jamás en mi vida he hecho pucheros —replicó ella, apretando los puños a los costados.
Ana se plantó en medio de las dos, levantando una mano delante de cada una.
—Señoras, discutir sobre frivolidades no resolverá nada y lo más probable es que sólo consigamos herir los sentimientos de las demás. Por favor, Meredith.
Ésta se encogió de hombros y Caroline se relajó un poco. Pero su rabia no había disminuido y ver a sus dos amigas no hizo más que ahondar la profunda y devastadora sensación de decepción y traición que sentía.
—¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué me mentiste, Meredith? ¿Para qué humillarme enviándome a vigilar a una mujer que también es espía y sabe cuidar de sí misma perfectamente? ¿Tan poca fe tienes en mí y en mis capacidades después de todo lo que hemos pasado juntas?
La interpelada tuvo la decencia de mostrarse culpable, pero al cabo de un momento levantó la vista, desafiante.
—Ana y tú son mis mejores amigas. Siempre he deseado lo mejor para las dos, las he tenido en la más alta estima y las he respetado por sus capacidades. Pero es precisamente por todo lo que hemos pasado juntas por lo que accedí a tomar parte en esto. Cariño, no puedes negar que has cambiado...
Caroline la interrumpió con un gesto de la mano. Tenía las emociones a flor de piel, pero las aplastó sin piedad.
—No. Estoy harta de oír lo mucho que he cambiado después de que me hirieran. Harta de oír que ya no confían en mí.
Meredith negó con la cabeza.
—Sí que confiamos en ti...
Ella la volvió a interrumpir:
—¿Cómo pueden ser capaz de afirmar que yo he cambiado y no se dan cuenta que ustedes también han cambiando tanto como yo, o incluso más, en el último año y medio?
Ana giró la cabeza hacia ella.
—¿Qué quieres decir?
Caroline señaló a Meredith en primer lugar.
—Hace un año y medio, decías que nunca podrías enamorarte. Tu trabajo te había llevado a investigar a muchos hombres por diversos delitos, hombres que se te insinuaban, y me dijiste, con el mayor desprecio imaginable, que nunca podrías querer a alguien que fuese culpable de un delito. Sin embargo, te enamoraste y te casaste con alguien que supuestamente era sospechoso de traición. Y ahora trabajas con él y colaboras en su preparación como espía. Dime que eso no te ha cambiado.
Merry contuvo el aliento.
—Pues claro que me ha cambiado, pero no es lo mismo...
—Y tú —continuó, volviéndose hacia Anastasia, sin dejar que Meredith acabara de hablar—, hace seis meses seguías guardando luto por un hombre que murió hace años. Y no lo hacías sólo para protegerte, para esconderte. De verdad llorabas su pérdida. Jurabas que nunca harías trabajo de campo. Se suponía que debía ser yo quien colaborase con Lucas Tyler. Y ahora no sólo estás casada con él, sino que, a juzgar por la escena que interrumpí hace dos noches, tienen un matrimonio feliz que consuman a menudo. También sé de buena tinta que tienen la costumbre de colarse por las ventanas y apostar a ver quién de los dos descubre algo antes, y que hace tres semanas les dispararon cuando estaban a punto de cerrar el caso de los diamantes Freighton. No creo que tenga que decirte, Ana, que tú sí has cambiado.
Ana se había puesto pálida, pero no negó ninguno de los cargos.
—Sí —continuó Caroline—, admito que el hecho de que me atacaran y haya estado al borde la muerte, me ha cambiado. —Vaciló un instante al recordar el pánico que se apoderó de ella en El Poni Azul—. Pero ustedes también lo han hecho. Y aun así se les permite, no, se les anima a trabajar en el campo de la acción. Abandonaron los casos a los que nos dedicábamos juntas para trabajar con sus esposos. Entonces, ¿por qué me niegan a mí la oportunidad de continuar con mis obligaciones? A ustedes se les permite llevar vidas plenas que nada tienen que ver con la mía. Me han dejado sola y, además, se niegan a dejar que haga lo único que me queda: trabajar por mi país.
Le habría gustado borrar sus palabras nada más decirlas. Jamás había expresado sus sentimientos en voz alta y, a juzgar por la expresión de estupefacción de sus amigas, a ellas nunca se les había ocurrido que pudiera guardar algo así en su corazón.
—Nosotras no te hemos dejado sola —susurró Ana—. No te hemos abandonado para vivir nuestras vidas.
Caroline se dio la vuelta. Las lágrimas pugnaban por salir de sus ojos y tuvo que parpadear varias veces para evitar que ocurriera. Así no era como había esperado que transcurriera su encuentro.
