Caroline
se volvió en su sillón y observó la inesperada reacción de Julie a su
sugerencia. Lo que vio en su rostro hizo que se levantara dando un traspié.
Era
un dolor descarnado. Una vulnerabilidad e incluso un pánico que nunca había
visto antes en la alta mujer, que jamás habría esperado. Pero la comprendía.
Sus emociones eran idénticas a las que ella experimentaba.
Eso
le dio un poderoso vislumbre de los motivos por los que el Ministerio de Guerra
la había apartado del servicio activo.
Pero
la había visto enfrentarse a Cullen Leary sin vacilar, de modo que la ansiedad
que veía en sus ojos no tenía nada que ver con la cobardía. El horror que
reflejaba su mirada tenía otras causas. Algo más profundo. Más siniestro.
Le
daba miedo explorar esa descarnada emoción. Era demasiado personal y podía
significar implicar demasiado sus sentimientos, algo que se le antojaba aterrador.
Pero no podía dejarla así, tenía que ayudarla.
—Julie...
—comenzó, dando un paso hacia ella.
—¡No!
—Sus ojos azules se volvieron prácticamente de hielo—. Te lo prohíbo, Caroline.
Su
primera reacción compasiva quedó relegada a un segundo plano, para dejar paso a
una rabia incontenible que hizo que se detuviera en seco.
—¿Me
lo prohíbes? —repitió, con un tono engañosamente sereno, teniendo en cuenta sus
turbulentas emociones—. Perdona, pero creía que éramos compañeras, Julie, yo
protegida y tú mi mentora. No tienes derecho a prohibirme nada.
La
alta mujer avanzó hacia ella con los puños apretados a lo largo de los costados
y la desesperación claramente visible en su rostro.
—Estás
decidida a que vuelvan a dispararte, ¿no es así? ¿Estás decidida a que esta vez
te maten? Tal vez tus amigas tengan razón. Tal vez ya no seas idónea para el
trabajo de campo.
Caroline
retrocedió dando traspiés. Sus palabras habían sido como una bofetada. La
garganta se le cerró dolorosamente y las lágrimas acudieron a sus ojos, pero
parpadeó con fuerza para apartarlas. No quería que viera cuánto la habían
lastimado sus palabras, sobre todo viniendo de ella.
—Permítame
que le diga, lady Westfield —replicó con voz queda, clavando los dedos en el
respaldo de brocado del sillón—, que no merece que le permitan volver al
trabajo de campo si se niega a correr ciertos riesgos necesarios para
investigar un caso.
La
expresión de Julie se tornó amenazadora, pero ella no experimentó ninguna
sensación de triunfo al lastimarla como había hecho ella. Hacerlo no le
proporcionó placer ni satisfacción. Tan sólo un vacío que pareció aumentar
cuando la miró a los ojos.
—No
voy a pasar por esto —masculló, desviando la vista—. No puedo volver a hacerlo.
Pasó
a su lado con brusquedad y Caroline se dio la vuelta de golpe al percatarse de
que se dirigía a la puerta. El pánico se apoderó de ella mientras, titubeante,
se dirigía hacia la mujer mayor.
—¿Qué
haces, Julie? ¿Adónde vas?
La
morena se detuvo, con la mano sobre el pomo, dándole la espalda. Tenía la
cabeza gacha y los hombros tensos.
—Tal
vez tienes razón, Caroline. Quizá ya no valgo para trabajar sobre el terreno.
Puede que todo el mundo tenga razón. —La miró por encima del hombro y ella
sintió que se le partía el corazón al ver el sentimiento de derrota que llenaba
sus ojos—. Pero no puedo soportar ver cómo te pones en peligro. Sencillamente,
no puedo.
—Julie...
—comenzó a decir la rubia, pero ella abrió la puerta y abandonó el salón, en
dirección al vestíbulo, pasó junto a un boquiabierto Benson y, finalmente,
salió de la casa, ignorando sus súplicas, ignorándola a ella.
Cuando
la puerta se cerró tras ella, Caroline regresó a la sala despacio. Sólo cuando
se derrumbó en el primer sillón que encontró, se dio cuenta de que estaba
temblando, de que su cuerpo se sacudía descontroladamente.
¿Qué
demonios iba a hacer ahora? Necesitaba a Julie.
Su
corazón palpitó con fuerza al pensar en ella. ¿Llevaban trabajando juntas un
día y ya la necesitaba? Se había ocupado de muchos casos ella sola, casos igual
de peligrosos e importantes. Pero ahora necesitaba a Julie. ¿Cómo podía ser?
No
lo sabía, sólo sabía que era cierto. Tenía que encontrar la forma de
persuadirla para que volviera a su lado. Y, para ello, antes tenía que
averiguar qué era lo que le había sucedido un año atrás. El motivo de lo que
había visto en sus ojos, adentrarse en los recovecos de su mente.
Tendría
que familiarizarse con otros aspectos de la morena, más allá de su cuerpo, con
el talento que sabía que poseía. Tendría que conocer a la mujer, aunque la
perspectiva de indagar en su mente fuera peligrosa. Conocerla mejor significaba
exponerse al dolor, arriesgarse a que le rompiera el corazón. A algo que iba
mucho más allá que el mero deseo.
Se
levantó con las piernas aún temblorosas y salió al vestíbulo.
—¿Milady?
—se ofreció Benson, acercándose a ella con semblante preocupado, una emoción
que solía enmascarar tras una expresión desaprobadora—. ¿Qué puedo hacer por
usted?
Ella
le sonrió para tranquilizarlo, aunque débilmente, lo cual no sirvió para su
propósito.
—Vaya
a buscar a Henderson, por favor. Tengo que ir a casa de Anastasia.
**************************************
Julie apretó el vaso entre los dedos, deseando
estar ebria con una cuba. Tras abandonar a Caroline, se había pasado la noche
bebiendo, y se había despertado con un espantoso dolor de cabeza, pero estaba
dispuesta a seguir ahogando su dolor en alcohol.
Ben
era lo único que se lo impedía. Su condenado hermano estaba sentado en un
sillón, frente a ella, mirándola con una inusual seriedad en sus ojos castaños.
—Llevas
bastante rato dando vueltas sin parar, Julie. ¿Qué ocurre?
Ella
hizo girar el líquido en el vaso y soltó una carcajada desprovista de humor.
—Nunca
bailo por la mañana temprano, así que no sé cómo es que me has visto dar
vueltas.
Ben
apretó los labios al oír su tono sarcástico.
—Tampoco
sueles beber por la mañana temprano. Mírate. Ni siquiera has tomado un baño. A
juzgar por el estado de tu ropa, has dormido vestida. Y apostaría a que ésta no
es tu primera copa de las últimas veinticuatro horas. ¿Qué te pasa? Hacía
tiempo que no te comportabas así.
Reprimiendo
la apremiante necesidad de lanzar el vaso contra la pared, Julie lo dejó sobre
la mesita que tenía al lado y se frotó los ojos con una mano. ¿Cómo le decía
ella a su hermano, a su mejor amigo, que era una cobarde?
Se
le revolvía el estómago sólo de pensarlo.
—¡Julie!
—La brusca exclamación de Ben penetró en la dolorosa neblina de su mente—.
Háblame.
—Tal
vez tengan razón los oficiales del Ministerio de Guerra —respondió, mirando el
techo—. Tal vez sea mejor que no vuelva a trabajar sobre el terreno. Las tareas
burocráticas son más adecuadas para espías como yo. Que ya no tienen estómago
para enfrentarse al peligro.
El
resoplido desdeñoso de su hermano llamó su atención.
—El
peligro te estimula. No creo ni por un instante que hayas dejado de sentir la
emoción de una persecución o la excitación ante el riesgo de que te disparen.
—Entonces,
¿por qué salí ayer dando un portazo de casa de Caroline? —preguntó, enarcando
una ceja—. ¿Por qué le dije que no participaría en su plan, un plan que
probablemente funcionaría, simplemente porque implicaba peligro?
Benjamin
se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas, y le dedicó una
elocuente mirada que hizo que su hermana se removiera incómoda. Muy pocas
personas la conocían como él, podía ver en el interior de su alma si quería.
Cosa que no siempre era agradable.
—¿Peligro
para ti o para ella? —le preguntó en tono quedo y calmado.
Julie
se pasó una mano por el pelo alborotado. Comprendía exactamente a qué se
refería. A aquella noche. A Davina. A la pesadilla que parecía no tener fin.
—Para
ella —admitió—. Pienso en el peligro que correría Caroline y... me quedo
helada. No soy capaz de moverme ni de pensar. ¿Y si le ocurriera? ¿Y si me
necesitara?
