
CAPÍTULO
05
Caroline
entró en el asfixiante club y frunció la nariz asqueada. El ambiente estaba muy
cargado y apestaba a una mezcla de sudor, miedo y desesperación.
¿Por
qué habría frecuentado Julie aquel antro en las últimas semanas? Eso era lo que
esperaba averiguar con su visita. Aunque un simple vistazo a aquel repulsivo
hervidero de humanidad y el pensamiento de que tendría que interrogar a los
parroquianos hizo que empezara a sudar.
Intentó
controlar los nervios y concentrarse en su tarea. Lo había hecho infinidad de
veces sin dudarlo. Era una parte importante en cualquier investigación, así que
tendría que olvidarse de sus sentimientos y pensar en la seguridad de Julie.
Que ella supiera, podía estar allí en aquellos momentos.
Suspiró
y se obligó a mezclarse con la gente. Aunque Westfield estuviera allí, no le
preocupaba que ni ella ni nadie pudieran reconocerla. Había completado su
disfraz dentro del carruaje, igual que tantas otras veces. Esa noche se había
puesto un vestido viejo, desgastado a causa de los numerosos lavados, y lleno
de remiendos. No se parecía en nada al brillante atuendo que había llevado en
el baile de unas horas antes.
Se
había hecho un recogido muy tirante y después se había colocado encima una
peluca de rizos pelirrojos. Era tan llamativa que la gente se fijaría más en su
pelo que en su rostro.
Y
quienes tuvieran deseos de mirarle la cara, con toda probabilidad antes se
sentirían atraídos por el escote del vestido. Se había levantado el busto lo
máximo posible bajo el corpiño. Estaba segura de que nadie la reconocería.
Parecía cualquiera de las cientos de mujeres maquilladas que recorrían los
salones en busca de hombres con mala facha. Esos hombres buscaban la suerte en
forma de mujer o bien la posibilidad de ahogar la mala suerte en su carne. Ella
no aceptaría ninguna oferta, por supuesto, pero el disfraz cumpliría su
función.
La
ayudaría a mezclarse entre la masa de borrachos, lo que le daría la oportunidad
de buscar a Julie y preguntar por ella a los presentes al mismo tiempo.
Y,
si no, el cuchillo que llevaba ceñido al muslo cumpliría su función.
Con
un estremecimiento, recorrió los pálidos y desesperados semblantes que la
rodeaban, las muecas de engreimiento de los que ganaban y el terror desquiciado
de los que iban perdiendo. No era capaz de encajar a Westfield en ninguna de
esas dos categorías.
No
quería hacerlo.
Se
puso de puntillas sobre las desgastadas zapatillas que calzaba y escudriñó la
estancia. Dio un respingo al oír un áspero grito y miró hacia el rincón del que
procedía. Dos hombres estaban enzarzados en una agria discusión hasta el punto
de que habían llegado a las manos mientras sus amigos trataban de separarlos.
Concentrada
en hacer apaciguar su corazón, continuó examinando los alrededores y vio a una
mujer con más maquillaje aún que ella. Estaba junto a un caballero de tez
pálida que temblaba con tanta virulencia que casi no podía sujetar las cartas,
y, cuando no miraba, ella le robaba el dinero.
Caroline
se volvió hacia la izquierda, de vuelta hacia la entrada principal, y
trastabilló al chocar con unos cuantos hombres que probablemente la hubieran
empujado adrede para robarle cualquier cosa de valor que llevara en los
bolsillos. Los rodeó y se quedó inmóvil. Todos sus miedos se esfumaron en un
segundo. Allí estaba Julie Ashbury, de pie en la puerta de entrada, como el sol
en medio de una noche oscura y peligrosa. Al igual que ella también se había
disfrazado de hombre. Julie nunca la hubiera reconocido, de no haber sido por
el electrizante color azul de sus ojos. Podría haber miles de ojos azules, pero
ninguno como el de la alta morena y no importaba como fuera vestida para
Caroline su numero de identificación eran esos increíbles iris azules que
siempre la dejaban fuera de lugar. Le sacaba una cabeza a la mayoría de los
hombres presentes y el abrigo se le ciñó al cuerpo cuando echó los anchos
hombros hacia atrás. Sus fríos ojos azules escudriñaban la estancia con
precisión y parecían memorizar todos los detalles. Había algo en su expresión,
indescifrable y peligrosa.
Caroline
sintió que se le caía el alma a los pies. Se acababa de dar cuenta de que
confiaba en que la información que le habían dado fuera falsa. Alguna parte de
sí misma no deseaba que Julie desperdiciara su tiempo en aquel agujero de ruina
y perdición.
Negó
con la cabeza. No permitiría que sus absurdas emociones gobernaran sus actos ni
su investigación. Westfield estaba allí. Así que en vez de lamentarlo, debía
alegrarse. Su presencia le daría oportunidad de observar su comportamiento y
protegerla.
Se
quedó mirando cómo escudriñaba detenidamente todo lo que lo rodeaba. Estaba
buscando a alguien. Pero ¿a quién? ¿A un compañero de juego? ¿A un delincuente?
A
una mujer tal vez, aunque sintió un nudo en la garganta ante la sola idea.
De
pronto, su fría mirada reparó en ella. Caroline tragó con dificultad mientras
trataba de componer un gesto sensual que no traicionara su verdadera identidad
y respaldara su tapadera de mujer de la calle en busca de un cliente.
Los
ojos de Westfield se demoraron en ella un poco más que en el resto. Pero cuando
parecía que el corazón de Caroline fuera a explotarle en el pecho, ella apartó
la mirada sin dar señales de que la hubiera reconocido, y continuó con su
escrutinio. Ella soltó el aire que había estado conteniendo sin darse cuenta y
sus músculos se relajaron. No la había reconocido.
Eso
estaba bien, pero por alguna razón se sintió... decepcionada.
—Ridículo
—masculló mientras tiraba del dobladillo de su vestido, que un borracho le
estaba pisando.
¿Por
qué iba a reconocerla? No había una relación especial entre ellas, pese a las
veces que se habían visto últimamente. Y ella era una maestra del disfraz. Ésa
era una parte de su entrenamiento de la que no dudaba. Nadie, ni siquiera Ana o
Meredith, la había reconocido si Caroline se había propuesto que no lo
hicieran. ¿Por qué iba Westfield, que no era más que una condesa mimada que se
había encaprichado de forma pasajera de ella, a descubrir la verdad cuando ni
siquiera dos agentes de la Corona especialmente entrenados lo había logrado?
Levantó
la vista de su vestido manchado, esperando ver a Julie moviéndose entre la
gente o buscando una mesa a la que sentarse para jugar unas manos, pero para su
sorpresa, se había desvanecido.
Echó
a correr, atónita, mirando a un lado y a otro. ¿Cómo podía haber desaparecido?
Estaba en la puerta y de pronto... ¡nada! El pánico se apoderó de ella mientras
se iba abriendo paso entre la gente para tener una mejor perspectiva del lugar,
para buscar un sitio desde donde pudiera ver mejor.
¿Qué
clase de espía perdía a su objetivo así de rápido? Y más aún cuando el objetivo
era Julie Ashbury, que destacaba por encima de todos. Le daban ganas de darse
de cabezazos contra la pared por haber sido tan estúpida y no haberla vigilada
con más cuidado.
Estiró
el cuello y escrutó la estancia de nuevo. Estaba a punto de darse por vencida
cuando la vio. Se estaba yendo en dirección a una galería que conducía a las
habitaciones traseras del local. El corazón le dio un vuelco. Todo el mundo
sabía que los negocios más turbios tenían lugar en aquellos corredores. Muchos
ataques se habían producido asimismo en ellos. Muchos hombres habían perdido en
ellos sus fortunas, y otros la vida.
El
terror compulsivo que se había apoderado de ella al entrar en el salón se
desvaneció del todo cuando empezó a abrirse paso a codazos entre la gente,
empujando a los jugadores e ignorando las airadas protestas de una fulana
cuando pasó entre ella y el hombre al que trataba de seducir para esa noche.
Apenas oía los comentarios lascivos de los caballeros que buscaban su propia
noche de placer. Lo único que le importaba era alcanzar a Julie y evitar que
sufriera cualquier daño con que pudiera tropezarse en el camino sin darse
cuenta.
Al
final, llegó a la galería donde la había perdido de vista y se metió en el
oscuro y vacío corredor.
Tuvo
que contener un grito de frustración. Había desaparecido por segunda vez. El
lugar estaba formado por un laberinto de pasillos mal iluminados con unos pocos
faroles de luz mortecina colgados de rudimentarias abrazaderas en las paredes.
Mientras ella avanzaba con dificultad entre el gentío, Julie se había esfumado
de nuevo. Podía haberse metido en cualquiera de aquellos pasillos. O bien haber
subido a la siguiente planta. Podía haberse dado de bruces con un millar de
peligros, o estar muerta en aquel mismo instante.
Caroline
sintió náuseas. Estaba fracasando en su labor de protegerla.
No.
¡No! No se rendiría. Tenía que encontrarla, eso significaba registrar las
habitaciones. Avanzó en la oscuridad, comprobando que cada rincón y entrada a
los muchos cuartos que se alineaban a lo largo del corredor estuvieran
despejados. Pegó la oreja a la primera puerta, confiando en oír su seductora
voz, aunque fuera susurrándole algo a una de aquellas fulanas, porque eso
significaría que estaba viva. Que quienquiera que la estuviera amenazando no
habría dado con Julie esa noche y no le había arrebatado la vida antes de que
ella pudiera averiguar la naturaleza de lo que la acechaba.