—Seguiré investigando casos —dijo, con los dientes apretados para evitar que le temblara la mandíbula—, tanto si las tengo como compañeras como si no.
—Te sientes así no sólo porque hayamos intentado protegerte, sino porque ahora estamos casadas —dijo Meredith acercándose a ella—. Caroline, no me había dado cuenta de que te sentías abandonada. O de que estuvieras...
Dejó las palabras en suspenso y Caroline apretó los puños.
—Ibas a decir celosa —susurró, antes de darse la vuelta y enfrentarse a su mirada—. Pues no lo estoy.
—Y aunque lo estuvieras estarías en tu derecho —opinó Ana con voz queda, moviéndose con cautela en un tema tan delicado—. Mereces ser feliz y encontrar el amor tanto como Meredith y yo.
Caroline cerró los ojos con fuerza. Si fuera tan sencillo.
—No envidio el amor que ustedes han encontrado, ni que se hayan casado mientras yo sigo sola. Me gusta estar sola. ¡No deseo tener un hombre molestando a cada paso! O una mujer le indicó su conciencia.
Cuando abrió los ojos, se dio cuenta de que estaba gritando. Y mintiendo. Acerca de su envidia y de su deseo de vivir en una casa vacía, y llevar una vida igualmente vacía al margen de sus obligaciones hacia la Corona. Y mentía respecto a que no deseaba tener a un hombre en casa. Bueno realmente no mentía, sobre tener un hombre en casa. Sí que deseaba a una persona. Con una intensidad devastadora, pero no a un hombre, no.
Deseaba a Julie.
Pero no podía tenerla. No podría tener con nadie lo que tenían sus compañeras, aunque encontrara a un hombre que la quisiera de verdad. Ella solo deseaba a alguien que nunca tendría.
—Milady.
Se volvió. Benson estaba en la puerta, moviendo el peso de su cuerpo de un pie a otro en actitud incómoda. Caroline se puso como la grana y le preguntó:
—¿Qué ocurre?
—Lady Westfield está aquí, milady.
Ella se quedó paralizada. Julie estaba allí, detrás del mayordomo. Y con los gritos que había estado dando, sin duda alguna habría oído toda su humillante declaración. Se dirigió hacia la ventana, alejándose de Benson y de sus amigas en un intento por recuperar la calma. Aunque lo tenía difícil.
Se cubrió las mejillas y notó que le ardían. Temblaba y respiraba entrecortadamente. Echando mano a todo lo que había aprendido en su formación, se concentró en rebajar sus pulsaciones.
Cuando sintió que había recuperado el ritmo normal de la respiración, dijo:
—Hazla pasar.
Con las manos a la espalda para ocultar el temblor, miró hacia la puerta, ignorando a Ana y a Meredith mientras Julie entraba en el salón. Se quedó sin aliento. Adiós a la calma.
Cada vez que la veía se quedaba asombrada de la fuerza que emanaba de ella; del absoluto control que desplegaba hasta en los menores movimientos, y de la elegancia de sus ademanes a pesar de su tamaño. En Julie se daba un equilibrio perfecto entre potencia y control.
Al contrario que ella, que en ese momento se sentía agitada, ciega y trastornada por las emociones. A juzgar por su mirada llena de preocupación, se había dado cuenta. Eso significaba que la había oído. Se sonrojó aún más y deseó que la tierra se la tragara para no tener que mirarla a los ojos.
Julie miró entonces a Meredith y a Ana, que seguían pálidas y anonadadas por lo que se habían dicho. Caroline dio un respingo al verlas.
Se quedó muy sorprendida al ver que el gesto de la alta morena se transformaba en... rabia. Les echaba la culpa a ellas. Fue algo parecido a la actitud protectora que vio en Lucas la noche que irrumpió en su casa para hablar con Ana. Ella la había envidiado entonces por tener un esposo que la protegía, y en ese momento Julie parecía expresar lo mismo con una incisiva mirada.
—Lamento interrumpir así, lady Allington —dijo con suavidad, buscando su mirada y sosteniéndosela con dulzura—. Su nota decía a las dos, ¿no es así?
Ella tomó una trémula bocanada de aire y dio un paso al frente, decidida a no dejar que la humillación que sentía hiciera que se olvidara de sus modales o que la alejara de su plan.
—Así es. Mis amigas ya se iban —dijo, lanzándoles a las dos una significativa mirada.
Anastasia suspiró.
—Sí. Estábamos a punto de irnos.