Ben
se levantó.
—Acudirías.
Lo que sucedió hace un año no fue culpa tuya. Tienes que liberarte de eso,
dejar atrás lo que pasó. Tienes que dejar atrás a Davina.
—Está
muerta —replicó ella apretando los dientes—. Y yo tuve la culpa. Murió a causa
de mi forma de vida. ¿Cómo voy a dejarla atrás? No es un perro.
—Esto
no es sólo por Davina —dijo Ben tras pensarlo un momento. Y luego ladeó la
cabeza para contemplar a su hermana—. ¿Es porque lady Allington es espía?
¿Porque le dispararon? ¿Te recuerda la situación a aquella noche?
Julie
dio un respingo. Le había contado a Ben que había accedido a colaborar con
Caroline en el nuevo caso, pero no que fueran amantes. Le parecía algo
demasiado privado para compartirlo con nadie más, ni siquiera con su hermano.
—Cuando
Davina murió, juré que no volvería a permitir que mi trabajo pusiera en peligro
a otra mujer. Pero Caroline se arriesga diariamente. Tendrías que ver cómo se
le ilumina la mirada cuando habla de su trabajo.
—Pero
no es la primera vez que colaboras con otros espías —contestó Ben—. Ningún
problema que haya podido surgir ha hecho que te preocuparas por su seguridad.
¿Es que Caroline está menos cualificada?
Julie
negó con la cabeza.
—No.
Es una mujer con mucho talento e inteligencia.
—Entonces,
¿por qué te preocupas tanto? —titubeó un momento antes de continuar—: A menos
que entre ustedes haya algo más que trabajo.
Julie
se levantó y comenzó a recorrer la habitación arriba y abajo. Sí, la relación
con Caroline era mucho más que trabajo para ella. Era su amante y el deseo que
despertaba en ella era tremendamente intenso. Jamás había experimentado nada
parecido a aquella necesidad imperiosa de tocarla. De tenerla a su lado.
—¿Sientes
algo por ella? —preguntó su hermano con tono de sorpresa.
Julie
se volvió para mirarlo.
—¡No!
Claro que no. Con Caroline no habría futuro.
—¿Por
qué?
Julie
reflexionó sobre la pregunta. Eran muchas las razones para mantener la
distancia afectiva. Para empezar, Caroline no quería ese futuro. Había sido
ella quien había dicho que en su aventura no habría lugar para los
sentimientos. Y, aunque no hubiera impuesto esa norma, una relación entre las
dos no podría funcionar.
—Algunos
espías son conscientes de que algún día dejarán el trabajo. Pero para otros, es
su estímulo vital. Necesitan trabajar. Y Caroline es espía hasta la médula
—explicó, casi más para ella que para Ben—. Nunca abandonaría esa vida. Aunque
yo sintiera por ella algo más que amistad, que no es el caso, no podría vivir
así. Me volvería loca sabiendo que arriesgaba su vida cada día. Ya lo viví con
Davina.
Ben
frunció el cejo.
—Pero
Caroline no tiene nada que ver con ella.
Julie
abrió la boca para responder cuando la puerta del salón se abrió y apareció su
mayordomo.
—Lamento
interrumpirle, milady, pero tiene visita.
Julie
no estaba segura de si sentirse aliviada o irritada por la interrupción.
¿Quería el consejo de su hermano en un asunto tan delicado?
Al
final, miró por encima del hombro de Ben en dirección al mayordomo.
—¿Quién
es, Pettigrew?
—Lady
Allington, milady.
Julie
dio un paso al frente involuntariamente. Después de la forma en que se fue de
su casa el día antes, no había esperado que fuera a buscarla.
—Hágala
pasar —dijo con voz apenas audible—. Quiero verla.
Caroline se detuvo al entrar en el salón, pero
no fue por la sorpresa de ver allí a Benjamin Ashbury, que le dirigió una
apreciativa mirada al tiempo que la saludaba con una breve inclinación de
cabeza. Fue la propia Julie quien hizo que se detuviera en seco.
Nunca
la había visto de ese modo. Siempre se había presentado ante ella serena y
tranquila. Ni un pelo fuera de sitio, ni una arruga en su ropa impecable.
Siempre tan elegante como podía serlo una dama de su clase.
Pero
ese día era distinto. Siempre había sentido cierta admiración por la forma de vestir
de Julie. Era la única mujer en su círculo social, que no vestía como todas las
demás. Con los grandes y ostentoso vestidos en colores pastel. No, Julie no
vestía de esa forma. Era alta, delgada, de refinados rasgos. Sus ojos eran tan
azules una combinación perfecta para el color de su piel, algo que no había
visto nunca y desprendía un gran aire de majestuosidad regia. Caminaba de forma
ágil. Julie se había caracterizado por vestir trajes como los hombres, solo que
en vez de pantalones siempre llevaba faldas a la altura de la rodilla. La había
visto jugar al polo. Julie siempre se veía espectacular con el traje típico.
Era la única mujer que se le permitía jugar al polo. Cuando asistía a las
fiestas, siempre iba tan elegante, eran las únicas veces que la había visto con
vestidos que le llegaban a los tobillos mostrando sus perfectos pies y que
enmarcaban su delineado cuerpo. Vestidos sin todo ese armazón que todas ellas
usaban. Vestía muy adelantada para su época. Su melena negra siempre la traía
en moño bajo.
Pero
ese día era distinto, no traía la chaqueta puesta y el cuello abierto de su
blusa de lino dejaba a la vista un amplio triángulo de piel atezada y se fijaba
bien, casi podía deslumbrar el comienzo de sus hermosos pechos.
Estaba
segura que aún no se había dado un baño la melena negra revuelta que le caía
sobre la frente, la hacía parecer tan peligrosa como Cullen Leary.
Sin
embargo, lo que veía no le daba miedo, se lo daba lo que había provocado que
tuviera aquel aspecto. Incluso en ese momento, con todo lo que tenían por
aclarar, anhelaba tocarla. Besarla hasta que olvidara el dolor que la
torturaba.
En
cierto sentido, la presencia de su hermano fue una bendición, porque con él
allí no podía dar rienda suelta a sus deseos. No debería hacerlo hasta que
hablara con Julie de lo que sabía sobre su pasado.
La
mera idea le daba escalofríos.
—Caroline
—dijo finalmente Julie con voz estrangulada, alisándose inútilmente la blusa
arrugada y desfajada, tras lo cual hizo un torpe gesto para que tomara asiento—.
¿Quieres tomar algo con nosotros?
Ella
giró la cabeza en un intento por fingir normalidad, cuando saltaba a la vista
que las cosas entre ellas estaban tensas.
—No,
Julie, me gustaría hablar contigo. —Miró a Ben con expresión contrita—. A
solas.
El
joven asintió.
—Ya
es hora de que me vaya de todos modos.
Se
acercó a su hermana y le dio un apretón en el brazo. Julie lo miró y ambos se
comunicaron sin necesidad de palabras.
—No
hagas nada que puedas lamentar después —le aconsejó en voz queda.
Julie
se encogió de hombros sin responder y apartó la vista. Ben se volvió entonces
hacia Caroline y una sombra de su sonrisa habitualmente jovial suavizó su
expresión.
—Lady
Allington. —Le cogió la mano y le depositó un breve beso en el dorso—. Siempre
es un placer verla. —Ya se disponía a marcharse cuando le susurró—: Tal vez sea
usted lo que necesita, no yo.
Ella
no tuvo tiempo de responder, ni de disimular la estupefacción que le causó el
comentario antes de que el joven Ashbury se fuera.
—¿Lo
sabe? —le preguntó a Julie con un susurro, apretando los puños.
Ella
la miró y asintió con la cabeza.
—Sabe
a qué me dedico desde hace ya varios años. Sabía que me habían asignado tu
protección. Y, aunque no conoce los detalles, sí sabe que ahora tú y yo trabajamos
juntas en algo. No tienes que preocuparte por mi hermano.
Caroline
recapacitó sobre ello un momento y al final asintió con la cabeza. Ella no se
fiaría de su familia ni para que devolvieran un libro a la biblioteca, pero la
de Julie no se parecía a ellos. Pero no había ido a verla para discutir de eso,
sino de algo mucho más importante.
—Lamento
haberme marchado de manera tan apresurada ayer —dijo Julie, removiéndose con
aparente incomodidad.
Caroline
se preguntó cuántas veces se habría visto obligada a pedir disculpas. Por
alguna razón, dudaba que lo hiciera muy a menudo.
