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Amor en Peligro - Adaptaciones (Parte7)




CAPÍTULO 16

Caroline se alisó la falda del vestido que le habían dejado preparado, aunque la seda no presentaba ni una sola arruga. Probablemente sería de una de las hermanas de Julie, que se lo habría dejado allí tras su matrimonio. Estaba algo pasado de moda y le sobraba un poco, pero de todos modos era muy bonito.
No había motivo para quedarse de pie ante el espejo, pero aún no había encontrado valor para moverse. Hacerlo significaba bajar y enfrentarse a Julie. Y, lo que era aún peor, a lady Westfield. 



Estaba claro que la condesa tendría muchísimas preguntas para las cuales ambas carecían de buenas respuestas. A Caroline siempre le había gustado la madre de Julie y detestaba la idea de que una dama tan correcta pudiera perderle el respeto o el aprecio.
Pero no podía hacer nada al respecto. Tendría que hacer frente a las consecuencias. Era lo que hacían los espías. Siempre había que hacer sacrificios en nombre del rey y del país.
Se obligó a ponerse en marcha y salió de la habitación en dirección a la escalera. Todavía le dolía un poco la cabeza, pero ya no sentía náuseas ni mareos. Tenía un moretón en la sien y alguno que otro más bajo el vestido, en brazos y piernas, pero ésa era la única prueba de la ajetreada noche que habían tenido.
Se detuvo en seco al ver que Julie la estaba esperando en el vestíbulo, apoyada en la barandilla, con expresión expectante.
—Moira me ha dicho que estabas a punto de bajar —dijo con suavidad mientras la recorría con la mirada de arriba abajo. Su evaluación le provocó un hormigueo por todo el cuerpo, como siempre. Confiaba en haber salido bien parada.
—¿Cómo está tu hombro? —le preguntó al llegar al pie de la escalera, y aceptó el brazo que le ofrecía.
—Ya te dije que no era más que un rasguño.
La morena le dio unas palmaditas en la mano mientras cruzaban el vestíbulo en dirección al comedor. El delicioso olor del desayuno inundaba el vestíbulo, y su estómago se quejó.
—¿Qué piensa tu madre de todo esto? —preguntó, inclinándose hacia ella para que no la oyera nadie, pero entonces el tibio aroma que desprendía su piel la atrajo sin remedio. Limpia y femenina, y perfectamente capaz de hacer que la deseara, aun en las circunstancias más duras.
Julie se encogió de hombros y ella se fijó en la sutil mueca de dolor que le produjo el gesto. Conque un rasguño.
—Anoche me hizo algunas preguntas que conseguí eludir. Esta mañana, se preguntaba en voz alta si es que tuvimos un accidente con mi carruaje al volver de un baile. O si al tomar un recodo demasiado de prisa me habría herido en el hombro y tú te habrías dado el golpe en la cabeza. Yo lo he negado.
Caroline frunció el cejo y sintió un repentino dolor en todo el cuerpo, pero no hizo caso.
—¿Y se lo ha creído?
Julie suspiró.
—Lo más probable es que no, pero me parece que es lo que quiere que digamos. No parece tener mucha prisa por hablar del tema. Estoy segura de que adivina que tiene algo que ver con una delicada situación entre nosotras.
Caroline se sonrojó violentamente. De modo que lady Westfield había adivinado que había algo entre ellas. Pero ¿qué tipo de sexo podía tener semejantes consecuencias? ¡Lo que debía de estar pensando de ella la madre de Julie!
Llegaron al comedor y Julie se detuvo en la puerta. Sin darle tiempo a preguntar nada, la tomó por los hombros y la instó con delicadeza a que se diera la vuelta y la mirara. Entonces le levantó la barbilla y la besó en los labios. De inmediato, Caroline se sintió desfallecer y se agarró a sus brazos. Por todos los santos, aquella mujer era como una droga.
Cuando Julie se retiró, tenía los ojos vidriosos de deseo como ella.
—Quería hacerlo antes de que no pudiéramos —explicó con una sonrisilla ufana y, a continuación, abrió la puerta y la invitó a pasar.
Caroline intentó disimular su nerviosismo al tiempo que miraba a su alrededor. Lady Westfield se levantó de la cabecera de la larga mesa de roble a la que estaba sentada, con capacidad para veinte comensales, por lo menos. Era una estancia de altos techos y frisos, decorados con imágenes de querubines y diosas. A su espalda, el fuego crepitaba en una gigantesca chimenea que parecía más propia de un castillo medieval que de una residencia urbana. Era una habitación inmensa, concebida para celebrar cenas con reyes, no para desayunos informales.
A pesar de su grandeza, habían preparado el servicio de desayuno sólo para dos personas, una a cada lado de lady Westfield, que sonreía expectante. Su personalidad cálida y afectuosa hacía que la habitación impusiera un poco menos.
—Buenos días, lady Allington —saludó, rodeando la mesa para acercarse a ella—. Me alegra comprobar que se ha recuperado de los acontecimientos de anoche.
Caroline soltó el brazo de Julie y tomó la mano que le ofrecía la dama.
—Se lo agradezco, milady. Y también su hospitalidad de anoche y de esta mañana. Sé que son circunstancias ciertamente inusuales.
Una leve sonrisa tiró de las comisuras de la mujer mientras apretaba cariñosamente las manos de Caroline.
—Con mi hija mayor estoy acostumbrada a las «circunstancias inusuales». Sea como fuere, tenerla aquí es un placer. ¿Quiere desayunar conmigo?
Julie la ayudó a sentarse donde le indicó su madre, y después se sentó frente a ella. Cuando se hubieron acomodado, Caroline aprovechó para observar a lady Westfield. Tenía el cabello oscuro entreverado de hebras plateadas y unos ojos azules muy parecidos a los de su hija mayor. En ellos se reflejaba la misma profunda emoción que Julie dejaba ver en contadas ocasiones. Había amabilidad en su mirada, pero también inteligencia. Y astucia. Un solo vistazo a aquella mujer le decía que no se le escapaba nada, motivo por el que dudaba mucho que se hubiera tragado lo de que sus heridas se debieran a un accidente de carruaje. Julie y ella tendrían que andarse con mucho ojo si no querían que las pillara en alguna contradicción respecto al asunto que se llevaban entre manos, metiéndose en una situación que tal vez fuera muy peligrosa.
A juzgar por la expresión de Julie, la morena pensaba lo mismo. Tenía el aspecto de una mujer a la que llevan a la horca.
Entraron unos cuantos sirvientes con fuentes llenas de comida y el estómago de Caroline volvió a requerir su atención. Por lo menos, no había perdido el apetito con la caída.
—¿Cómo le va a su sociedad benéfica, lady Allington? —preguntó lady Westfield con una sonrisa mientras untaba mantequilla en una rebanada de crujiente pan tostado—. ¿Continúan reuniéndose sus damas con regularidad?