Pero
Westfield no estaba allí. Ni tras la puerta siguiente, ni la otra. Caroline
continuó pasillo adelante, aguzando el oído para captar algún sonido de ella,
algún signo de pelea. Cada vez que se paraba delante de una puerta, la
preocupación por su propia seguridad pasaba a un segundo plano. Se sentía casi
como la antigua Caroline, como si hubiera acallado temporalmente el pánico con
el que había convivido los últimos seis meses.
Al
final del corredor se encontró con una bifurcación. Podía ir hacia la derecha y
entrar en otro pasillo con múltiples puertas, o bien hacia la izquierda, que
conducía a una única puerta.
—Lo
fácil primero —susurró, a medida que avanzaba en silencio por el desierto
pasillo hasta aquella puerta solitaria. Conforme se iba acercando, se dio
cuenta de que una línea de luz procedente del interior se colaba por debajo y oyó
murmullo de voces, aunque no logró entender qué decían.
Se
acercó un poco más sin hacer ruido. La ansiedad la estaba volviendo loca. Se
agachó y espió a través de una pequeña rendija.
Dentro
había tres hombres. Uno estaba sentado, de espaldas a la puerta. El segundo
permanecía de pie junto a éste, haciendo muchos aspavientos, pero Caroline no
podría decir de qué se trataba, debido a la restringida área de visión de que
disponía. Parecía como si estuviera... dándole de comer, aunque tal vez no era
una hipótesis demasiado lógica.
El
tercer hombre estaba de pie junto a la chimenea, y Caroline lo reconoció al
instante. Cullen Leary, un irlandés que empezó boxeando por dinero, pero hacía
tiempo que se había convertido en un mercenario. Trabajaba para el mejor postor
y era conocido por el placer que le producía provocar la crueldad y la muerte.
En esos momentos, bien se lo podía considerar el criminal más peligroso de
Londres.
Se
quedó paralizada al verlo y el pánico se apoderó de ella de inmediato. Hasta el
momento, sólo había visto toscos dibujos a carboncillo del boxeador, pero era
más aterrador en persona.
Era
tan alto como Julie, pero aún más corpulento. Mientras que Julie era esbelta y
atlética, Leary era un tipo fornido, con músculos por todas partes. Y la
cicatriz que le atravesaba el rostro, desde debajo del ojo derecho hasta
terminar en la comisura izquierda de la boca, hablaba por sí misma de la
violencia en medio de la cual vivía aquel hombre. Nadie estaba muy seguro de
cómo se la habían hecho, pero las versiones que corrían eran a cada cual peor.
Caroline
sintió la perentoria necesidad de salir huyendo. De olvidar su entrenamiento,
ignorar lo que le decía su instinto y marcharse de allí. Pero apretó los puños
a lo largo de los costados y se esforzó por contrarrestar el miedo. Algo se
estaba cociendo allí dentro, y era su obligación averiguar de qué se trataba.
Se
inclinó de nuevo hacia la puerta, no sin esfuerzo. ¿Qué demonios estaba
haciendo Leary allí? Los delitos que se le atribuían y los contactos que se le
conocían era viles e infames y las autoridades querían su cabeza, por lo que no
solía dejarse ver en público. Sin embargo, allí estaba, en El Poni Azul,
apoyado contra la repisa de una gastada chimenea como si fuera el rey de los
bajos fondos.
Contuvo
el aliento mientras dejaba a un lado los sentimientos y empujaba la puerta con
mano temblorosa un poco más. Tenía que ver quiénes eran los otros dos hombres
para hacerse una idea mejor de lo que podía estar tramando Leary, porque su
instinto le decía que se había topado con algo mucho más grave que las amenazas
que pesaban sobre Julie. Un caso de verdad, no un pretexto para mantenerla
ocupada porque sus amigos la consideraban incapaz de hacer su trabajo.
Tras
un último vistazo a Leary, miró a los otros dos. El que estaba de pie no estaba
dando de comer al tercero, como le había parecido en un primer momento, sino
aplicándole algún tipo de maquillaje. Sus músculos se tensaron mientras
observaba. No lograba entender qué significaba lo que estaba viendo.
Al
final, el que estaba sentado se levantó y se dio la vuelta muy despacio.
Caroline dio un brinco hacia atrás y se cubrió la boca para ahogar el grito de
sorpresa que escapó de sus labios. Su rostro era idéntico al del príncipe
regente. De no ser porque aquel hombre era más delgado, habría creído que era
él.
El
asistente del falso príncipe le colocó una voluminosa prenda de algún tipo por
encima de los hombros y comenzó a atársela a la espalda. Con ella, el impostor
parecía más grande y blando, más parecido a Jorge VI. Era un disfraz perfecto.
Y, de repente, todas las piezas encajaron dentro de la cabeza de Caroline.
Sin
querer, acababa de descubrir una conspiración para atentar contra el regente.
—¡Eh!
Leary
se apartó de la chimenea y lanzó el vaso que tenía en la mano contra la puerta,
contra ella. Caroline lo esquivó por los pelos y éste se hizo añicos contra la
pared que tenía detrás, inundándola con una lluvia de cristalitos.
No
pudo reprimir un grito. Se había quedado helada. Todo lo que le habían enseñado
se le olvidó al recordar con asombrosa viveza la noche en que le dispararon.
Hasta
que la áspera voz de Leary resonó en la neblina de sus recuerdos.
—¡La
puta lo ha visto! ¡Cogedla!
Caroline
tuvo que luchar contra el deseo de acurrucarse en un rincón. Tenía que correr.
Rodó sobre sí misma, se puso en pie y echó a correr pasillo abajo a toda la
velocidad que le permitían las piernas.
Julie bebió un sorbo del whisky barato que le
habían servido y soltó una imprecación. El sabor era pésimo, pero lo peor era
la frustración.
Sabía
que el carruaje que había visto dar la vuelta delante de El Poni Azul era el de
Caroline. ¡Estaba segura! Pero había registrado todo el establecimiento, desde
las bodegas hasta el último piso, sin encontrar rastro de ella. Había
preguntado incluso a alguno de sus contactos de confianza, pero ninguno había
visto a ninguna mujer que encajara con su descripción.
¿Dónde
se habría metido? ¿Habría enviado el carruaje vacío hasta allí cuando su
cochero y ella la perdieron momentáneamente en su persecución? ¿Y si no había
llegado a entrar en El Poni Azul, sino que se encontraba en alguno de los otros
desvencijados edificios de la zona?
No
había manera de saberlo. Lo único que podía hacer era sentarse como una idiota
en el club de juego y beber un whisky horrible. Se levantó, dejó unas cuantas
monedas en la barra, se dio la vuelta y se dirigió a la salida. No tenía
sentido seguir allí. Caroline no estaba. Tendría que regresar a su casa y
comprobar si había vuelto. Después, ya se le ocurriría alguna forma de
enterarse de adónde demonios había ido.
Había
dado dos pasos en dirección a la puerta cuando llegó una mujer corriendo a toda
velocidad. Venía de la galería de atrás y sorteó a la clientela, menos densa a
esa hora, con una asombrosa demostración de agilidad y destreza. Julie dio un
paso hacia ella, impulsada por el instinto, observándola mientras ella miraba
hacia atrás por encima del hombro. Siguió la dirección de su mirada y vio a dos
hombres que salían de la misma galería, persiguiéndola, lanzando imprecaciones
y agitando los brazos.
Las
peleas y los tiroteos eran algo común en El Poni Azul. La mayoría de los
parroquianos ni siquiera levantaron la vista de su vaso mientras la mujer
atravesaba el salón como alma que lleva el diablo.
Cuando
Julie vio quién era el hombre que la perseguía, se dio cuenta de que lo del
diablo era casi literal: Cullen Leary.
Sintió
que la sangre se le helaba en las venas al ver aquella inmensa mole que
avanzaba destrozándolo todo a su paso. Parecía un monstruo salido de una
pesadilla.
Hacía
casi un año que habían coincidido por última vez, en aquella horrible y lúgubre
noche que se esforzaba por olvidar. El rostro de Leary y otras imágenes que le
revolvían el estómago invadían sus sueños desde entonces.
Y
ahora allí estaba, persiguiendo a una mujer con el propósito de asesinarla tan
claro en su cara como la cicatriz que se la atravesaba. Julie no se lo pensó
dos veces. Sencillamente, se interpuso en el camino de la mujer y ésta chocó
contra su torso. La miró con unos ojos verdes como el mar... y un algo que le
resultaba familiar, aunque estaba segura de no haber visto a aquella pelirroja
en toda su vida.
Ella
agachó la cabeza, evitando su mirada.
—¡Milady,
por favor, tiene que ayudarme! ¿Me librará de esos brutos?
Julie
tuvo la seguridad de que no la conocía de nada. Sin duda se acordaría de
alguien con aquella voz ronca de acento tan marcado que parecía penetrar en su
pecho y clavársele en ella. Pero lo que la sorprendió increíblemente fue que a
pesar del disfraz utilizado para entrar al Poni Azul sin problemas, no había
servido de nada por que la mujer la había reconocido, y ahora sabía que no era
un hombre, sino una mujer en traje de hombre. Estaba segura que debido a su
“profesión” trataba con todo tipo de clientes. Julie iba a preguntar algo,
cuando la mujer más pequeña la interrumpió…
—Por
favor, sáqueme de aquí.
En
cualquier otro momento, Julie habría sospechado que se trataba de un truco para
robarle la cartera. Había visto a alguna que otra mujer ponerlo en práctica en
plena calle. Fingían estar en peligro para aprovecharse de sus rescatadores.
Pero dado que era Leary quien la perseguía, con aviesas intenciones, optó por
creer por una vez que aquella chica corría peligro de verdad. Y además por
supuesto que ya había descubierto que escondía bajo el traje de hombre.
