Anna
Anna llegó a ser una gran influencia para mí, empecé a ser más cuidadosa
con mi aspecto, ella me decía que yo era una mujer hermosa, pero que no le
sacaba partido; también empezamos a ir juntas al gimnasio, lo que me requirió
un gran esfuerzo y un cambio de hábitos: dormir más temprano, tomar menos café
y más agua. Todos estos cambios no pasaron desapercibidos paraDante, mi esposo,
que comenzó a comportarse muy posesivo –algo que jamás había hecho; él y yo teníamos
una vida en común como todas las parejas, pero también teníamos una vida por
separado, actividades que no nos involucraban a ambos.
Yo realmente disfrutaba mis momentos a solas, aunque desde que había
trabado amistad con Anna eran cada vez menos, casi sin darnos cuenta habíamos
pasado de vernos un día a la semana a tres entre las compras y el gimnasio, y
algunas veces más.
Creí que Anna llegaría después del ejercicio, pero para mi sorpresa se
presentó a mi puerta por la mañana muy temprano.
-¡Luna! ¿Cómo estás?
-Ya mejor, gracias –dije casi sin voz.
-¿en serio? Yo te veo muy mal…
-Estoy afónica, pero ya no tengo tos.
-¡No pues sí, mejoraste mucho…!
-Gracias, también te quiero -mientras le decía esto me encaminé a mi
habitación.
-En serio Luna, tienes que ir al médico
-No, con un poco más de reposo tengo
-¿Estás sola?
-Sí
-¿Y si necesitas algo?
-¿Cómo qué?
-No sé ¡lo que sea!
-Pues… estás tú ¿no?
-…no eres simpática
-¡Huy¡ y yo que pensé que te caía bien
-Ya mejor no hables o quedarás peor.
Cuando estaba por recostarme, Anna me lo impidió, dijo que no era posible
que volviera a esa cama así como estaba, y se puso a ordenarla sin dejarme
ayudar. Una vez que hubo terminado me quitó la bata y me acomodó y arropó.
-¿Desayunaste ya?
-No tengo, hambre
-¿Y cómo piensas que te curarás?
La oí bajar la escalera y remover cosas en la cocina, pero no hice el
intento por levantarme y detenerla, lo único que quería era dormir. No sé
cuánto tiempo pasó, pero me despertaron los escalofríos que sentía por todo el
cuerpo y una voz que me pedía que abriera los ojos.
-Luna, abre los ojos
-…
-Cielo, mírame
Yo intentaba con todas mis fuerzas hacerlo, pero sólo lograba hacerlo dos
segundos, mis párpados eran muy pesados.
Lo siguiente que recuerdo es agua fría corriendo por mi piel, la sensación
era sumamente desagradable, tenía mucho frío, sobre todo en la espaldaque era
dónde más me caía agua. Aunque no había perdido el conocimiento, la fiebre tan
alta me hacía percibir la realidad entre brumas, y conforme la temperatura
bajaba, iba teniendo una mejor percepción de las cosas, mantuve los ojos
cerrados y fui aguzando mis sentidos; lo primero que percibí con claridad fue
la piel de alguien pegada a la mía, y unos brazos que me sostenían por debajo
de las axilas, después me di cuenta quemi cabeza descansaba sobre el pecho de
una mujer, abrí los ojos lentamente y me topé con los de Anna que me miraban
con preocupación, sentí una vergüenza enorme y volví a cerrarlos.
-Luna, abre los ojos.
-…
-Vamos, abre los ojos.
Cuando estaba a punto hablar, puso su dedo sobre mi boca; cerró el grifo de
agua y me sentó en una silla que yo no había notado en la ducha. Salió y
regreso con una toalla para envolverme.
-Dame un minuto mientras me seco o vamos a ser dos las enfermas.
Yo me quedé ahí sentada. Al rato regresó Anna con una bata mía sobre el
cuerpo y ropa para mí.
-Disculpa la demora, cambié las sábanas de tu cama que estaban empapadas de
sudor. Ven aquí –dijo, y con sus brazos me levantó y comenzó a secarme.