Caroline asintió. Meredith, Ana y ella dirigían la Sociedad para Viudas y Huérfanos. Funcionaba como tapadera para sus actividades de espionaje, pero también era una auténtica organización benéfica en la que participaban las damas más acaudaladas de la sociedad londinense. Sin embargo, sólo ellas tres se reunían para los asuntos más secretos.
—Sí, todas las semanas. No hemos podido organizar muchos eventos durante mi reciente... —Se detuvo y lanzó una fugaz mirada a Julie—. Mi reciente enfermedad, pero confiamos en poder empezar a ofrecer bailes y recepciones para recaudar fondos otra vez en primavera, cuando comience la nueva Temporada.
—Sí, me enteré de que había estado enferma. Y me alegro muchísimo de ver que se ha recuperado por completo.
Lady Westfield la miró y esta vez no apartó la vista tan rápido. Caroline se sintió incapaz de rehuir la mirada de la mujer y le sorprendió el destello de sincera inquietud que asomó a sus ojos. Manifestación de un afecto que parecía ir más allá de lo que sería normal en una relación de carácter superficial como la suya.
Sintió una conexión especial con ella. Pero ¿a qué se debía? Casi en contra de su voluntad, su mirada se volvió hacia Julie.
—Tal vez debería asistir a una de sus reuniones —continuó lady Westfield.
Lo que quiera que fuese que había sentido que existía entre las dos se esfumó y Caroline se preguntó si habrían sido sólo imaginaciones suyas. 
—Se... sería un honor contar con su colaboración, milady —balbuceó Caroline mientras intentaba despejar su mente de tan confusos pensamientos—. Si quiere, puedo avisarla la próxima vez que vayamos a reunirnos.
La dama asintió con la cabeza.
—Por favor, hágalo.
—Como si te hicieran falta más distracciones, madre —intervino Julie, riendo suavemente—. Tienes montones de ocupaciones. No sé cómo te da tiempo a dormir. ¡De hecho, después de anoche, dudo que lo hagas!
Lady Westfield se volvió hacia ella con los ojos alegres, rebosantes de amor hacia su hija. A Caroline el corazón le dio un vuelco. Ella nunca había sentido el cariño de sus padres. Para ellos no era más que un amargo y permanente recordatorio de un error. Su madre había sido castigada por ello, mientras que su padre la odiaba.
¡Cuántas veces había deseado tener una madre cariñosa como la de Julie! Tal vez por eso sintiera aquella conexión especial con ella. Sí, ésa debía de ser la razón. No era por Julie, sino por sus fantasías infantiles.
—¿A qué te refieres? Pues claro que duermo.
La morena sonrió de oreja a oreja.
—Cuando lady Allington y yo vinimos anoche, era bastante tarde, madre, pero en cambio estabas totalmente vestida, como si esperaras visita. Y encima abriste tú misma la puerta de la cocina. Dime, ¿celebras reuniones secretas?
Lady Westfield se echó a reír, pero Caroline se acordó de repente de algo que se había quedado perdido en el limbo de los acontecimientos de la víspera. El carruaje que vio salir de la casa justo cuando ellas llegaban. ¿No le había parecido que era el vehículo de Charlie?
¿O había sido un sueño?
—Tú guardas tus secretos, querida, y yo guardaré los míos —respondió la mujer dándole unos toquecitos juguetones en la nariz.
Caroline despertó de sus ensoñaciones al oír el inusual sonido de la carcajada de Julie, y se quedó mirándola boquiabierta. Por primera vez desde que la conocía, parecía totalmente relajada y en paz.
En ese momento comprendió por qué se mostraba tan protectora con su familia. Adoraba a su madre y era evidente que ella sentía lo mismo por ella. También quería a su hermano, el otro miembro de la familia a quien Caroline había conocido. Tenían un poderoso vínculo que nadie podría romper.
Lo mismo que ella con Meredith y Ana. Y, al igual que Julie con su familia, ella haría lo que fuera para protegerlas. Aunque las hubiera juzgado con dureza por haber querido hacer algo parecido con ella.
Suspiró. Aunque procedían de mundos muy distintos, tenían ese amor en común, ya fueran quienes los rodeaban consanguíneos o no. Y ambas habían compaginado a la perfección su estilo de trabajo, combinando los puntos fuertes y débiles de cada uno para obtener el mejor resultado de un modo que no había experimentado ni siquiera con Meredith y Ana.
Y, sin embargo, según los términos de su acuerdo, su relación estaba condenada a terminar en algún momento. Se habían comprometido a mantener su aventura mientras durase la investigación, un intento destinado a limpiar sus respectivas reputaciones.
Julie no la amaba. O, al menos, se negaba a hacerlo mientras ella estuviera en activo, por miedo a poner en peligro la vida de la mujer que compartiera su vida. Después de verla en acción la víspera, sabía que Julie seguiría en la brecha muchos años aún. Y, aunque no fuera así, Caroline no estaba dispuesta a renunciar a su profesión, como ella le exigiría. Era lo único que le quedaba.
Además, ella no creía en el amor, o por lo menos que el destino se lo tuviera reservado. Esos sueños habían desaparecido hacía mucho. Antes incluso de que su esposo dejara de sentir ningún tipo de afecto por ella. Puede que cuando aún era una niña, sometida al recordatorio continúo que no merecía el afecto de los demás.
De repente, le dolió haber perdido esos sueños. ¿No sería bonito esperar que Julie y ella...?
¡No! Jamás podría tenerla, de modo que de nada servía perder el tiempo con fantasías infantiles.
—¿Se encuentra bien, milady? —le preguntó la madre de Julie, posando la mano sobre el puño cerrado que Caroline tenía sobre la mesa—. De repente se ha puesto pálida.
Ella asintió muy despacio.
—No es nada —mintió, rehuyendo la mirada preocupada de Julie.
—No, se trata de algo más que nada —dijo ella con dulzura—. Se resiente todavía del golpe. Debería llevarla a casa, para que descanse en su propia cama. Si ya ha terminado de desayunar, podemos irnos de inmediato.
Caroline asintió. Era una buena idea. Estar con Julie y presenciar el amor que se tenían en su familia sólo serviría para incrementar sus anhelos de cosas que nunca podría tener. Lo mejor sería buscar la serenidad en su soledad y olvidarse de tan absurdas cavilaciones.
—Discúlpeme, lady Westfield —dijo, poniéndose en pie.
—No se disculpe —dijo la madre de Julie, haciendo ademán de levantarse—. Pero espero que vuelva otro día a cenar con nuestra familia.
—Me gustaría mucho, milady —respondió ella con un hilo de voz, mirando de reojo a Julie para ver su reacción. Si tuvo alguna, su rostro no la delató.
—Muy bien, le enviaré una invitación para finales de semana —prosiguió la dama cogiéndola del brazo.
Salieron al vestíbulo y, una vez allí, dio indicaciones para que preparasen el carruaje de su hija.
—Gracias por tu ayuda, madre —dijo ésta, dándole un beso en la mejilla.
—Vuelve después por aquí, Julie. Me gustaría hablar contigo —respondió ella, arqueando una ceja.