—Te
ayudaré, muchacha —contestó, escudándola con su cuerpo.
Ella
se sujetó a su codo con una fuerza sorprendente y tiró de ella.
—Entonces
¡vamos! ¡Podemos escapar si salimos de aquí ahora mismo!
Julie
sonrió mientras agarraba el taburete más cercano y lo blandía ante sí. No tenía
la menor intención de huir. Esa noche no. Su mirada se encontró con la de Leary
y una mueca de desprecio levantó un poco el labio desfigurado de éste.
—¿Te
gusta perseguir a las mujeres, cobarde? —gruñó Julie, cargando con el taburete
sobre ella—. ¿Por qué no te metes con alguien de tu tamaño?
CAPÍTULO
06
Caroline
observaba horrorizada mientras Westfield levantaba el pesado taburete por
encima de la cabeza y lo aplastaba en los hombros de Cullen Leary, cubriéndolo
de astillas, pero aquella mole se limitó a soltar un gruñido. Su rostro apenas
evidenciaba que le hubiera hecho daño.
Eso
no pareció desalentar a Julie, que lanzó el brazo hacia atrás para coger
impulso y le soltó un poderoso gancho de derecha. Para sorpresa de Caroline, el
puñetazo hizo que Leary retrocediera dando tumbos, lo cual arrancó vítores a la
clientela, desentendida al fin de sus cartas para observar al “tipo” pelear con
el famoso luchador que lo debleteaba en cuerpo y a simple vista ya se sabía el
ganador.
¿En
qué demonios estaba pensando Westfield? Leary era una bestia, un monstruo que
había matado a dos hombres en el ring y sabría Dios a cuántos fuera de él. Ella
debía de saberlo si frecuentaba locales como El Poni Azul, aunque no supiera el
tipo de criminal que era. ¿Es que le gustaba jugar con la muerte?
Eso
parecía, porque en ese momento le lanzó otro puñetazo. Esta vez, Leary estaba
preparado, con las rodillas flexionadas, agachándose y meciéndose. Esquivó el
golpe y respondió con otro. Julie lo esquivó con la pericia de un luchador bien
entrenado, pero no logró evitar que el boxeador le rozara las costillas con los
nudillos, lo que bastó para mandarla dando tumbos hacia atrás, sobre ella.
Aquélla
era su oportunidad. Tenía que sacar a Westfield de allí antes de que la
mataran. Antes de que Leary se acordara de que a quien perseguía era a ella. Si
la cogía, desvelaría su identidad... y ése sería el menor de sus problemas.
—¡Por
favor, señorita, por favor! ¡Antes de que sea demasiado tarde! —exclamó,
ayudándola a levantarse y tirando de ella hacia la puerta.
Se
produjo un momento de vacilación, como si Julie quisiera seguir peleando, por
mucho que llevara las de perder. Pero entonces la cogió de la mano y, tras un
último vistazo por encima de su hombro, echó a correr. En cuestión de segundos,
la gente, borracha, empezó a silbar y a lanzar botellas cuando las dos
iniciaron la huida.
Caroline
sintió la bofetada del aire frío en la cara y cómo se cortaba los pulmones al
respirar. El costado donde tenía la herida le empezó a doler. Pensó con
amargura en cómo antes se había dejado llevar por el pánico. Hizo una mueca al
recordar lo abrumada por el terror que se había sentido en el corredor a
oscuras.
—Por
aquí —dijo Julie, tirando de su mano mientras ella la seguía a la carrera por
la acera resquebrajada.
Caroline
se aferró a ella, dejó que su presencia la reconfortara mientras se frotaba
disimuladamente la herida.
¿Cómo
que dejar que su presencia la reconfortara? La que estaba allí para proteger
era ella. Se sacudió esos inútiles pensamientos y la miró. No se le veía nada
preocupada mientras la conducía hacia el callejón lateral, donde aguardaba su
carruaje.
Que
Julie la hubiera rescatado le daba la oportunidad perfecta para descubrir,
oculta en su disfraz, más cosas sobre las amenazas que pesaban sobre ella.
Además, una ramera estaría impresionada con lo que tenía delante.
—¡Milady!
—dijo con un silbido—. ¿Ha robado este coche?
Westfield
apretó los labios convirtiéndolos en una delgada línea mientras abría la
portezuela y la sorprendía empujándola al interior. ¿Por qué habría de llevarla
consigo?
—No
—contestó—. No es robado.
—Entonces,
¿ese símbolo de la puerta es suyo? —le preguntó cuando Julie cerraba la
portezuela por dentro y daba unos golpes para indicarle al cochero que se
pusiera en marcha.
Rodeados
por la oscuridad, Caroline suspiró aliviada. Con tan poca luz, ella no podría
identificarla. Tenía unos pocos momentos para idear la forma de escapar.
—Sí.
—¿Qué
demonios hace una mujer con un títulos, tan cerca de Newgate? ¿Es que no sabe
que El Poni Azul no es lugar seguro?
Así
que realmente, si había descubierto quien era ella. Pensó Julie.
Se
inclinó hacia adelante, confiando en recibir una respuesta. A veces, los
hombres se confesaban con mujeres como la que ella representaba. Sin embargo en
esta ocasión Caroline no trataba con un hombre, sino con una mujer y una mujer
con grandes títulos, y quería pensar que Julie no iba al Poni Azul a buscar ese
tipo de compañía. Si pudiera averiguar algo de lo que se traía entre manos, por
poco que fuera, casi compensaría haberla visto en un garito semejante. Casi.
—Haces
muchas preguntas —murmuró y Caroline oyó que buscaba algo en su gabán.
De
pronto, sonó el chasquido de la piedra de un mechero y la vio encender un
cigarrillo. Durante el breve segundo en que la llama brilló, ella pudo ver su
rostro demacrado. Y sintió que se le encogía el corazón. Deseaba comprender a
qué se debía aquella expresión de dolor y poder borrarla, aunque sabía
perfectamente que aquello no tenía nada que ver con el caso.
—Yo
tengo una para usted, señorita —continuó Julie tras dar una calada.
Ella
se puso tensa.
—No
me gustan las preguntas.
—Ni
a mí. ¿Cómo te llamas?
El
pánico se apoderó de Caroline, pero lo reprimió como pudo. Se había visto en
situaciones peores que aquélla, y mantener la calma era la mejor forma de
defenderse.
—A
las mujeres como yo nos va mejor no tener nombre. ¿Qué me dice de usted,
milady?
—Puedes
llamarme Julie —contestó con voz queda—. ¿Adónde quieres que te lleve?
Ella
vaciló un momento. Así pues, no la había metido en su carruaje con la intención
de comprar sus servicios para esa noche, sino que hacerlo seguía formando parte
de su intento de salvarla. Frunció el cejo. No podía decirle que la llevara de
vuelta a su casa en St. James Street, y no le parecía sensato pedirle que la
dejara donde se encontraban, yendo como iba vestida como una ramera y sin
ningún modo de llamar a su cochero.
Pero
había un sitio. La casa que sus amigas y ella habían comprado para poder
utilizar como refugio en caso de necesidad durante alguna misión. Una casa de
clase media sin nada de particular, de la que nadie estaba al tanto excepto
ellas. No existía ningún vínculo entre aquel domicilio y Caroline, de modo que
si Julie hacía averiguaciones no encontraría conexión alguna.
Le
dio las señas y Julie hizo parar al cochero para darle instrucciones.
Cuando
se pusieron de nuevo en marcha, Caroline pudo sentir sus ojos sobre ella, a
pesar de que apenas había luz en el interior del carruaje.
—¿Por
qué te perseguían esos hombres? —preguntó con voz queda.
A
Caroline el corazón le dio un vuelco, mezcla de miedo y excitación. Ahora que
había pasado la amenaza, podía detenerse a meditar sobre lo que había visto.
Estaban creando un falso príncipe ante la atenta mirada de Cullen Leary. ¡Dios
santo, se trataba de algo muy grave, con múltiples ramificaciones! ¡El caso que
llevaba semanas suplicando!
Y
sería ella quien lo resolvería. Por aterradoras que fueran las perspectivas.
Sobre todo después de haber presenciado la violencia de la que Leary era capaz,
su determinación de desvelar la verdad era todavía más fuerte.
—¿Señorita?
—dijo Julie con tono brusco.
Caroline
volvió al presente. Julie no podía saber lo que había visto y, hasta que no la
dejara, seguiría estando bajo su protección.
—Si
es usted una habitual de El Poni Azul ya sabrá cómo son las cosas allí
—respondió encogiéndose de hombros.
—Sería
una estupidez intentar robarle a Cullen Leary —dijo ella, dándole un golpecito
a la ceniza acumulada—. Y te perseguía por algo.
—Yo
no le he robado —insistió Caroline, lamentándolo nada más decirlo. Si hubiera
admitido que era así, Julie probablemente se lo habría creído. Pero no quería
que pensara que era una ladrona, aunque diera igual lo que pensara de ella,
porque sólo estaba representando un papel.
—Llevas
una vida muy peligrosa. —El carruaje empezó a aminorar la marcha—. Deberías
pensar en cambiar o acabarán matándote.
Ella
frunció el cejo. Cómo tenía el descaro de hablarle precisamente ella de
seguridad y prudencia.
—Pues
yo creo que atacar a un hombre como Leary con un taburete también es peligroso,
milady. Sobre todo cuando podía escapar sin pelear con él.
—Tal
vez —reconoció Julie, alargando la mano para abrir la portezuela.
Ella
hizo ademán de salir, pero Julie fue más rápida y saltó del carruaje para
ayudarla a bajar.
Caroline
se puso tensa, y agachó la cabeza para que la peluca rojiza le cubriera bien
las mejillas y le ocultara el rostro. Estaban muy cerca, y no quería correr el
riesgo de que la reconociera.