Me sentía muy incómoda, un tanto por sentirme tan vulnerable y otro tanto
más por mi desnudez.
-Yo lo hago –repliqué.
-¡Estás loca! con el susto que me has dado ni lo pienses –me dio un par de
manazos juguetones- además que desde cuando tenía yo ganas de jugar a la
enfermera contigo –completó en tono jocoso.
No pude evitar reírme, junto a ella no había modo que no terminara riendo.
Me olvidé de la timidez y la dejé seguir;mientras lo hacía, la bata que la
cubría se abría poco a poco, y a mí se me iban los ojos al interior.
-Ya no te sientes tan mal ¿verdad? –dijo mirándome fijamente
En respuesta sólo levanté los hombros, se sonrojó y sonrió.
-Bueno, estamos a mano, no es que yo no haya aprovechado para escanearte.
No pude evitarlo y de a poco me acerqué a su rostro, titubeé a unos
milímetros, pero Anna terminó de acortar la distancia poniendo su boca sobre la
mía. Con la lengua recorrí sus labios mientras la miraba fijamente, noté como
su pupila se dilataba y entonces cerró los ojos y los brazos. Mientras mi
lengua pedía acceso a su boca, mis manos lentamente acariciaron su mandíbula y
cuello, dejándole la piel erizada, llegaron a sus hombros y siguieron hasta
quedar sobre sus pechos, las dejé ahí, sintiendo en las palmas como sus pezones
despertaban. Mordisqueé levemente sus labios, quería bajar a probar sus senos,
sin embargo, su boca y manos me detuvieron; entonces mis manos cobraron vida y
comenzaron el viaje, con las yemas de los dedos rodeé toda la base, y poco a
poco en remolino ascendente hasta llegar a la cúspide, y luego hacia abajo.
Coloqué sus pezones entre los dedos índice y medio y los masajeé hasta que Anna
soltó mi boca, aproveché y mientras continuaba acariciando su pecho la dirigí
hasta mi cama, donde suavemente desamarré el cordón de la bata.
Abrió los ojos un tanto desorientada, cuando volvió a cerrarlos supe que me
estaba concediendo el permiso de seguir, la recosté sobre la cama y pude
admirar su cuerpo; el cuerpo de Anna era hermoso, pero no como el de las
modelos de revista: tenía un cuerpo proporcionado, sí, pero era un cuerpo de
mujer real, con algunas estrías y kilitos de más, pero hermoso; sus senos eran
más grandes que los míos (que realmente son muy pequeños) con una areola de
color claro, como el de los duraznos, descansé mi cuerpo junto al suyo y
mientras apoyada en un brazo la recorría con la mirada, con mi mano libre
acaricié sus costillas hasta llegar al vientre que delataba cómo su excitación
iba creciendo, noté que no estaba completamente desnuda pues llevaba una
braguita con estampado floral; me incliné sobre su pecho y comencé a dejar
besos breves en toda su superficie, levanté la vista y vi a Anna llevarse un
dedo entre la boca para morderlo y sentí una punzada entre las piernas, hasta
entonces no había estado consciente de mi propia excitación. Regresé y traté de
introducir uno de sus pechos en mi boca que no lograba abarcarlo del todo, su
pezón y mi lengua jugaron a abrazarse y huir. Todo ese tiempo, el contacto
entre nuestros cuerpos era el de mis manos y boca, Anna estaba estática, se
dejaba hacer; cuando cambié de seno Anna me atrajo hacia sí, descansó mi cuerpo
contra el suyo y mi piel completa reacciono, desde el cuero cabelludo hasta la
punta de los pies; mientras yo hacía lo mismo ahora con el otro seno, Anna masajeaba
mi espalda y sentí como su cadera hacía círculos contra mi estómago, subí
entonces a besar su cuello, sobre todo el punto entre la mandíbula y la oreja y
posicioné una de mis piernas entre las suyas. De lo demás casi se encargó por
ella misma, se frotó primero lentamente, y mientras acrecentaba el ritmo, mi mano
estimulaba su seno, su respiración se hacía cada vez más superficial, con
fascinación vi cómo se dilataban los orificios de su nariz y cómo su piel
enrojecía, hasta que finalmente sus manos se hicieron puños con las sábanas y
de su boca salieron una serie de ruidos agudos e inconexos; después del
estremecimiento final, soltó la sábana y alargó los brazos para estrecharme
entre ellos a la vez que buscó mi boca para darme un beso sobre los labios.