Caroline hizo una mueca. Era imposible que lady Westfield se hubiera quedado satisfecha con la pobre excusa del accidente con el carruaje. Sobre todo porque dicho carruaje, que en ese momento los esperaba en la puerta, estaba intacto. Confiaba en que Julie lograra despistarla cuando regresara.
Se despidieron y la morena la ayudó a subir al vehículo. Una vez en marcha, Caroline se reclinó en el asiento y dejó escapar un suspiro de alivio.
—Lamento que hayamos tenido que involucrar a tu madre por culpa de mi caída —dijo, tapándose los ojos con una mano. La cabeza le dolía otra vez.
Julie le quitó importancia.
—Creo que en este momento le interesa mucho más averiguar la naturaleza de nuestra relación. He visto el brillo de celestina en sus ojos.
Caroline la miró entre sus dedos abiertos. De nuevo, su expresión era inescrutable. Malditos fueran todos los espías. Por eso no había querido tener nada que ver con ninguno.
—¿Qué vas a decirle? —preguntó. Y nada más decirlo deseó no haberlo hecho.
Julie ladeó la cabeza.
—¿Qué quieres que le diga, Caroline? ¿Que tenemos una tórrida aventura? ¿Que cuando estoy en la misma habitación que tú sólo quiero tocarte, paladearte? ¿Quieres que le diga eso?
Ella apartó la mano temblorosa que le cubría los ojos y la dejó caer sobre su regazo. Se le había formado un nudo en la garganta que le impedía tragar.
—¿Para qué hacerlo si ambas sabemos que entre nosotras no puede haber nada más?
Julie le sostuvo la mirada largo rato, y finalmente, asintió:
—Así es. No puede haber nada más. Eso es lo que dijimos, ¿no es cierto?
Caroline giró la cabeza y contempló las calles heladas de Londres a través de la ventanilla. El silencio las envolvía, un silencio incómodo debido al tono con que la morena lo había dicho.
Entonces Julie suspiró.
—Quería preguntarte una cosa.
Caroline se preguntó qué podría querer saber después de tan acalorado enfrentamiento verbal, pero se sorprendió inclinándose hacia adelante, expectante.
—¿Qué?
—Cuando te recogí anoche en la calle, llamabas a una persona. Una tal lady M.
Ella se sobresaltó. Lady M, la jefa de su organización de espionaje. Una mujer a la que no conocía personalmente, y a quien no había visto nunca. Cuya identidad, todos desconocían excepto Charlie. Nunca había hablado de ella con nadie, aparte de Meredith y Ana.
Si Julie se percató de su sorpresa, no dio muestras de ello y continuó:
—Me resultó curioso que la llamaras, que conocieras su apelativo.
Caroline frunció el cejo, pero no hizo caso del dolor resultante de su gesto.
—¿Qué quieres decir? ¿El apelativo de quién?
Julie ladeó la cabeza.
—De mi madre. Se llama Margaret, pero mi padre siempre la llamaba lady M.

CAPÍTULO 17

Caroline tenía la vista fija en el dosel de su cama, que miraba sin verlo.
«Mi madre se llama Margaret, pero mi padre siempre la llamaba lady M.»
Dios santo. Esas palabras resonaban en su cabeza una y otra vez, atormentándola, obsesionándola. ¿Sería cierto? ¿Podría ser lady Westfield su lady M?
Estaba empezando a creer en la posibilidad, habida cuenta de las pruebas que tenía.
La noche anterior le había parecido ver el carruaje de Charlie saliendo de la casa justo cuando ellas llegaron. En ese momento estaba casi segura de que sí lo había visto. Lady Westfield había salido a abrir la puerta en persona, y sus primeras palabras, antes de saber lo que pasaba, fueron para mencionar un olvido. Como si creyera que se trataba de una visita que regresaba a por algo tras salir de la casa poco antes.
Y eso no era todo. Caroline se había despertado en mitad de la noche y había visto a lady Westfield junto a su cama, velándola como se haría con un ser querido. A la mañana siguiente, había sentido una especie de conexión con ella durante el desayuno para la que no tenía explicación. Algo demasiado profundo para no ser más que conocidas.
Suspiró. En todos los años que llevaba en el grupo, había creído que lady M era una dama de alcurnia. Una mujer a la que tanto ella como sus amigas conocían. Cuántas veces la había buscado por los salones de baile, creyendo que sería una de las nobles más ricas e influyentes.
Y lady Westfield encajaba perfectamente en el perfil. Querida, inteligente, poderosa. Una mujer que se había ganado el respeto de todos, una mujer de un linaje antiguo y distinguido.
La puerta de su habitación se abrió y entró Anastasia, alejándola de sus cavilaciones. Su amiga se acercó a la cama con paso vacilante, mirándola con sus ojos oscuros muy abiertos por la preocupación. Caroline se acordó de las innumerables veces que la había visto entrar en aquella misma habitación para ver cómo estaba, mientras se recuperaba del balazo y la había encontrado en una postura similar.
Caroline se incorporó, pues la cabeza ya no le dolía tanto como al llegar.
—Ana, no me mires así. No estoy herida.
Su amiga no parecía muy convencida, pero se sentó en una silla y la miró.
—Cuando Charlie me ha dicho que estabas herida, yo... yo... sólo podía pensar en aquella noche, cuando estuvimos a punto de perderte.
Caroline alargó la mano y apretó la suya con gesto tranquilizador, pero de pronto se percató del significado de lo que Ana acababa de decir.
—¿Charlie te ha dicho que me habían herido?
Su amiga asintió y se secó las lágrimas.
—Sí. He recibido su nota justo después de que me mandaras a buscar. Deberías haberme dicho que estabas herida. Cuando he leído que habías sufrido un accidente y que tenía que ver con Julie Ashbury, me he asustado. ¿Vas a decirme qué está pasando, Caroline?
Ésta la miró con el corazón martilleándole en el pecho.
—¿Cómo sabía Charlie que estaba herida? Aún no le he informado...
Ana la interrumpió y la miró con el cejo fruncido.
—No tengo ni idea, Caro. Ya conoces a Charlie. Parece que nos vigila constantemente. Tal vez, Julie haya informado a sus superiores o le haya avisado a él directamente. Y, ahora, dime qué ocurrió.
Caroline le quitó importancia con un gesto de la mano y, acto seguido, se levantó y comenzó a recorrer la habitación de un lado a otro.
—Me caí por una ventana —explicó distraídamente, pero antes de que Ana pudiera preguntar nada, continuó—: Julie no ha informado a sus superiores, ni a Charlie tampoco. Nadie sabe aún nada de este caso, hemos decidido no involucrar a nadie. No. Charlie ha debido de averiguarlo de otra forma.
Caroline se detuvo. Si efectivamente lady Westfield era lady M, ésta sabría que había tenido un accidente, y podría haber informado a Charlie.
Era la única explicación con lógica. Se volvió hacia Ana.
—¿Alguna vez... alguna vez te preguntas por la identidad de lady M?
Su amiga frunció el cejo, confundida ante el repentino cambio de tema.