—Gracias
por traerme a casa —dijo mientras le soltaba las manos. Tocarla sólo serviría
para embrollar una situación de por sí bastante liada.
Julie
observó la casa con cara de sorpresa y Caroline reprimió una imprecación. Era
un vecindario de clase algo superior a la del personaje que estaba interpretando,
pero era su única alternativa.
—Buenas
noches, milady —se despidió y, dándose la vuelta, echó a andar a toda prisa por
el sendero de la casa.
Oyó
los pasos de Julie a su espalda mientras forcejeaba a tientas para abrir la
puerta. Entró por fin, pero Julie se coló dentro antes de que le diera tiempo a
cerrar, y se quedó observando el interior de la casa, sin ostentaciones, pero
limpio.
—¿Vives
aquí sola? —preguntó mientras echaba un vistazo.
Ella
se puso tensa, pero encendió una de las lámparas que colgaban de la pared, a un
lado de la puerta. Lo único que podía hacer era confiar en que la luz no le
sirviera para descubrirla.
—Sí.
—Tal vez si se mostraba un poco vulgar conseguiría echarla antes de que le
diera tiempo a encender demasiadas luces y pudiera verla en detalle—. Una dama
puede vivir muy bien a cuenta de su cuerpo, ¿sabe? E, invirtiendo bien, incluso
puede permitirse algún lujo. Ahora, si me disculpa...
—No
hay fuego encendido —continuó Julie, entrando en el salón principal—. ¿Es que
no tenías pensado volver a casa esta noche?
Caroline
se puso una mano en la cadera y ladeó la cabeza.
—No,
señora, la verdad es que no. Encuentro compañía casi todas las noches.
—Hum.
—Westfield se acercó a ella, envolviéndola con su aroma, con el calor que
emanaba de su cuerpo en contraposición al frío que hacía fuera y también en
aquel vestíbulo vacío—. Hay algo en ti que no me cuadra. Algo... ¿Quién eres?
Caroline
se dirigió a la escalera. El dormitorio tenía pestillo. Si Julie no se
marchaba, podía esconderse allí.
—Ya
se lo he dicho, para una mujer como yo, es mejor no tener nombre. —Puso el pie
sobre el primer escalón, pero luego retrocedió—. No la he invitado a pasar.
—Cierto,
pero bien que has acudido a mí para que te ayudara —contestó Julie. A pesar de
la escasa luz, ella vio cómo la miraba de arriba abajo con sus ojos azules
llenos de suspicacia, y de... interés. El corazón le dio un vuelco.
¿Se
habría equivocado y al final sí que iba a reclamarle un pago por su ayuda?
¿Westfield la deseaba?
¿Y
por qué estaba celosa? Celosa de sí misma además, lo cual era absurdo. Pese a
la confusión que aquella mujer provocaba en ella, no quería que la deseara, ni
como Caroline, ni mucho menos como su personaje de mujer de la calle. Esos
sentimientos, los que le despertaba cuando estaban las dos a solas, sólo
servían para distraerla de su obligación.
—Has
venido corriendo hacia mí, aunque no nos conocíamos de nada, y me has pedido
ayuda para escapar de Leary y sus compinches —continuó Julie—. En tu profesión,
una mujer debería saber que eso es peligroso. Y aun así has dejado no sólo que
te sacara del salón, sino que te metiera en mi carruaje y te escoltara hasta
aquí, hasta una casa en la que, normalmente, no viviría una ramera. Lo que veo
no me encaja con lo que me has contado. Por eso me pregunto cuál es la verdad.
Caroline
continuó subiendo los escalones mientras escuchaba cada una de sus certeras
afirmaciones y Julie subió corriendo tras ella, escudriñando su rostro a la
escasa luz. La rapidez con que estaba deduciéndolo todo la había dejado
atónita. Su interrogatorio era eficaz, frío y directo, pese al atisbo de
acusación de su tono.
Era
el tipo de análisis que ella misma había realizado infinidad de veces en los
últimos años, el que había sido capaz de llevar a cabo tras muchos meses de
entrenamiento.
—Milady,
me está usted asustando. ¡Váyase, por favor!
Echó
a correr por el pasillo hasta llegar a su dormitorio, cogió el pomo, entró y se
volvió para cerrar, pero Westfield fue más rápida. Sujetó la puerta con una
mano y se metió dentro, cerrando después y echando el pestillo antes de que
Caroline tuviera tiempo de reaccionar. Se guardó la llave en la chaqueta, para
que ella no pudiera cogerla, al menos por el momento.
Caroline
sintió que se le caía el alma a los pies. No tenía escapatoria, a menos que
usara la ventana. Estaba dispuesta a hacerlo, pero dudaba mucho de que le diera
tiempo a sacar una pierna antes de que ella la sujetase y la arrastrara de
nuevo al interior.
Julie
se acercó a la repisa de la chimenea y encendió las velas sin decir una
palabra, después echó unos troncos al hogar y encendió un fuego para caldear la
habitación, y, lo que era peor, para iluminarla.
—Tienes
miedo, te lo noto en la voz, pero no de mí —comentó con toda la calma, sin
volverse hacia ella en ningún momento, mientras se ocupaba de la lumbre.
Caroline
ahogó un gemido de frustración. ¿De verdad podía percibir eso? Y aún peor,
¿cómo podía acertar? No era Julie quien le daba miedo. No experimentaba nunca
ese sentimiento cuando estaban a solas, a pesar de que sabía que Julie era más
fuerte que ella y si quería podía hacerle daño.
Era
cierto que sabía defenderse, pero en un espacio tan reducido y con la puerta
cerrada con llave, sabía que no podría controlarla si Julie decidía
aprovecharse de su fuerza.
Y
aun así, no se ponía nerviosa cuando la miraba. Aunque sentirse atrapada
normalmente hacía emerger sus miedos más íntimos, estar atrapada con Julie no
tenía ese efecto.
—Usted...
No tengo ni idea de qué es lo que quiere —siseó, intentando mantener el acento
fingido a pesar de que se encontraba sin aliento—. Claro que le tengo miedo.
Julie
levantó la vista del fuego enarcando una ceja con gesto de incredulidad.
—Si
me tuvieras miedo, a estas alturas ya me habrías atacado. En el carruaje me he
dado cuenta de que llevas un cuchillo en una funda ceñida al muslo. He visto su
silueta bajo el vestido. Si tanto miedo me tienes, ¿por qué no lo has
utilizado?
Caroline
abrió los ojos como platos al tiempo que se llevaba la mano al muslo
instintivamente. ¿Había visto que iba armada? Pero ¡si el coche estaba casi a
oscuras! Sólo se iluminó cuando encendió el puro, y habría tenido que ser muy
observadora para captar la silueta del cuchillo durante lo poco que dura el
destello del encendedor.
—Tiene
suerte de que no lo haya hecho —consiguió decir con voz trémula—. Y como no me
dé la llave y se vaya de aquí, lo sacaré ahora mismo.
Julie
se incorporó despacio. Caroline pudo ver la expresión de desafío burlona que
chispeaba en sus ojos. O eso fue al menos lo que vislumbró fugazmente antes de
darse la vuelta para que no la reconociera. ¡Maldición! ¿Cómo se le había
podido ir la situación de las manos de ese modo?
—Hazlo
—la retó, levantando los brazos—. Adelante, atácame.
Ella
retrocedió dando un traspié. Por supuesto que no pensaba hacerlo. Estaba
protegiéndola, aunque en ese momento la idea de echarla a los lobos no le
pareciera tan mala. Pero Westfield la estaba acorralando en un rincón y tarde o
temprano tendría que hacer algo para distraerla, evitar que la viese con
claridad y recuperar la llave.
—Por
favor, váyase —le suplicó.
Rodeándola,
se acercó a la repisa de la chimenea y empezó a apagar las velas que Julie
había encendido.
Julie
la cogió por el codo y la obligó a volverse.
—¿Por
qué no quieres que haya luz?
Ella
negó con la cabeza. Sólo le quedaba una alternativa. Le tendió los brazos, la
atrajo hacia ella y la besó.
Julie dio un respingo al notar la inesperada
presión de los labios de aquella misteriosa mujer sobre los suyos. Pero aún más
inesperada fue la reacción de su propio cuerpo. Una oleada de deseo la recorrió
de repente, excitándola como nunca desde hacía más de un año. Era un beso sin
duda estimulante y al mismo tiempo... familiar. Aquella mujer en general le
resultaba familiar.
Quiso
retirarse para mirarla, pero ella se aferró con fuerza a su cuello y entreabrió
los labios, resiguiendo el perfil de su boca con la lengua. Julie no se
resistió y el beso se hizo más apasionado.
Sabía
a... fresas, no como sabría una mujer de la calle, que pasara el tiempo en
antros de la peor calaña. Mientras su lengua se enredaba con la suya en una
seductora danza llena de promesas, no tuvo en ningún momento la sensación de
estar con una ramera.
Y,
además, no estaba seduciéndola como lo haría una prostituta, sino que había
algo genuino en el acto. No se estaba limitando a levantarse las faldas y
ofrecerle un revolcón gratuito en un intento por echarla de su casa. La forma
en que la besaba hablaba de sincera pasión, de una noche de placer que no podía
comprarse con dinero.
¿Desde
cuándo no lograba una mujer hacerle olvidar los recuerdos que la atormentaban?
Sin embargo, aquélla lo estaba haciendo. Había conseguido que relegara el dolor
y los recuerdos a un rincón para dejar sitio exclusivamente al deseo.
A
pesar de los interrogantes que seguía suscitándole, deseaba disfrutar de la
pasión, del placer que le ofrecía.
Los
pensamientos y la razón se acallaron cuando Coroline se apretó más contra ella.
