Pienso en ese sentimiento maravilloso gran parte del día. Me apasiona y me deslumbra su poder mágico de cambiar las cosas. Y no hablo en esta ocasión del amor en su sentido más general, sino del amor en pareja.
¿Qué es el amor ? me pregunto muchas veces. Yo sola contesto a la pregunta y no me surge ninguna dificultad para describirlo.
El amor no solo es el sentimiento más maravilloso y poderoso del mundo, sino la causa primera de la felicidad.
Las personas podemos tener muchísimas cosas en nuestra vida, muchas posesiones y tener al alcance de nuestra mano todo aquello que
deseemos. El amor verdadero sin embargo, es único e inigualable.
Es mucho más que atracción física y sexual. Mucho más que la imagen bella de nuestra amada.
Es sentir que esa persona es casi idéntica al oxígeno que respiramos, puesto que no podemos vivir sin ello. Es sentir que la gran parte de tu cuerpo se va con esa persona cada vez que están alejadas. Es mirar sus ojos y tener la certeza de que sus ojos y su alma son la misma imagen, es que su interior se hace tan nítido que es imposible que con nuestra mirada no lo veamos.
Es tener el hombro, las palabras, el aliento, la fortaleza, la caricia y el beso asegurados. Es sentirse eternamente completa y agradecida con la vida. Es entender la razón exacta de por qué vivimos en este mundo.
Yo, desde mi humilde opinión, pienso que los seres humanos venimos a este mundo con ese único objetivo: enamorarnos y ser correspondidos. Todo el resto es una parte importante de nuestras vidas pero no tiene absoluta comparación con el amor de a dos. Muchos podemos tener miles de objetivos en este largo camino, ya sea estudiar lo que nos gusta, trabajar de aquello que nos hace sentir útiles y hábiles, vivir apasionadamente cada segundo, conocer los lugares más exóticos, ser renombrados por nuestro accionar, entre tantas cosas. Sin embargo, aunque la persona más fría e insensible no lo reconozca, el amor es el objetivo más claro hacia el que todos nos dirigimos.
A veces el camino es demasiado complicado, lleno de obstáculos, piedras, replanteos, frustraciones, interrogantes y pesares. Pero ese momento justo, donde sabemos que estamos frente a la persona que nos iguala en cuerpo y alma, no tiene comparación alguna más que con el sentimiento de sentirnos completamente felices y afortunados.
Siempre me gusta comparar al amor verdadero con un par de zapatos. Todos sabemos cuánto calzamos y vamos por la vida probando muchos zapatos de distinta forma, color y estilo. A veces hay zapatos que nos quedan por tan solo un milímetro más grandes, otros que nos quedan más chicos pero con lo que aún así nos sale caminar. Pero llegado el momento de ponerse ese zapato, que sabemos nos hace sentir cómodas en todo su sentido, no dudamos en comprarlo ni un solo segundo. El amor verdadero es como ese zapato, podremos haber probado muchos pero ese calzado que marca exactamente cuanto calza nuestro pie y que no deja ni un milímetro demás ni de menos es con el que no solo podemos caminar, sino correr. Es el que nos da la seguridad para andar por donde se nos ocurra cualquiera sea la situación.
Es paradójico que justo yo me encuentre hablando de esta manera tan apasionada del amor. Lo aclaro porque jamás sentí todos esto que estoy escribiendo, sólo lo imagino sin dudar de que seguramente es idéntico a lo que describo.
La única vez que me enamoré fue hace 4 años cuando tenía 15. Me enamoré de mi amiga y fue a mi entender la forma de amor más dolorosa. Incluso más dolorosa que el del amor no correspondido. Lo mio fue amar en secreto, fue casi tan similar como no tener voz ni voto, como si mi corazón hubiese estado prisionero durante años sin poder salir a la luz. Fue la etapa del llanto interminable, de las lágrimas en la almohada y de la pregunta sin respuesta: ¿por qué me pasa esto a mi ? Hoy en día lo he superado a costa de mucho esfuerzo emocional. Fui entendiendo que si no era ella, es porque será alguien más. Deseo profundamente enamorarme, es mi principal objetivo además de mis objetivos que he quedado en llamar accesorios.
De corazón deseo que todas lo encuentren si es que todavía no lo tienen a su lado.