—Pues sí, claro que sí. Es difícil no sentir curiosidad por la persona que nos encarga las misiones, por la misteriosa jefa de nuestro grupo.
Caroline tragó con dificultad.
—¿Quién crees que podría ser?
Ana se puso un dedo en la barbilla.
—La verdad, a veces me pregunto si realmente existe. Quizá sólo sea un producto de la imaginación de Charlie, creado para que estemos más cómodos con el hecho de ser el único grupo femenino de espías del Imperio. Exceptuando a Julie, claro está. Le echó una mirada a la rubia para ver su reacción. Pero ese es otro tema.
Caroline apretó los puños y se acercó a la ventana. La nieve se arremolinaba en el exterior.
—Yo creo que sí es real —dijo, soltando el aire con brusquedad, pensando en todas las fiestas a las que habían asistido en las distintas propiedades de lady Westfield—. Creo que es alguien a quien conocemos, y a quien hemos visto montones de veces.
Ana se le acercó y la cogió del brazo.
—Caroline, ¿a qué viene todo esto? ¿Intentas distraerme hablando de eso? Porque no va a funcionar. Dime qué pasa.
Ella la miró y deseó poder hablarle de sus sospechas sobre la madre de Julie. Pero vaciló. No podía decírselo a sus amigas hasta que no estuviera segura. No quería centrar la atención de éstas sobre lady Westfield si había alguna posibilidad de que estuviera equivocada. Además, tenía que dedicar todas sus energías al caso en el que estaban trabajando Julie y ella, antes de dedicarse al mayor misterio de todos: la identidad de lady M.
Sonrió débilmente.
—Te he llamado por el caso. Julie y yo descubrimos algo anoche y confiaba en que pudieras ayudarme a descifrarlo.
Se metió la mano en el bolsillo y sacó la carta que se habían llevado de la habitación de Cullen Leary. Ana se puso las gafas y la leyó. Caroline no pudo evitar sonreír. Por un momento, retrocedió en el tiempo, a cuando Ana vivía con ella, antes de que se enamorase de Lucas Tyler y se convirtiera en una mujer independiente.
Apartó el pensamiento y añadió:
—No le encontré sentido.
Ana asintió.
—No me sorprende. Es una clave compleja, pero si me dejas que me lo lleve, estoy segura de que podré darte una respuesta esta noche.
Ella asintió.
—Me sería muy útil. Gracias, Ana.
Ésta se quitó las gafas y se las guardó junto con la carta en el bolsillo. Entonces ladeó la cabeza y miró a Caroline.
—Creía que no ibas a volver a pedirme ayuda.
Ella rehuyó su mirada. Era cierto que lo había dicho.
—Entiendo tu reticencia.
—Ojalá yo pudiera decir lo mismo. —Ana suspiró—. ¿Vas a contarme algo más?
—Aún no. —Caroline le cogió ambas manos—. Por favor, confía en mí un poco más.
Su amiga se soltó y se acercó a la chimenea. Al cabo de un momento, se dio la vuelta y la miró con una determinación en su afable rostro que casi nunca mostraba.
—Dime, Caroline, ¿cuánto tiene que ver este secretismo con ese misterioso caso... y cuánto con la propia Westfield?
Ella retrocedió un paso.
—¿A qué te refieres?
Ana enarcó una ceja.
—Julie Ashbury. Pasas mucho tiempo con ella.
—¡Primero por culpa de vuestra treta y ahora por la investigación que estamos llevando a cabo! —se defendió, ignorando el hecho de que su relación hubiera ido más allá de los límites de una práctica colaboración.
Anastasia negó con la cabeza.
—No, tal vez empezara así, pero ahora hay algo más. Vi cómo se miraban aquel día en tu salón. La forma en que te protegía, incluso de nosotras. Por no mencionar que cuando pronuncias su nombre se te iluminan los ojos. Reconozco esa luz, Caroline.
—No digas tonterías. —Se dio la vuelta, pero vio que le temblaban las manos.
—Es la misma luz que aparece en mis ojos cuando hablo de Lucas —insistió Ana—. La misma que veo en los de Meredith cuando ve a Tristan entrar en una habitación.
Caroline trató de soltar una carcajada desdeñosa, pero le salió muy débil. 
—¿Insinúas que tengo una relación con ella parecida a la de ustedes?
Ana la miró fijamente antes de contestar:
—Puede que aún no, pero me pregunto si no te estarás enamorando de lady Westfield.
Caroline se quedó mirando a su amiga mientras el corazón le martilleaba en el pecho. Oír esas palabras dichas en voz alta la afectó. Hizo que se cuestionara las cosas.
—Yo... yo no... quiero decir que yo no estoy...
Ana negó con la cabeza con un suspiro de incredulidad mientras se dirigía hacia la puerta.
—No te presionaré para que te enfrentes a una situación para la que no estás preparada. Tal vez yo no tenga tu talento de espía, querida, pero sí me gustaría darte un consejo. Cuanto antes dejes de luchar contra los sentimientos que tengas hacia esa mujer, sean los que sean, mejor para ti. Si eres sincera contigo misma, luego podrás decidir qué hacer respecto a todo lo demás.

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  Julie caminaba arriba y abajo del salón de Lucas y Anastasia Tyler, mirando de vez en cuando hacia la puerta. No sabía con exactitud por qué la habían llamado. Suponía que tendría algo que ver con la carta que Caroline y ella habían encontrado en la habitación de Leary.
Y, a juzgar por la nota que le había enviado la señora Tyler, también tenía mucho que ver con Caroline. Su astuta amiga estaba empezando a sospechar algo de su relación.
No había dejado de pensar en Caroline desde que la dejara en su casa esa misma mañana. Se había mostrado distraída y distante cuando la acompañó al vestíbulo. Quería creer que se debía a la caída, pero había algo más. Parecía preocupada por algo.
Se descubrió deseando borrar esa preocupación, protegiéndola, y no sólo del peligro físico. No pensaba en otra cosa desde el accidente. Verla sufrir le había abierto los ojos a una verdad que le costaba aceptar. 
A pesar de haber accedido a no mezclar los sentimientos en su relación, Caroline Redgrave había empezado a abrirse paso en su corazón. ¿Podría finalizar la historia con ella cuando resolvieran el misterio del falso príncipe?
Estar con Caroline sabiendo que se jugaba la vida a diario sería un tormento. Se conocía demasiado bien como para creer que fuera capaz de olvidar fácilmente que había estado a punto de perder la vida dos veces.
Pues tendría que decidir lo que iba a hacer, y de prisa.
La puerta se abrió y entró Caroline seguida por Anastasia y Lucas Tyler. Julie abrió los ojos sorprendida. Respetaba a Tyler como colega, pero que estuviera involucrado significaba casi con total seguridad que sus superiores tendrían noticia del caso. Tal vez fuera ya inevitable.
Se acercó a ellos con la mano extendida.
—Buenas noches, Tyler.
—Lady Westfield —contestó Lucas, estrechando su mano.