Se acercó a ella y le cogió las manos. Sus ojos se encontraron y Caroline se estremeció al ver su mirada de lástima. Era el último sentimiento que habría querido suscitar. Ana se inclinó y le dio un beso en la mejilla.
—Ya sabes que te quiero como si fueras mi hermana.
—Lo sé —respondió ella con un susurro, luchando contra sus emociones con toda la fuerza que le quedaba—. Lo sé.
Meredith se acercó a continuación y le puso la palma en la mejilla.
—No era mi intención disgustarte tanto con mi visita, Caro. Yo... lo lamento, y espero que cuando Tristan y yo regresemos hayas podido perdonarme.
Caroline asintió notando la nueva oleada de lágrimas que acudía a sus ojos.
—Claro que lo haré. Sabes que sí. No podría seguir enfadada contigo, aunque te lo merezcas.
Merry sonrió, pero había una cierta tristeza en su expresión. Acto seguido, ambas mujeres se despidieron de Westfield y se fueron. Julie cerró la puerta cuando se quedaron a solas.
Caroline sabía que debería protestar. En sus planes, era ella la que cerraba la puerta, sorprendiéndola con su osadía. Pero en ese momento no se sentía osada. Más bien se sentía... derrotada. Y quería que la mujer mayor la reconfortara, aunque sabía que era lo último que podría pedirle. No podía depender de ella ni de nadie. No podía si quería que Julie viera lo fuerte que podía llegar a ser una colaboración entre las dos. Si deseaba que la aceptara, no podía mostrarse como una mujer frágil y llorosa.
—Caroline —dijo con ternura, acercándose.
Ella se sobresaltó ante la dulzura de su tono. Se quedó paralizada, incapaz de hacer otra cosa que mirarla, impotente, mientras atravesaba la estancia con paso lento. Como si ella fuera un animalillo acorralado y temiera asustarla.
Una valoración acertada, pues quería apartarse de un salto. Ocultarse para que no pudiera ver su vulnerabilidad.
En vez de eso, se quedó donde estaba y vio cómo Julie tendía la mano. No llevaba guantes, de modo que le acarició la mejilla con sus cálidos dedos, mientras ella dejaba escapar el aire entrecortadamente.
—Estás disgustada.
Lo dijo con tono sosegado, una afirmación más que una pregunta. Pero también había en su voz una infinita ternura. Resultaba tranquilizador. Como si le correspondiera a Julie reconfortarla cuando aquél no era en absoluto su papel.
Ella negó con la cabeza, con lo cual sus dedos le rozaron el pómulo. El placer que le proporcionó su tacto era casi insoportable.
—Ha sido... sólo una discrepancia —mintió—. Nada de lo que tengas que preocuparte.
—Y aun así me preocupo.
Caroline abrió mucho los ojos mientras la otra mujer apartaba la mano.
—Gracias, Julie —susurró con voz trémula.
Se sostuvieron la mirada y Caroline se estremeció. Aquella mujer resultaba aterradora en muchos sentidos. Por ejemplo, le asustaba que fuera tan fuerte y a la vez tan tierna; que pudiera frustrarla tanto y a la vez atraerla irremediablemente. Con ella se sentía... desconcertada. Insegura de sí misma.
Y más que desde hacía meses.
Se dio la vuelta y se acercó a la chimenea. Apoyó una mano en la repisa y trató de recuperar un mínimo de dignidad y control de sí misma. Lo necesitaba antes de admitir la verdad y que su relación cambiara irrevocablemente.
A su espalda, notó que Julie se movía. Se le acercó y ella se tensó de pura expectación ante su contacto. Porque estaba segura de que iba a tocarla.
—¿Sabes, Caroline?, tengo que decirte que no sé qué pensar de ti.
Su voz sonó justo a su espalda, muy cerca, tanto, que pudo percibir su aliento en la nuca. Sus dedos se cerraron en torno a su brazo y ella se dio la vuelta en respuesta a su delicada presión. No podía resistirse.
Julie continuó hablando con expresión inescrutable.
—Por tu aspecto se diría que eres la perfecta dama, y, sin embargo, hay algo debajo de esa apariencia que muestras al mundo.
Caroline reprimió como pudo su sorpresa. ¿De verdad se había dado cuenta de eso durante el poco tiempo que llevaban coincidiendo en los salones de Londres?
Y continuó:
—Es algo intrigante y a la vez alarmante, porque nunca estoy segura de qué vas a hacer. ¿Hasta dónde estarías dispuesta a llegar, Caroline? ¿Te quedarás en el borde o saltarás al vacío aunque eso pueda causarte dolor? Desconozco las respuestas y eso me fascina y me asusta al mismo tiempo.