Y diganme si no hay mejor zapato para nuestro pie que el zapato de otra mujer.
¿Qué es el amor ? me pregunto muchas veces. Yo sola contesto a la pregunta y no me surge ninguna dificultad para describirlo.
El amor no solo es el sentimiento más maravilloso y poderoso del mundo, sino la causa primera de la felicidad.
Las personas podemos tener muchísimas cosas en nuestra vida, muchas posesiones y tener al alcance de nuestra mano todo aquello que
deseemos. El amor verdadero sin embargo, es único e inigualable.
Es mucho más que atracción física y sexual. Mucho más que la imagen bella de nuestra amada.
Es sentir que esa persona es casi idéntica al oxígeno que respiramos, puesto que no podemos vivir sin ello. Es sentir que la gran parte de tu cuerpo se va con esa persona cada vez que están alejadas. Es mirar sus ojos y tener la certeza de que sus ojos y su alma son la misma imagen, es que su interior se hace tan nítido que es imposible que con nuestra mirada no lo veamos.
Es tener el hombro, las palabras, el aliento, la fortaleza, la caricia y el beso asegurados. Es sentirse eternamente completa y agradecida con la vida. Es entender la razón exacta de por qué vivimos en este mundo.
Yo, desde mi humilde opinión, pienso que los seres humanos venimos a este mundo con ese único objetivo: enamorarnos y ser correspondidos. Todo el resto es una parte importante de nuestras vidas pero no tiene absoluta comparación con el amor de a dos. Muchos podemos tener miles de objetivos en este largo camino, ya sea estudiar lo que nos gusta, trabajar de aquello que nos hace sentir útiles y hábiles, vivir apasionadamente cada segundo, conocer los lugares más exóticos, ser renombrados por nuestro accionar, entre tantas cosas. Sin embargo, aunque la persona más fría e insensible no lo reconozca, el amor es el objetivo más claro hacia el que todos nos dirigimos.
A veces el camino es demasiado complicado, lleno de obstáculos, piedras, replanteos, frustraciones, interrogantes y pesares. Pero ese momento justo, donde sabemos que estamos frente a la persona que nos iguala en cuerpo y alma, no tiene comparación alguna más que con el sentimiento de sentirnos completamente felices y afortunados.
Siempre me gusta comparar al amor verdadero con un par de zapatos. Todos sabemos cuánto calzamos y vamos por la vida probando muchos zapatos de distinta forma, color y estilo. A veces hay zapatos que nos quedan por tan solo un milímetro más grandes, otros que nos quedan más chicos pero con lo que aún así nos sale caminar. Pero llegado el momento de ponerse ese zapato, que sabemos nos hace sentir cómodas en todo su sentido, no dudamos en comprarlo ni un solo segundo. El amor verdadero es como ese zapato, podremos haber probado muchos pero ese calzado que marca exactamente cuanto calza nuestro pie y que no deja ni un milímetro demás ni de menos es con el que no solo podemos caminar, sino correr. Es el que nos da la seguridad para andar por donde se nos ocurra cualquiera sea la situación.
Es paradójico que justo yo me encuentre hablando de esta manera tan apasionada del amor. Lo aclaro porque jamás sentí todos esto que estoy escribiendo, sólo lo imagino sin dudar de que seguramente es idéntico a lo que describo.
La única vez que me enamoré fue hace 4 años cuando tenía 15. Me enamoré de mi amiga y fue a mi entender la forma de amor más dolorosa. Incluso más dolorosa que el del amor no correspondido. Lo mio fue amar en secreto, fue casi tan similar como no tener voz ni voto, como si mi corazón hubiese estado prisionero durante años sin poder salir a la luz. Fue la etapa del llanto interminable, de las lágrimas en la almohada y de la pregunta sin respuesta: ¿por qué me pasa esto a mi ? Hoy en día lo he superado a costa de mucho esfuerzo emocional. Fui entendiendo que si no era ella, es porque será alguien más. Deseo profundamente enamorarme, es mi principal objetivo además de mis objetivos que he quedado en llamar accesorios.
De corazón deseo que todas lo encuentren si es que todavía no lo tienen a su lado.
Y diganme si no hay mejor zapato para nuestro pie que el zapato de otra mujer.
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