A continuación Julie saludó a Ana con un gesto y recibió a cambio una evaluativa mirada. Finalmente, miró a Caroline. Llevaba el pelo en un recogido flojo, lo que atraía la atención hacia aquellos asombrosos ojos verdes suyos que la distraían con sólo mirarla. El color del vestido hacía juego con ellos y le dieron ganas de sentarse y contemplarla.
Pero entonces vio la sombra del moretón en la sien y todas las preocupaciones y motivos para mantener las distancias hicieron presa nuevamente en ella.
—¿Cómo estás? —le preguntó, sin poder apartar la vista.
Caroline sonrió, aunque débilmente.
—Mejor, gracias. ¿Cómo está tu hombro?
Julie le cogió la mano y se la llevó a los labios, pero antes de rozarla con ellos, le susurró:
—Sólo fue un rasguño, ¿recuerdas?
La sonrisa de Caroline se suavizó ensanchándose, al tiempo que se sonrojaba. Por el rabillo del ojo, Julie captó la mirada atónita de Anastasia Tyler y, con un respingo, le soltó la mano.
—¿Por qué no nos sentamos? —propuso Ana, señalando las sillas y sillones en torno al fuego—. Les explicaré por qué las he invitado a venir esta noche.
Julie se sentó en una silla y Caroline en otra, mientras el matrimonio tomaba asiento en el sofá. No pudo evitar fijarse en la mano que Lucas Tyler posó en la rodilla de Ana, afectuosa y posesiva al mismo tiempo. Le pareció un comportamiento cariñoso, íntimo, y sintió una punzada de celos. La morena nunca había deseado ese tipo de conexión con nadie. Durante años lo había considerado una debilidad, y aún más desde que muriera Davina, pero en cambio no le pareció que debilitara a los Tyler. De hecho, le parecía que su unión los fortalecía, que los dos juntos formaban una unidad más resistente.
—Como sabe, Caroline me ha entregado esta mañana una carta que encontraron anoche antes de su... —Ana hizo una pausa y le dedicó una elocuente mirada antes de continuar—: accidente. Le he pedido a mi marido que me ayudara a descifrar el mensaje, ya que está escrito en una clave complicada. De hecho, me pregunto cómo un bruto como Cullen Leary puede haberlo descifrado.
Caroline se encogió de hombros.
—Tal vez tuviera la clave escondida en alguna parte. Regresó inesperadamente y no pudimos seguir buscando.
Julie apretó los puños al recordarlo.
—Eso no importa. Lo que importa es lo que dice la carta.
Lucas Tyler la miró a los ojos, y Julie vio en ellos una profunda preocupación y algo de desconfianza. Estaba claro que los dos querían mucho a Caroline y que temían por su seguridad cuando estaban juntas. ¿Quién podría culparlos cuando la rubia se había caído por una ventana por culpa de un estúpido error que ella había cometido?
Ana ladeó la cabeza.
—¿En qué demonios están metidas? El mensaje habla del príncipe regente, de hacerse pasar por él para acceder a Carlton House. Pretenden hacerlo dentro de dos días.
Julie tomó aire con brusquedad. La conspiración iba más allá de lo que había creído. Abrió la boca para hablar, para hacer preguntas, pero Caroline se puso de pie de un salto.
—Gracias por vuestra ayuda —dijo—. Pero me temo que no puedo decirles nada más al respecto.
Lucas se levantó también, pero se dirigió a Julie como si Caroline no hubiera dicho nada.
—Si el caso tiene que ver con el regente, el Ministerio de la Guerra tiene derecho a saberlo. Podrían necesitar ayuda.
Julie negó con la cabeza.
—El ministerio me «ayudará» poniéndome detrás de una mesa. No, este caso es mío.
Tyler abrió la boca para discutírselo, pero Caroline se le adelantó:
—Nuestro.
Julie la miró. A pesar de sus dudas acerca del riesgo que corría, no podía negar que trabajaban bien juntas. Sus distintos estilos y personalidades se fundían a la perfección haciendo de ellas mejores agentes. Caroline era sagaz y observadora, y ella no quería dejarla fuera. 
—Sí —reconoció—. Nuestro.
Ella le sonrió y, por un momento, no existió nadie más.
—Caroline, yo... —comenzó Anastasia Tyler.
Pero ella mostraba ya el aplomo de siempre. Julie la observó impresionada mientras les susurraba algo a sus amigos. Ella habría actuado de otro modo, pero fuera lo que fuese lo que les dijera, los dos abandonaron el salón, aunque con cierta reticencia. Una vez a solas, Caroline se volvió hacia ella.
—Julie, tenemos que volver a El Poni Azul. Si Leary y sus compinches pretenden entrar en Carlton House dentro de dos días, no podemos demorarlo más.
Julie se sintió invadida por un miedo devastador.
—No. Iré yo.
Ella apretó los labios.
—¿Qué ha sido de «nuestro caso»?
—¡Es demasiado peligroso! —exclamó, apartándose.
Caroline resopló con desdén.
—¡Es tan peligroso para ti como para mí! Leary ha visto cómo te entrometías en sus asuntos dos veces, y tú no ibas oculto tras un disfraz la segunda vez. Seguro que se acuerda de ti por el caso en el que estuviste trabajando el año pasado. No puedes entrar como un toro en El Poni Azul y exigir que te den la información que necesitas. Esta situación requiere medidas desesperadas.
—¿Qué tipo de medidas desesperadas? —preguntó, entornando los ojos. No le gustaba en absoluto el brillo que veía en sus ojos.
Caroline se cruzó de brazos, desafiándola a llevarle la contraria.
—Iré allí con el mismo disfraz que llevé la primera vez. Quiero sacar a Leary de su madriguera.
Julie sintió náuseas.
—¿Es que no has aprendido nada con la caída? ¡Podrías haberte matado! Podrías haberte hecho mucho daño, un daño que ni el doctor Wexler podría haber arreglado. Podrías haber...
Caroline se acercó a ella y le cubrió los labios con los dedos. Buscó su mirada con ojos llenos de comprensión, pero también de una férrea voluntad.
—Pero no pasó, Julie, y tengo que hacerlo. No sólo por el caso, sino por mí.
—¿Por ti? —repitió ella—. ¿A qué te refieres?
Ella volvió la cabeza, librando una batalla interna que Julie sólo podía contemplar. Y esperar salir vencedora. Deseaba que Caroline confiara en ella.
—Cuando me dispararon, mi vida cambió —dijo Caroline finalmente con un susurro. La voz le temblaba un poco—. Yo le decía a todo el mundo que no, pero mentía. Me mentía también a mí misma. El recuerdo del tiroteo me atormentaba, me aterrorizaba. Confiaba en que desapareciera cuando regresara al trabajo, pero... —Se detuvo con un estremecimiento y trató de darse la vuelta.
Julie la agarró del brazo y la obligó a mirarla.
—¿Pero?
—Todavía estoy asustada. —Las lágrimas brillaban en sus ojos—. La noche que Leary me persiguió por el salón, el miedo me paralizó. Y me ocurrió lo mismo anoche, mientras los dos luchaban. El pánico se apoderó de mí.