La
miró, atraída por ella a pesar de saber lo peligrosa que era. Meterla en su
cama era una cosa, mezclar sus sentimientos, otra muy distinta. Un error que se
encontraba peligrosamente cerca de cometer, ahora que tenía más información.
—Tú...
—se detuvo, vacilante—. Admito que tu negativa a oír mi plan, tu enfado cuando
me negué a aceptar tu decisión, y cuando te fuiste sin volver la vista atrás...
admito que eso me asustó.
Julie
levantó la vista y ella percibió su sorpresa ante sus palabras.
—¿Te
asustaste? ¿Tú?
Caroline
cerró los ojos. Si esperaba que Julie le abriera su corazón, no podía negarse a
hacer ella lo mismo. Tenía que darle algo a cambio.
—Me
sentí aterrorizada —admitió, ignorando la aplastante opresión que sentía en el
pecho, el tremendo esfuerzo que le costaba admitir sus sentimientos—. Porque te
necesito, Julie. Quiero decir que necesito tu ayuda. No me había dado cuenta de
hasta qué punto, hasta que saliste por la puerta y pensé que no volverías.
La
morena levantó una mano, como si quisiera tocarla, pero en vez de eso cerró el
puño y bajó el brazo, apartando la mirada de ella al mismo tiempo.
—¿Para
qué necesitas a una cobarde?
Caroline
dio un respingo.
—Nunca
he pensado que fueras una cobarde —contestó con suavidad y, a continuación,
hizo algo que no debería: alargó el brazo y rodeó su puño apretado con su mano,
estrechándoselo con fuerza. Julie miró sus manos juntas y luego la miró a ella.
Caroline
tragó con dificultad. Eres la mujer más valiente y hermosa que he conocido en
mi vida…
—Yo...
sé lo de aquella noche, Julie —susurró—. Sé que había una mujer, y sé que
murió. También sé que te cuesta superarlo y que el Ministerio de la Guerra
tiene sus dudas a la hora de asignarte misiones. Por eso te encomendaron mi
protección, para mantenerte ocupada.
La
alta mujer se estremeció y ella notó que apretaba aún más el puño bajo sus
dedos. Pero no la soltó para evitar que se alejara de ella.
—Por
favor, Julie. No hay muchos datos al respecto. Me gustaría escuchar lo ocurrido
de tus labios. ¿Quieres contarme lo que sucedió?
Julie
casi no podía respirar, notaba como si las paredes de la habitación se le
echaran encima. Tenía la sensación de que el contacto con Caroline era lo único
a lo que podía sujetarse mientras el pasado se le echaba encima
despiadadamente.
No
tenía adónde ir.
—Julie
—susurró ella.
Julie
miró aquellos increíbles ojos verdes cálidos y encontró en ellos un lugar donde
refugiarse, un puerto seguro.
—Puedes
confiar en mí —añadió Caroline.
La
morena se sorprendió asintiendo. Sí, podía confiar en ella. Cuanto más tiempo
pasaba a su lado, más segura estaba de ello. Nunca se le había dado muy bien
trabajar con otros agentes, pero Caroline era... distinta.
Y
le debía sinceridad, puesto que lo que tenía que contarle era algo que influía
poderosamente en lo que había entre las dos. Tal vez cuando lo comprendiera,
abandonaría el caso o bien dejaría que ella llevara el mando.
Carraspeó
y comenzó:
—Davina
Russell. Así se llamaba. Era hija de un caballero, aunque no era un par del
reino. La conocí a través de su padre, que me había prestado ayuda en numerosas
ocasiones con su negocio de transportes. Con el tiempo, nos hicimos amigas y
después más que eso.
El
rostro de Caroline se contrajo de forma apenas perceptible y una sombra cruzó
por sus ojos. Pero no la interrumpió. Un alivio para Julie, pues no estaba
segura de que pudiera continuar si se detenía.
—Le
oculté la verdadera naturaleza de mi profesión durante muchos meses, pero una
noche me oyó hablar con su padre. —Reprimió una imprecación—. Fui una estúpida,
me confié demasiado. Debería haber prestado más atención a lo que me rodeaba,
haberme preguntado dónde estaba ella, pero estaba demasiada concentrada en el
caso.
—¿El
caso del negocio de armas? —preguntó ella con suavidad.
—Sí.
En el que estaba metido Cullen Leary. —Negó con la cabeza—. Jamás olvidaré la
mirada de Davina cuando me vio después de aquella reunión.
—¿Tenía
miedo? —susurró Caroline.
Ella
soltó una áspera risotada.
—Ojalá.
No, al contrario, estaba excitadísima. Hablaba tan de prisa que me costó
comprender qué era lo que sabía.
—Te
disgustaste.
La
morena asintió.
—Sabes
tan bien como yo que el secreto de un espía es lo único que lo protege y a
aquellos a quienes ama. Pero ella no quería hacerme caso. No dejaba de hablar
de lo romántico que eso era y de aventura. Y entonces me dijo que quería
acompañarme aquella noche.
—¿Sin
estar entrenada para ello? —preguntó Caroline, sorprendida.
Julie
desvió la vista.
—Decía
que se pondría ropa de su hermano, que se mantendría oculta para poder
observar. Yo le dije que no, por supuesto, y no le hice caso. Debería habérselo
contado a su padre, pero estaba ansiosa por cerrar el caso. Supuse que me haría
caso.
Se
levantó. Julie notaba los ojos de Caroline sobre ella mientras caminaba arriba
y abajo de la habitación. Se sentía como en una jaula. Atrapada en el pasado.
Atrapada por sus errores, por su estupidez y su exceso de confianza.
—La
reunión salió mal, hubo un incendio. Se produjo un tiroteo. Algunos de los
criminales a los que perseguía murieron cuando otros agentes entraron en
acción. Unos fueron capturados, el resto huyó —explicó con voz estrangulada.
Temía decir lo que venía a continuación—. Cuando hicimos el recuento de los
cadáveres, encontré el de Davina. Me había seguido sin que yo lo supiera y se
había visto atrapada en el fuego cruzado.
Cerró
los ojos con fuerza, pero sólo podía ver su cuerpo sin vida con los ojos
abiertos. Mirándola, acusándola. Recordaba haberse hincado de rodillas junto a
ella, aullando de rabia y frustración. Recordaba haberla llevado a un médico,
gritando, sin ver por dónde iba.
Y
también recordaba las miradas de conmiseración de sus compañeros.
El
dolor había sido tan insoportable que su cuerpo lo rechazó, protegiéndola
frente a ella pero en momentos de debilidad reaparecía y atacaba con renovado
vigor.
Como
en aquel instante.
—Julie,
respira.
El
suave susurro de Caroline la trajo de vuelta al presente. Se volvió hacia ella,
sosteniéndole la mirada, concentrándose en ella para no volver a aquella
pavorosa noche.
—Fue
horrible —admitió.
Caroline
dio un paso hacia ella.
—¿La...?
—Se interrumpió.
—¿Qué?
—Nada.
Julie
se sorprendió al ver el rubor que teñía sus mejillas.
—No
es asunto mío, perdóname.
—Caroline.
—Se le acercó y le puso un dedo debajo de la barbilla, instándola a mirarla—.
Sí que es asunto tuyo. No quiero que te quedes con preguntas sin formular.
Ella
tragó con dificultad el nudo que se le había formado en la garganta.
—¿La
amabas?
Julie
dejó caer la mano. Había esperado muchas preguntas, pero no ésa. Reflexionó un
momento antes de contestar:
—Me
importaba mucho. Me sentía atraída por su vitalidad y su energía. Precisamente
lo que la llevó a la muerte. —Suspiró—. Probablemente la hubiera llevado a
vivir con conmigo. Ella me amaba. Después me di cuenta del enorme poder que ese
sentimiento proporcionaba a mis enemigos. Supe entonces que no podía volver a
mezclar el amor con mi trabajo. Que nunca podría amar a una mujer mientras
siguiera siendo espía. Era demasiado peligroso. No merecía la pena pagar el
precio.
Caroline
volvió la cara, interrumpiendo el intenso contacto visual que habían estado
manteniendo hasta ese momento, y se quedó mirando el fuego. Pero su mirada era
distante. Julie ladeó la cabeza para mirarla a la cara. Se había cerrado, no
podía leer su expresión. ¿Qué pensaba de ella? ¿De su confesión?
—Por
eso me horroriza la idea de que vuelvas a El Poni Azul para investigar a Cullen
Leary —explicó alargando la mano hacia ella. Se la puso debajo de la barbilla y
le levantó la cara de modo que no pudiera rehuir su mirada. Comprobó que no era
inmune a su contacto. Igual que ella al de la menuda mujer—. Si te ocurriera
algo... —Se detuvo, incapaz de concluir la frase.
