CAPÍTULO
11
Julie
estaba hecha un lío. No se veía capaz de asimilar toda la información con que
la estaba bombardeando, ni de responder con coherencia a su petición.
Caroline.
Dios bendito, Caroline era la mujer a la que le había hecho el amor. La que había
vuelto su mundo del revés en cuestión de horas. Y resultaba que también era
espía.
Esa
última idea empezó a abrirse paso entre todas las demás. Era una espía. Meses
atrás fue atacada y estuvo a punto de morir. Y dos noches atrás había corrido
el mismo peligro a manos de Cullen Leary. Julie sabía perfectamente que ese
matón no habría mostrado piedad porque fuera una mujer.
De
hecho, si la hubiera atrapado, habría disfrutado mucho torturándola antes de
matarla.
Julie
abrió y cerró los puños varias veces al pensar en ello y en los recuerdos que
le venían a la mente: imágenes del cuerpo desmadejado de Davina, de sus ojos
sin vida. Había jurado que no volvería a permitir que una mujer le importara
tanto que pudiera ponerla en peligro. Que se mantendría alejada de ellas para
evitar exponerlas a la arriesgada vida que llevaba. Pero Caroline llevaba el
mismo tipo de vida. Azarosa y con riesgo de morir en cualquier momento. La idea
hizo que se le revolviera el estómago.
—¿Julie?
—La voz de Caroline le llegó desde muy lejos, traspasando la neblina de sus
recuerdos e impregnada de preocupación.
Avanzó
y la sujetó por los brazos, sin darle ocasión de retroceder. Demostró así lo
que quería decirle sin necesidad de pronunciar una sola palabra. Tal vez la
rubia fuera lo que decía ser, pero no había podido escapar de ella.
—¿Cómo
puedes correr tantos riesgos? —le preguntó, jadeante—. Dime. Sobre todo después
del ataque que sufriste. ¿Cómo puedes pedirme que trabaje contigo en un caso en
el que está involucrado un ser tan vil como Cullen Leary? ¿Cómo esperas que vea
cómo te pones en peligro? ¡No podré protegerte!
Caroline
entornó los ojos y entonces lo hizo. Fue tan súbito, tan rápido, que la cogió
por sorpresa. Levantó las manos por dentro de los brazos de ella, golpeándoselos
con tanta fuerza que le hizo daño en los hombros. Julie la soltó y Caroline la
agarró de las muñecas. Con un giro y un tirón, le retorció las manos al tiempo
que deslizaba los pies por debajo de los suyos.
Julie
se encontró de repente de espaldas en el suelo, con Caroline sentada a
horcajadas sobre ella.
—No
quiero tu protección —dijo, jadeante—. Quiero que me ayudes con la
investigación. No es lo mismo.
Julie
movió las caderas hacia un lado y, mientras ella se tambaleaba, aprovechó y se
lanzó con toda su fuerza contra su cuerpo. Caroline rodó de espaldas con un
gruñido y ella se colocó encima.
Ella
arqueó la espalda, intentando descabalgarla, pero Julie se puso rígida y no se
lo permitió, a pesar de lo sorprendentemente fuerte que era Caroline. Ningún
contendiente había conseguido tirarla al suelo desde hacía meses, puede que un
año, mientras entrenaban. No pudo por menos de quedar impresionada con sus
habilidades en la lucha.
Pero
lo que más la distrajo fue la forma en que su cuerpo se movía debajo de ella.
Era cálido y suave. Después del encuentro en el sofá, seguía despeinada y con
la ropa revuelta. Lo ocurrido allí la había dejado frustrada y excitada.
Sentirla debajo despertó nuevamente su humedad, que no necesitaba demasiada
estimulación
Julie
la inmovilizó, pero se dio cuenta de que abría los ojos, sorprendida, cuando
sus erectos pezones resaltaban a través de su ropa.
—Ahí
fuera, todo puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos, Caroline —consiguió
decir con voz ronca.
Caroline
asintió, también sin aliento, y ella quiso pensar que no se debía al esfuerzo
físico.
—Lo
sé. Créeme cuando te digo que lo sé mejor que muchos.
—Entonces,
sabrás por qué no puedo trabajar contigo. —Bajó la cabeza hasta sentir su
cálido aliento en la piel. Quería fundirse con ella, aunque fuera exactamente
el tipo de mujer del que había jurado mantenerse alejada—. Dame la información
que tengas y con gusto llevaré yo a cabo la investigación.
Ella
levantó la cabeza, deseosa de recibir su beso, aunque sus ojos resplandecieran
de furia.
—Eso
no es posible. O trabajas conmigo o lo haré yo sola. Ésas son tus alternativas.
Julie
rodó hacia un lado.
—¡Maldición!
Caroline
no se inmutó ante el exabrupto, pero sí la observó con mirada impenetrable. Se
apoyó en ambos codos mientras ella se dejaba caer de espaldas, con un gruñido
de frustración.
—¿Y
si te denuncio? —le espetó, furiosa con ella por lo ansiosa que estaba de
ponerse en peligro, y furiosa consigo misma por la intensa reacción física de
su cuerpo.
Caroline
se encogió de hombros.
—Entonces,
las dos nos quedaremos sin caso y nos destinarán al trabajo de oficina, o, peor
aún, nos echarán.
Julie
se tapó los ojos con las manos. Maldita fuera por tener razón. Si la denunciaba
a sus superiores, la retirarían a ella del caso de inmediato. Si quería volver
al campo de acción y demostrar que estaba en plenas facultades para hacerlo,
sólo podría acudir a ellos cuando hubiera reunido las pruebas suficientes.
—Sabes
que tengo razón —dijo Caroline con un hilo de voz, seductora como la de una
sirena. Y ella no era más que un marinero desesperado, atraída por ella pese a
saber que nada bueno podía resultar de su colaboración.
Se
quitó la mano de los ojos y la miró. Tenía un aspecto delicioso a pesar de
estar tumbada en el suelo de su salón, apoyada sobre los codos, con el pelo
alborotado y el vestido torcido.
¿Qué
haría si volvían a amenazarla? Pensar en ello le hizo sentir una tremenda
presión en el pecho. Pero no tenía más remedio. Si no la ayudaba, ya le había
asegurado que lo haría sola.
—Sí,
tienes razón —admitió, mascullando luego otra imprecación—. Está bien. Uniremos
fuerzas. Es la única forma de demostrar que seguimos siendo agentes válidas. Y
la única de asegurarme de que no te pase nada.
La
expresión de Caroline se suavizó, sorprendida al oír esa última afirmación.
—Agradezco
que quieras protegerme, pero te advierto que soy perfectamente capaz de cuidar
de mí misma. Creo que te lo he demostrado hace un momento.
—Tal
vez —contestó la morena, negando con la cabeza—. Pero lo haré de todos modos.