Julie tragó el nudo que se le había hecho en la garganta. Sabía que le debía de estar costando mucho admitir aquello. Hacerlo requería mucha confianza, y Julie se sintió honrada de que Caroline estuviera depositándola en ella, a pesar de que así intensificaba su preocupación. Pero la desterró a un rincón de su mente. Se trataba de Caroline. Por mucho que quisiera, no podía pedirle que se rindiera a sus miedos y abandonara su vida de espía. Si lo hiciera, mataría su espíritu apasionado.
Y había llegado a comprender que en ese espíritu radicaba su tremenda fuerza interior.
—¿En qué te puedo ayudar? —preguntó, apartándole un mechón de los ojos.
Caroline le cogió la mano.
—Venir conmigo a El Poni Azul, pero disfrazada. Si estás conmigo, creo que podré ser fuerte. Que podré vencer a los demonios.
Ella se llevó la mano de Caroline al corazón.
—Ver cómo te pones en peligro me pone enferma —admitió—. Pero nunca he pensado que no seas fuerte.
Los ojos de ella se iluminaron de sorpresa y le sonrió con dulzura.
—Gracias.
—¿No hay otra forma de hacerlo?
Ella negó lentamente con la cabeza.
Julie le soltó la mano, y se paso los dedos por el pelo.
—Está bien —convino con un suspiro—. Iremos mañana. Verte allí una noche antes de llevar a cabo su plan, debería alertar a Leary y a sus hombres. Probablemente consigamos sacarlos de su madriguera, como tú dices.
El alivio que se reflejó en las facciones de Caroline era casi palpable.
—Gracias —susurró.
Julie frunció el cejo.
—¿Me harás un favor? Me sentiría más cómoda si dejamos que nos acompañen los Tyler. En caso de que haya dificultades, tendremos más posibilidades si somos cuatro.
Caroline consideró un momento sus palabras y terminó por aceptar:
—Está bien. Eso tranquilizará a Lucas y a Ana, y, de paso, puede que consigamos evitar que nos denuncien ante nuestros superiores.
—Vamos a decírselo entonces —dijo Julie con un suspiro de resignación.
Caroline asintió y se dirigió hacia la puerta para llamar a Ana y a Lucas. Pero antes de tirar del cordón de la campanilla, se volvió hacia ella.
—Sé que te resulta difícil ayudarme en esto, pero funcionará. ¿Quién sabe? Lo mismo supero tus expectativas.
Julie se quedó mirándola. Cuando le asignaron el caso de vigilarla y protegerla, pensó que se trataría de una insulsa viuda de la alta sociedad. Después decidió que era una misteriosa e intrigante dama. Luego una fierecilla audaz e indómita.
Pero cuanto más tiempo pasaban juntas, más cuenta se daba de que no había acertado en ninguna de sus suposiciones. Ella era mucho más.
—Ya lo haces, Caroline —contestó, mientras tiraba del cordón—. Ya lo haces.

CAPÍTULO 18

—Dios mío —exclamó Julie atónita cuando Caroline entró en el salón a la noche siguiente. No era en absoluto la Caroline a la que había llegado a conocer en las últimas semanas. Había hecho uso de todo su talento en el arte del disfraz y allí tenía el resultado.
Ella sonrió y se dio una vuelta para que la viera. Estaba boquiabierta. Tenía ante ella a la mujer a la que le había hecho el amor aquella primera noche. Llevaba la llamativa peluca roja sobre su cabello dorado y una espesa capa de maquillaje cubría su cutis perfecto. Se había cambiado de vestido, raído también en esta ocasión, y se había levantado asimismo el pecho hasta dejarlo casi por entero a la vista.
—¿Te acuerdas de mí? —ronroneó, con el marcado acento con que la había engañado aquella vez. Su mente no había sido capaz de establecer la relación, pero su cuerpo siempre había sabido quién era ella en realidad.
Y seguía haciéndolo, a juzgar por la poderosa humedad que empezaba a acumularse en su entrepierna.
—Claro que la recuerdo, señorita —bromeó ella, atravesando la estancia para cogerla por la cintura.
Ella levantó la cabeza y Julie la besó con pasión, paladeando el dulce sabor a fresa que le despertaba aquel imperioso deseo.
Dio un paso atrás para poder contemplar mejor el efecto.
—Pero creo que prefiero a mi Caroline.
Ella entreabrió los labios con un gesto de sorpresa y la morena palideció. No había sido su intención dar tanto énfasis a sus palabras.
—Yo... yo... tengo que ocuparme de tu disfraz —balbuceó ella, pasando por debajo de su brazo—. Es casi la hora.
Julie asintió. Caroline acababa de dar el tema por zanjado y probablemente fuera mejor así.
Se sentó y la miró mientras abría el maletín que había llevado consigo. Dentro había maquillaje y prótesis de toda clase.
—Dios mío —exclamó, atónita.
Ella se dio la vuelta con una sonrisa y empezó a aplicarle maquillaje en la frente.
—Cada espía posee un talento. Éste es el mío.
Julie levantó la vista y la miró. Sus ojos eran la única parte reconocible de la verdadera Caroline, pero era suficiente para restablecer la conexión existente entre ambas.
—No es el único —contestó con dulzura.
—No me digas. ¿Y cuáles son esos otros talentos? —preguntó ella en tono burlón mientras se concentraba en su trabajo.
La cogió por las nalgas y la apretó contra ella. Caroline se estremeció.
—Julie —susurró.
Ella ignoró su débil protesta y le levantó la falda de tosco algodón, hasta que pudo acariciarle el muslo desnudo.
Ella dejó caer la esponja con la que le estaba aplicando el maquillaje y se agarró a sus hombros.
—Julie, el maquillaje.
Ella sonrió con picardía.
—No te preocupes, no lo estropearé —prometió, separando los húmedos pliegues húmedos de su sexo y acariciándoselo con un dedo.
Caroline echó la cabeza hacia atrás y gimió en voz baja cuando ella introdujo dos dedos en su interior.
—Ya estás húmeda y dispuesta —susurró—. Perfecto.
Gimoteó cuando Julie movió los dedos, estimulando así el oculto centro de su placer, al tiempo que con el pulgar le acariciaba el clítoris. Esa estimulación simultánea la llevó al borde del clímax casi de inmediato.
—¡Julie! —exclamó ella, ahogando un grito, con los ojos muy abiertos a causa de la intensidad del placer y lo rápido que lo estaba consiguiendo.
—Déjate ir —le ordenó cuando su cuerpo empezaba a convulsionarse en un potente orgasmo. Caroline se apoyó en ella y su grito resonó en el silencio de la habitación. Sus caderas empezaron a moverse como por voluntad propia exigiendo más, y Julie se lo dio.
Finalmente, su cuerpo se relajó y ella sacó los dedos de su cálida humedad.
—Definitivamente, la seducción es un talento —susurró.
Ella parpadeó, con los ojos vidriosos, y se incorporó a duras penas.
—¿Tuyo o mío?