—Julie
—susurró.
La
alta mujer vaciló un segundo. Sabía a lo que conduciría un beso. A otra noche
de pasión en los brazos de una mujer que coqueteaba con el peligro que le
acababa de describir. Pero Caroline se había convertido en una tentación
demasiado fuerte.
Bajó
la cabeza poco a poco, retrasando lo posible el momento de rozarle sus labios
con los suyos, y Caroline soltó un pequeño suspiro cuando lo hizo. Al oírlo,
Julie puso más pasión en el beso, saboreándola, absorbiendo su esencia a fresas
hasta que la sintió en todo su cuerpo. La perturbadora sensación de culpa, los
dolorosos recuerdos, todo pasó a un segundo plano mientras se dejaba llevar por
aquella imperante necesidad.
Caroline
le rodeó el cuello con los brazos y se aferró a ella, besándola con creciente
desesperación y anhelo. El poco control que Julie pudiera tener quedó hecho
añicos cuando la lengua de ella empezó a moverse en círculos alrededor de la
suya.
La
levantó en vilo con un gruñido y la fue empujando hasta aplastar su cuerpo
contra la puerta.
Caroline
se agarraba a su blusa arrugada, desabrochándole los botones con la urgencia de
sus sentidos sobreexcitados, mientras Julie intentaba desabrocharle el vestido
con sus grandes manos. Lo consiguió de alguna forma y se lo bajó por las
caderas, hasta dejarlo hecho un montón a sus pies. Mientras, ella se quitó la
camisa por la cabeza y la echó a un lado.
Julie
le apartó la camisola, se inclinó y chupó uno de sus ansiosos pezones. Caroline
clavó las uñas en su espalda, ahogando un gemido que pareció resonar por todo
su ser, desbaratando el poco control que le quedaba. Sin apartar los labios ni
variar el ritmo de su lengua, Julie la aferró por las nalgas y la levantó.
Caroline
le rodeó las caderas con las piernas y hundió los dedos en su pelo, acercándola
más. Se meció contra ella y el calor que emanaba de su cuerpo bien dispuesto
traspasó la ropa de Julie, llevándola al borde de la locura. Caroline abrió
completamente la blusa de Julie y tocó sus firmes pechos, mientras la lengua de
ésta entraba y salía de la boca de la rubia frenéticamente. Julie bajo una de
sus manos hasta la anhelante humedad de la pequeña mujer. Un segundo después,
estaba dentro de ella, entrando de una embestida al acogedor interior de su
húmedo cuerpo. La penetró hasta el fondo y, por un momento, el mundo se detuvo.
Caroline la miró a los ojos, pero ella no se movió. Lo único que se oía eran
los jadeos de la respiración entrecortada de ambas y el crepitar del fuego.
Ella
le acarició entonces la cara con mano temblorosa, y Julie cerró los ojos al
sentir la caricia de su suave piel contra su fuerte mandíbula.
—Julie
—susurró con voz tan queda que ella apenas podía oírla. Tenía el rostro tenso,
expectante. Ahuecó la mano contra su mejilla—. Te necesito.
La
miró y el íntimo momento cesó cuando aplastó la boca contra la suya, echó las
caderas hacia adelante para ayudar a su mano y arremetió, empujándola contra la
puerta. Ella ahogó un gemido satisfecho al sentirla de aquel modo en su
interior, llenándola, acariciándola por dentro con sus largas y potentes
embestidas.
La
creciente ola de placer empezó a propagarse por todo su cuerpo, concentrándose
en una insistente pulsación entre sus piernas. Cada vez que Julie empujaba, el
anhelo de ella crecía. Una apremiante necesidad de culminar que parecía incapaz
de controlar. Hasta que, al final, se arqueó y alcanzó el clímax.
Experimentó
una explosión de sensaciones mientras su cuerpo se arqueaba descontroladamente.
Se aferró a los hombros de Julie, esforzándose por aguantar en la cima del
placer un poco más, hasta que se le nubló la vista y sus extremidades se
convulsionaron violentamente.
Julie
sujetó con firmeza el cuerpo de Caroline, el cuello tenso, a punto de alcanzar
también el placer, y, con un gruñido salvaje, la besó y su cuerpo tembló cuando
su humedad se escurría entre sus piernas de haber llegado a un potente orgasmo.
Al
cabo de unos segundos, se relajó, y apoyó la frente en el hueco que formaba el
hombro y el cuello de Caroline. Ésta le acarició el cabello húmedo que caía muy
sexi sobre su frente, incapaz de reprimir un estremecimiento cuando Julie le
besó apasionadamente la garganta.
—Dios
mío —gimió mientras la dejaba lentamente en el suelo, los ojos azules oscuros
fijos en los suyos verdes—. No me harto de ti.
Bajó
la cabeza y Caroline cerró los ojos y se entregó a sus labios una vez más.
Según
lo que habían acordado, la promesa hecha por ambas de no mezclar amor y riesgo,
era más que probable que aquellos momentos de pasión fueran lo único que
compartieran. Y aunque ella sabía que era necesario marcar esos límites, no
pudo evitar sentir un aguijonazo de dolor que jamás admitiría ante nadie.
CAPÍTULO
14
El
sol poniente se fue mezclando con las sombras de la noche. La única luz en el
dormitorio de Julie era la del fuego casi extinto del hogar, que de vez en
cuando lanzaba brillantes destellos sobre la cama en la que Caroline yacía
entre sus brazos. Suspiró mientras la acariciaba.
Se
sentía saciada y tranquila, con una serenidad que no había experimentado en
muchos meses. No quería moverse, no quería hablar, no quería pensar. Pero tenía
que hacerlo. La paz que había encontrado en casa de Julie.
—¿Qué
ocurre? —preguntó la morena.
Caroline
dio un respingo y giró la cabeza para mirarla. Estaba recostada sobre las
almohadas, contemplándola. ¿Cómo podía saber que le preocupaba algo? ¿Cómo
podía haber desarrollado en tan poco tiempo aquella sintonía con sus
necesidades y sus emociones? Se le antojó aterrador. Nadie, y desde luego
ningún hombre, se había acercado tanto a ella. Mucho menos una mujer. Ni
siquiera sus amigas.
Entrelazó
los dedos con los de ella, y observó el efecto. La mano de Julie era mucho más
grande que la suya, con la piel morena por el tiempo que pasaba al aire libre
sin guantes, y aun así parecían encajar a la perfección.
—¿Caroline?
Ella
tragó el nudo que se le había formado en la garganta y desechó esos
perturbadores pensamientos. Lo que estaba a punto de decir destruiría el clima
distendido.
—Ahora
entiendo tus reparos a que me arriesgue —comenzó, eligiendo las palabras con
cuidado.
Estudió
detenidamente su expresión mientras hablaba y captó el estremecimiento apenas
perceptible de su cuerpo antes de que pudiera ocultar su reacción. El alma se
le cayó a los pies. Estaba utilizando las tácticas del disimulo con ella.
—¿Y?
—la instó en tono engañosamente calmado.
—Agradezco
tu franqueza acerca de un episodio de tu vida que, obviamente, te resulta
doloroso y difícil. —Recorrió con los dedos su mandíbula, complacida al ver que
la caricia suavizaba su expresión—. Julie, sé que las heridas del pasado pueden
ser muy profundas.
Era
verdad, lo sabía muy bien.
—Sin
embargo —prosiguió—, eso no cambia el hecho de que estamos investigando una
conspiración contra el príncipe regente, posiblemente para matarlo. No podemos
permitir que nuestros miedos o nuestra historia nos impidan cumplir con nuestra
obligación. Porque, si lo hacemos, nos estaremos mostrando tan incapaces de
llevar a cabo nuestro trabajo como nuestros respectivos superiores creen.
Julie
soltó un largo suspiro de impaciencia y frustración. Echó hacia atrás la cabeza
y se quedó mirando el dosel de la cama durante tanto tiempo que ella empezó a
preguntarse si se habría quedado dormida. Hasta que soltó un imprecación entre
dientes.
—¡Sé
que tienes razón, pero maldita sea, Caroline! ¿Tengo que sentarme y ver cómo te
pones en peligro? ¿Cómo te disparan otra vez? ¿He de ver cómo mueres? Juré que
no volvería a poner a ninguna otra mujer en esa situación.
Ella
apartó las sábanas y se bajó de la cama con idéntica sensación de frustración.
Agarró la primera prenda que encontró, la bata de Julie, y se envolvió en ella,
arrastrándola por el suelo mientras recorría arriba y abajo la habitación.