Sus generosos senos se aplastaron contra los suyos cuando la estrechaba entre
sus brazos. Hacía mucho tiempo. Demasiado. Y la tentación que suponía aquella
joven anónima cuyo rostro apenas había visto era demasiado fuerte.
Julie
finalmente se rindió, y dejó que sus manos descendieran por la suave curva de
la espalda femenina hasta aferrarle las nalgas. Ella dejó escapar un grito
ahogado que se fundió en un gemido cuando la apretó contra su cuerpo y se meció
con ella. La fue empujando hacia atrás sin dejar de besarla, conduciéndola
hacia la cama, situada contra la pared de enfrente de la chimenea. Cuando sus
muslos chocaron contra el borde, la muchacha interrumpió el beso.
En
la oscuridad casi absoluta de la habitación, Julie no podía verle bien la cara,
únicamente planos y líneas en sombras a la luz vacilante del fuego. Pero sí
pudo ver que tenía los labios apretados en una línea, casi como si estuviera
reflexionando sobre lo que estaba a punto de hacer. Como si quisiera echar a
correr. Pero ¿por qué? Ésa era su profesión, ¿no? ¿A qué se debían sus dudas?
La
desesperación se apoderó de ella ante la idea de que pudiera rechazarla.
Necesitaba hacerlo. Lo necesitaba para poder olvidarse de todo. La aferró con
fuerza por la cintura y la atrajo hacia sí. Caroline dejó escapar un gemido
cuando estampó los labios contra los suyos y la tumbó en la cama.
Caroline
se arqueó al notar el peso de Julie encima. Aquello no podía estar ocurriendo.
Pero era una delicia. El beso... Ella sólo lo había hecho para evitar que siguiera
haciéndole preguntas, pero había terminado siendo mucho más. Algo muy poderoso.
Y
ahora realmente deseaba aquella mujer.
Con
toda el alma. Nunca había sentido un deseo como aquél. En sus relaciones con su
difunto esposo, había más vergüenza y rabia que placer. Con él se mostraba más
recelosa que apasionada. Así que aquello era para Caroline casi como una
primera vez.
Tan
aturdidor como el láudano que se había negado a tomar durante su recuperación.
Pero al contrario que con éste, no podía escapar de la sensación que
experimentaba cuando Julie la tocaba. No era capaz de apretar los dientes y
negarse a tomarla. Su cuerpo reaccionaba por su cuenta, ignorando por completo
las protestas de su cerebro, por otra parte cada vez más débiles.
Juliel
asaltó su boca con la lengua. Y en vez de apartarla, como sabía que debería
hacer, Caroline tiró de ella y respondió a la invasión con anhelo, notando cómo
el deseo iba aumentando a medida que la acariciaba hasta el último rincón de su
boca.
Ahora
que estaban en la cama, la cosa no iba a acabar en un beso. La mano que la
sujetaba por la cintura fue a posarse sobre su vientre y ella sintió que se
incendiaba. Experimentó la imperiosa necesidad de arrancarse la ropa, de
desnudarse para ella e invitarla a penetrar hasta lo más profundo de su ser.
Olvidar su obligación, olvidar que iba disfrazada.
Olvidar
que Julie creía que era una desconocida.
Este
último pensamiento llegó a su mente nublada de deseo durante un instante,
devolviéndola a la realidad. Pero entonces Julie subió la mano y la ahuecó
contra uno de sus senos, acallando sus protestas internas.
Cuando
empezó a frotarle el pezón con el pulgar, elevó las caderas con brusquedad y se
aferró de su brazo. Su pezón se irguió al momento a través de la gastada tela
del vestido, excitado después de tanto tiempo sin recibir las atenciones de un
hombre y que ahora las recibía de una mujer a la que deseaba más que a
cualquier hombre. De pronto, sus dedos dejaron de estimularla por encima y
Julie metió la mano bajo el escandaloso escote del vestido, liberándole el
pecho.
Caroline
se puso tensa, a pesar de la deliciosa sensación. Julie estaba a punto de
comprobar la manera artificiosa en que se había apretado el busto para
levantarlo. ¿Se preguntaría qué más había de ilusorio en su aspecto?
En
caso de que así fuera, no dijo nada. Bajó la boca y sus labios se cerraron
alrededor de su pezón. Caroline no pudo controlar el gemido quedo que escapó de
sus labios, mientras por instinto se aferraba a los brazos de Julie, envueltos
en el suave tejido de su chaqueta.
A
medida que el calor descendía desde su pecho y se extendía por el resto de su
cuerpo, a las sensaciones que hacía tiempo que tenía olvidadas se unieron otras
nuevas y mucho más placenteras. Cada vez que la alta mujer la acariciaba con la
lengua, el deseo la hacía estremecer. Las piernas le temblaban y sus muslos se
habían puesto tensos de tanto soportar el creciente anhelo que se concentraba
en su húmedo centro, preparado para lo que estaba a punto de llegar.
No
podía dejar de mover las manos. Cogió la chaqueta de Julie y se la echó hacia
atrás, para desabrocharle a continuación la blusa. Ella la ayudó, quitándosela
por encima de la cabeza sin esperar a que la hubiera desabrochado del todo.
Caroline
se quedó mirándola. Su cuerpo, que ya era impresionante cuando estaba vestida,
desnuda era sencillamente magnífica. A la vacilante y tenue luz del fuego
alcanzó a vislumbrar cómo sus potentes músculos se flexionaban y ondulaban con
el movimiento, un tipo de musculatura trabajada y en forma. Fascinada, levantó
las manos y se las pasó sobre la piel, sobre sus senos redondos y apetitosos,
sus dedos tomaron un pezón ya erecto. —Dios mío —gimió la mujer mayor al notar
sus caricias.
Estaba
muy excitada, y Caroline quería más. Lo quería todo. Lo cual era un error.
¿O
no lo era?
Julie
no sabía quién era. Si tenía cuidado, no se enteraría nunca. Podía disfrutar de
aquella noche de lujuria y abandono, y que eso no afectara a su caso. De hecho,
hasta podría ser beneficioso. La tensión y el deseo que flotaba entre ellas
cada vez que se encontraban en los bailes y las fiestas de la ciudad se
apagaría en cuanto Caroline le diera a su cuerpo lo que éste, tan
inexplicablemente para ella, anhelaba. Una vez satisfechos los deseos de su carne,
que se empeñaban en interferir en su trabajo, podría avanzar con el caso.
Una
vocecita le advirtió que eso no tenía sentido, pero se apresuró a acallarla.
Disfrutaría de esa noche sin lamentarlo.
Desechada
toda vacilación, rodeó el cuello de Julie y tiró de ella, amoldando su boca a
la suya, grabando a fuego en su memoria cada instante. Permitiéndose disfrutar
el placer que experimentaba en vez de luchar contra él.
Como
si la morena hubiera percibido su rendición, puso más pasión en el beso. Le
desabrochó a continuación los botones del vestido con una urgencia rayana en la
desesperación mientras ella le acariciaba la ancha espalda. Al fin, la parte
superior del vestido se abrió en dos y sus senos quedaron libres, desnudos.
Julie le bajó la prenda por las caderas y a continuación tiró de la rubia hacia
ella, piel contra piel.
Reprimió
la imperiosa necesidad de proferir un gruñido de placer cuando la joven empezó
a frotar sus senos contra los de ella. Su cuerpo estaba más que preparado, y
sabía que sólo era cuestión de tiempo que se rindiera por completo al tremendo
anhelo y que tomara lo que ansiaba.
Cerró
los ojos, cubriéndole los labios y devorándoselos con sus besos, como una mujer
hambrienta, mientras la levantaba ligeramente para quitarle el vestido. Con un
tirón final, lo sacó de debajo de las dos y lo lanzó al suelo.
Como
la mayoría de las mujeres de su profesión, aquélla no llevaba nada debajo. Su
cuerpo era suave y mullido y estaba más que dispuesto, tal como demostró
rodeandola con una pierna y sintiendo su humedad. Julie subió la mano por
aquella pierna larga y sedosa hasta dar con lo único que ella llevaba encima:
la funda con el cuchillo. Un giro de muñeca bastó para hacer que la hoja cayera
al suelo con un tintineo. A continuación, le apretó el muslo y acarició la
parte interior del mismo mientras los gemidos la empujaban a continuar. La muchacha
le clavaba las uñas en la espalda mientras ella la tocaba.
Los
besos de la mujer más pequeña fueron tornándose más apasionados. Julie no había
sentido nunca algo parecido al besar a alguien. Era estimulante y embriagador.
Y entonces, una imagen cruzó por su mente: Caroline Redgrave.
Julie
retrocedió bruscamente, apartándose de sus labios. Con la respiración
entrecortada, apretó los ojos con fuerza. ¿Por qué tenía que pensar en ella
precisamente en aquel momento? No. No iba a imaginársela. No lo haría mientras
tomaba a aquella otra mujer. Bajó la cara y le resiguió la garganta con los
labios, descendiendo hasta meterse un pezón en la boca.
Caroline
gimió. Hacía tanto tiempo que nadie la tocaba... Cerró los ojos, deleitándose
con el contacto de sus dedos ásperos a lo largo de sus costados, sobre su
estómago. Pero entonces la morena vaciló un instante, y ella abrió los ojos de
golpe. ¡La cicatriz!
A
la tenue luz, vio que la miraba y buscaba sus ojos, pero estaba segura de que
no podía ver nada. Contuvo el aliento. ¿Qué le iba a decir acerca de la
evidente señal que recorría gran parte de su costado izquierdo? Recuerdo de la
herida de hacía seis meses.
—Has
sufrido mucho en la vida —dijo Julie con ternura mientras le besaba suavemente
la cicatriz.