-Luna, mi Luna –dijo entre suspiros, y ambas nos quedamos dormidas.
Cuando desperté estaba acurrucada entre las cobijas y la casa en completa
calma, alguien se movió a mis espaldas.
-Ya despertaste, perezosa –dijo Anna mientras acercaba los labios a mi
frente- bien, ya no tienes fiebre.
La miraba fijamente intentando saber si había sucedido en realidad o había
sido una alucinación producto de la fiebre.
-Debes estar hambrienta, traje té, pan tostado con mermelada y unas
manzanas cocidas –dijo Anna poniendo una charola sobre mi regazo- y me tomé la
libertad de preparar un café para mí.
-Mil gracias, no sé qué habría hecho sin ti.
-Yo tampoco –respondió, tomó su café y se sentó a mi lado- anda, come algo.
En realidad,sí sentía hambre, y mi estómago hizo ruidos para confirmarlo.
- ¿Te gusta?
Asentí con la cabeza mientras mordía el pan tostado. Anna me miraba con una
sonrisa, acerqué el pan a su boca para invitarle.
-Gracias, pero lo hice para ti.
Hice un puchero y volví a acercarle el pan.
-Está bien, sólo una mordida –dijo y al hacerlo quedó un poco de mermelada en
la comisura de su boca, sin pensarlo la limpié con mi dedo y lo llevé a mi
boca. Ana me miraba con la boca semi-abierta.
-Lo siento –dije bajando la vista.
-¿Por qué? –preguntó mientras levantaba mi barbilla con su mano.
-Por…
-¿Por ser tan sexi aún enferma? o ¿por lo que pasó hace un rato? –dijo con
un leve temblor en la voz.
No respondí de inmediato, internamente me debatía entre estar feliz o
sentirme de lo peor por haberle puesto el cuerno a mi marido.
-Dime Luna ¿te arrepientes? -la miré a los ojos y pude ver tristeza en
ellos- porque… yo no –dijo mientras se levantaba de la cama, alcancé a tomarla
de la mano.
-No Anna, no me arrepiento, ha sido muy hermoso, pero…
-Pero… -dijo volviendo a sentarse y mirándome con curiosidad.
-Pero… me siento culpable, por Dante.
-Lo entiendo, pero es algo que no buscamos o planeamos.
-¿Estás segura? digo, no lo planeamos porque si yo hubiera tenido un plan
de seducción, hubiera elegido otro lugar y momento, no cuando tengo la voz de
“El Padrino”-Anna sonrió a medias y yo seguí- pero creo que ambas hemos estado
consientes desde que nos conocemos que entre nosotras hay algo más que pura
amistad, llámalo atracción, química o como quieras, pero lo hay, y no hemos
hecho nada para evitarnos, al contrario, cada vez somos más unidas.
Estuvimos unos momentos en silencio y después habló.
-Y ¿qué quieres hacer?
-No sé
-¿Quieres que dejemos de vernos? ¿qué nos demos un tiempo?
-No quiero dejar de verte Anna, pero sí creo que tenemos que parar y pensar
en todo esto.
-Si eso quieres está bien.
-Anna, por favor, no lo tomes así.
-¿Así cómo?
-No sé, mal.
-No lo tomo a mal –dijo tomando mis manos y besándolas- pero no puedo
imaginarme no verte.
-No es lo quiero, perdón si eso es lo que di a entender, solo que… estoy
confundida… desconcertada… no sé.
-Tranquila, está bien.
-No, no está bien.