Julie soltó una carcajada y le entregó la esponja que se le había caído.
—Decídelo tú.
Ella la cogió con manos temblorosas y retomó la tarea.
Cuando recuperó el aliento, Julie le preguntó:
—Y dime, ¿dónde aprendiste este talento en particular?
Caroline se encogió de hombros mientras continuaba aplicándole el maquillaje. Sólo la piel arrebolada de su busto revelaba el placer que acababa de experimentar.
—Durante mi entrenamiento, Charlie me puso en contacto con un grupo de actrices. Ellas me enseñaron todos estos trucos, a transformarme en otra persona.
La morena la miró. Había percibido un dejo de nostalgia en su tono, pero bajo el maquillaje no era capaz de descifrar su expresión.
—¿Igual que estaban haciendo Leary y los otros hombres con ese falso príncipe?
Ella negó con la cabeza.
—No exactamente. Puedo cambiar mi aspecto, pero no puedo caracterizarme de alguien en particular. Eso requiere mucho más talento y práctica.
—Con suerte, esta noche averiguaremos quién es esa persona que sabe tanto —dijo Julie.
Caroline titubeó un momento.
—Sí. Esta noche, todo se habrá acabado.
Se miraron en un silencio cuajado de significado. Julie sabía a qué se refería. Todo entre ellas terminaría. Se acabaría la pasión, los juegos y pasar el día y la noche, juntas.
Caroline negó con la cabeza.
—Basta de charla. Debo concentrarme en lo que estoy haciendo para que me salga bien.
Julie obedeció, pero no podía dejar de dar vueltas a sus palabras. Tenía razón. Si acababan sacando a la luz la verdad esa misma noche, la investigación terminaría.
Y no sería lo único que acabase antes de que despuntara el nuevo día.
****************
Julie se reclinó en su incómoda silla en la mesa de juego y miró a Caroline. Estaba de pie delante de la barra de El Poni Azul, haciendo girar un raído parasol. La peluca roja que llevaba sobresalía en el ceniciento entorno. Gracias a su disfraz, pasaba perfectamente por una fulana que estuviera haciendo tiempo tomando una copa mientras esperaba lo que el futuro le deparaba esa noche.
Pero no pudo evitar fijarse en el modo en que cambiaba su peso de un pie a otro de manera apenas perceptible, probablemente debido a la ansiedad que siempre se sentía antes de pasar a la acción. La misma sensación que tenía la propia morena en la boca del estómago.
¿Cómo no se había dado cuenta la primera vez que la vio de que era ella en realidad? En ese momento le parecía evidente. Sin embargo, había tenido que indicárselo a Ana y a Lucas al entrar. Le sorprendió que su amiga no la reconociera. Al fin y al cabo, tal vez llevara otro pelo y maquillaje, pero el sensual balanceo de sus caderas era inequívoco. Igual que la forma en que ladeaba la cabeza mientras hablaba con el hombre que atendía el bar y el gesto de seguridad en sí misma con que se apartaba el pelo.
—Si sigues mirándola así, todo el mundo sabrá que es algo más que una fulana —le susurró Anastasia Tyler con tono brusco, mientras le plantaba delante una carta boca abajo.
Julie apartó la vista con reticencia. Ana tenía razón. Tanta atención por su parte ponía a Caroline en peligro, pero el problema era que le resultaba literalmente imposible no mirarla cuando estaba cerca de ella.
Lucas tiró su carta y frunció el cejo.
—Creía que habías dicho que Leary aparecería esta noche.
Julie lo fulminó con la mirada.
—Mis informadores me aseguraron que sí, y son de fiar, pero tú mejor que nadie deberías saber que un caso no es algo predecible.
Lucas miró a su mujer con una sonrisa de oreja a oreja.
—Y que lo digas.
Ana se sonrojó violentamente y Julie sintió que sobraba. Así que la siempre correcta señora Tyler y su esposo habían vivido su propia aventura.
Y habían terminado casados.
—Deberían habernos contado todo esto antes —susurró Ana entre dientes—. Si no interceptamos a Leary esta noche, tal vez no podamos impedir lo que sea que tengan planeado para el regente.
—Soy consciente de ello —contestó la morena con fingida calma, pese a que sus comentarios la estaban poniendo de mal humor—. Pero si ustedes y mis superiores hubieran confiado en nosotras desde el principio, no nos habríamos visto obligadas a emprender esta investigación por nuestra cuenta y riesgo para demostrar nuestra valía.
—Yo nunca puse en tela de juicio la valía de Caroline —dijo Ana, bajando la voz aún más, aunque en sus ojos ardía un fuego que la sorprendió.
No era de extrañar que Tyler la mirara con aquella adoración. Debajo de aquella dulce fachada se escondía una fierecilla. No se parecía a Caroline, pero no cabía duda de que poseía su propio encanto.
Lucas carraspeó.
—Si han terminado de discutir, deberían prestarle atención a Caroline. Creo que nos está haciendo señas.
Julie se volvió para mirarla. Se estaba llevando los dedos a los labios, el gesto con que habían acordado que les avisaría si veía al otro hombre que la persiguió aquella primera noche. Enarcó las cejas para indicarle que la habían visto y ella respondió con un sutil asentimiento en dirección al final de la barra, había dos hombres que charlaban con las cabezas muy juntas mientras se tomaba una cerveza.
Julie siguió la trayectoria de su mirada y reconoció a uno de ellos como uno de los perseguidores de Caroline. Apretó los puños instintivamente. Aquel bastardo se había atrevido a amenazarla.
—¿Quién es? —susurró Ana, devolviéndola a la realidad.
Con discreción, les señaló a los dos hombres y Tyler frunció el cejo.
—Conozco al que está a la izquierda, el otro no me suena de nada.
Julie miró hacia el que Lucas había dicho conocer.
—¿Quién es?
—Un actor, y creo que bastante bueno.
Parpadeó sorprendida. Un actor. Caroline le había dicho que un grupo de actrices le habían enseñado los trucos del disfraz. Era perfectamente posible que ése fuera el hombre que se iba a hacer pasar por el regente. Al que Caroline no había podido reconocer porque iba maquillado.
Sin embargo, no le dio tiempo a exponerles sus sospechas, porque en ese momento apareció Cullen Leary, que se dirigió directamente hacia los dos hombres.
Julie sintió que el estómago le daba un vuelco y concentró la atención en Leary. Al parecer no había reparado aún en Caroline, pero sólo era cuestión de tiempo. A pesar de saber que era una agente perfectamente adiestrada, no se quedaría tranquila hasta que lo arrestaran.
Suspiró aliviada al ver que Caroline cambiaba de postura. Ella también se había dado cuenta de la presencia de Leary. Pero entonces vio que se acercaba un poco más a ellos, tal vez para escuchar su conversación, captando la atención de algunos de los presentes con el contoneo de sus caderas. Julie observaba la expresión obscena de aquellos hombres conteniendo el aliento. Y entonces llegó el momento que tanto temía.
Leary volvió la cabeza y la vio.
Que la reconoció fue evidente cuando se apartó bruscamente de la barra y se dirigió hacia ella como un animal.