Ella tragó con dificultad el nudo que se le había formado en la garganta. Julie se iba inclinando un poco más con cada palabra, haciendo descender aquella deliciosa boca suya muy despacio, para darle tiempo a retirarse si así quería hacerlo.
Pero no quería. Quería que la besara. Necesitaba saber que la deseaba a ella, a Caroline, tanto como había deseado a la desconocida de dos noches atrás. Tenía que saberlo antes de admitir la verdad.
Sus labios se tocaron, un leve roce, pero ella percibió que la misma pasión desbocada que había demostrado en aquella ocasión palpitaba bajo la superficie. Estaba conteniéndose, pero el deseo estaba allí, tan potente como entonces. Caroline levantó los brazos, tremendamente aliviada, le rodeó el cuello y se abandonó al deseo.

CAPÍTULO 10

Julie la tomó entre sus brazos mientras una explosión de impetuoso deseo la recorría. Pero una vez pasada aquella primera sensación, notó algo más.
Era el mismo sentimiento de familiaridad que la había asaltado al captar su aroma en su abrigo la víspera. Sólo que en ese momento sí supo identificarlo. El beso... era igual al de la mujer de El Poni Azul.
Echó la cabeza hacia atrás, sorprendida, y la miró a los ojos. Los tenía nublados por un deseo tan intenso que necesitó de todo su autocontrol para no fundirse con ella en un apasionado abrazo y olvidar los pensamientos que daban vueltas en su cabeza.
Tenía que concentrarse. El beso era idéntico. Y sus ojos... ¿no le había parecido que aquella prostituta tenía los mismos ojos de Caroline? Le resultaba difícil asegurarlo con aquella mata de rizos rojizos que le enmarcaba el rostro, que además había mantenido vuelto hacia un lado, de manera que Julie no pudiera vérselo en detalle. Se había aprovechado de la oscuridad para protegerse.
Pero el beso era definitivo.
Tal vez debiera probar una segunda vez. Colocó un dedo bajo la barbilla de Caroline, instándola a levantar la cara, y bajó la boca. Ella entreabrió los labios y Julie tomó lo que le ofrecía, paladeándola. Qué sabor tan dulce tenía. Sabía a... a fresas.
El pensamiento rebotó en todas las esquinas de su mente como una bala mientras Caroline continuaba dando rienda suelta a sus impulsos con total abandono. Fresas. Era el mismo sabor.
Julie sabía que debería apartarse, pero no podía. Sus lenguas danzaban y Caroline se aferraba a ella como a un salvavidas. Podía notar su desesperación, su apremio, y la conminó a avanzar.
La rubia hundió los dedos en su pelo mientras el beso cobraba más pasión. La parte racional de Julie le repetía una y otra vez: «¡Es la misma mujer! ¡Es la misma mujer!».
Quería silenciar esa voz y entregarse a la rubia, que se apretaba contra ella, incendiándola con la forma en que mecía levemente las caderas contra la suya.
Pero no pudo. ¿Cómo podía demostrar que Caroline y la desconocida eran la misma? Porque tenía que estar absolutamente segura antes de afirmarlo, o se arriesgaba a perder a Caroline para siempre. Cosa que no podría soportar. No cuando la notaba caliente al tacto, jadeante con cada caricia.
La cicatriz.
A medida que sus dedos descendían por su columna vertebral, acariciándole la espalda y estrechándola con fuerza contra sí, recordó la enorme cicatriz que aquella mujer tenía en un costado. Si Caroline tenía la misma marca, eso demostraría que las dos eran la misma persona.
Y si no... bueno, iba a hacerle el amor. Eso era un hecho. Si no había cicatriz, ya pensaría después en las consecuencias. En ese momento, el deseo era lo más acuciante, su determinación de reclamar a aquella mujer de una forma primaria, de un modo que ninguna de las dos olvidaría.
Se apartó de su ávida boca y sus ojos se encontraron. Un quedo gemido, tan quedo que de no haber estado mirándola fijamente no lo habría oído, escapó de sus labios, y se arqueó contra Julie.
—Quiero... —comenzó a decir la morena, pero antes de que pudiera terminar la frase, ella le cogió la mano y la colocó sobre su pecho.
Julie cerró los ojos y se quedó sin aire en los pulmones. Caroline sabía qué era lo que quería, lo que ardía en su interior como un fuego a punto de desbocarse. Y le estaba dando permiso para tomarlo. Le estaba pidiendo que la tocara. Aquél era un regalo que no tenía intención de rechazar.