Caroline
se mordió el labio inferior mientras las lágrimas acudían a sus ojos. Era
ridículo dejar que un comentario semejante la conmoviera. Julie no tenía ni
idea de quién era ella, y mucho menos del dolor que había experimentado. Dolor
físico cuando recibió el disparo y luego de otro tipo que no dejaba marcas
visibles. Julie nunca lo sabría.
—Esta
noche sólo habrá lugar para el placer —murmuró Julie antes de apartar la mano
de la herida para deslizarla entre sus piernas.
Se
aferró al cobertor mientras la mano de la alta mujer cubría la suave curva de
su pubis. Rozó levemente la entrada, abriéndola mientras seguía chupándole el
pecho. Caroline no era capaz de introducir bastante aire en sus pulmones. Abría
la boca desesperadamente, pero el placer era tan intenso que se le hacía
imposible. Hasta pensar le resultaba difícil.
Julie
presionó con el pulgar, acariciando el botón oculto entre sus pliegues, al
tiempo que introducía un par de dedos en su cálido interior. Caroline emitió un
grito entrecortado a medida que la otra mujer ensanchaba su cavidad íntima. Era
delicioso. Quería exigirle más, suplicarle más, pero no lo hizo. Se lo pidió
sin necesidad de palabras, elevando las caderas, arqueándose al compás del
movimiento de sus dedos mientras ascendía hacia el clímax.
De
pronto, los dedos de Julie desaparecieron, dejando su sexo palpitante y
ansioso. Suspiró insatisfecha, pero lo único que obtuvo fue una suave carcajada
por parte de Julie. Abrió entonces los ojos y la vio quitándose el resto de la
vestimenta . Se incorporó para poder mirarla mejor, pero la escasa luz se lo
impedía. Sólo se adivinaban sus movimientos entre las sombras.
Sin
embargo, cuando regresó con ella ya no quedaba nada que las separase, nada que
la ayudara a mantener la cordura. A pesar de la poca luz, Caroline pudo admirar
el cuerpo esbelto y atlético de la mujer delante de ella. Jamás había conocido
alguien como ella. Y su deseo se incrementó aún más. Lo único que quería era
tener a aquella mujer sobre ella. La deseaba como no había deseado nada en
mucho tiempo. Quería que fuera suya, aunque sólo fuera por una noche, aunque
nunca llegara a saber quién era ella en realidad.
Julie
se acercó a la cama y la joven separó las piernas, ofreciéndosele con una
confianza que hizo que sus ojos brillaran de deseo en la oscuridad y tragó
saliva ante la idea de probarla. ¡Por todos los santos, cuánto la deseaba! A
pesar de que el rostro de Caroline Redgrave se las arreglara para invadir su
mente nublada por la lujuria.
Se
acercó a ella, gimió al sentir como las manos de Julie separaba más sus
piernas. Abrió y cerró los ojos varías veces al sentir el aliento de Julie
cosquillando sus rizos claros, y su boca acariciando sus muslos. Caroline
intentó acariciarse sus senos, pero la morena mujer fue más rápida he hizo a un
lado las pequeñas manos, acariciando los pequeños y jugosos pechos de Caroline
que se amoldaban muy bien en las largas manos.
Cuando
la lengua de Julie acarició su centro. Su cuerpo se arqueó de placer. Y el
gemido de Julie la excitó aún más cuando la alta mujer probó su escencia.
Caroline la tiró ligeramente del pelo para mantenerla en el sitio. Y eso a
Julie la excitaba aún más, se alegraba que la mujer bajo ella, pidiera más.
Solo quería darle placer y dio un pequeño mordisco. Ella se tensó y la clavó
las uñas en la espalda, soltando bruscamente el aliento entre los dientes.
—¿Te
he hecho daño? —le preguntó, confusa ante la resistencia que notó en el otro
cuerpo. Sintió tanta ternura cuando ella acarició su mejilla y negó con la
cabeza. Estar saboreando a Caroline era como estar en la gloria. Tan calida y
salvaje a la vez. Unas cuantas succiones más le bastarían para alcanzar el
clímax. Pero de alguna manera, a pesar de lo que era aquella mujer, no deseaba
alcanzarlo de forma apresurada. Quería hacer que se arqueara debajo de ella.
Quería oírla gritar al alcanzar su propio placer. Tras haber tocado la prueba
de su dolor físico por medio de aquella impresionante cicatriz que afeaba su
tersa piel, quería proporcionarle deleite. Disminuyó sus caricias en la humedad
de Caroline deslizando las manos por debajo de la joven para saborearla más, la
notó estremecerse mientras ella le daba placer. Como una señal, Julie succionó
más fuerte e introdujo su lengua aún más logrando que la mujer mas joven gimiera
y se moviera de placer, tomando con fuerza la cabeza de la alta morena para que
fuera más rápido. Finalmente, ella comenzó a temblar. Su cuerpo se estremeció y
la muchacha gimió, jadeante. La culminación era inminente. Julie separo su boca
y en un movimiento rápido sin que la mujer bajo ella lo notara pego su cuerpo
al de ella uniendo su centro deslizó los dedos entre los cuerpos de ambas y
presionó en su abertura con suavidad y cuando estuvo dentro de ella, los
movimientos de sus dedos fueron aumentando y la penetró aún más.
El
cuerpo de la jove mujer se puso tenso y se convulsionó, lubricándola con sus
fluidos al tiempo que gritaba:
—¡Julie!
Oírla
pronunciar su nombre acabó con el poco control que le quedaba. La penetró con
más fuerza y ella también llegó al climax, Julie se derrumbó sobre ella,
jadeando, depositando una ristra de besos en su clavícula.
—Quiero
verte —susurró con un gemido ronco.
La
luz vacilante de las llamas no le permitía más que el ocasional vislumbre de
sus carnosos labios, un atisbo fugaz de sus rasgos.
Sintió
que Caroline se ponía tensa y entonces la sorprendió empujándola de repente, y
se encontró tumbada boca arriba y con la rubia a horcajadas sobre ella. El
fuego le quedaba detrás, por lo que no podía verle la cara, sólo la silueta de
aquella extraordinaria mata de pelo que le caía sobre los hombros y el perfil
de su esbelta figura.
Ella
se irguió, sujetándose con los muslos a sus costados y comenzó a mover las
caderas. Cada embestida la excitaba y estaba segura que volvería a llegar al
climax en pocos minutos . La sujetó por las caderas para guiar sus movimientos,
mientras su húmedo centro humedecía el de ella. Caroline, inclino su cabeza
hacía abajo y rozo los labios de una excitada morena. Como era posible, que se
sintiera indefensa ante esta mujer. El vaivén de su cuerpo sobre su pelvis la
estaba volviendo loca. Ahora podía asegurar que la mujer sobre ella realmente
hacía bien su trabajo, poco a poco fue aminorando los movimientos y acariciaba
tiernamente su cuerpo, este respondía a sus manos, como nunca antes lo había
hecho a ninguna otra. La mujer más pequeña, besos los carnosos pechos de Julie
y esta gimió de placer, el beso siguió la trayectoria directo a su centro, y
Julie creyó morir de placer. Las caricias de la lengua de Caroline hicieron que
llegara a otro orgasmo más pronto de lo que ella había pensado. Y lo más
sorprendente de todo fue que Caroline llegó junto con ella. Suspiró de placer y
jaló a la mujer más pequeña a sus labios probando su propia escencia. La acunó
en sus brazos y beso su cabeza.
Una
profunda sensación de paz como no sentía desde hacía meses se apoderó de Julie,
junto con una relajación que no se había permitido desde hacía tanto que ya no
recordaba la última noche que había dormido bien. A medida que la fatiga se
adueñaba de ella, lo último que pensó fue que aquella misteriosa mujer había
pronunciado su nombre.
Pero
lo había hecho sin acento.
CAPÍTULO
07
Bastante
rato después, cuando Caroline se aseguró de que Julie estaba profundamente
dormida, se tumbó sobre su pecho. Era muy agradable sentir su cuerpo desnudo y
sudoroso debajo del suyo. Escuchar sus latidos lentos y regulares, y dejar que
éstos aplacaran sus nervios.
Era
una ilusión, claro, pero no quería abandonarla. No estaba preparada para
levantarse y desaparecer. Irse de allí y fingir que aquella inesperada noche de
pasión no había tenido lugar. Al día siguiente, o al otro, se la encontraría en
un baile o en alguna reunión y tendría que fingir que nunca se habían besado.
Que Julie no la había reclamado de la forma más elemental que existía. Que no
le había proporcionado el orgasmo más intenso que había experimentado en toda
su vida.
Y
se vería obligada a fingir que no quería repetirlo, pero sin la barrera de un
disfraz y con toda la luz posible para poder verla bien, no sólo distinguir las
sombras de su cuerpo. Para poder contemplar su expresión mientras le daba
placer.
Pero
ése era un deseo que nunca se vería cumplido. Era imposible.
Con
un suspiro, se apartó de Ella. Julie gruñó y estiró un brazo para retenerla, y
Caroline torció el gesto en una mueca de frustración, poniéndole una almohada
entre los brazos para que no se despertara. Aparentemente conforme, rodó hacia
un lado abrazada a la almohada.
La
rubia también deseaba poder seguir en aquella cama.
Conteniendo
su frustración, se dirigió hacia la repisa repleta de velas que ella misma se
había encargado de apagar antes. Encendió una mientras echaba un vistazo a
Julie. Necesitaba un poco de luz para vestirse y registrar su ropa en busca de
la llave de la puerta... y de algo que pudiera darle una pista sobre quién
podía querer atentar contra su vida. Bastante abandonado tenía el caso. Debía centrarse.