La
rubia se mordió el labio inferior, atrayendo su atención hacia su boca. Se
moría de ganas de besarla. Aunque sabía que Caroline no se lo permitiría
teniendo en cuenta que iban a trabajar juntas. Hasta el más novato sabía que
juntar placer con obligación era una mezcla explosiva.
Julie
lo sabía. El problema era que la joven la estaba mirando como si le pareciera
tan irresistible como se lo parecía ella. Algo muy peligroso, pero también muy
erótico.
—Sabes
que... sabes que lo de la otra noche... significó algo para mí, ¿verdad?
—preguntó, poniéndose de rodillas y acercándose un poco más a la alta mujer.
Julie
se sentó en el suelo, observando sus seductores movimientos. Su humedad creció
aún más. Pensó en su pregunta y en la reacción de Caroline a sus caricias
aquella noche.
—Sí,
creo que sí.
—¿Significó...
significó algo para ti? —preguntó en un susurro.
Santo
Dios. ¿Es que no lo sabía? ¿No lo había sentido?
Tendió
la mano hacia ella aun sabiendo que no debería. Y se dio cuenta de que iba a
darle una respuesta sincera a pesar de que lo que tenía que hacer era
protegerse.
—Significó
mucho para mí.
El
profundo alivio que inundó los ojos de Caroline hizo que éstos brillaran más y
parecieran aún más hermosos de lo que eran normalmente. Casi le hacía daño
mirarlos, pero no podía apartar la vista.
—Entonces
quiero pedirte algo más. —Un atractivo rubor tiñó sus mejillas al decirlo—.
Otra cosa aparte de tu colaboración y la protección que me has ofrecido.
—¿De
qué se trata? —preguntó Julie, con la voz ronca de deseo.
Ella
levantó la mano y resiguió con un dedo la línea de su pómulo, su mentón, sus
labios. Necesitó de todo su autocontrol para no atraparle el dedo con la boca.
—Te
deseo —dijo, sosteniéndole la mirada sin vacilar—. Existe una atracción entre
nosotras que no había sentido en toda mi vida. Tal vez no sea tan fuerte para
ti, pero sé que tú también me deseas. Incluso ahora mismo.
Julie
asintió, demasiado atónita para responder.
—Y
no quiero dejarlo escapar. Normalmente, no suelo ceder a mis necesidades más
básicas de esta forma, pero desde la noche del disparo, no... —Se detuvo y la
morena se inclinó hacia ella.
—¿Qué?
—preguntó, con un hilo de voz.
Ella
tragó con dificultad el nudo que se le había formado en la garganta.
—Desde
entonces no me había vuelto a sentir viva, hasta la noche que pasé contigo. Me
hiciste olvidarme de todo y... y lo necesito. ¿Considerarás entonces...? —Se
detuvo y Julie estuvo a punto a aullar de frustración—. ¿Quieres que tengamos
una aventura mientras dure nuestra colaboración?
Caroline contuvo el aliento. Lo que acababa
de decir era muy atrevido, pero por dentro no se sentía tan atrevida. Admitir
que la deseaba la hacía vulnerable, y no estaba acostumbrada a sentirse así.
La
expresión de Julie no ayudaba. Se había quedado mirándola boquiabierta, como si
acabara de sugerirle que recorriera Mayfair desnuda o algo peor. ¿Tan
desagradable le parecía la sugerencia? No quería creerlo, especialmente después
de haber notado con toda claridad cómo la deseaba mientras forcejeaban en el
suelo. Y, aunque no hubiera sido así, antes de saber la verdad había estado a
punto de tomarla en el sofá. La conexión física que había entre ellas no podía
haberse desvanecido en tan poco tiempo.
—Caroline,
¿me lo estás pidiendo en serio? —preguntó con un hilo de voz.
Ella
asintió, echando los hombros hacia atrás, mientras intentaba mantener una
apariencia de control. No podía dejar que supiera que esa apremiante necesidad
la aterrorizaba, y más aún a esperar que la morena le diera una respuesta.
—No
soy el tipo de mujer que pediría algo así a la ligera —dijo, apretando los
puños—. Hablo totalmente en serio. He considerado las consecuencias y los
posibles problemas, y estoy dispuesta a correr el riesgo. ¿Lo estás tú?
Julie
apretó la mandíbula.
—Pero
tu reputación...
Caroline
se encogió de hombros.
—Soy
viuda. Siempre que seamos discretas, no sé por qué iba a ser más peligroso para
mi reputación que para la de muchas otras mujeres de mi clase social que buscan
placer fuera del matrimonio.
—¿Y
qué pasa con la posibilidad de que te señalen por el simple hecho de tener
juntas conmigo, de que crean que después de estar casada ahora te guste estar en
la cama de una mujer. ¿O es que siempre lo has hecho? —preguntó.
Ella
dio un respingo.
—Hay
maneras de evitar eso. —susurró. Estaba segura que en cuanto la vieran muy
seguido juntas, empezaría las murmuraciones, bueno hacía tiempo que no le
importaban ese tipo de cotilleos… Además si habían aceptado a Julie, porque no
lo de habrían hacer con ella.
—¿Es
que no me deseas? —preguntó, sosteniéndole la mirada aunque tuviera ganas de
apartarla—. Tu vacilación hace que me pregunte...
Julie
abrió mucho los ojos y le cogió los dedos con sus cálidas manos.
—Caroline,
sabes que te deseo. Creo que la tumultuosa atracción que ha surgido entre
nosotras, aunque inesperada, es más que evidente. Sólo temo que una aventura
pueda complicar nuestra asociación para trabajar en este caso. Y, una vez lo
cerremos, ¿qué significaría para nosotros?
Ella
retrocedió sorprendida al oír sus argumentos. Le estaba ofreciendo una aventura
amorosa, no le estaba pidiendo un compromiso formal. Cualquier cosa más allá de
una relación física estaba totalmente fuera de su alcance. Lo único que podía
hacer era confiar en que Julie siguiera haciendo que se sintiera viva, que
apaciguara sus miedos. Y, al final, la dejaría ir. La morena encontraría algún
día a la mujer apropiada y ella retomaría sus ocupaciones.
Carraspeó
antes de decir:
—Creo
que los sentimientos complican el sexo.
Pensó
en todas las turbulentas emociones que habían nublado su relación con su
esposo. Miedo, odio, rabia, anhelo... sentimientos que la habían atado,
imposibilitando que huyera, y a él le habían dado un enorme poder. Caroline se
había jurado que nunca volvería a darle a nadie semejante poder sobre ella.
Julie
asintió:
—Probablemente
tengas razón.
—No
hay motivo para que dejemos que nuestros sentimientos se mezclen con el sexo,
¿no te parece?