Le acarició el seno, complacida al ver cómo se endurecía su pezón al contacto con la palma de su mano y Caroline empezaba a jadear. Avanzó un paso, alejándola de la chimenea para depositarla de espaldas sobre el sofá de terciopelo situado en el centro de la habitación. Entonces se tendió sobre ella, deleitándose al verla levantar las caderas, acariciarle la espalda instándola a acercarse más.
Volvió a besarla, paladeándola, entre las desesperadas acometidas de sus lenguas. Acto seguido, bajó la cabeza, le lamió la exquisita curva de su garganta y ascendió nuevamente para juguetear con el lóbulo de su oreja.
La respuesta de Caroline fue vehemente y confiaba que sincera. Elevó de nuevo las caderas saliendo al encuentro de su cuerpo, restregándose hasta que Julie sintió que su humedad iba a escurrirse. Se aferró a la alta mujer instándola a ir más lejos con cada gemido entrecortado y cada «sí» pronunciado entre susurros.
Julie le empezó a desabrochar los botones nacarados que le cerraban el vestido por delante. Su pulso se iba acelerando con cada uno de ellos. Se moría de ganas de tocarla. De saborearla. De reclamarla para sí.
Contuvo el aliento y consiguió apartarse lo justo para bajarle los hombros del vestido. Éste quedó arremolinado a la altura de la cintura de Caroline y Julie la miró. La camisola era muy fina, de la seda más liviana, y se ceñía a sus curvas haciendo que se destacaran sus pezones ansiosos. Sin poderlo evitar, alargó las manos y tomó sus pechos una vez más, paseando los pulgares por los erectos montículos mientras ella echaba la cabeza hacia atrás.
—Julie —susurró.
Levantó los ojos. Maldición, de nuevo la asaltaba la sospecha. Esa voz, ese gemido suplicante era igual que el de la mujer cuando alcanzó el clímax. Su centro palpitó al recordar lo acogedor que era su cuerpo. Pero la cosa empeoraba si pensaba que Caroline era ella.
Caroline, que lograba sorprenderla como nadie lo había hecho en años. A la que deseaba con tanto apremio que casi podía notar el embriagador sabor de su deseo en la lengua. La estrechó contra sí y cubrió su boca con la suya, exigiendo sin delicadeza, apretándola como si deseara que se fundieran en un solo cuerpo. Tenerla lo más cerca que le fuera posible.
Cogió los tirantes de la camisola y se los bajó muy despacio, hasta que la prenda fue a reunirse con el resto del vestido y Caroline quedó desnuda de cintura para arriba. Le tomó ambos pechos con las manos.
Ella emitió un gemido quedo, primario y ronco que Julie estuvo a punto de hacerle perder la razón. Bajó la cabeza y succionó uno de los rosados pezones, mientras Caroline se tapaba la boca con el dorso de la mano para amortiguar sus gritos.
Continuó atormentándola ocupándose del otro pecho, lamiendo, chupando y estimulando con su lengua el sensible botón, paladeándola hasta grabarse su sabor en la memoria. Deslizó entonces las manos sobre su estómago plano en busca de la maraña que formaban su vestido y su camisola, con la intención de deshacerse de la última barrera que se interponía entre ellas.
Mientras lo hacía, sus dedos se toparon con algo. Un trozo de piel rugosa que había sido desgarrada y el tiempo había curado.
Era la cicatriz.
El mundo se detuvo. Los oídos empezaron a zumbarle y la visión se le nubló.
No sabía si alegrarse por haber encontrado a la mujer que llevaba días obsesionándola, alegrarse de poder explicar al fin por qué había sentido aquella conexión con ella y no había podido dejar de pensar en Caroline cada vez que revivía la intensa noche que habían compartido, o dejarse llevar por la rabia y la confusión. Dos noches atrás, cuando hicieron el amor, Julie se había quitado su disfraz. Eso significaba que Caroline había sabido en todo momento que era ella quien estaba en su cama.
Pero entonces, ¿por qué no se había mostrado como quien era en realidad? ¿Por qué había dejado que las cosas llegaran tan lejos, por qué le había entregado su cuerpo tan completamente, para después fugarse a hurtadillas en mitad de la noche, llevándose consigo su reloj?
Su reloj.
Levantó la vista y buscó su mirada. Ella lo miró con los ojos muy abiertos. Por primera vez desde que se conocieron en el salón de baile de su madre, Caroline no pudo ocultar sus emociones. El deseo estaba pintado en su rostro, pero también el miedo y la culpabilidad. Verlo confirmó sus sospechas más aún que descubrir la cicatriz.
—Julie —dijo ella, articulando el nombre sin emitir ningún sonido.