Julie se mordió el labio inferior y se obligó a esperar. Tenía que dejar que Caroline llevara a cabo su parte del plan. No podía abalanzarse aún sobre ellos. Debía aguardar a que fuera el momento adecuado.
Caroline se puso tensa y retrocedió, dirigiéndose hacia la galería, tal como habían planeado. Allí detrás les resultaría más fácil dominar a Leary y sus hombres.
Hasta el momento, todo marchaba según el plan. Julie se levantaría de un momento a otro. Ella y los Tyler los seguirían y atraparían a Leary.
Pero de repente, éste actuó. Agarró a Caroline por el codo y tiró de ella a una velocidad sorprendente. En ese mismo momento, sus compinches salieron huyendo hacia la puerta de la calle.
—Maldición —siseó Lucas mientras los tres se ponían en pie.
—Atrápenlos —ordenó Julie mientras echaba a correr hacia la galería por la que Leary se llevaba a Caroline a rastras—. Yo me ocuparé de ella.
Lucas lanzó otra imprecación, pero no discutió. Anastasia y él corrieron tras los sospechosos.
Julie llegó a la galería en unas pocas zancadas, pero no vio más que corredores vacíos. Leary había desaparecido con Caroline.
—¡Maldita sea! —aulló, sintiendo cómo el pánico se apoderaba de ella con sólo imaginar la tortura a la que tendría que hacer frente si no la encontraba.
Pero lo expulsó de su mente. Tenía que abandonar su actitud de amante preocupada y tomar distancia. Era lo mejor si quería encontrarla.
Miró hacia la escalera que subía a otra galería. Había más intimidad en aquellas habitaciones, reservadas para las fulanas que frecuentaban los salones de juego y entregaban una parte de las ganancias a los dueños. Allí habría menos posibilidades de que nadie oyera una pelea, y la mayoría de las personas pensarían que se trataba de una puta y su cliente, y se mantendrían al margen.
Lo que significaba que aquél sería el lugar idóneo para llevar a Caroline. Echó a correr escaleras arriba rogando que Leary no se hubiera deshecho ya de su «problema». Y que Caroline hubiera sido capaz de hallar la fuerza que le había dicho que su presencia le proporcionaba.

El corazón de Caroline latía a toda velocidad, tanto que casi no oía nada con el martilleo. La manaza de Leary le estaba magullando el brazo mientras la arrastraba corredor abajo. Necesitó de toda su fuerza de voluntad educada durante su adiestramiento, para contener las ganas de mirar atrás y comprobar si Julie los seguía. Hacerlo podría alertar a Leary de su presencia y significar la muerte para ambas.
Julie los seguiría, tenía fe en ella. Pero hasta que llegara tenía que mantener la cabeza fría. No debía permitir que el miedo la paralizara. Estaba entrenada para ello y tenía que recordarlo. Aferró con más fuerza su parasol. Por lo menos contaba con aquella discreta arma.
—Entra, amiguita —gruñó Leary abriendo una puerta y empujándola dentro.
Caroline entró dando tumbos a causa de la fuerza con que la empujó, y cayó al suelo. Se arañó las rodillas con la rugosa madera, pero apenas sintió el dolor. Estaba demasiado concentrada en el hecho de que el parasol se le había escurrido de las manos y en esos momentos estaba fuera de su alcance. ¡Maldición! Ahora sí que estaba en un aprieto.
El pulso se le aceleró, pero logró tranquilizarse. Tenía que mantener la calma.
Se volvió y se preparó para el ataque, pero Leary cerró la puerta y se quedó quieto, mirándola.
—Has sido una estúpida al volver aquí, niña —gruñó mientras se acercaba.
Sin poderlo evitar, ella retrocedió en vez de aprestarse a defenderse.
Tomó aire antes de hablar, confiando en que eso la tranquilizara. Pero sin mucho éxito.
—No sé qué demonios crees que estás haciendo —le espetó, concentrándose en mantener el acento y ocultar el temblor de su voz al mismo tiempo—. Si quieres que pase la noche contigo, no tienes más que pedírmelo y pagarme.
Él la recorrió de arriba abajo con la vista y sonrió.
—Es difícil resistir el ofrecimiento, porque eres un bocado muy apetitoso, pero tú te acuerdas de mí. Hasta las fulanas recuerdan a un hombre que las ha perseguido. Lo único que evitó que te diera caza aquella noche fue aquel caballero tan fino que se interpuso en mi camino. 
Hizo una pausa y frunció el cejo, como si tratara de recordar algo. Caroline sintió que el corazón le daba un vuelco. Sólo podía confiar en que dos noches atrás estuviera demasiado borracho como para acordarse de que fue a Julie a quien encontró en su habitación de la casa de huéspedes. Entonces, si era lo bastante inteligente como para sumar dos y dos, se daría cuenta de que ella iba disfrazada y las cosas podían ponerse muy feas.
—Claro que te recuerdo —lo interrumpió, confiando en poder distraerlo de sus pensamientos—. Supuse que serías un cliente insatisfecho. Pero ése no es motivo para arrastrarme aquí arriba de esta forma.
Leary se lanzó sobre ella con una rapidez asombrosa para un hombre de su tamaño. La agarró por la pechera del vestido y la levantó, rasgándole la manga por la costura.
—Ya basta de tonterías, niña. Sé que me viste con mis... amigos. Viste lo que estábamos haciendo. No puedo dejarte vivir.
El terror la dejó sin aliento, pero lo desterró a un rincón de su mente. Tenía que pelear, no encogerse. Y tenía que hacerlo ya.
—Pues es una lástima, porque yo no estoy dispuesta a morir aún —exclamó, mientras lanzaba la rodilla hacia él.
Tuvo la impresión de chocar con una roca, pero el movimiento funcionó, porque Leary la soltó y se dobló de dolor.
—Maldita putilla —rugió mientras la empujaba con una fuerza pasmosa.
Caroline aterrizó de espaldas, golpeándose dolorosamente con una silla, y cayendo al suelo. Rodó de costado y se levantó con agilidad, agarrando el parasol al pasar junto a él. Leary se incorporó, enloquecido de rabia y de dolor, y embistió como un toro embravecido.
Caroline no vio por dónde huir en la minúscula habitación, de modo que adoptó una postura lo más firme posible y se preparó para blandir el parasol cuando tuviera a Leary lo bastante cerca. Pero no le dio tiempo.
La puerta se abrió de golpe justo cuando echaba el brazo hacia atrás para tomar impulso, y Julie ocupaba el umbral, con el sombrero que formaba parte de su disfraz medio torcido y los ojos llameantes al mirar a Leary.
—Apártate de ella —gruñó, al tiempo que entraba.
El otro no vaciló. Giró sobre sus talones y cargó contra la morena. Los dos entrechocaron en mitad de la habitación, lanzándose puñetazos llenos de saña, igual que la última vez.
Sólo que en esa ocasión, Caroline sabía que la pelea únicamente terminaría con la muerte de uno de los dos.



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