El
corazón le dio un vuelco, recordándole que ya había empezado a sentir algo por
aquella mujer. Por ejemplo, no había podido evitar las lágrimas ante la
posibilidad de que la odiara.
Desechó
esos pensamientos.
Julie
giró la cabeza.
—¿Tú
podrías?
Ella
apretó los labios convirtiéndolos en una delgada línea.
—¿Y
tú? No des por hecho que no soy capaz de controlar mis emociones. Formó parte
de mi entrenamiento, igual que del tuyo. Si decido no sentir nada más que
pasión, así será. Y me aseguraré de que así sea. ¿Puedes tú decir lo mismo?
Vio
algo en su mirada que le decía que sus palabras la habían defraudado.
—Sí,
soy capaz de separar los sentimientos de la lujuria. —Bajó los párpados como si
le pesaran una tonelada y centró la mirada en sus labios primero, para
continuar descendiendo después.
El
cuerpo de ella reaccionó como era de esperar. Notó el calor y la humedad entre
sus muslos, el palpitante anhelo.
—Te
deseo, Caroline. Me muero por tocarte, a pesar de que la parte racional de mí
insiste en que nada bueno puede resultar de eso.
Se
inclinó hacia la alta mujer, se apoyó en sus hombros y se puso de rodillas para
besarla.
—¿Es
eso un sí?
Julie
posó la boca sobre la suya en respuesta, pero no fue el beso apasionado que
Caroline esperaba. Tan sólo le rozó los labios, muy levemente al principio,
incrementando la presión poco a poco. Como si la estuviera saboreando,
alargando el beso para ver hasta dónde llegaba su control. Y el de ella.
—Sí,
Caroline. Que Dios se apiade de mí, pero sí —murmuró, apartando los labios.
—Ahora
—murmuró ella, atrayéndola hacia sí de nuevo.
—¿Ahora?
—Julie la miró a los ojos.
Ella
asintió.
—Ahora.
Julie
le levantó la cara poniendo un dedo debajo de su barbilla y soltó un gemido.
—De
acuerdo, ahora. Pero no aquí, en un salón donde podría entrar un sirviente en
cualquier momento. No en el suelo ni en un estrecho sofá. Y esta vez quiero
verte. Quiero verte entera, Caroline.
Ella
se estremeció. Mostrárselo todo a Julie era algo muy peligroso. No la asustaba
que viera su cuerpo. Lo que le daba miedo era enseñar lo que se ocultaba bajo
la superficie. Esas cosas que era más que capaz de revelar, a pesar de haber
prometido no mezclar los sentimientos en aquella aventura. Cosas que, sin duda,
la apartarían de ella, asqueada.
Pero
el deseo de tocarla era demasiado intenso para negarse.
—Arriba
—susurró, cogiéndola de la mano.
—¿Y
los sirvientes? —preguntó Julie mientras la seguía hasta la puerta y dejaba que
a
la
condujera escaleras arriba.
Ella
sonrió.
—Una
espía debe tener confianza ciega en sus empleados. Y yo la tengo en los míos.
Julie
no volvió a hacer más preguntas. De hecho, Caroline estaba muy sorprendida por
su silencio y aquiescencia mientras se dejaba guiar por la casa hasta el
dormitorio. Había esperado que hablara y le plantase exigencias a cada paso.
Pero en vez de eso esperó sin decir una sola palabra hasta que cerró la puerta
con la llave.
Pero
en cuanto lo hizo, su actitud cambió. Se lanzó sobre ella, aplastándola contra
la puerta mientras buscaba su boca. La llave cayó al suelo con un tintineo
cuando Caroline le rodeó los hombros con los brazos, aferrándose a ella como si
le fuera la vida en ello. La estaba besando y haciéndole sentir cosas
maravillosas, su lengua moviéndose en su boca en una erótica danza,
paladeándola, torturándola.
Y
sus manos, aquellas manos grandes pero muy femeninas, parecía que estuvieran
por todas partes, deslizándose por sus caderas, estrechándola contra sí,
ascendiendo por sus costados y haciéndola estremecer de expectación,
ahuecándose contra sus pechos y acariciando sus pezones con los pulgares hasta
dejarla ahíta de sensaciones.
Después
posó esas mismas manos hasta sus nalgas, levantándola como si no pesara nada.
Caroline separó las piernas y Julie se apretó contra su pubis, meciéndose
contra su cuerpo mientras la besaba.
Ella
empezó a quitarle la chaqueta, tirando de los botones e intentando bajársela
por los hombros, intento que le resultó frustrante, dada la escasa movilidad
que tenía en aquella postura, aplastada contra la puerta. Ya había conseguido
quitársela en parte y Julie le estaba levantando las faldas cuando, de pronto,
se detuvo.
La
miró con sus ojos azules oscuros, vidriosos de deseo. Caroline estaba segura de
que los suyos debían de tener el mismo aspecto.
—No.
—La dejó en el suelo—. Así no. Esta vez no.
Ella
sacudió la cabeza, confusa, absorbida por la palpitante necesidad que sentía en
todo el cuerpo, aunque se concentrara entre sus muslos.
—¡Julie!
Ella
le cogió la mano.
—Esta
vez más despacio.
El
alivio se apoderó de ella mientras se dirigía a trompicones hacia la cama,
deteniéndose obedientemente cuando la morena lo hizo.
—Tenemos
mucho tiempo para entregarnos.
Caroline
creyó que se le iban a doblar las rodillas de anhelo. Entregarse. Un escalofrío
le recorrió la espina dorsal. Ella no se había «entregado» a nadie desde hacía
años. Nunca se lo permitía.
Pero
deseaba intensamente hacerlo con Julie. En ese momento, mucho se temía que
fuera capaz de hacer casi cualquier cosa.
Sobre
todo cuando sus dedos empezaron a ascender por los botones de nácar que ya
había desabrochado una vez esa misma tarde. Esa segunda vez, cedieron entre sus
dedos con la misma facilidad y metió las manos por debajo del vestido para
acariciarle los hombros.
Buscó
su mirada con la suya, sus iris azules tan oscuros que podría jurar que le
estaba haciendo el amor con la mirada. Un deseo salvaje bullía bajo su
expresión y Caroline no pudo apartar la vista. No dejó de mirarla cuando su
vestido cayó al suelo en una nube de delicado tejido y Julie contuvo el
aliento.
—Tengo
que hacerte una confesión —susurró Julie, bajando la cabeza para posar un
apasionado beso en el punto donde se le unían la clavícula y el cuello.
—¿Más
confesiones? —Ella sofocó un gemido y se sujetó a sus brazos mientras Julie le
bajaba el tirante de la camisola con los dientes.
La
morena asintió mientras llevaba las manos a su pelo y le quitaba las
horquillas. Sus bucles dorados cayeron sobre sus hombros y su espalda,
enredándose en sus manos y cubriéndole los senos. Los apartó y le bajó la
camisola.