—Caroline —respondió ella con voz ronca. La agarró por los brazos y, con un rápido giro, la hundió aún más entre los cojines del sofá. Luego la inmovilizó con su propio cuerpo mientras la miraba a los ojos, tan verdes y brillantes que casi hacía daño mirarlos—. ¿Dónde demonios está mi reloj?
 Caroline forcejeó, pero lo único que consiguió fue frotar los sensibles pezones contra el paño de la chaqueta de Julie y aumentar así su excitación. Su nublada mente quería permanecer en aquella bruma de sensualidad, pero no podía seguir alargando la situación.
Su secreto había sido descubierto, o una parte de él al menos. Y de la peor forma imaginable. La única para la que no tenía explicación.
Porque, desde luego, no había planeado terminar tumbada debajo de una excitada Julie, suplicándole prácticamente que la tomara.
—Julie —dijo, obligándose a sostener su incisiva mirada. Se lo debía, aunque deseara salir corriendo para no ver la rabia y el dolor de la traición en sus ojos helados—. Puedo explicártelo.
La alta mujer la empujó de nuevo, enterrándola aún más entre los cojines y evitando que pudiera moverse. Caroline forcejeó en vano. Era demasiado fuerte. El pánico se abrió paso en su pecho. No le gustaba sentirse atrapada.
—Por favor —dijo con un hilo de voz.
Julie entornó los ojos.
—¿Cómo demonios vas a explicarlo, Caroline? ¿Cómo demonios piensas que podrás explicar lo que hiciste?
Ella tragó con dificultad.
—Tal vez no me creas, y no te culpo por ello, pero tenía intención de contártelo esta tarde. De confesarte lo que ya has deducido tú sola, que soy la mujer que rescataste en El Poni Azul hace dos noches. Alabo tus habilidades. Me has demostrado lo buena espía que eres.
Julie se quedó inmóvil, el rostro desprovisto de toda emoción, en un intento por disimular lo que ella sabía que tenía que ser una mezcla de sorpresa y horror. Cuando un espía era descubierto, pasaba a ser totalmente vulnerable.
—¿Espía? —repitió ella, su voz ronca, rebosante de altanera diversión.
—El reloj te delató —le explicó con voz queda—. Fue un regalo a los mejores hombres del Ministerio de la Guerra. Por eso supe quién eras y por eso me lo llevé. Para demostrar mis sospechas. —La hundió de nuevo contra el sofá—. Julie, deja que me levante. No puedo huir ahora que sabes la verdad.
Ella enarcó una ceja mientras la miraba valorativa, con unos ojos desprovistos del ardor que solían tener. Ella apretó los párpados con fuerza, lamentando la pérdida de su deseo. Anhelándola. Caroline seguía deseándola igual que antes de que Julie descubriera la cicatriz y de que las piezas de su identidad encajaran en su sitio. De hecho, su cuerpo la estaba castigando hasta cotas que la otra mujer no imaginaría, palpitando y suplicando que la llenara.
—Dejaré que te levantes —dijo en voz baja—. Pero un solo movimiento hacia la puerta y te tumbaré en el suelo antes de que te dé tiempo a pedir ayuda. ¿Lo has entendido?
La rubia asintió. Entonces ella se levantó del sofá apartándose. Se acercó a la puerta sin perderla de vista y echó el pestillo. Caroline se sentó y se subió la camisola y el vestido, intentando en todo momento no dejarse vencer por la desesperación.
Se merecía la ira de Julie. Y su desconfianza era de esperar en un buen espía que acaba de descubrir que alguien a quien creía conocer le había estado mintiendo. Pero comprenderlo no significaba que no le doliera.
—Tal vez hacer eso te resultase más difícil de lo que crees —dijo, mientras se cubría los excitados pechos con el vestido.
Julie se cruzó de brazos con expresión de incredulidad.
—¿Y cómo es eso?
Caroline inspiró profundamente. Había llegado el momento de desvelar su secreto, pero no lograba articular el discurso que había ensayado una y otra vez. Contárselo todo requería confianza y eso era un lujo que ella no podía permitirse. Pero no tenía más remedio si quería que la ayudara.
—Porque yo también soy espía, Julie. ¿Por qué crees que conozco el significado de ese reloj? ¿Por qué crees que conseguí engañarte con mi disfraz la otra noche? ¿Por qué crees que me perseguía un hombre como Cullen Leary? —Se estremeció, sintiéndose de nuevo vulnerable—. Si consiguieras dejar a un lado tu enfado por un momento, y piensas en lo que sabes sobre mí, en todas las cosas que has descubierto, te darás cuenta de que es verdad.