—¿Por
qué das por hecho que ocurrirán esas cosas?
—He
visto lo que es capaz de hacer un hombre como Cullen Leary y... —comenzó,
incorporándose en la cama para observar su inquieto ir y venir.
—¿Y
crees que yo no? —la atajó ella, volviéndose bruscamente hacia la morena, con
una mano levantada mientras con la otra se sujetaba la bata—. Por todos los santos,
Julie, que no empecé ayer en esto. No es un capricho para entretenerme, como
bordar o montar a caballo. Es mi trabajo y he sido entrenada para ello, igual
que tú. He conocido a muchos criminales, he visto la muerte de cerca y he
experimentado el dolor. Creo que precisamente yo soy perfectamente consciente
de los peligros que entraña nuestra profesión.
Su
mano descendió hacia su costado en un acto reflejo y Julie hizo una mueca de
dolor al recordar el ataque. Caroline entendía ahora el porqué. Y también era
consciente de que tal vez no aceptara nunca que ella era capaz de cuidarse
sola. Otra razón más por la que nunca podrían tener nada, más allá de aquella
tórrida aventura.
Dejó
caer las manos a lo largo de los costados e intentó atemperar su tono.
—A
veces, una vida normal nos depara peligros tan terribles como los que nosotras
presenciamos en nuestro trabajo. Un paso mal dado en una calle concurrida,
adentrarse en un callejón oscuro, casarse con el hombre equivocado... todas
esas cosas puede causarnos dolor y muerte también. Como vemos que ocurre a
menudo. De modo que no voy a rehuir la vida que he elegido. Y no permitiré que
me protejas de ella como penitencia por lo que le sucedió a una mujer que ahora
está muerta.
Julie
se quedó mirándola largo rato, su rostro insondable a la mortecina luz del
fuego. Caroline aguardaba su respuesta, sintiendo que un peso tremendo le
oprimía el pecho. ¿Y si la rechazaba? ¿Y si, a pesar de lo que habían
compartido, no era capaz de dejar atrás sus escrúpulos y permitir que
participara en la investigación?
—Yo
no soy Davina, Julie —añadió con un susurro.
La
alta mujer dio un respingo y la miró. La miró fijamente.
—No
—dijo, al final, con voz queda—. No lo eres.
Ella
sintió que una punzada de dolor le atravesaba el pecho al oírla. Vale que había
sido quien la había provocado, pero oírselo decir en ese tono hizo que le
doliera el alma. Aquella mujer que había jurado no amar a nadie mientras
siguiera siendo espía, y que por simple deducción jamás amaría a una espía, y
menos a una con sus antecedentes, había sentido algo por Davina Russell.
Mientras
que de ella estaba dispuesta a tomar su cuerpo, pero nunca reclamaría su
corazón.
¡Ridículo!
¿Cómo podía estar celosa? Ella misma había fijado las bases de su aventura y ahora
no era capaz de ceñirse a ellas. No quería el amor de Julie.
—¿Cómo
fue tu matrimonio?
La
pregunta hizo que Caroline retrocediera con paso inseguro.
—¿Qué?
—Yo
te he contado lo de Davina —dijo Julie, sosteniéndole la mirada—. Háblame tú
ahora de Seth Redgrave.
Tragó
con dificultad. Le estaba pidiendo que le hablara de lo que más le dolía. No
podía hacerlo.
—¿Por...
por qué ahora?
Julie
ladeó la cabeza ante su tono agudo y brusco, y su semblante horrorizado.
Caroline no pudo por menos de maldecirse por aquel estallido emocional.
—Has
dicho que un matrimonio desafortunado puede ser para una mujer una amenaza tan
grande como la profesión de espía —explicó, observándola sin hacer ademán de
salir de la cama y acercársele. Caroline se alegró de esto último—. Y me ha
parecido que era un comentario personal, por eso me pregunto qué ocurrió en tu
matrimonio para llevarte a hacer semejante comparación.
Ella
cerró los ojos, borrando su imagen con la misma facilidad con que deseó poder
borrar los recuerdos evocados por sus palabras. Se pertrechó frente al dolor y,
cuando abrió los ojos, se sentía ya capaz de restarle importancia al hecho.
—Estás
intentando cambiar de tema —dijo, complacida con su tono sereno y firme—. Y no
te lo pienso permitir. Estamos discutiendo sobre mi capacidad como espía y
sobre nuestra posibilidad de trabajar juntas. ¿Qué tienes que decir al
respecto?
Julie
apretó los labios con desagrado y Caroline pudo ver cómo se debatía entre
continuar presionándola para que le hablara de su pasado o dejarlo correr. Vio
con alivio que se decantaba por lo segundo. Aun así, el destello de interés no
desapareció de sus ojos y ella supo, sin ningún género de duda, que volvería a
la carga sobre su difunto esposo y la vida que había llevado antes de entrar al
servicio de lady M. La próxima vez que lo intentara, tendría que estar
preparada.
Julie
dejó escapar un suspiro.
—Esta
mañana he recibido información sobre Cullen Leary. Tiene una habitación en la
casa de huéspedes que hay junto a El Poni Azul.
Caroline
sintió un tremendo alivio, aún mayor al pensar en lo que aquello significaba:
que estaba dispuesta a que trabajaran juntas, pese a sus reparos acerca del
riesgo.
—Entonces
deberíamos registrarla, a ver si encontramos pruebas o alguna pista. Sería
mejor que acercarnos a Leary directamente, así evitaríamos enfrentarnos con él
y tal vez consiguiéramos descubrir lo que necesitamos.
La
morena se relajó visiblemente ante su capitulación.
—Si
Leary se ciñe a sus planes, tiene previsto estar fuera casi toda la noche de
mañana. Sería el momento ideal de hacerlo.
Caroline
se acercó a la cama y le tendió la mano. Julie la cogió y se la llevó a los
labios. Habían firmado una tregua por el momento, aunque ella mucho se temía
que no duraría demasiado, teniendo en cuenta todas las barreras que se alzaban
entre las dos.
—No
tienes que preocuparte por mí, Julie —dijo con voz queda—. Confío en que mañana
te des cuenta por ti misma.
Julie
no respondió, sino que tiró de ella ahuecando la mano contra su nuca, y la besó
en los labios.
*************************************
Los
hombros de Julie se movían bajo su abrigo mientras manipulaba la endeble cerradura
de la habitación de Cullen Leary. Caroline observaba su expresión concentrada a
la luz de la vela con que iluminaban el oscuro corredor, consciente de su
tremenda motivación. Por el momento, aquella investigación era lo más
importante para la morena.
Cuando
era capaz de olvidarse de sus sentimientos hacia Davina Russell y de centrarse
en el caso, en vez de en la integridad física de Caroline, Julie era una espía
con verdadero talento.
Davina
Russell. Caroline frunció el cejo. ¿Por qué ese nombre le provocaba semejante
ataque de celos? Había intentado ignorar su reacción, luego había tratado de
justificarla y después había intentado desecharla por completo, pero cuando se
fue de la casa de Julie, al despuntar el alba, el sentimiento no había hecho más
que aumentar. Se había quedado dormida pensando en la otra mujer y se había
despertado pensando en ella.
Y
eso no era nada comparado con el conflicto emocional que le había provocado
Julie al preguntarle por su matrimonio. Pensar en Seth Redgrave la desgarraba
por dentro. Y aun así casi lamentaba no haberle contado la verdad acerca de su
infeliz matrimonio, no haberle desnudado el alma, igual que había hecho ella
contándole lo de Davina. Aunque sólo hubiera sido para observar su reacción
ante los dolorosos hechos que desconocía sobre ella, que nunca podría conocer.
¿Le
habría dicho que sus miedos eran fundados? ¿O la habría sorprendido, como
parecía hacer siempre? Ya no lo sabría.
—Un
poco a la izquierda, por favor —murmuró Julie.
Ella
dio un respingo y se concentró en alumbrarla, apartando de un manotazo mental
unos recuerdos que mejor sería olvidar y unos celos que más le valía ignorar.
—¡Ajá!
—exclamó Julie, mirándola de soslayo—. Ya está.
El
pestillo se soltó y la alta mujer se guardó la ganzúa abriendo la puerta. La
hizo entrar antes de hacerlo también ella, cerrar y echar el pestillo
nuevamente por dentro.
Caroline
levantó la luz, proyectando un tenue resplandor alrededor de la pequeña
estancia. Se trataba de una habitación de lo más sobria. En un rincón había una
cama pequeña e incómoda, con una pequeña mesilla al lado. En el otro extremo,
había una silla y un pequeño escritorio, que al parecer Leary también utilizaba
para comer, a juzgar por los platos vacíos amontonados en una esquina del mismo.