—Sólo
una más —prometió Julie, capturando un pezón entre sus labios.
Caroline
se arqueó al recibir la descarga de placer. Era increíble las cosas que aquella
mujer era capaz de hacerle, las sensaciones que era capaz de provocarle con un
simple roce o con una firme caricia. Jamás imaginó que su cuerpo anhelara tanto
todas esas cosas. Tanto como para suplicar.
Optó,
sin embargo, por mantener el equilibrio apoyándose en sus hombros.
—¿Qué
quieres confesar?
—La
primera noche que hicimos el amor —susurró contra su piel mientras le bajaba el
otro tirante de la camisola y tiraba la delicada prenda también al suelo—,
antes de que supiera lo de tu disfraz, pensé en ti. Mientras tocaba a aquella
«otra» mujer, imaginé que eras tú, aun sabiendo que eso no estaba bien.
Caroline
cerró los ojos y un quedo gemido escapó de sus labios. No podría haberle dado
más placer de ninguna otra forma. Sintió el efecto de sus palabras en lo más
hondo de su palpitante cuerpo, como si le hubiese rozado el alma.
—Pues
una última confesión por mi parte también —murmuró, echando la cabeza hacia
atrás mientras Julie se ocupaba de su otro seno. Levantó la vista hacia ella—.
Tuve celos. Celos de aquella mujer, aunque era yo misma. Quería que supieras a
quién estabas tocando. Estuve a punto de olvidarme de mi obligación y
decírtelo.
Julie
se irguió cuan alta era y la obligó a echar la cabeza hacia atrás para mirarla.
Sus ojos rebosaban ternura. Un sentimiento que Caroline no habría esperado.
—Me
alegra que ella fueras tú —murmuró, antes de depositarla en la cama.
Julie
la contempló mientras se acomodaba entre las almohadas con un suspiro de
satisfacción y a continuación la miraba con los ojos entornados. Dios santo,
era la mujer más hermosa que había visto en toda su vida. Y la deseaba más de
lo que había deseado nunca nada, o al menos nada que pudiera recordar, mientras
su humedad se iba acumulando en su centro que dolía. Quizá después se acordaba
de algo.
Pero
lo dudaba.
Alargó
la mano y con el dorso de la misma acarició el delicado arco de su clavícula,
descendiendo por el suave valle de sus pechos hasta el trémulo vientre. Su
vista tropezó con la cicatriz del costado e hizo una mueca de dolor. Sólo podía
imaginar lo mucho que había sufrido.
Y
aun así, allí estaba, tumbada en su cama, contemplándola llena de deseo. No
mostraba ningún miedo, ninguna preocupación. Era valiente, tentadora y todo lo
que siempre había anhelado en una mujer.
El
pensamiento resonó en su cabeza. Todo lo que siempre había anhelado y se había
jurado evitar. Pero lo apartó al tiempo que posaba los labios en su vientre.
Caroline
se arqueó al contacto, aferrándose a las sábanas igual que hiciera aquella
primera vez. Sólo que en ésta el sol de la tarde inundaba la habitación, no
había disfraces ni oscuridad en la que ocultarse. Podía mirarla hasta hartarse.
Saborear la forma en que abrió la boca cuando le introdujo la lengua en el
ombligo, cómo se le arreboló la pálida piel cuando deslizó una mano entre sus
muslos para separárselos.
—Julie
—susurró entre jadeos, levantando la cabeza para ver qué estaba haciendo.
La
alta mujer sonrió mientras reseguía su sexo con la punta del dedo índice. Al
verla, abrió desmesuradamente los ojos y la observó sin pestañear al tiempo que
introducía ese mismo dedo en el interior de su cavidad femenina, empapándose de
sus cálidos fluidos antes de acariciar el centro del placer que se ocultaba
entre sus pliegues.
Caroline
elevó las caderas con un gemido y Julie repitió el proceso bajo la atenta
mirada de ella, que se iba excitando más y más con la placentera tortura. Pero
la morena también sufrió las consecuencias, pues nunca antes había estado tan
excitada.
Caroline
desvió la vista justo en ese momento, como si le hubiera leído la mente, y contemplo
los pechos de Julie, los pezones erectos peleaban por salir.
Se
incorporó lentamente y el cabello le cayó sobre los hombros cuando se inclinó
hacia adelante para acariciarlos.
—Yo
tampoco pude verte bien aquella noche —susurró con una mirada rebosante de
picardía.
Julie
se levantó de la cama y se desnudó en un tiempo récord. A continuación, dio un
paso atrás para que ella pudiera contemplarla a placer, disfrutando cada
segundo de su ardiente y descarado escrutinio.
—Dios
mío —ronroneó Caroline, arrastrándose por la cama mientras le hacía un gesto
para que se acercara—. Qué hermosa eres.
Julie
no pudo evitar sonreír mientras se acomodaba junto a ella.
—No
más que tu.
—Tu,
Julie Westfield, eres la mujer más hermosa que he conocido en toda mi vida. Y
he conocidas a muchas.
Para
dar más énfasis a su afirmación, repitió lo que la alta morena le había hecho
antes. Deslizó el dorso de la mano por sus hombros, sobre su torso y acarició
sus pezones, bajando a continuación por el estómago. Llegando a su pelvis, se
detuvo un momento. Julie la observaba fascinada.
Entonces
Caroline, abrió sus pliegues ya húmedos e introdujo uno de sus dedos con
suavidad
Julie
cerró los ojos con un gemido ronco mientras experimentaba un estallido de
placer. Caroline la acarició dando suaves círculos en su interior repitiendo la
acción hasta llevarla casi al límite.
Pero
ese tormento no fue nada en comparación con lo que le produjo cuando cambió la
mano por su boca. Julie abrió los ojos de golpe y la miró arrebatada. Caroline tenía
la cabeza pegada a ella acariciándola con su cálida lengua. El mundo entero de
Julie quedó reducido a aquellos labios, a su aliento, al leve roce de su
lengua. No podría resistir aquel tormento mucho más y no era así como pretendía
culminar aquel encuentro.
La
cogió de los codos y la levantó mientras pensaba en cualquier cosa que le
evitara llegar al orgasmo en ese momento sin haberla tocado siquiera.
—Julie
—murmuró Caroline, pero ella la silenció tumbándola de espaldas y cubriendo su
boca con la suya. Sintiendo su sabor en sus labios y eso la excitó aun más si
eso fuera posible.
Se
entregó a sus besos mientras le separaba más las piernas. Ella levantó las
caderas, haciendo una desinhibida demostración de lo que quería. Julie le
concedió sus deseos, colocando dos de sus dedos en la entrada de su sexo para
penetrarla.