Se
puso el vestido y las zapatillas y se agachó. Posó la vela junto a la ropa de
la alta morena y empezó a registrarla. En uno de los bolsillos de la chaqueta
llevaba unas cuantas monedas y un trozo de papel con un recordatorio de que
había quedado con su hermano al día siguiente, nada de verdadero interés.
Metió
entonces la mano en el otro bolsillo y palpó la llave, junto con algo redondo,
de metal liso. Sacó ambas cosas. Se guardó la llave en el vestido y acercó el
otro objeto a la llama. Era un reloj de bolsillo. Le dio la vuelta para ver si
había alguna inscripción.
El
cierre se abrió con un leve clic. Dentro leyó un mensaje: «Para lady Westfield,
por su encomiable servicio».
Parpadeó
sorprendida. ¿Por qué le resultaban tan familiares aquellas palabras? ¿Por qué
le resultaba familiar el reloj en sí mismo? Había visto uno igual en otro
sitio, pero ¿dónde?
Se
acercó más a la luz y pasó los dedos por encima de la inscripción. Entonces
notó algo. Había una pequeña irregularidad en la superficie de metal. Pasó los
dedos por encima nuevamente y de pronto la tapa interna se levantó, dejando a
la vista un compartimento secreto.
Caroline
estuvo a punto de dejar caer el reloj mientras el corazón empezaba a latirle
desaforadamente. Ya sabía dónde lo había visto antes. Anastasia había recibido
el encargo de diseñar una docena de ellos para los mejores espías del
Ministerio de Guerra unos años atrás. Sólo los condecorados por grandes méritos
habían recibido uno. Fueron concebidos como una recompensa a su labor y también
como un artefacto secreto para usar en su trabajo. En el compartimento oculto
había espacio para una pequeña llave, un mensaje secreto, o cualquier otra cosa
que quisieran ocultar en caso de que los sometieran a un registro.
¿Lo
habría robado?
No
podía ser, porque la inscripción estaba dedicada a ella. El reloj era suyo.
Echó
un vistazo a Julie, que dormía plácidamente, con su amplia espalda hacia ella.
Tenía una pequeña cicatriz en el hombro derecho. Su musculatura era fruto del
esfuerzo, se movía con la agilidad de una pantera, y, enfrentada a la
disyuntiva de huir o luchar, había optado por lo segundo, y con un hombre
conocido por su brutalidad. Además, su habilidad para interrogar y deducir la
habían impresionado.
Se
puso de pie a duras penas, con manos temblorosas. Todas las piezas encajaban.
Julie Ashbury era una espía. Una agente del Ministerio de Guerra tan entrenada
como ella misma.
¿Cómo
no se había dado cuenta antes? Por eso había estado frecuentando El Poni Azul,
no porque tuviera problemas con el juego. Esos garitos ilegales eran el lugar
perfecto para descubrir conspiraciones y obtener información, igual que
Caroline misma había estado haciendo esa misma noche.
Por
eso había visto ese atisbo de discernimiento en sus ojos al ver a Cullen Leary
en el salón, no se debía a su reputación como boxeador.
Pero
de ser cierto, ¿para qué demonios le habían encargado a ella que la vigilara?
Aquella mujer sabía perfectamente cómo defenderse. Igual que sabía que, debido
a su profesión, su vida estaba en constante peligro. Si de verdad estaba
recibiendo amenazas, tal hecho no se le podría haber ocultado.
Lo
que significaba que lo que le habían contado era mentira. No le extrañaba que
Ana y Meredith se hubieran mostrado tan reticentes a darle información.
El
estómago le dio un vuelco y las náuseas hicieron que se atragantara mientras
retrocedía.
Julie
se le había acercado en la fiesta de su madre y le había ofrecido protección.
En su momento, eso se le había antojado una ironía, pero ahora el asunto
adquiría tintes oscuros. Si a ella le habían encargado la misión de
«protegerla»... ¿era posible que a Julie le hubieran asignado lo mismo? ¿Sabía
Julie que ella era una espía en quien ya no confiaban?
¿Se
habría estado riendo de ella todo el tiempo?
Lo
mismo había sabido toda la noche quién era. Mientras Caroline creía que su
disfraz la protegía, Julie bien podría haber sabido a quién le estaba haciendo
el amor.
Sacudió
la cabeza. Tenía que descubrir la verdad. Y sólo había un lugar donde la encontraría
a ciencia cierta.
Abrió
la puerta con manos temblorosas, salió al pasillo y cerró tras de sí. Su
estupefacción empezaba a desvanecerse para ser reemplazada por la humillación y
la rabia. Rabia hacia sus amigas, por haberla engañado. Rabia hacia Julie, en
caso de que conociera su identidad. Y rabia hacia sí misma, por haber estado
tan ciega.
Dio
una vuelta a la llave. Dejaría que se despertara sola y con la puerta cerrada,
y que buscara la manera de salir de allí. Le estaría bien merecido si es que
sabía la verdad sobre ella desde el principio.
Lanzando
imprecaciones entre dientes, Caroline se metió la llave y el reloj de Julie en
el bolsillo y echó a correr.
Aquello
tenía que quedar resuelto esa misma noche.
—¡He
dicho que quiero ver a la señora Tyler ahora mismo!
Caroline
empujó la puerta con el hombro para entrar en la casa y apartó al mayordomo de
un empellón. El hombre se alisó la librea y se colocó bien la peluca torcida
mientras la fulminaba con la vista.
No
podía culparlo. No sólo lo había despertado en plena noche, sino que llevaba
puesto aún su disfraz. El vestido estaba arrugado, con los botones mal
abrochados, por haber tenido que hacerlo a oscuras y sin espejo. Se había
quitado la peluca antes de llamar a un carruaje al salir de la casa, pero iba
totalmente despeinada, dado que sólo había podido arreglarse el pelo con los dedos.
No quería ni pensar en el aspecto que debía de tener, después de todo lo que
había hecho llevando puesto aquel exagerado maquillaje.
Debía
de parecer un espantajo. Y una perdida.
—Lady
Allington, es muy tarde. El señor y la señora Tyler se retiraron a descansar
hace rato y no puede esperar que vaya a...
—¿Qué
ocurre, Miles?
Caroline
se volvió al oír la voz masculina que interrumpió su conversación con el
mayordomo. Lucas Tyler bajaba por la escalera atándose la bata a la cintura. El
escote en «V» dejaba a la vista una amplia zona de piel desnuda y tenía los
labios sospechosamente enrojecidos.
—Lady
Allington quiere ver a la señora Tyler, milord —explicó el hombre con sufrida
actitud.
—Puedes
volver a la cama, Miles —dijo Lucas llegando al vestíbulo.
Caroline
lo recibió con una mirada furibunda. Él la miró de arriba abajo, y finalmente
enarcó una ceja en señal interrogativa.
—Ya
me ocupo yo —añadió.
—Quiero
ver a Ana —dijo, cerrando de un portazo la puerta principal y cruzándose de
brazos—. Ahora mismo.
Lucas
giró la cabeza y su atractivo rostro se crispó en una mueca de sincera
preocupación.
—Caroline,
¿qué pasa? ¿Es...?
Pero
antes de que pudiera terminar la frase, la voz de su esposa resonó en el
rellano de la escalera.
—¿Qué
ocurre, Lucas?
Caroline
se ruborizó al oír su tono. Nunca había oído hablar así a su recatada amiga.
Cuando miró de nuevo a Lucas y se fijó en su aspecto desarreglado, cayó en la
cuenta de lo que acababa de interrumpir.
Su
mente traicionera regresó a Julie y sus manos acariciándola. A sus labios
deslizándose por sus pechos, y la forma en que había colmado su cuerpo y le
había proporcionado un placer que ya tenía olvidado.
Regresó
a la realidad al recordar el reloj que llevaba en el bolsillo.
—Sé
toda la verdad, Ana —le gritó—. Sé que me han mentido.
Hubo
un momento de silencio hasta que Anastasia bajó corriendo los escalones. Iba en
camisón y también se la veía desarreglada. Con el pelo tan alborotado como el
de Lucas, la piel arrebolada, los labios hinchados y los ojos desmesuradamente
abiertos y llenos de dolida emoción.
Caroline
sonrió, aunque era una sonrisa más de amargura que de diversión.
Pese
a haberse convertido en una excelente espía de campo desde que se casara con
Lucas, había cosas que Ana aún no dominaba. No era capaz de ocultar sus
reacciones y emociones a sus amigas, motivo por el cual había decidido ir a
verla a ella en vez de a Meredith. Merry sí era capaz de mantenerse inexpresiva
y hacer afirmaciones difíciles de descifrar.
—Caroline
—comenzó Ana lanzando una fugaz mirada a Lucas.
Éste
se cruzó de brazos y, de repente, de su semblante desapareció todo rastro de
afecto y preocupación hacia Caroline. Una expresión protectora hacia su esposa
lo reemplazó en la cara del hombre que se había convertido en su amigo en los
últimos seis meses.
—Caroline,
esto puede esperar a mañana —dijo con un tono que no admitía réplica—. Y te
agradecería que no utilizaras ese tono con Anastasia.
Ésta
llegó al vestíbulo y puso una mano en el brazo de su marido. Sus ojos se
encontraron y se produjo una asombrosa comunicación sin palabras. Con una
mirada, se resolvieron las preguntas. En una mirada de amor.
Caroline
sintió que se le encogía el estómago. Ella nunca había experimentado algo así,
debido al doloroso pasado que la seguía allá donde fuera. Jamás tendría ese
tipo de entendimiento mutuo, ni sentiría esa preocupación por ella, la calidez
del amor y la confianza que fluía entre sus amigas y sus esposos. Hasta hacía
poco, sólo las envidiaba. Pero en ese momento sintió como si le desgarraran la
piel con un látigo.