Su semblante permaneció impasible, de modo que no estaba segura de si le creía o no. Se removió, incómoda, mientras intentaba arreglarse el cabello alborotado. Pero no dejó de mirarla mientras lo hacía, y permitió que sus emociones asomaran a su rostro. Normalmente las ocultaba, pero con Julie tenía que hacerlo. Tenía que demostrarle que no estaba mintiendo.
—Sé que te asignaron mi protección, Julie.
La alta mujer tomó una brusca bocanada de aire y dio un paso hacia ella. Caroline intentó ignorar cómo se le aceleraba el pulso con algo parecido a la esperanza y... sí, podía admitirlo para sí misma, con deseo. Rezó por que la creyera.
—Supongamos que tienes razón —dijo al fin, alisándose las arrugas de la ropa—. Que soy espía, tal como crees. Y supongamos que tú también lo eres, tal como afirmas. Ahora, dime, ¿por qué demonios me iban a asignar la misión de vigilarte? ¿Te has vuelto en contra del gobierno, Caroline? ¿Le estás vendiendo información a nuestros enemigos?
Ella se puso en pie al instante. Las manos le temblaban y había palidecido al oír esa acusación.
—¿Cómo te atreves? Por supuesto que no estoy traicionando a mi país. Amo a mi país, por eso hago lo que hago. —Inspiró hondo y consiguió calmarse—. Te asignaron mi protección por la misma razón que a mí me asignaron que te protegiera a ti. Para mantenernos alejadas de los casos de verdad, porque nuestros superiores no nos consideran capaces de hacer nuestro trabajo.
Julie retrocedió al oírla.
Caroline avanzó hacia ella, pero no trató de tocarla, por muchas ganas que tuviera. Deseaba borrar las arrugas de preocupación que afeaban su boca. Deseaba besarla y suplicarle que no la odiara. Anhelaba renovar el deseo que había aparecido tantas veces en sus ojos cuando la miraba.
—Desconozco los motivos de tus superiores —continuó—, porque todo lo que he visto de ti, aparte del innecesario ataque a Leary la otra noche en el salón de juego, me ha demostrado que eres una buena espía, merecedora del reloj que llevas.
La morena levantó la vista.
—¿Por eso te ocultaste en el jardín anoche, en el baile?
Ella relajó los hombros. Empezaba a creerla.
—Sí. Quería observarte, ver qué harías para encontrarme. Necesitaba saber qué tipo de espía eras antes de revelarte mi secreto. Pero nunca se me ocurrió que me descubrirías. Especialmente cuando había puesto tanto cuidado en ocultarme bien. El hecho de que lo hicieras es lo que me hizo pedirte que vinieras hoy. Tenía intención de contártelo todo, hasta que hemos empezado...
Se detuvo cuando Julie fijó la vista en su boca.
Caroline notó una avasalladora oleada de deseo y apretó los puños para contener las ganas de lanzarse sobre ella y tirar el decoro por la borda.
Julie carraspeó y el áspero sonido pareció atravesar la habitación como el silbido de una bala.
—Dices que nos asignaron la misión de vigilar a la otra porque nos consideran incapaces de hacer nuestro trabajo, ¿por qué crees que no puedes hacer tú el tuyo?
En ese momento, le tocó a ella retraerse. Sabía que se lo iba a preguntar, pero no podía contarle la verdad. Si quería que colaborase en la investigación, no podía revelar las turbulentas y debilitadoras emociones que a veces la abrumaban.
—Yo sí creo que puedo hacerlo —explicó, elevando la barbilla con las migajas de orgullo que le quedaban—. Pero hace seis meses, cuando todo el mundo cree que caí gravemente enferma, en realidad me dispararon mientras trabajaba en un caso.
Julie se puso pálida.
—De eso es la cicatriz que has visto —continuó, mientras sus dedos se movían instintivamente hacia su costado. Notó una leve palpitación, vestigios de dolor que le recordaban aquella noche—. Estuve a punto de morir. Y tanto mi superior como mis compañeras no dejan de decirme que he cambiado mucho desde entonces. No creen que esté preparada para aceptar un verdadero caso. Por eso creo que me asignaron proteger a una mujer que, evidentemente, no necesita protección.
Ella permanecía tan callada que Caroline tuvo ganas de gritar de frustración. Le había hecho algunas preguntas, pero seguía sin saber con seguridad si se sentía furiosa, engañada o si ni siquiera la creía.
—Su plan era tenernos ocupadas persiguiéndonos por todo Londres durante unas semanas, Julie —continuó—. Un trabajo que no conduciría a nada.