Se
introdujo en su húmedo calor, notando la acogida de su ansioso cuerpo, y
espoleada por el áspero grito de placer de ella. Apretó los dientes y trató de
mantener el control. Sabía que era una batalla perdida, pero quería seguir un
poco más. Quería saborear la sensación de estar en su interior, convencerse de
que no era una fantasía.
No
ayudaba que Caroline levantara las caderas y se moviera frenéticamente. La
contemplaba con los labios entreabiertos, más y más húmeda a medida que iba
incrementando el ritmo. Era una tortura, pero quería que alcanzara el clímax
antes que ella. Había estado obsesionada con verla desde su primera noche,
preguntándose qué aspecto tendría en el momento del orgasmo.
Bajó
su cuerpo y su lengua acarició la abundante humedad de la rubia, haciendo que
se estremeciera. Una profunda embestida más y otra caricia con su lengua la
dejaron sin aliento, la espalda arqueada y la piel ruborizada y
resplandeciente. Y, finalmente, con último y hábil toque, la llevó al borde del
abismo.
Caroline
cerró los muslos en torno a su cabeza, se estremecieron y su cuerpo palpitó,
lubricándola con sus fluidos. Pero fue su semblante lo que hizo que Julie
perdiera el control. La expresión de absoluto placer que convirtió su precioso
rostro en algo irresistible.
Gimió
al notar que su propia humedad resbalaba por su muslo y aceleró aun más el
ritmo llegando al climax.
Después se derrumbó sobre el cuerpo de
Caroline, la estrechó entre sus brazos y la retuvo allí hasta que ambas
recuperaron lentamente el aliento.
CAPÍTULO
12
Julie
estaba de lado, tapada a medias por las sábanas, y Caroline yacía de espaldas,
mirándola reseguir las líneas de su cuerpo con la yema del dedo.
El
placer que habían compartido había sido abrumador, total, pero desde que
recuperaron la calma y la morena las cubrió a ambas con las sábanas revueltas,
Caroline apenas había dicho una palabra. Sólo la miraba con una expresión de
dicha que suavizaba sus rasgos.
Había
quedado satisfecha. Tan grande había sido el placer, tan intenso, que ya la
deseaba de nuevo se estremeció ante la idea de hacerle el amor a Caroline para
siempre.
Caroline
era suya en el sentido sexual, al menos hasta que completaran la misión.
Pero
por el momento tenía que concentrarse. Al menos un poco.
Le
acarició el brazo suavemente.
—Deberíamos
hablar de lo que descubriste.
Ella
lo miró con ojos divertidos.
—Usted
sí que sabe qué decirle a una dama, milady.
Julie
no pudo evitarlo y soltó una suave carcajada, maravillada ante lo bien que le
sentaba reír de nuevo. No se había permitido disfrutar de verdad desde hacía un
año, pero en ese momento se le antojaba de lo más natural.
—Apuesto
a que hablar de estos temas es exactamente lo que te gusta —bromeó la morena.
Ella
se encogió de hombros.
—Admito
que adoro mi trabajo.
Eso
ensombreció el semblante de Julie. Adoraba su trabajo, aunque significara
ponerse en peligro.
Caroline
debió de notar su cambio de humor, porque su tono se volvió serio y formal,
eficiente.
—Y
tienes razón. Debemos darnos prisa si queremos averiguar qué pretende ese
impostor y sus compinches. Hay que determinar qué clase de peligro corre el
príncipe.
—Si
Cullen Leary está metido en el asunto, yo diría que grave. —Julie frunció los
labios y la miró. Su mente regresó a la noche en que Leary la perseguía, y
pensar en el riesgo que había corrido hizo que se le encogiera el corazón—. No
me gusta la idea de que te involucres, especialmente cuando ese hombre ya ha intentado
matarte una vez.
Ella
entornó los ojos.
—No
voy a discutir eso otra vez.
La
alta mujer soltó un áspero suspiro de frustración.
—Tenemos
que hacerlo, Caroline.
Ella
negó con la cabeza.
—Yo
lo he descubierto y no permitiré que me dejen fuera. Y menos creyendo que lo
haces para protegerme. Ya tengo bastante con mis amigas, no necesito que
también tú empieces con lo mismo.
Julie
apretó los labios hasta convertirlos en una delgada línea. Aquella mujer podía
ser condenadamente testaruda. No habría manera de convencerla de que se quedara
al margen por su bien. Sólo podía confiar en que ella pudiera mantenerla a
salvo.
—Muy
bien —dijo con los dientes apretados—. Pero aún tenemos que decidir cómo vamos
a proceder. ¿Reconociste a alguno de los hombres que te perseguían la otra
noche en El Poni Azul?
Ella
negó con la cabeza.
—Sólo
a Leary. El del disfraz iba demasiado maquillado y al otro no lo había visto
nunca. No era nadie que me sonara de otros casos, ni de las listas de los más
buscados.
Julie
se acarició el mentón mientras reflexionaba sobre ese dato.
—Aún
no hemos acabado con Napoleón. Me atrevería a decir que lo conseguiremos antes
de la primavera, si es que sobrevive a este infernal invierno. La conspiración
podría estar relacionada con él, pero a priori se diría que sus espías
elegirían con más cuidado el lugar donde caracterizar a su falso príncipe, no
precisamente en un garito de juego de baja estofa, con una puerta rota.
Caroline
asintió.
—Estoy
de acuerdo. Un profesional habría sido más discreto. Tal vez se trate de una
venganza personal. El príncipe se ha ido ganando enemigos a lo largo de los
años, así que podría tratarse tanto de una conspiración para asesinarlo como de
un plan para humillar al regente.
—¿Más
de lo que ya lo hace por sí mismo? —dijo Julie con una suave carcajada.
Una
leve sonrisa asomó a los labios de Caroline.
—Sea
como sea, tenemos que estar seguras. Haré mis pesquisas para averiguar dónde se
encuentra el príncipe regente en estos momentos, sus movimientos y con quién
tiene intención de reunirse en las próximas semanas. Si pretenden atacarlo
físicamente, con esa información podríamos seguir los movimientos de los
conspiradores.
Julie
suspiró mientras se levantaba de la cama. Empezaba a oscurecer y las sombras
llenaban la habitación.
—Muy
bien. Mientras tú consigues información sobre el príncipe, yo moveré mis hilos
dentro del ministerio para investigar a Leary. Estuvo involucrado en un caso
que llevé hace un año. —Vaciló un momento, esperando a que apareciera el dolor
que siempre hacía acto de presencia cuando recordaba aquella noche. Para su
sorpresa, éste había perdido intensidad por primera vez—. Poseemos una buena
colección de archivos sobre él y puedo hacer preguntas sin levantar sospechas.
Caroline
se incorporó, cubriéndose con las sábanas mientras contemplaba cómo se ponía la
ropa arrugada. La sensual sonrisa que esbozó bastó para que Julie deseara
desnudarse de nuevo y volver a su lado.