Un
cuarto anodino de no ser por los papeles, montones de ellos, desplegados por
todas partes. Junto a la cama, apilados en la mesa, al lado de los platos
sucios, e incluso debajo de la silla.
Julie
dejó escapar una maldición con la que Caroline estuvo totalmente de acuerdo.
—No
encontraremos nada en este caos —gruñó.
Ella
se acercó al escritorio y posó la vela con cuidado para no provocar un
incendio.
—Tonterías.
Si Leary está tramando algo, lo lógico es que revise aquí los detalles.
Mientras come, probablemente. —Hizo un gesto hacia los platos—. Yo digo que
empecemos por estos papeles de aquí.
A
pesar de la tenue iluminación, vio que Julie enarcaba una ceja.
—Probablemente
tengas razón. Vamos.
Cogió
uno de los montones y Caroline el otro. Revisaron todas las hojas de papel sin
encontrar nada importante. Había facturas de acreedores mezcladas con cartas
que la hermana del hombre le enviaba desde Irlanda e historias obscenas
impresas en papel barato con tinta un tanto corrida. Nada que llamara
especialmente la atención.
Estaban
de pie, una al lado de la otra, para así compartir la luz. Caroline percibió el
calor que emanaba el cuerpo de Julie y, por alguna razón, eso hizo que se
sintiera más segura, como si el miedo que la había estado persiguiendo en los
últimos meses se hubiera desvanecido un poco.
Frunció
el cejo. No podía permitirse distraerse.
—Aquí
está —exclamó Julie en un susurro teñido de excitación, mientras sostenía una
carta escrita en una hoja de papel grueso—. Esto podría ser algo.
Caroline
se inclinó para verla mejor, pero lo único que distinguió fueron palabras
sueltas.
—¿Crees
que está escrita en clave? —preguntó Julie en voz baja.
Ella
examinó el texto, pero no logró detectar un patrón.
—No
es fácil saberlo. A Anastasia es a la que mejor se le da lo de descifrar
claves. Pero sí puedo decir que se trata de una caligrafía clara y pulcra. No
se parece a las demás cartas escritas por Leary. —Levantó una a medio terminar
dirigida a su familia. Era casi ilegible, tanto por la caligrafía como por el
contenido.
—Tienes
razón —musitó Julie—. Ésta es la caligrafía de un hombre instruido.
Reflexionó
un momento y después hizo un gesto hacia la pelliza de Caroline.
—Guárdalo.
Ella
vaciló un instante.
—¿Y
si Leary lo echa en falta?
Julie
miró alrededor, frunciendo el cejo con escepticismo.
—No
sé cómo va a darse cuenta, con todo este lío. Y, aunque así fuera, no sabrá
quién se la ha llevado. Y es la única pista que tenemos. Vamos, guárdala.
Caroline
plegó el papel y se lo metió en el bolsillo. Levantó a continuación la vela y
se disponía a coger el montón de papeles que había debajo de la silla cuando la
puerta vibró. Alguien trataba de entrar. Caroline se quedó paralizada y lanzó
una fugaz mirada hacia Julie.
—Apágala
—susurró ésta con voz áspera mientras se colocaba delante de ella,
protegiéndola con su cuerpo—. Y ve junto a la ventana.
Ella
no se lo discutió. Aunque notaba una opresión en el pecho y le costaba
respirar, consiguió apagar la vela de un soplido. Con piernas temblorosas,
cruzó la estancia y abrió la ventana. Una gélida corriente de aire le heló la
piel, pero no se dio cuenta del frío. La puerta se movió más y de pronto oyeron
una estentórea voz desde el otro lado de la misma:
—¡Maldita
llave!
Era
Cullen Leary. Caroline alargó la mano y clavó los dedos en el brazo de Julie.
—Por...
por favor —balbuceó, furiosa por el terror que denotaba su voz—. Tenemos que
irnos.
Ella
negó con la cabeza, con una expresión furiosa y distante que la horrorizó. La
espía sosegada había desaparecido para ser remplazada por una guerrera
encolerizada que había visto en El Poni Azul.
—Lo
quiero.
—No
—murmuró Caroline, tirando de ella—. No podemos enfrentarnos. Aquí no. Así no.
Por favor, por favor, Julie, ven conmigo.
Se
produjo un segundo de vacilación, pero al final se dejó llevar hacia la
ventana. Caroline miró hacia abajo. No estaba demasiado alto, y había un amplio
toldo abierto menos de un metro por debajo de ellas. Podían dejarse caer sobre
él y desde allí saltar a la calle. Tenía ya un pie en el alféizar cuando la
puerta se abrió inundando la habitación de la luz amarillenta del corredor.
Leary
entró dando tumbos. Era obvio que se había pasado con la bebida. Se dio la
vuelta para cerrar la puerta, pero entonces algo le llamó la atención y volvió
la cabeza en dirección a ellas.
—¿Qué
demonios...? —bramó.
Fue
como si el tiempo se ralentizara. Julie adoptó una postura defensiva mientras
Leary atravesaba la habitación como un toro rabioso. Caroline sofocó un grito
al ver que echaba el brazo hacia atrás y luego le lanzaba un puñetazo a Julie.
Ésta se agarró a sus brazos y los dos retrocedieron dando tumbos, rompiendo la
mesa.
—¡Huye!
—le gritó Julie mientras peleaba con Leary.
Éste
le lanzó un rodillazo al estómago y esta vez Caroline no pudo sofocar un grito.
El
abrumador terror que le había nublado la mente al ver entrar al hombre en la habitación
se despejó cuando vio a Julie doblada por la mitad, intentando recuperar el
aliento. Se sintió con fuerzas renovadas para volver a entrar en la habitación
y buscar algo con que distraer a Leary y darle ocasión de que se recuperase.
Pero antes de que le diera tiempo a hacer nada, Leary y Julie se impactaron
contra ella dándose puñetazos.
El
choque la dejó sin aire en los pulmones. Abrió la boca para inspirar el frío
aire de la noche, y entonces se cayó por la ventana.
CAPÍTULO
15
Julie
se lanzó hacia la ventana, olvidándose de Leary mientras observaba,
horrorizada, cómo Caroline se precipitaba por el alféizar. Le agarró una mano,
pero se le resbaló.
—¡No!
—gritó, agarrándose al marco. La vio rebotar en una lona que había más abajo y
desde allí caer al duro suelo de la calle, donde se quedó inmóvil.
Se
quedó mirando, completamente aturdida por unos instantes, para sentir de
repente como si le arrancaran el corazón. Tuvo náuseas. ¿Estaba... muerta? ¿La
había perdido?
La
carcajada de Leary atrajo nuevamente su atención hacia el gigante borracho. Se
dio la vuelta justo a tiempo de ver la mano del hombre en dirección a ella,
pero esa vez empuñaba un cuchillo entre sus grandes y sucios dedos. Julie hizo
una finta, esquivando la cuchillada dirigida a su corazón, pero no pudo evitar
que la hoja le rozara el hombro, traspasando la tela del abrigo y cortándole la
piel.
Sin
hacer caso del dolor, lanzó un nuevo puñetazo que acertó de lleno en la
mandíbula de su contrincante, que retrocedió dando tumbos debido a su estado de
embriaguez, incapaz de bloquear el siguiente puñetazo contra su mentón. Se
tambaleó, puso los ojos en blanco y se derrumbó contra la mesilla, lanzando
papeles y astillas por toda la habitación. Luego se quedó inmóvil.
Julie
se dirigió hacia él, cegada por la ira y el deseo de acabar con lo que había
empezado. Deseo de destruirlo. De mutilarlo. De matarlo incluso. Pero una voz
dentro de ella, la voz de la razón que no se había dejado oír a lo largo del
último año, le gritó que fuera a ocuparse de Caroline. Y, por una vez, esa voz
pudo más que la furia desbocada. Corrió hacia la puerta abierta, pasando entre
los huéspedes atónitos.
Tuvo
la impresión de que tardaba una eternidad en llegar a la calle, aunque en
realidad no fueron más de unos pocos segundos. Lo que vio mientras salía
volando por la puerta le causó una emoción y un dolor inmensos.
Caroline
yacía aún sobre los adoquines, inmóvil. Se le acercó corriendo y se arrodilló a
su lado, palpándola para comprobar si tenía huesos rotos. Tras comprobar que no
había ninguna fractura, la cogió en brazos y la estrechó contra su pecho,
torturada por la visión de los ojos sin vida de Davina.