-Déjalo ¿vale? estás forzando demasiado la garganta y así no te aliviarás,
lo hablaremos luego –dijo acomodándose a mi lado y abrazándome; yo me recargué
en su hombro y algunas lágrimas escaparon de mis ojos, ella las limpió con su
mano- no llores, todo estará bien –y siguió acariciando mi cara hasta que volví
a quedarme dormida.
Cuando desperté nuevamente, escuché que Anna platicaba con Elías, le estaba
dando el parte médico.
-…así es mamá –decía él- no hay modo de tenerla quieta, si está en cama es
que realmente se siente muy mal. Yo le ofrecí quedarme en la mañana, pero dijo
que me fuera al colegio.
-Yo ya tengo que irme, voy a entrar a despedirme, pero si se ofrece
cualquier cosa avísame.
-No te preocupes, muchas gracias por hacerle compañía.
-No hay por qué –la oí caminar y volví a cerrar los ojos.
-Luna… cariño ya tengo que irme, llegó tu hijo, pero estaré al pendiente de
cualquier cosa – se quedó callada un momento y después sentí su aliento sobre
mi oreja- Vamos, sé que estás despierta.
Abrí los ojos lentamente para encontrar su rostro pegado al mío.
-Por favor cuídate –dijo mirándome fijamente.
Asentí con la cabeza y me besó rápidamente en los labios. Sonrió y
levantándose se encaminó a la puerta, ya ahí volteó para decirme adiós con la
mano y hacer un guiño que me derritió completa.
Hasta el jueves regresé a mis labores cotidianas, Anna estuvo al pendiente
de mi salud en todo momento, pero solamente vía telefónica o por mensaje. Los
viernes no nos veíamos, pues era un día en que generalmente, ella o yo teníamos
compromisos familiares. El lunes siguiente retomamos la rutina de siempre, pero
ahora eran inevitables los toques y abrazos entre nosotras, parecíamos
adolescentes que no podían quitarse las manos de encima, aunque yo no podía
disfrutarlo del todo, a cada momento aparecía Dante en mi cabeza.
El jueves después del ejercicio, mientras me bañaba, Anna entró a la ducha
conmigo:
-¿Te lavo la espalda? –dijo mientras la besaba.
-Anna… -respondí entre suspiros
-¿Eso es un sí? –dijo abrazándome desde atrás y empezando a morder mi
oreja.
-Es un “haz conmigo lo que quieras”
-¿Segura?
-No, pero igual hazlo
Ella tomó el jabón y comenzó a lavarme desde el cuello hasta los pies, primero
por la espalda, demorándose en mis caderas.
-¿Te he dicho lo mucho que me encanta tu trasero?
-No.
-Pues me encanta.
Después siguió al frente, y desde ese momento no dejó de mirarme a los
ojos.
-Tienes hermosos pechos, me encanta como contrasta el marrón oscuro de tus
pezones con el claro de los míos –los masajeaba mientras decía eso- ¿puedo? –dijo
mientras los aclaraba con el agua y después los introdujo en su boca- mmm, son
tan dulces.
No sé en qué momento Anna se sentó, pero cuando me di cuenta ya estaba a
horcajadas sobre ella, y ayudada por sus manos, mi cadera se mecía adelante y
atrás rozando contra su pubis.
-Vamos Luna, déjate ir –me decía al oído- sólo somos tú y yo, nadie más,
ven conmigo, no te dejaré caer.
Entre sus movimientos y palabras, no tardé mucho en llegar al clímax;
mientras me recuperaba, sentí los sollozos de Anna.
-¿Qué pasa? ¿Anna qué tienes? –dije mientras acariciaba su cabeza.
-No es nada
-Dímelo por favor
-Es sólo que…
-Nada me hace sentir como cuando estoy contigo.
-Yo tampoco me había sentido así antes.
-Luna…
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Me encanta tu historia.. me recuerda a alguien especial. Por favor continua su publicacion. Saludos
ResponderEliminarMuy linda historia se parese a la mia..jajja.continua pronto..saludos..desde..mexico
ResponderEliminarPor favor publica mas capitulos. Tu historia es muy interesante.
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