Y
a juzgar por su mirada, ella sentía lo mismo. Se inclinó sobre la cama y hundió
los dedos en sus sedosos mechones con un gemido de resignación. Sus labios se
rozaron y, por un momento, se olvidó del caso, del pasado y de todo, excepto
del deseo.
—¿Sabes?
—susurró Caroline cuando se separaron—. Yo no podré empezar a hacer pesquisas
hasta mañana.
Julie
sonrió de oreja a oreja mientras se empezaba a quitar la ropa.
—Y
yo hoy no podré ir al ministerio a revisar los archivos.
—Bien
—dijo la mujer más joven, tirando de ella—. Entonces disponemos de toda la
noche.
***************************************
—¿Confías
en mí?
Ana
se detuvo de golpe en la entrada del salón y miró fijamente a Caroline. Frunció
los labios y cerró la puerta.
—Buenas
tardes a ti también —dijo, atravesando la estancia para dar a su amiga un breve
abrazo—. No estaba segura de si te volvería a ver, después del desagradable
encuentro de ayer.
Caroline
se encogió de hombros, aunque sin poder controlar el violento rubor de sus
mejillas. «Ayer.» Las cosas que había dicho. Y las cosas tan placenteras que
había hecho tras la marcha de ellas.
—¿Caroline?
Apartó
los recuerdos y se sentó.
—Antes
de continuar, quiero que sepas que no envidio la felicidad que tenéis Meredith
y tú.
La
expresión de Anastasia se suavizó.
—Claro
que no. Nunca he pensado que así fuera.
Caroline
no pudo negar el alivio que sintió. Aquellas dos mujeres eran su familia.
Enfadarse y dejar que hubiera malentendidos entre ellas era angustioso.
Suspiró.
—También
sé que hicisteis lo que hicisteis para protegerme. Pero ahora necesito que
respondas a mi pregunta. ¿Confías en mí?
Ana
giró la cabeza y Caroline notó que estaba intentando descifrar su expresión.
Que intentaba hacerse una idea de a qué se debía su visita y aquel
interrogatorio antes de dar una respuesta cuyas consecuencias tal vez no le
gustaran. Al final, suspiró.
—Sabes
que sí, Caroline. Nunca he dejado de hacerlo. La confianza no tuvo nada que ver
con nuestra pequeña treta.
Caroline
frunció los labios. Para ella, la confianza estaba en la base de todo lo demás,
pero no quería discutir.
—Tengo
que pedirte un favor que tal vez no te guste.
Ana
se levantó y se acercó a la ventana.
—Caroline...
—Escúchame
primero —suplicó. Su amiga vaciló un momento, pero al final asintió lentamente
con la cabeza—. Necesito que me busques toda la información que puedas recabar
sobre las actividades del príncipe regente en las últimas semanas, y los actos
que tenga previstos para las próximas. Públicos y privados.
Anastasia
la miró boquiabierta y el silencio se mantuvo entre ambas durante largo rato.
—Ay,
Caroline —dijo a la postre Ana, con un hilo de voz—. ¿En qué lío andas metida?
Ella
se cruzó de brazos. Aquello iba a ser mucho más difícil de lo que había creído
en un principio. Ya se sentía culpable.
—No...
no puedo decírtelo todavía.
Cuando
Ana abrió la boca para discutírselo, Caroline se apresuró a continuar:
—Sólo
te diré que ayer, después de que Meredith y tú se marcharon, informé a Julie de
la verdadera naturaleza de nuestras «misiones» y que las dos hemos destapado un
nuevo caso. Pero no te diré nada más por el momento.
Ana
dio un paso hacia ella con los brazos abiertos, en un gesto de silenciosa
súplica.
—No
puedes decirme algo así, pedirme algo así, y esperar que acepte como respuesta
tu negativa a darme más detalles. ¡Necesito saber más antes de comprometerme a
indagar sobre las actividades del futuro rey!
Caroline
se puso en pie.
—Has
dicho que confías en mí, así que sé consecuente con ello. Compórtate como si no
me hubieran disparado y fuera la mujer de hace seis meses. ¿Habrías accedido a
mi petición entonces?
La
expresión de su amiga se ensombreció y Caroline reprimió una imprecación.
Odiaba atormentarla de aquella forma, poner a prueba su lealtad. Pero no le
quedaba más remedio. No podía meter a Charlie y a lady M en aquello. De
momento.
—Me
estás pidiendo un imposible —dijo Ana, secándose unas repentinas lágrimas—. No
puedo olvidar que te dispararon. A veces me despierto bañada en sudor, soñando
con la noche en que llegaste sangrando. Sueño que el médico no podía contener
la sangre, y que morías. A veces, te miro y veo un vacío en tus ojos que me da
pavor.
Caroline
retrocedió, sorprendida, ante su franqueza. No se había dado cuenta de que
Anastasia siguiera tan afectada por el ataque. Tanto como ella misma algunas
veces. Motivo por el que tenía que resolver aquel caso. Era la única forma de
conjurar los demonios.
—Si
ves un vacío en mis ojos, es porque deseo volver a trabajar, Ana —contestó,
estrechándola en un cariñoso abrazo—. Porque sin mi trabajo me siento vacía. No
volveré a pedirte nada más, te lo prometo. Sólo dame esa información.
Ana
retrocedió un paso y se quedó mirándola durante un largo e incómodo instante.
—¿Estás
trabajando con ella?
Caroline
vaciló. «Ella» era Julie, obviamente. Y no tenía sentido mentir. Sobre todo
cuando la verdad podría servir para tranquilizar la conciencia de su amiga y,
por tanto, ayudarla a conseguir que le diera lo que necesitaba.
—Sí.
Creo que las dos merecemos la oportunidad de demostrar nuestra valía.
Ana
enarcó una ceja.
—¿Confías
en ella?
La
pregunta llevaba implícitas muchas cosas.
—Yo...
confío en que cumplirá con su obligación. Es una buena espía.
La
mirada de Anastasia la escrutó una vez más.
—¿Sientes
algo por ella?
Caroline
retrocedió un paso y se topó con la silla en la que había estado sentada.
—¿Que
si siento algo por ella? Pues claro que no. ¿Por qué me haces una pregunta tan
estúpida?
Ana
se encogió de hombros.
—Había
algo en la forma en que la miraste ayer por la tarde. Y conociendo sus
preferencias... pensé que tal vez había algo entre ustedes, a mi no me importa
que tu…bueno, ya sabes, si… ahora te interesan...
Caroline
cerró los ojos ante los recuerdos que la asaltaron. De las manos y la boca de
Julie sobre su cuerpo. Y de su decisión de no dejar que las emociones se
mezclaran en la aventura que habían iniciado. Así era como tenía que ser.
—No.