—Por
favor, Caroline —murmuró contra su fragante cabello dorado—. Por favor.
—Julie
—gimoteó ella, agarrándose a las solapas de su abrigo—. Lady M. Debemos
contárselo a lady M...
Continuó
mascullando palabras inconexas con voz débil, pero a la morena no le importaba.
Estaba viva. La estrechó aún con más fuerza y corrió con ella en brazos al
carruaje que las aguardaba a la entrada de un oscuro callejón. Tenía que
llevarla a algún lugar donde estuviera a salvo. A algún sitio cercano.
Pensó
en lo que Caroline acababa de decir de lady M, y eso le dio una idea. Tras
hablar con su cochero, subió al vehículo con ella en brazos, rogando por que
llegaran a tiempo y sus heridas no fueran graves.
—Julie
—masculló con voz más clara—. ¿Julie?
Ella
le apartó el pelo de la cara con dulzura y notó la humedad de la sangre en los
dedos. Relegó el miedo al fondo de su mente y sonrió, confiada en que ella no
se percatara de su temor.
—Ya
ha pasado, amor —dijo con voz tranquilizadora—. Estás bien. Te vas a poner
bien.
—¿Adónde...
vamos? —preguntó con evidente esfuerzo—. Leary...
—Chis.
Vamos a un lugar seguro —contestó Julie, mirando sus brillantes ojos verdes,
aún más brillantes debido al dolor—. Vamos a casa de mi madre.
Caroline intentó sostener la cabeza, pero las
náuseas y el mareo le hacían imposible cualquier cosa que no fuera apoyarse
contra el fuerte torso de Julie y confiar en no vomitarle encima. No recordaba
la caída. Sólo la pelea entre Julie y Cullen Leary y lo siguiente que sabía era
que estaba en el carruaje de Julie y todo le daba vueltas.
—¿Me
has dicho que vamos a casa de tu madre? —preguntó, concentrándose en el
semblante de la morena con la esperanza de que se le pasara el mareo.
Julie
asintió con torva expresión.
—Sí,
es el lugar seguro que nos queda más cerca. Llegaremos en unos minutos.
Caroline
se agarró a sus brazos esforzándose por aguantar.
—Y
Leary... ¿qué ha pasado con él? ¿Estás herida? Te ha...
Le
costaba mucho hablar.
—Caroline,
cálmate, por favor. No estoy herida, al contrario que tú —contestó, rozándole
la sien con los labios.
Ella
esbozó una mueca de dolor.
—Pero...
Ella
negó con el cejo fruncido.
—Ya
hablaremos después. Cuando te haya visto el médico.
El
carruaje se detuvo de golpe y Caroline gimió. Le dolía mucho la cabeza. Hacía
tiempo que no recibía una herida ahí y se había olvidado ya de lo dolorosa que
eran.
Julie
la sacó del carruaje en brazos, como si no pesara nada. Cuando se volvió hacia
la casa, Caroline se apoyó contra su hombro con un suspiro. No le quedaban
fuerzas para discutir. Julie la cuidaría. Podía confiar en ella.
—¿Y
si nos ve alguien? —preguntó con voz ronca, intentando ver dónde estaban.
—Estamos
en la parte de atrás —explicó Julie—. Y ahora, por favor, no hables más.
Descansa.
Ella
le hizo caso, sobre todo porque se sentía demasiado mal como para pensar, pero
mantuvo los ojos abiertos. Captó algo por el rabillo del ojo, mientras Julie
abría la verja. Era un carruaje que doblaba la esquina.
¿No
era...? No, debían de ser imaginaciones suyas. El coche se parecía al
desvencijado vehículo que llevaba Charlie. Ana, Meredith y ella no dejaban de
tomarle el pelo sobre el ruido que hacía la portezuela rota. Pero él afirmaba
estar demasiado ocupado como para mandarla arreglar. Estaba segura de que
acababa de ver aquella puerta torcida, acompañada del conocido traqueteo.
Pero
no podía ser. Su cabeza confusa le estaba gastando malas pasadas. Quería ver a
Charlie porque estaba herida y deseaba que el hombre al que quería como a un
padre estuviera allí para reconfortarla. Tenía que estar equivocada, porque qué
iba a hacer Charlie en casa de lady Westfield a aquellas horas de la noche.
Seguro que ni siquiera se conocían.
Julie
redistribuyó su peso entre los brazos para poder llamar a la puerta. Caroline
se sorprendió de que abrieran de forma inmediata. Y Julie pareció aún más
sorprendida al ver que quien lo hacía era su madre.
—¿Se
te ha olvidado...? —Lady Westfield se interrumpió y ahogó una exclamación—.
¡Dios mío, Julie! ¿A quién... es ésta lady Allington?
—Está
herida —explicó ella, y la mujer se apartó para dejarlas entrar en la
confortable cocina—. Y necesita un médico.
Caroline
intentó levantar la cabeza y tranquilizar a lady Westfield, pero lo único que
consiguió con ello fue que la cabeza le doliera aún más. Todo se volvió negro
y, apoyándose en el cálido pecho de Julie, se rindió.
—Siéntate, cariño. Me estás mareando.
Julie
se detuvo en seco y se volvió a mirar a su madre. Estaba sentada en el sofá,
tomándose un té con toda la tranquilidad del mundo, como si todas las noches
llegara con mujeres inconscientes, heridas en la cabeza.
—Lo
lamento, madre —contestó, cogiéndose las manos a la espalda y obligándose a
detenerse—. Soy consciente de que todo esto debe de resultarte inquietante. No
habría venido si hubiera tenido otra alternativa.
Lady
Westfield tomó un sorbo de té y, a continuación, dejó la taza en la mesita y
soltó un leve resoplido.
—No
te preocupes por eso. ¿Cómo creías que iba a reaccionar, Julie? ¿Esperabas que
me hubiera desmayado en el suelo del salón? Las mujeres Westfield, tanto las
nacidas en el seno de la familia como las que llegan a ella por matrimonio,
somos duras de pelar. Y tú más que nadie debería saberlo.
Ella
negó con la cabeza mientras una leve sonrisa se abría paso entre sus labios por
primera vez desde que llegara con Caroline. Sólo su madre era capaz de
comportarse como si aquella situación fuera lo más normal del mundo.
—Eso
no quiere decir que no tenga preguntas —continuó la mujer—. Pero quizá no estés
de humor para hablar de ello ahora, sintiéndote tan preocupada por lady
Allington.
Julie
volvió la cabeza con brusquedad y la miró. Ella respondió arqueando una ceja
desafiante y ella se cruzó de brazos.
—Está
herida. Por supuesto que estoy preocupada. —Pero era mucho más que eso. Alargó
el cuello en dirección a la galería y a la escalera—. ¿Por qué demonios tarda
tanto el médico?
—Tú
misma has dicho que el doctor Wexler es uno de los mejores del país, Julie.
Deja que haga su trabajo. Y, además, no lleva tanto tiempo ahí arriba.
La
morena reprimió una imprecación mientras se dejaba caer en un sillón, frente a
su madre. Si supiera la verdad. Que el doctor Adam Wexler era el médico oficial
de los espías de su majestad. Y que, a juzgar por su reacción al ver a
Caroline, no era la primera vez que la veía. Probablemente la hubiera atendido
cuando le dispararon.
Julie
hizo una mueca de contrariedad al recordar la ternura con que había tomado la
mano de Caroline. Y la forma en que ella había pronunciado el nombre del médico
con un susurro antes de que éste le ordenara a ella que saliera de la
habitación y cerrara la puerta. Hacía que le hirviera la sangre, lo mismo que
saber que Caroline estaba arriba, sufriendo, mientras ella tenía que quedarse
allí abajo, sin poder hacer nada.
—Dime,
¿qué hacíais Caroline y tú juntas a estas horas? —preguntó lady Westfield,
penetrando en sus turbios pensamientos con su tono mordaz.
Julie
hizo otra mueca. Maldición. Aún no tenía una buena respuesta. Estaba tan
preocupada que no había tenido tiempo de pensar en una excusa verosímil. Y su
madre la miraba con gran atención. Se devanó los sesos durante un buen rato,
pero no podía ver más que el rostro pálido de Caroline y su rictus de dolor, su
cuerpo inconsciente sobre los adoquines.
Se
quedó en silencio.
La
mujer se puso en pie y se acercó a ella.
—Julie,
¿hay algo entre lady Allington y tú?
Ella
se dio la vuelta. Las imágenes que llenaban su mente habían cambiado por
completo. En ese momento, se veía encima de Caroline, escuchando sus suaves
gemidos de placer, y recordaba lo delicioso que era tenerla en sus brazos. Pero
también rememoró su risa, su aguda inteligencia, su sensualidad.