Avanzó un paso más hasta quedar a pocos centímetros de distancia. Sintió que la envolvía el calor corporal que la alta mujer emanaba y deseó apoyar la frente en su pecho, que la rodeara con sus brazos y le ofreciera un consuelo que jamás pensó que fuera a encontrar en una mujer.
—Nos han engañado a las dos. Por favor, por favor, dime que me crees —rogó.
—¿Me devuelves mi reloj? —se limitó a decir Julie.
Ella cerró los ojos ante la frialdad de su tono. Reprimiendo las lágrimas por segunda vez en la misma tarde, se dirigió al escritorio y abrió el pequeño cajón en el que había depositado el reloj antes de que Julie llegara. Lo cogió y volvió a su lado, sin dejar de observar su expresión en todo momento.
Julie tendió la mano, conminándola a que se lo entregara. Pero en vez de depositarlo sobre su palma, colocó una mano sobre la suya y la otra debajo.
—Julie, hay una última confesión que me gustaría hacer.
La morena esbozó una mueca de desdén, pero no retiró la mano.
—¿La razón por la que me ocultaste tu identidad, me hiciste el amor y luego me dejaste encerrada en el dormitorio de tu pequeño refugio secreto?
Caroline quería contestar a esas mordaces acusaciones, pero no lo hizo. Estaba segura de que con ellas la estaba poniendo a prueba, aparte de que quisiera hacerle daño.
—La noche que fui a El Poni Azul te estaba buscando. Un contacto me dijo que te habían visto por allí varias veces en los últimos meses.
Julie levantó la vista con brusquedad.
—Horace Jenkins.
Ella retrocedió, impresionada porque lo supiera.
—Sí. Pero si hubiera entrado allí bajo la apariencia de Caroline Redgrave, los nobles que frecuentan el lugar me habrían reconocido. Habría sido como meterme en la boca del lobo. Así que me puse el disfraz que viste. Estaba llevando a cabo la misión que se me había asignado, antes de saber que nos estaban engañando a las dos.
Aferró su mano con más fuerza. Tal vez aquélla fuera la última oportunidad que tuviera de explicarse. A juzgar por la forma en que la miraba, Julie quería irse de allí y alejarse de ella, para siempre probablemente.
—Pero vi algo. —Respiraba entrecortadamente—. Un caso de verdad. Mientras te buscaba, vi a un hombre caracterizado como el príncipe regente.
Julie dio un respingo.
—Sí —se apresuró a continuar ella—. Y Cullen Leary estaba con él. Julie, si no hubiera visto cómo lo vestían y maquillaban, tal vez no lo habría diferenciado del príncipe verdadero. El disfraz era perfecto. Leary me vio, por eso salió detrás de mí. Entonces me encontré contigo, pero yo no lo tenía previsto. Me pareció la oportunidad ideal para alejarte del peligro, y ésa fue la única razón por la que te pedí ayuda.
Se produjo una larga pausa, en la que la mujer mayor se quedó mirándola.
—¿Y hacerme el amor también formaba parte de tu plan para alejarme del peligro? —preguntó finalmente, en un tono tan quedo que no lo habría oído de no haber estado tan cerca de ella.
Caroline negó con la cabeza.
—No. Me seguiste. Me estabas interrogando, aunque en aquel momento no sabía cómo podías ser tan habilidosa. Intenté refugiarme en el dormitorio, confiando en poder cerrar con llave y escapar por la ventana, pero fuiste muy rápida. Te estabas acercando demasiado a la verdad, así que —se sonrojó al recordarlo— te besé para distraerte. No tenía intención de llegar tan lejos, pero cuando me tocaste, no pude negarme. No... quise negarme.
Un destello de deseo cruzó por el rostro de Julie sin que pudiera ocultarlo. Caroline lo vio, y causó en su tembloroso cuerpo idéntica reacción. Lentamente, Julie acercó una mano a su mejilla. Ella se apoyó contra su palma con un trémulo suspiro.
—Julie —susurró, esforzándose por mantener la concentración—. Tengo que saberlo. ¿Me crees? Y, si es así, ¿estás tan enfadada que no querrás ayudarme? Porque creo que el caso del príncipe podría ser vital. Y quiero... no, necesito que me ayudes a descubrir la verdad.
—Caroline...
Ella la interrumpió negando con la cabeza, segura de que iba a poner reparos a lo que le estaba pidiendo.
—Podría ser nuestra única oportunidad de demostrar a nuestros superiores que estamos perfectamente capacitadas para desempeñar nuestro trabajo. La única oportunidad de acabar con los rumores. ¿Vas a ayudarme? 




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