—No
pasa nada, cariño. —Ana se puso de puntillas para depositar un beso breve pero
sensual en la áspera mejilla de su esposo—. Caroline está molesta, y no me
importa hablar con ella sobre lo que quiera que crea que he hecho.
Lucas
giró la cabeza.
—Ana...
Ella
lo interrumpió:
—Lo
sé, lo sé. Vuelve a la cama. Yo subiré en cuanto termine.
Lucas
le lanzó a Caroline otra mirada fulminante, que la hizo ponerse tensa. Por una
parte, le resultaba irritante que dirigiera su furia contra ella cuando era a
quien precisamente habían mentido y traicionado. Pero por otra envidiaba su
actitud. Ana tenía a alguien que la protegería a muerte de cualquier daño, por
pequeño que fuera.
Caroline
no tenía a nadie.
Aunque
no pudo evitar pensar en Julie partiendo un taburete en la cabeza de Cullen
Leary.
—Vamos
al salón. Aquí hace frío.
Ana
señaló hacia una de las habitaciones y Caroline la siguió. Mientras su amiga
echaba un tronco al fuego casi extinguido, ella se dirigió a la ventana y miró
hacia afuera.
—Te
pediría disculpas por haber interrumpido lo que parece evidente que he
interrumpido —comenzó, volviéndose hacia Ana a tiempo de ver cómo ésta se
sonrojaba violentamente—, pero me cuesta disculparme cuando me siento tan
engañada y humillada. Y lo peor es que han sido ustedes y Charlie quienes han
hecho que me sienta así. Eso es lo que más furiosa me pone y lo que más me
duele.
Ana
se sentó y le dirigió una mirada inocente que era evidente que no era
auténtica.
—Sinceramente,
no te comprendo, Caroline. ¿Qué es eso que crees que hemos hecho?
Ella
sacó el reloj de Julie del bolsillo, atravesó el salón y lo dejó caer en el
regazo de su amiga. Ésta bajó la vista, y sus ojos se abrieron como platos al ver
el objeto que había diseñado. Dio un respingo como si la hubiera quemado al
contacto.
Caroline
sabía exactamente cómo se sentía.
—Ya
lo veo, es un reloj.
Caroline
echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada muy poco apropiada para una
dama.
—Sí,
ya, es un reloj. Uno que tú diseñaste, y que sólo se entregó a los miembros más
distinguidos del grupo de espías de su majestad. Creo que tu esposo tiene uno.
—¿Y
éste es el reloj de Lucas? —preguntó Ana con tono inexpresivo y gesto amable,
tras unos segundos para recuperar la compostura.
—No.
—Caroline quería gritar, pero consiguió reprimir sus emociones—. Lo he
encontrado en el bolsillo de Julie Ashbury esta noche.
Anastasia
cogió el reloj y se puso en pie.
—¿Se
lo has robado a Julie Ashbury?
Caroline
se quedó de piedra. No había decidido cómo iba a explicar el modo en que lo
había obtenido. Desde luego, no pensaba contarle a Ana que lo había encontrado
rebuscando entre sus ropas después de que hicieran el amor.
—No
cambies de tema. No importa cómo lo he conseguido. —Se cruzó de brazos—. Este
reloj demuestra algo que ya sabes: Westfield es una espía.
Ana
tragó con dificultad el nudo que se le había formado en la garganta.
—Caroline...
Su
tono suplicante le dio la respuesta que buscaba. Sintió como si desapareciera
todo lo que conocía. Se encontraba perdida, ya no podía confiar ni en sus
mejores amigas. Y todo lo que sabía de Julie tampoco era cierto.
—¿Cómo
pudisteis hacer algo así? —susurró, furiosa por cómo se le quebró la voz y le
escocían los ojos—. ¿Cómo has podido mentirme sabiendo lo mucho que me cuesta
confiar en nadie?
Ana
le entregó el reloj, el odioso reloj, y cuando trató de tocar a Caroline, ésta
se apartó.
—Oh,
Caroline. Estabas tan desesperada por volver al trabajo —admitió Anastasia con
suavidad—. No estábamos seguras de que estuvieras preparada. Has cambiado mucho
desde que sufriste el ataque, aunque no lo quieras admitir. Nos daba miedo que
tu determinación te hiciera ponerte en peligro, que pudieras cometer algún
error en tu obstinado intento por demostrar que estabas lista para volver.
Ella
cerró los ojos. Aunque no quisiera admitirlo, sus amigas tenían razón en parte.
Esa misma noche lo había dejado bien claro. El pánico que sintió cuando estuvo
a punto de ser alcanzada por Leary podría haberle costado el secreto que había
descubierto y hasta la vida.
—Y
supongo que Ashbury también sabe la verdad. Y que debe de estar riéndose de mi
ineptitud —añadió con un hilo de voz.
¿Por
qué le importaba lo que Julie pensara?
Pero
le importaba.
—¡No!
—Ana dio un paso al frente y esta vez Caroline dejó que le tocara el brazo—. Te
prometo que no sabe nada. Al parecer, le ocurrió algo hace un año. Merry y yo
no sabemos qué es y Charlie no ha querido decírnoslo. Pero está en una
situación parecida a la tuya. Últimamente, corre riesgos innecesarios, se pone
en peligro. Sus superiores pensaron que si le encargaban que te siguiera un
tiempo, tal vez eso fuera para ella una oportunidad de recuperarse, de calmarse.
Caroline
notó que se relajaba. Así pues, no lo sabía. No era más que otro peón en aquel
estúpido plan. Igual que ella. Julie no estaba tomando parte en su humillación.
Y
no había utilizado el sexo como pretexto.
Al
contrario que ella. La voz de su conciencia insistía en ser escuchada, pero
ella la silenció.
—Lo
lamento —continuó Ana apretándole el brazo—. No lo hemos hecho por crueldad o
malicia, ni pretendíamos que fuera un juego. Ha sido para protegerte.
Caroline
se soltó.
—¡Yo
no quiero protección! Hace seis meses no te habrías atrevido a hacer esto. Hace
meses era yo quien te protegía ¡de ti misma!
Anastasia
se cruzó de brazos y un súbito brillo de rabia relampagueó en sus ojos,
normalmente apacibles.
—Sí,
es cierto. Pero eso era hace seis meses. Antes de que te disparasen. Yo
entonces no había trabajado nunca fuera de mi laboratorio. Dudaba de mis
capacidades, pero ya no es así. Sin embargo, tú sí deberías dudar de las tuyas.
Deberías ser consciente de tus defectos o sólo será cuestión de tiempo que
sufras un accidente. —Su tono se suavizó y las lágrimas asomaron a sus ojos—.
Caroline, no quiero ver tu nombre en el muro de agentes caídos en acto de
servicio que hay en el Ministerio de Guerra.
Ella
vaciló un momento. Ahora que había vaciado parte de su rabia y frustración, se
sentía más serena y podía considerar las súplicas de su amiga con más
ecuanimidad. La entendía, aunque detestara que pudiera estar en lo cierto.
Tenía que demostrar que no era así.
Y
tal vez pudiese hacerlo aprovechando que había descubierto a aquel falso
príncipe. Miró a Ana. Durante muchos años, había contado con la ayuda de sus
compañeras como apoyo en las misiones, o cuando tenía que reunir información, y
había acudido a Charlie cuando necesitaba algo que no era capaz de encontrar
por sí sola.
Pero
esta vez eso no iba a ser posible. Si les decía lo que había visto, la
retirarían del caso, sermoneándola con lo preocupados que estaban por ella. Y
de ese modo ella no llegaría a superar nunca sus miedos, ni recuperaría la confianza
en sí misma. Si quería lograr todo eso, tendría que hacerlo sola... a menos que
pudiera encontrar a otra compañera adecuada que la ayudara. Alguien que también
tuviese algo que demostrar.
—¿Qué
vas a hacer, Caroline? —Preguntó Ana—. Ahora ya estás al tanto del engaño.
Ella
tragó con dificultad. Sólo podía hacer una cosa.
—Para
empezar, pondré a prueba a lady Westfield —contestó cruzándose de brazos con
una sonrisa de picardía—. Si quiere protegerse, tendrá que ganárselo.
Ana
negó con la cabeza.
—Caroline...
Ésta
la interrumpió, atajando sus protestas.
—Lamento
haberlos interrumpido, Ana. Ahora que me has contado la verdad, me voy.
—No.
—Anastasia salió del salón detrás de ella, que ya se dirigía hacia el
vestíbulo—. ¡Esta conversación aún no ha terminado, Caroline!
Pero
ella salió de la casa haciendo caso omiso de las protestas de su amiga, y se
dirigió a su carruaje. Había pagado generosamente al conductor del coche de
punto en el que había llegado para que fuera a buscar su propio carruaje, que
la esperaba oculto en las inmediaciones de El Poni Azul.
—Disfruta
de tu noche —le dijo por encima del hombro mientras se subía al vehículo. Ya
estaba cerrando la portezuela cuando murmuró—: Yo tengo mis propios planes.
Julie
Ashbury tendría que demostrar el tipo de espía que era. Y sólo si pasaba su
prueba le contaría toda la verdad y le ofrecería la posibilidad de redimirse
ante los ojos de sus superiores ayudándola a resolver el caso del falso
príncipe.
Porque
ése bien podía ser el caso más importante que hubiera tenido que investigar en
toda su vida. Pero no estaba segura de poder hacerlo sola.
Cuando
el carruaje doblaba la esquina, una insidiosa vocecilla le recordó que, después
de esa noche, lo cierto era que no estaba dispuesta a dejar escapar a Julie.
Aunque lo suyo no tuviera futuro.
CONTINUA ACÁ
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