No hay nada entre nosotras. Y yo no... Bueno… no… Caroline cerró la boca antes
de arrepentirse de decir algo…
Ana
no parecía muy convencida, pero dejó escapar un suspiro.
—Muy
bien. Haré las pesquisas que me pides. Supongo que no quieres hacerlo tú misma
para no despertar las sospechas de Charlie.
Caroline
asintió.
—Sí.
Gracias, Ana.
Ésta
frunció los labios, disgustada.
—Me
llevará unos días reunir la información. Es un asunto delicado y no será fácil
de obtener.
—No
importa. Confío en tener otras pistas que seguir mientras tanto.
Se
dirigió hacia la puerta con una renovada excitación. Júbilo ante el caso.
Y
expectación, porque se reuniría con Julie en unas pocas horas.
—Por
favor, ten cuidado —dijo Ana mientras la acompañaba—. Por favor.
Caroline
la miró y esbozó una sonrisa.
—Por
supuesto que tendré cuidado. Siempre lo tengo.
Pero
su sonrisa desapareció en cuanto salió de casa. Anastasia había intuido que
había algo entre Julie y ella. No podía permitir que sus sentimientos fueran
tan obvios.
No
podía permitirse albergar sentimientos por la alta mujer. Punto. Porque una
mujer como Julie nunca correspondería a ellos.
Julie tamborileó con los dedos en el brazo
del sillón del salón de Caroline mientras esperaba que ésta llegara. Su mirada
vagaba por toda la estancia, acabando siempre en el sofá en el que se habían
desnudado como dos locas el día anterior. Como era de esperar, aquello las
llevó al dormitorio y a los placeres que habían compartido durante la noche.
Removiéndose
a causa de una súbita y muy incómoda humedad, tomó aire profundamente varias
veces para calmarse. Aquella obsesión sexual con Caroline tendría que enfriarse
en algún momento. Ninguna mujer había conseguido retener su interés más allá de
unos pocos encuentros. Sólo Davina había logrado pasar de las primeras semanas.
Y tenía que admitir que en ningún momento había sido como con Caroline. Ese
devastador anhelo la atormentaba a todas horas.
A
esas alturas, no debería seguir haciendo que le hirviera la sangre. Pensar en
ella no debería acelerarle el pulso. Pero entonces, ¿por qué seguía teniéndola
presente a todas horas, día y noche?
La
puerta se abrió y Caroline entró en el salón. Sus ojos verdes se iluminaron al
encontrarse con los suyos, y Julie se puso en pie para saludarla.
Por
eso seguía teniéndola presente. Por eso llevaba veinticuatro horas obsesionado
con ella. Porque, cuando la miraba, todo lo demás dejaba de existir.
Caroline
se dirigió hacia ella, pero Julie la alcanzó a medio camino, aunque no
recordara en qué momento le había dado a sus piernas la orden de que se
movieran. La tomó entre sus brazos y posó sus labios en los suyos. Caroline
hundió los dedos en su larga cabellara negra y dejó escapar un suave gemido.
Julie
se entregó al beso, maravillada ante la furiosa unión de sus lenguas y la
embriagadora mezcla de sus alientos. Como si les diera miedo soltarse. Como si
temieran que aquél fuera a ser su último beso.
Cosa
que era totalmente ridícula. Habían acordado que su aventura duraría lo que
durase el caso que estaban investigando, y la investigación no había hecho más
que comenzar. Por otra parte, estaba segura de que cuando llegara el final, su
anhelo de ella habría disminuido.
Tenía
que hacerlo. Las dos habían hecho la promesa de ponerle fin entonces. Y Julie sabía
con toda certeza que ella no podría tener una relación con una espía que
quisiera seguir en activo. No podría vivir viendo cómo se ponía en peligro sin
que ella estuviera allí para salvarla. Para frenarla. Para protegerla en todo
momento.
Se
separó de ella muy despacio, ayudándola a recuperar el equilibrio, y se
quedaron mirándose un buen rato. Caroline tenía los ojos vidriosos de deseo,
muy abiertos por la sorpresa que ella sabía que era idéntica a la suya. La
necesidad de tocarse no era algo a lo que ninguna de las dos, estuvieran
acostumbradas.
—Bu...
Buenas tardes —balbuceó ella finalmente, sonrojándose, lo que recordó a Julie
su aspecto cuando alcanzaba la cumbre del placer, y tuvo que reprimir un
gemido.
—Hola,
Caroline —contestó con voz queda.
Ésta
sacudió la cabeza, como intentando deshacer el efecto que tenía sobre ella, y
le indicó que se sentara. Julie reprimió una sonrisa al ver cómo se alisaba la
falda, se sentaba y trataba de fingir cierto control, simular que el abrasador
beso que acababan de darse no las había dejado desconcertadas a ambas. Si no
viera que tenía la respiración entrecortada, podría haberlo creído.
Pero
toda espía tenía su punto débil y su leve rubor delataba sus intensas
emociones, aunque su mirada serena y su tono imperturbable las ocultaran.
—Me
alegro de que hayas podido venir. Estaba ansiosa por hablar contigo desde que
he recibido tu mensaje esta mañana.
Se
calló cuando una doncella entró con el té. La chica dejó la bandeja en una
mesita entre las dos y salió con una pequeña reverencia en respuesta al leve
gesto que Caroline le hizo con la mano. Cuando la puerta se cerró de nuevo,
sirvió el té.
Julie
la observaba, fascinada por la suave curva de su cuello mientras ladeaba un
poco la cabeza para coger la tetera. Cumplía con sus obligaciones de manera
elegante y serena. Con naturalidad. Cualquiera que entrara en ese momento,
vería tan sólo a una viuda de clase alta llevando a cabo una tarea normal y
corriente.
Sólo
Julie sabía la verdad. Que debajo de aquella serenidad había una mujer capaz de
tumbarla con unos pocos movimientos. Una mujer de pasiones y placeres
ardientes.
La
invadió una oleada de inesperado orgullo. Ella le había confiado sus secretos,
y apostaría su mejor semental a que no era algo que hubiese hecho a la ligera.
—¿Julie?
—Caroline frunció los labios—. ¿Me has oído?
Ella
negó con la cabeza mientras Caroline posaba en la mesa la taza que le acababa
de servir. No podía apartar los ojos de ella.
—No.
Caroline
la miró con irritación y apretó la boca, disgustada.
—Te
he preguntado que qué has descubierto sobre Cullen Leary. En tu mensaje de esta
mañana decías que tenías algo que contarme.
Julie
se levantó y atravesó la habitación para mirar por la ventana. Mirar a Caroline
no hacía más que poner a prueba su autocontrol. La nieve que se arremolinaba en
el jardín por lo menos le permitiría concentrarse.
—Sí,
he podido acceder a los archivos de Leary, donde están registrados todos sus
pasos desde el último caso en el que trabajé.