¿Y
si no volvía a experimentar ninguna de esas cosas?
—Porque
sabes que, si así fuera, tienes mi aprobación —continuó su madre,
sorprendiéndola al sentarse a su lado. Tan ensimismada estaba en sus
pensamientos que no se había percatado de que se hubiera movido—. Me gusta lady
Allington, Julie. Y, a juzgar por la preocupación que veo en tu rostro y la
angustia de tus ojos, es evidente que te importa mucho.
Sostuvo
la mirada de su madre largo rato. La estaba llevando a analizar sus
sentimientos con la misma meticulosidad con que se enfrentaría a un caso. Lo
que sintió al ver a Caroline caer por la ventana, su alegría cuando se dio
cuenta de que estaba viva... detalles iban más allá de la mera amistad. ¿Sería
una consecuencia del poderoso deseo mutuo que sentían?
Abrió
la boca para responder cuando el doctor Wexler entró en la estancia,
limpiándose las manos con un paño.
Julie
se olvidó de todo y se acercó a él.
—¿Cómo
está?
El
médico entornó los ojos, mirándola con una expresión acusadora que no hacía más
que reflejar la propia sensación de culpa. Aun así, su silencio la enfureció
tanto que necesitó de todo su autocontrol para no agarrarlo por la pechera y
zarandearlo.
—Ahora
está descansando —contestó Wexler dirigiendo una fugaz mirada a la madre de
Julie. Ésta controló su mal genio para no preocuparla. Si el médico y ella
hubieran estado a solas... Julie estaba segura de que estaría más que dispuesta
a emprenderlo a puñetazos—. Ha recibido un fuerte golpe en la cabeza y está un
poco magullada, pero por lo demás está bien.
El
alivio se apoderó de la morena. Estaba bien. Gracias a Dios.
—Quiero
verla.
No
estaba pidiendo permiso. De hecho, se dirigía ya a la escalera mientras lo
decía, pero Wexler la agarró del brazo con sorprendente fuerza.
—Necesita
descansar —explicó con voz amenazadora, mientras Julie se zafaba de un tirón—.
Necesita que la dejen en paz. Y tú necesitas que te eche un vistazo. He visto
que tenías el abrigo desgarrado.
Julie
se volvió al oír el gemido preocupado de su madre. No quería que se diera
cuenta. No era más que un rasguño.
—Subiré
a ver a Caroline antes de nada —replicó. Y a continuación se volvió hacia lady
Westfield con una sonrisa tranquilizadora y le dijo—: Estoy bien, bien, te lo
prometo. Dejaré que el «buen» doctor me examine en cuanto vea cómo está lady
Allington.
La
mujer vaciló un instante y Julie casi vio la protesta formándose en sus labios,
pero al final no dijo nada. En vez de eso, se dirigió a Adam Wexler y lo tomó
del brazo para que la acompañara al sofá.
—Venga,
doctor. Estoy segura de que mi hija no le robará demasiado tiempo de descanso a
lady Allington. Por favor, tome un té conmigo mientras esperamos a que vuelva.
El
médico apretó los labios, pero no discutió. Mientras subía corriendo la
escalera, oyó a su madre hablar con él, pero no le importaba lo que le
estuviera diciendo. Lo único que le importaba era Caroline. Verla. Tocarla.
Asegurarse de que estaba entera.
Por
el momento, eso era lo único que le importaba en el mundo.
La puerta se abrió con un crujido y Caroline
abrió los ojos, esperando ver a Adam, que volvía para seguir cuidándole. Cuando
vio que era Julie quien estaba en el umbral, llenando el vano de la puerta casi
por completo, se incorporó de un salto y la cabeza empezó a darle vueltas otra
vez.
—Maldita
sea —gimió, recostándose de nuevo.
La
alta mujer se acercó a la cama a toda prisa, con el rostro crispado en una
mueca de horror que ella no le había visto hasta el momento. Y también una
expresión rebosante de culpa. Se consideraba responsable de lo que había
pasado.
—¿Quieres
que avise al doctor Wexler? —le preguntó, cogiéndole la mano.
Ella
se estremeció al sentir la caricia de su piel, pero negó con la cabeza.
—No.
Si Adam vuelve, querrá hacer más comprobaciones y preguntas. Me ha costado un
mundo conseguir que se marchara.
Los
labios de Julie esbozaron una leve sonrisa y un destello de triunfo cruzó por
sus atractivas facciones. Caroline suspiró. Adam Wexler era un médico
brillante, pero nunca había sido capaz de ocultar sus sentimientos, sobre todo
en cuanto a ella. Era evidente que Julie se había percatado de esos
sentimientos y que le complacía ver que Caroline no le correspondía.
¿Por
qué presenciar el ataque de celos de una mujer a la que consideraba sólo una
buena amiga la hacía sentirse tan satisfecha? No lo sabía. Tal vez fuera una
consecuencia de la caída.
Julie
se sentó a un lado de la cama. Sus ojos azules buscaron los suyos, y le sostuvo
la mirada. No apartó la vista ni siquiera cuando se llevó sus magullados dedos
a los labios. Caroline se estremeció de nuevo.
—Julie...
—comenzó a decir débilmente, pero ella no la dejó continuar.
Sin
darle tiempo a terminar la frase, se inclinó hacia adelante, le enmarcó el
rostro con las manos con extrema ternura y posó su boca sobre la de ella.
La
había besado tantas veces que Caroline casi había perdido la cuenta. Con besos
que exigían, seducían, desbarataban sus defensas. Pero aquél era totalmente
distinto. Rebosante de contrición. Con el deseo presente, pero templado por
algo más. Y no estaba segura de si aferrarse a ello o salir huyendo.
Julie
no le dio elección. Fue ella quien se retiró. La miraba con expresión
arrebatada, el rostro a escasos centímetros del suyo, con la misma angustia que
había visto en sus ojos cuando le contó lo de Davina.
—Creía
que te había perdido —le susurró y se le quebró la voz—. Cuando he mirado por
la ventana y te he visto sobre los adoquines, he creído... —Se interrumpió
intentando encontrar las palabras, y Caroline se descubrió inclinándose hacia
adelante con expectación—. No he podido evitar recordar lo que le ocurrió a
Davina hace un año. Pensar que la historia se repetía.
Caroline
frunció el cejo y su dolor de cabeza se intensificó. De modo que esas emociones
tan intensas que veía reflejadas en su rostro tenían más que ver con sus
recuerdos que con ella. Más con la pérdida de Davina que con la suya. Eso la
hería profundamente.
Relegó
esos sentimientos al fondo de su mente. Tanto mejor. No quería que le cogiera
afecto.
—Julie
—dijo, tocándole el hombro para reconfortarla. Lo notó húmedo y, cuando apartó
la mano sorprendida, vio que la tenía manchada de sangre.
—Estás
herida —exclamó, ignorando la punzada de dolor de su cabeza cuando se incorporó
para observarla más de cerca. Tenía el abrigo roto.
La
morena la sujetó por los hombros y con delicadeza la instó a tumbarse.
—Es
sólo un rasguño.
—Tienes
que dejar que te vea Adam —insistió, con el corazón y la cabeza palpitándole a
un ritmo enloquecedor—. No dejes que se vaya sin curarte.
Ella
asintió.
—Lo
haré ahora mismo, te lo juro. Sólo quería ver primero cómo estabas tú.
Las
quejas murieron en los labios de Caroline al oír sus palabras.
—Oh.
Se
produjo un largo y tenso silencio entre las dos y, a la postre, Julie se
inclinó y le dio un beso en los labios.
—Más
adelante —le susurró al oído, con voz ronca—. Más adelante te demostraré lo
mucho que significa tu seguridad para mí. Pero ahora duerme.
Caroline
tragó con dificultad y la miró mientras salía de la habitación. Una vez a
solas, se quedó contemplando el techo. Julie seguía deseándola, aunque sólo
fuera eso. Sus últimas palabras encerraban una sensual promesa, y su cuerpo,
pese a las heridas, respondía a ella.
Pero
por alguna razón se le antojaba una promesa vacía.
Gimió.
¿Cómo iba a lograr conciliar el sueño con todos esos confusos sentimientos
dando vueltas en su cabeza, sabiendo que Julie dormía a unas puertas de
distancia?
Pero
se durmió. Se despertó sólo una vez y no vio a Julie, sino a la madre de ésta,
velando por ella.
CONTINUA ACÁ
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Me la e encontrado de casualidad... y me a justado mucho esta historia. Pero esta imcompleta.... para tomar clorox mmm
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