Oyó
que se levantaba detrás de ella, el roce de la seda de su falda resonando en
sus oídos. Podía imaginar el balanceo de sus caderas al andar y se puso tensa.
—¿Qué
tipo de caso fue ése?
La
tensión aumentó, pero ahora ya no era una sensación agradable. A pesar de que
se lo había preguntado en tono afable, la pregunta le atravesó el pecho como si
fuera un cuchillo. Por un momento, no pudo respirar, y apenas veía ya la nieve.
Sintió que la transportaban al pasado, a aquella noche...
—No
—masculló, retrayéndose.
—¿No?
—repitió ella a su lado, mirándola confusa y preocupada—. Julie, te has puesto
pálida. ¿Qué te sucede?
—Nada.
Pasó
junto a ella y empezó a recorrer la habitación arriba y abajo, intentando
calmar los latidos de su corazón y que Caroline no viera la verdad en sus ojos.
No la miraría hasta que estuviera segura de que podría ocultársela.
—Fue
una investigación rutinaria —respondió, cuidando el tono—. Comercio de armas
con las fuerzas enemigas. Leary hacía de intermediario, de matón. No pudimos
encontrar pruebas de peso que lo relacionaran con los hombres que arrestamos,
de modo que tuvimos que dejarlo en libertad.
Caroline
frunció el cejo y asintió con solemnidad.
—Hum,
sé lo frustrante que puede ser eso. Tal vez puedas vengarte de él ahora, si
demostramos que está involucrado en una conspiración.
—Venganza
—repitió Julie.
La
palabra le sonó vacía. Buscaba reparación, pero dudaba que conseguirla le
permitiera ser feliz otra vez. No devolvería la vida que se perdió aquella
oscura noche, un año antes. No cambiaría lo sucedido.
Caroline
continuó presionándola, completamente ajena a que con sus palabras era como si
estuviera retorciendo un cuchillo dentro de su corazón.
—¿Y
en qué ha estado metido desde entonces? ¿Podría haber relación esta conspiración
de ahora con tu caso de hace un año?
Julie
apartó las tinieblas que rodeaban sus recuerdos de aquella noche y se obligó a
concentrarse. A respirar.
—Lo
dudo. La mayoría de los implicados fueron detenidos o murieron. Y ya conoces a
Leary, presta sus servicios a quien más pague. No conoce lealtades. Lo más
probable es que ni se acuerde de a quién servía hace un año.
La
sensación de amargura que tenía en la boca aumentó al pensar en ello.
—Puede
que tengas razón. Pero tus hombres en el ministerio han estado vigilándolo
desde entonces —dijo ella.
Julie
tomó una profunda bocanada de aire, segura ya de que podría mirarla sin revelar
demasiado lo que sentía. Se volvió y sonrió.
—Sí.
Y en sus informes aparece que últimamente pasa mucho tiempo en El Poni Azul.
¿Sabías que el dueño posee también una casa de huéspedes un poco más abajo, en
la misma calle? El garito podría ser el lugar idóneo para celebrar reuniones si
te hospedas en la pensión.
Caroline
asintió mientras volvía a sentarse, y la miró con una expresión llena de
agudeza e inteligencia.
—Una
teoría interesante. ¿Se hospeda Leary allí?
—Entra
y sale del lugar con regularidad —contestó Julie, encogiéndose de hombros—. Tal
vez tengan algún acuerdo.
—O
una fulana —añadió Caroline.
Julie
enarcó una ceja. Sólo a Caroline se le ocurriría decir lo que ella había
evitado mencionar como recato para una mujer de su clase. No pudo evitar
sonreír ante su franqueza, mientras el dolor de su pena se iba desvaneciendo.
—Es
muy posible. Tengo a alguien de confianza investigando el asunto. Creo que
sabremos algo mañana. —Se le acercó, atraída hacia su calor, como si llevara
demasiado tiempo fuera, bajo la nieve—. ¿Y a ti qué tal te ha ido? ¿Qué has
podido descubrir?
Caroline
la miró acercarse y la recorrió un escalofrío apenas perceptible. El cuerpo de
Julie se tensó de anhelo. La enorgullecía saber que el efecto que tenía sobre
ella era tan fuerte como el que la morena tenía sobre la propia Caroline.
Siguió con la mirada todos sus movimientos esperando a que la tocara.
Julie
pasó junto al sillón donde estaba sentada y se le colocó, de pie al lado, desde
donde podía contemplar a placer la piel que dejaba a la vista el escote de
encaje del vestido que llevaba.
Caroline
tomó aire.
—Ana
está investigando el paradero del príncipe y sus próximos planes —contestó con
voz trémula.
Julie
tendió la mano y deslizó los dedos por su piel. Caroline se puso rígida.
—¿Les
has contado algo?
Ella
vaciló un momento, reclinándose contra su atrevida mano antes de responder.
—N...
No. Conseguí convencerla de que hiciera esas pesquisas para mí sin darle más
detalles sobre el caso.
Julie
se quedó mirando el contraste de la piel atezada de su mano contra la piel
pálida de Caroline.
—¿Se
lo contará a tus superiores?
Ella
dejó escapar un leve gemido antes de contestar, con voz entrecortada:
—No
lo creo. Quiere que vuelva a confiar en ella, y es consciente de que no lo haré
si me traiciona ante Charlie. Como mínimo investigará mientras determina en qué
estamos metidas tú y yo.
—Perfecto.
Julie
se inclinó hacia adelante y posó los labios en su cuello. Caroline se
estremeció y levantó los brazos hacia ella, hundiendo los dedos en su pelo y
sujetándole la cabeza para que siguiera besándola. Julie le lamió el cuello
suavemente, saboreándola mientras se entregaba a la llamada del deseo.
—Tal
vez... debiera disfrazarme nuevamente —murmuró mientras la acercaba aún más—.
Vestirme de ramera y visitar el salón de juego otra vez. Si logro acercarme a
Leary, tal vez me cuente algo, o se jacte de sus proezas.
Julie
se puso rígida y levantó la cabeza de golpe. Por un momento, la visión se le
volvió borrosa y lo único que podía ver era a Cullen Leary persiguiendo a
Caroline con ojos rebosantes de maldad. No podía dejar de pensar en las
consecuencias si no hubiese podido protegerla.
—No
—espetó, apartándose y retrocediendo unos pasos—. ¡De eso nada!
CONTINUA ACÁ
Dudas y sugerencias: a librosadaptacion@gmail.com
----------------------------------------------------------------------------------------------------------
La Teta Feliz Historias y Relatos ® Adaptaciones Derechos Reservados
©
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser
reproducida, ni en todo ni en parte, registrada o transmitida por un
sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún
medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico,
por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo, por escrito, del
autor.

No hay comentarios:
Publicar un comentario